Hay discursos que calan porque están destinados a ello. Slogans y tendencias ideológicas que, como la gota china, van martilleando nuestras sienes hasta que muchos terminan integrándolas.
No porque sean ciertas sino porque su construcción como material de propaganda es impoluta y se dirige a reforzar aquello que somos y que queremos tener una justificación para ser.
Un hospital catalán -El Sant Pau, ¿cual si no?- tiene una operación de urgencia de la Seguridad Social esperando cuatro horas para poder operar en ese quirófano a un paciente de pago; los dirigentes de la sanidad pública madrileña privatizan el servicio de lavandería hospitalaria y arrojan a sus empleados a la servidumbre por sueldos de 700 euros mensuales; desde Toledo hasta Valencia se recortan las asignaciones a la dependencia, se cierran centros de atención a drogodependientes o se limita el acceso a los fármacos recetados por la Seguridad Social a los españoles que están desplazados en otra comunidad de viaje.
Y todavía hay tuiteros, opinadores de las redes sociales, ciudadanos en definitiva, que responden a las protestas contra esas decisiones con mensajes como "si se ha privatizado sería porque no era rentable" o "ya estoy harto de que malgasten mi dinero" o "si quieren privilegios que se los paguen".
¿Son estos ciudadanos especialmente insolidarios?, ¿son acaso incapaces de percibir la realidad de lo que está ocurriendo?
En parte puede que sí pero en realidad son el más claro reflejo de lo que somos. De lo que queremos ser.
Porque los actuales inquilinos de Moncloa han diseñado un mensaje de propaganda, de defensa de sus acciones y sus manejos, que ha calado en ellos porque está enraizado en ese sentimiento que todos tenemos y queremos justificar a cualquier precio: el egoísmo.
Desde Lasquetty a Mato, todos han incidido en repetir hasta la extenuación que todos esos recortes están destinados a que el dinero de los contribuyentes se gaste adecuadamente, a que no se despilfarre, a que determinados colectivos -profesionales sanitarios, dependientes y hasta empleados de lavandería, según parece- pierdan sus privilegios.
Han repetido que todo tiene un precio y que ellos están ahí para que se pague el adecuado por cada servicio, para que no se despilfarre el dinero de los ciudadanos.
Han tirado de nuestro atávico egoísmo, de nuestra ancestral tendencia a anteponer nuestros deseos y nuestras necesidades a las comunes. Y, claro, en los cerebros de los más egoístas de por sí y en los de los menos preparados, esa propaganda entra como un cuchillo entre la mantequilla.
En un burdo remedo de la ya burda dinámica de pensamiento de los Tea Party estadounidenses, esos ciudadanos afirman están hartos de que se dilapide su dinero porque creen que si no se gasta en dependientes, enfermos crónicos, sueldos dignos para los empleados de la Lavandería Central o tratamientos de fertilidad tendrán más dinero para ellos, para sus gastos, para sus caprichos o incluso para su tambaleante -como la de todos- supervivencia cotidiana.
"Quiero mi dinero para hacer lo que quiera con él. Y el que venga detrás que arree". El epítome del más puro egoísmo. Compran la propaganda que les permite pensar eso con buena conciencia porque en realidad es lo que quieren pensar.
Y así abogan por la necesidad de rentabilidad del servicio de lavandería hospitalaria, consideran privilegiados a los profesionales sanitarios porque cobran más que ellos, defienden las privatizaciones de hospitales porque creen falsamente que eso evitará que el Estado se gaste dinero en esos centros sanitarios y así detraerá menos de sus sueldos y de sus haciendas en forma de impuestos
Su egoísmo patológico se enciende con las diatribas de Lasquetty y todos los mandamases de la sanidad pública a lo largo del país pero no caen en la cuenta que ese supuesto dinero que se ahorra el Estado no les ha sido reembolsado para que se compren DVDs o para que paguen sus fines de semana de polvos fugaces en hoteles rurales o para que puedan comprarse el ansiado Iphone 5.
Creen que quitándoles a los demás lo que necesitan ellos dispondrán de más para ellos, para lo que quieren.
Sin darse cuenta de que hasta el último céntimo de euro que se "ahorra" la corte genovesa que rige los destinos de esté país va a un único objetivo bifocal. Engordar las cuentas corrientes de sus socios, parientes y aliados y cubrir el inmenso cráter financiero que han generado las entidades bancarias controladas por ellos.
Sin darse cuenta de que hasta el último céntimo de euro que se "ahorra" la corte genovesa que rige los destinos de esté país va a un único objetivo bifocal. Engordar las cuentas corrientes de sus socios, parientes y aliados y cubrir el inmenso cráter financiero que han generado las entidades bancarias controladas por ellos.
Los egoístas patológicos que tuitean apoyando los recortes, que le ponen precio a todo y defienden que los gobiernos se lo pongan, más allá de las necesidades sociales e individuales, están convencidos de que sin inmigrantes, personas dependientes, sin enfermos crónicos y sin mujeres y hombres infértiles en la sanidad pública habrá más dinero para ellos, habrá más sanidad para ellos, habrá más cuidados para ellos.
Pero se equivocan. El egoísmo siempre se equivoca por un motivo muy simple que forma parte de su propia naturaleza: solamente es capaz de mirarse a sí mismo.
Si ellos defienden la aplicación del proverbial "yo, me mi conmigo" con los demás, están defendiendo que el Gobierno, las autoridades sanitarias y los políticos lo apliquen también.
Y por mucho que tuiteen a su favor, por mucho que se afilien o voten a su partido, ellos nunca formarán parte del "yo, me mi conmigo" de los políticos que están destrozando la sanidad pública -y todo lo público en general- con su furibunda, egoísta e irracional aquiescencia.
Los siervos nunca forman parte del egoísmo de su señor. Aunque le besen la mano y le hagan reverencias.
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