A alguna mente preclara se le ocurre de repente que la solución para que los inmigrantes que huyen del sumidero de vidas y almas en el que hemos convertido África y parte de Asia no naufraguen y mueran antes de llegar es hundir esos barcos.
Supongo -que estas cosas ya solo se pueden suponer-, que alguien le habrá respondido al individuo en cuestión como hizo el Alto Lord del Almirantazgo cuando Su Graciosa Majestad Británica ordenó hundir los barcos negreros para acabar con la trata de esclavos: "Supongo que querrá decir vacíos, Majestad".
Y nuestro gobierno se suma entusiasta a la idea, se viene arriba, la apoya en las Naciones Unidas. Que hay que reactivar nuestra industria naval, levantar la moral de las tropas y eso de hundir barcos es muy nuestro, muy patrio. Bueno, más bien que nos los hundan.
A lo mejor no han leído una frase de uno de los supervivientes del último trágico naufragio en las aguas del Mediterráneo: “Arriesgué mi vida una vez en el mar; en Alepo era a diario”.
Y eso resume el problema y nos pone la solución delante de los ojos.
Hundir los barcos no acabará con la situación de desgobierno libio que permite a las mafias campar por sus respetos, aunque la Armada Española reconstruyera Trafalgar con todos los barcos basura que se dedican al transporte ilegal de inmigrantes, eso no pararía la guerra en Siria ni un minuto.
Porque esa acción por muy efectiva e incluso efectista que fuera no atacaría la raíz del problema.
Prefieren arriesgarse y lo seguirán prefiriendo a morir cada día de miedo y hambre bajo los bombardeos de Al Asad o las cimitarras de la falsa y furiosa yihad, a perecer día tras día bajo el látigo de los esclavistas en las minas de coltán de Uganda, Namibia o Chad, a escapar cada jornada del machete de los locos en Nigeria, Senegal o Mali; a morir siendo niñas a golpes de vara procesando todo el día algodón para las bragas de las mujeres occidentales y siendo violadas todas las noches atadas a una cama en Burkina Fasso, a matar y morir a los ocho años con un AK-47 en las manos en Chad, Libia, Mali, República Centroafricana, Congo, Somalia, Sudán o Sudán del Sur; a pagar cada amanecer un peaje de sangre y de dolor en forma de violación por ir a recoger agua en Mogadiscio; a trabajar esclavizados en las minas de sal de Etiopía o en las de diamantes de Sierra Leona, a tener que golpear al vecino o complacer sexualmente a un soldado o un guerrillero en Somalia o Eritrea para tener acceso a la ayuda humanitaria robada que les envía Naciones Unidas...
Y no sigo porque os juro que empiezan a caérseme las lágrimas.
Podemos juntar a la Armada Invencible, la Royal Navy y la Sexta Flota y hundir, desde el cabo de Hornos hasta el Bósforo, todo barco que nos resulte sospechoso y aún así no parará. No puede parar. No es justo que pare.
La solución no es que no puedan atravesar el mar para llegar a nuestras costas. Es que no quieran salir de sus países porque no les haga falta.
La solución está en arreglar África y todos los continentes que llevamos tres siglos matando y dejando morir.
Y lo sabemos, pero preferimos no hacer nada y hundir barcos a mayor gloria de la Armada Española.
Vamos mal, muy mal.
Y eso resume el problema y nos pone la solución delante de los ojos.
Hundir los barcos no acabará con la situación de desgobierno libio que permite a las mafias campar por sus respetos, aunque la Armada Española reconstruyera Trafalgar con todos los barcos basura que se dedican al transporte ilegal de inmigrantes, eso no pararía la guerra en Siria ni un minuto.
Porque esa acción por muy efectiva e incluso efectista que fuera no atacaría la raíz del problema.
Prefieren arriesgarse y lo seguirán prefiriendo a morir cada día de miedo y hambre bajo los bombardeos de Al Asad o las cimitarras de la falsa y furiosa yihad, a perecer día tras día bajo el látigo de los esclavistas en las minas de coltán de Uganda, Namibia o Chad, a escapar cada jornada del machete de los locos en Nigeria, Senegal o Mali; a morir siendo niñas a golpes de vara procesando todo el día algodón para las bragas de las mujeres occidentales y siendo violadas todas las noches atadas a una cama en Burkina Fasso, a matar y morir a los ocho años con un AK-47 en las manos en Chad, Libia, Mali, República Centroafricana, Congo, Somalia, Sudán o Sudán del Sur; a pagar cada amanecer un peaje de sangre y de dolor en forma de violación por ir a recoger agua en Mogadiscio; a trabajar esclavizados en las minas de sal de Etiopía o en las de diamantes de Sierra Leona, a tener que golpear al vecino o complacer sexualmente a un soldado o un guerrillero en Somalia o Eritrea para tener acceso a la ayuda humanitaria robada que les envía Naciones Unidas...
Y no sigo porque os juro que empiezan a caérseme las lágrimas.
Podemos juntar a la Armada Invencible, la Royal Navy y la Sexta Flota y hundir, desde el cabo de Hornos hasta el Bósforo, todo barco que nos resulte sospechoso y aún así no parará. No puede parar. No es justo que pare.
La solución no es que no puedan atravesar el mar para llegar a nuestras costas. Es que no quieran salir de sus países porque no les haga falta.
La solución está en arreglar África y todos los continentes que llevamos tres siglos matando y dejando morir.
Y lo sabemos, pero preferimos no hacer nada y hundir barcos a mayor gloria de la Armada Española.
Vamos mal, muy mal.
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