viernes, diciembre 27, 2013

Y La hija mejora a los padres (por suerte)

Gerardo Boneque Molina
La Farmacia de Steinber

Hubo un tiempo en el que en la esquina entre Maine y St .John’s se alzaba la farmacia de Steinber, orgullosamente fundada en Febrero de 1871.
El orgullo desapareció y ahora sólo quedan unos muros carcomidos por la polución y el agua de la lluvia neoyorquina, unas jambas de ventanas fijadas con tablones y unos muros que el ayuntamiento hizo apuntalar con vigas de nogal de Virginia para evitar que se derrumbaran.
Eso y los restos de un farol, colgado en el interior de un cartel de madera, carcomido por el paso de los años y de los vientos, cuyos cristales rotos han herido a mas de un transeúnte.
Pero en la comisaría del distrito 14 hay un dossier, uno de esos dossieres que se utilizan como broma en las fiestas de despedida de los agentes y de bienvenida de los novatos. Un dossier que tiene 365 páginas.
Trescientas sesenta y cinco páginas que contienen 112 declaraciones de prostitutas, traficantes, proxenetas, yonkies, borrachos y demás halcones de la noche que juran haber visto ese roto farol encendido y  ese escaparte iluminado en la noche. Y un hombre que parecía gordo pero no lo era, podría ser judío pero no lo era y podría ser negro pero no lo era, mirando a altas horas de la madrugada su escaparate.
Los halcones de la noche neoyorquina susurran entre bourbon y bourbon  y juran entre cerveza y cerveza que ellos también han visto a Samuel Blackman esperando, con paciencia infinita mientras contempla el cartel de una muchacha que anuncia un adelgazante, a que se abra la puerta de la Farmacia de Steinber, alguien salga y le devuelva su muerte.



Claudia Boneque Arnanz
¿De veras quieres cambiar?
 (está escrito antes de que viera Matrix, lo juro)

Un mundo sin color; debe ser triste un mundo sin color.
Monótono, desesperante, pálido.
Un mundo en el que el plomizo cielo cae pesadamente sobre tus hombros; un mundo en el que el cantar de los pájaros se convierte en un simple y cenizo susurro; un mundo en el que el más sabroso de los manjares pierde sus sabor y se deshace lentamente en tu boca. Esa es mi vida. Una vida sin luz, una vida sin vida. Pero no siempre ha sido así.
Todo comenzó con el engaño de la Mano Izquierda:
“Corría el año 1919, en la ciudad de Florencia reinaba el caos: fuertes y flamantes caballos tiraban de pesados carros queriendo llevar lo más rápidamente posible a los impacientes nobles que aguardaban la llegada. Preciosas muchachitas de finos y delicados rostros correteaban en busca del caballero perfecto; y por último, la gente… ¡qué locura de gente! Gritos, voces, cantos, fiesta, jolgorio… todo estaba dispuesto para la deseada llegada del príncipe; las guirnaldas, los pasteles, las trompetas, los tambores, la alegría… todo, salvo yo. Paseaba vagabundo sin saber a dónde ir. Quería alejarme del mundo, y creedme si os digo que lo conseguí.
Anduve por oscuras y polvorientas callejuelas que parecían no tener fin, torciendo innumerables esquinas y oyendo el continuo zapateo de mis pies al andar. Entonces la vi. Se trataba de una pequeña farmacia situada en un rincón de una estrecha calle.
Pero no era una farmacia cualquiera; parecía estar sacada de otra época, otro tiempo, otro mundo. Allí el silencio era sepulcral, cosa que me extrañó teniendo en cuenta el alboroto que se vivía en toda la ciudad.
Decidí acercarme lenta y parsimoniosamente al lugar. Poseía una gran y pesada puerta de hierro provista de una campana. Llamé; y sin esperarlo, un potente y ensordecedor eco lo envolvió todo, aumentando por momentos el tintineo de campanillas. Todo cesó, de nuevo silencio.
Esperé prudentemente a que alguien me abriese, pero nada sucedió. Me disponía a marchar cuando, con un quebradizo chirrido se abrió la puerta tras de mí. Me volví, intrigado, y al entrar en el extraño lugar observé: tarros y frascos tallados en reluciente cristal rellenos de líquidos de brillantes colores, baúles y cofres del más refulgente y liso de los mármoles, y al fondo de la estancia, sentado en una pequeña silla y escondido bajo un enorme paletó había un hombre. “¿Qué has venido a buscar?” preguntó él de improviso con una serpenteante voz. Dudé unos instantes y contesté. “No busco nada, tan solo estoy de pasada”
“Es cierto que estás de pasada, eso no lo dudes, pero todo aquel que entra aquí lo hace en busca de algo” me reprochó.
“Es muy sencillo, tan solo tienes que decidir Samuel” dijo el hombre, aún sentado en la silla.
“¿Cómo sabes mi nombre? y… ¿qué es este lugar?” inquirí comenzando a asustarme.
“Que te resuelva esas dudas ya no te salvará, Samuel” contestó. “Ahora te toca decidir” dijo mostrándome dos frasco llenos de líquido “¿deseas cambiar radicalmente tu vida?” alzó el frasco de contenido carmín “¿o prefieres seguir viviendo tal y cómo estás?” señaló el frasco de contenido turquesa “Tú decides”
No creáis que me costó demasiado escoger, temblando cogí el frasco rojizo, lo abrí con un sordo chasquido, y con el rostro marcado por la desesperación me lo bebí de un sorbo.
Si queréis que os cuente la verdad, mi vida en ese momento no cambió en absoluto, todo seguía igual, hasta que salí de allí.
Mi mundo, que ya de por sí parecía nefasto, cambió, si cabe, a peor: vi a mi esposa, mi dulce esposa, en brazos de otro caballero, sollozando amargamente como si la vida le fuera en ello. Me acerqué cegado por la ira a separarle de aquel malnacido, pero pareció no verme.
Grité toda clase de barbaridades, pateé el suelo. Vociferé su nombre a los cuatro vientos, pero no me escuchó, o al menos, no quiso escucharme. Decidí marcharme a casa, indignado por lo ocurrido. Las cosas a mi alrededor parecían perder color, sonido, poco a poco, como si se extinguieran. Llegué, y lo que el destino allí me deparaba no era mejor que lo anterior. La puerta estaba abierta.
Tres zancadas  y caos total. Personas de luto, gritando, desgarrándose las gargantas, llorando desconsoladamente.
¿Qué ocurre? ¿Qué ha sucedido? ¿Este es el cambio que he hecho en mi vida? No lo quiero, no me gusta, Él me engañó… ¡devolvedme mi vida! – grité exasperado.

No cabía en mí de asombro, quería volver, regresar a la vida. Pero no ocurrió, no ocurrió nada.” Y aún sigo aquí, loco y desquiciado viviendo lo que parece pero no es una vida. Ahora solo busco silencio, oscuridad… muerte.

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