Gerardo Boneque Molina
La Farmacia de Steinber
Hubo un tiempo en el que en la
esquina entre Maine y St .John’s se alzaba la farmacia de Steinber,
orgullosamente fundada en Febrero de 1871.
El orgullo desapareció y ahora
sólo quedan unos muros carcomidos por la polución y el agua de la lluvia
neoyorquina, unas jambas de ventanas fijadas con tablones y unos muros que el
ayuntamiento hizo apuntalar con vigas de nogal de Virginia para evitar que se
derrumbaran.
Eso y los restos de un farol,
colgado en el interior de un cartel de madera, carcomido por el paso de los
años y de los vientos, cuyos cristales rotos han herido a mas de un transeúnte.
Pero en la comisaría del distrito
14 hay un dossier, uno de esos dossieres que se utilizan como broma en las
fiestas de despedida de los agentes y de bienvenida de los novatos. Un dossier
que tiene 365 páginas.
Trescientas sesenta y cinco
páginas que contienen 112 declaraciones de prostitutas, traficantes,
proxenetas, yonkies, borrachos y demás halcones de la noche que juran haber
visto ese roto farol encendido y ese escaparte
iluminado en la noche. Y un hombre que parecía gordo pero no lo era, podría ser
judío pero no lo era y podría ser negro pero no lo era, mirando a altas horas
de la madrugada su escaparate.
Los halcones de la noche
neoyorquina susurran entre bourbon y bourbon
y juran entre cerveza y cerveza que ellos también han visto a Samuel
Blackman esperando, con paciencia infinita mientras contempla el cartel de una
muchacha que anuncia un adelgazante, a que se abra la puerta de la Farmacia de
Steinber, alguien salga y le devuelva su muerte.
Claudia Boneque Arnanz
¿De veras quieres cambiar?
(está escrito antes de que viera Matrix, lo juro)
Un mundo sin color; debe ser triste un mundo sin
color.
Monótono, desesperante, pálido.
Un mundo en el que el plomizo cielo cae pesadamente
sobre tus hombros; un mundo en el que el cantar de los pájaros se convierte en
un simple y cenizo susurro; un mundo en el que el más sabroso de los manjares
pierde sus sabor y se deshace lentamente en tu boca. Esa es mi vida. Una vida
sin luz, una vida sin vida. Pero no siempre ha sido así.
Todo comenzó con el engaño de la Mano Izquierda:
“Corría el año 1919, en la ciudad de Florencia reinaba
el caos: fuertes y flamantes caballos tiraban de pesados carros queriendo
llevar lo más rápidamente posible a los impacientes nobles que aguardaban la
llegada. Preciosas muchachitas de finos y delicados rostros correteaban en
busca del caballero perfecto; y por último, la gente… ¡qué locura de gente!
Gritos, voces, cantos, fiesta, jolgorio… todo estaba dispuesto para la deseada
llegada del príncipe; las guirnaldas, los pasteles, las trompetas, los tambores,
la alegría… todo, salvo yo. Paseaba vagabundo sin saber a dónde ir. Quería
alejarme del mundo, y creedme si os digo que lo conseguí.
Anduve por oscuras y polvorientas callejuelas que
parecían no tener fin, torciendo innumerables esquinas y oyendo el continuo
zapateo de mis pies al andar. Entonces la vi. Se trataba de una pequeña
farmacia situada en un rincón de una estrecha calle.
Pero no era una farmacia cualquiera; parecía estar
sacada de otra época, otro tiempo, otro mundo. Allí el silencio era sepulcral,
cosa que me extrañó teniendo en cuenta el alboroto que se vivía en toda la
ciudad.
Decidí acercarme lenta y parsimoniosamente al lugar.
Poseía una gran y pesada puerta de hierro provista de una campana. Llamé; y sin
esperarlo, un potente y ensordecedor eco lo envolvió todo, aumentando por
momentos el tintineo de campanillas. Todo cesó, de nuevo silencio.
Esperé prudentemente a que alguien me abriese, pero
nada sucedió. Me disponía a marchar cuando, con un quebradizo chirrido se abrió
la puerta tras de mí. Me volví, intrigado, y al entrar en el extraño lugar
observé: tarros y frascos tallados en reluciente cristal rellenos de líquidos
de brillantes colores, baúles y cofres del más refulgente y liso de los
mármoles, y al fondo de la estancia, sentado en una pequeña silla y escondido
bajo un enorme paletó había un hombre. “¿Qué has venido a buscar?” preguntó él
de improviso con una serpenteante voz. Dudé unos instantes y contesté. “No
busco nada, tan solo estoy de pasada”
“Es cierto que estás de pasada, eso no lo dudes, pero
todo aquel que entra aquí lo hace en busca de algo” me reprochó.
“Es muy sencillo, tan solo tienes que decidir Samuel”
dijo el hombre, aún sentado en la silla.
“¿Cómo sabes mi nombre? y… ¿qué es este lugar?”
inquirí comenzando a asustarme.
“Que te resuelva esas dudas ya no te salvará, Samuel”
contestó. “Ahora te toca decidir” dijo mostrándome dos frasco llenos de líquido
“¿deseas cambiar radicalmente tu vida?” alzó el frasco de contenido carmín “¿o
prefieres seguir viviendo tal y cómo estás?” señaló el frasco de contenido
turquesa “Tú decides”
No creáis que me costó demasiado escoger, temblando cogí el frasco rojizo, lo abrí con un sordo chasquido, y con el rostro marcado
por la desesperación me lo bebí de un sorbo.
Si queréis que os cuente la verdad, mi vida en ese
momento no cambió en absoluto, todo seguía igual, hasta que salí de allí.
Mi mundo, que ya de por sí parecía nefasto, cambió, si
cabe, a peor: vi a mi esposa, mi dulce esposa, en brazos de otro caballero,
sollozando amargamente como si la vida le fuera en ello. Me acerqué cegado por la
ira a separarle de aquel malnacido, pero pareció no verme.
Grité toda clase de barbaridades, pateé el suelo.
Vociferé su nombre a los cuatro vientos, pero no me escuchó, o al menos, no
quiso escucharme. Decidí marcharme a casa, indignado por lo ocurrido. Las cosas
a mi alrededor parecían perder color, sonido, poco a poco, como si se
extinguieran. Llegué, y lo que el destino allí me deparaba no era mejor que lo
anterior. La puerta estaba abierta.
Tres zancadas y
caos total. Personas de luto, gritando, desgarrándose las gargantas, llorando
desconsoladamente.
¿Qué ocurre? ¿Qué ha sucedido? ¿Este es el cambio que
he hecho en mi vida? No lo quiero, no me gusta, Él me engañó… ¡devolvedme mi
vida! – grité exasperado.
No cabía en mí de asombro, quería volver, regresar a
la vida. Pero no ocurrió, no ocurrió nada.” Y aún sigo aquí, loco y desquiciado
viviendo lo que parece pero no es una vida. Ahora solo busco silencio,
oscuridad… muerte.
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