Últimamente, por más que intentemos cerrar frentes y trincheras en esta indeseada confrontación que nos obligan a pelear contra aquellos que deberían gobernarnos por el bien de todos, no hacemos otra cosa que abrir otras nuevas.
Como hijos o deudos del inefable Robert A. Heinlein y su Guerra Interminable, nos vemos obligados a seguir peleando por elementos que ya habíamos ganado o, lo que es aún peor, que ya habían conseguido para nosotros generaciones anteriores de lucha y sangre.
Bastante tenemos con todo ello, más la supervivencia cotidiana, más nuestras peleas privadas, más nuestros riesgos afectivos y desavenencias íntimas como para que encima aquellos que ocupan La Moncloa nos quieran arrojar a otra lucha inexistente, a otro delirio combativo que no existe y que solamente han creado como cortina de humo para ocultar todo lo demás.
Ahora, desde Moncloa y desde Génova, desde el Congreso y desde el Senado, nos llaman a defender algo que han dado en llamar La Dignidad de España.
Y para ello tiran de toda suerte de batallas, escaramuzas y refriegas en las que quieren involucrarnos como mesnadas combatientes de la defensa orgullosa de la patria.
Desde el desmontaje legal de la Doctrina Parot hasta los homenajes a los etarras excarcelados; desde los bloques de cemento y las gasolineras flotantes en el Peñón hasta los intentos de aglutinación soberanista en Catalunya, desde las protestas y manifestaciones contra el Gobierno Central hasta las quejas contra los gobiernos autonómicos, desde las izadas de banderas españolas boca abajo -un símbolo muy anglosajón, por cierto- hasta las pitadas futboleras extemporáneas al himno patrio o al monarca, todo atenta contra la dignidad de España.
Y nos dicen, nos repiten y nos machacan con que eso es lo importante, con que eso es lo que hay que defender por encima de todo, con la consigna de que mientras eso no se solucione, no se evite, no se pare, España está en peligro e insultada en su dignidad.
Pues bien, hablemos de la dignidad de España.
La dignidad de España no está en su bandera por muy simbólica que sea, no está en su tierra por muy productiva que sea, no está en su historia por muy grandiosa que se venda o se recuerde.
La dignidad de España está en sus habitantes, está en nosotros. Si queremos recuperar, salvaguardar o engrandecer la dignidad de España lo tenemos muy fácil.
La dignidad de España está en sus habitantes, está en nosotros. Si queremos recuperar, salvaguardar o engrandecer la dignidad de España lo tenemos muy fácil.
Hagamos que no haya un millón de familias desahuciadas malviviendo de la caridad de sus parientes o de la miseria de las calles; hagamos que no haya seis millones de españoles y españolas que se pasan toda la semana al sol, cociéndose en la desesperación del desempleo; hagamos que nuestras noches madrileñas no se pueblen de 75.000 sombras que pierden sin quererlo poco a poco la humanidad a fuerza de rebuscar en la basura la comida podrida o desechada que otros no han comido.
Si queremos recuperar la dignidad de España no dejemos que nuestros gobernantes nos vendan al peso a inversores internacionales que exigen para darnos trabajo no pagar impuestos, no tener que enfrentarse a los sindicatos, que se cambien las leyes para ellos y que les sean entregados ciudadanos españoles para ganar dinero como si fueran una cuerda de esclavos.
Me creeré que estamos hablando de la dignidad de España, me creeré que aquellos que la tienen en la boca y la bandera, la quieren recuperar, cuando les vea protestar por la indignidad que supone que 64.000 alumnos de la enseñanza pública estudien en barracones hediondos, anegados y fríos, cuando les vea reclamar la dignidad de nuestro país para que no se aparque la ciencia en beneficio de los toros, para que no se deje de pagar la calefacción de los colegios públicos para pagar a sus profesores de religión.
Me lo creeré cuando se indignen porque casi cuatro millones de niños españoles dependen de la comida que les dan en el comedor de los colegios para alimentarse, cuando se alteren porque el Gobierno español les cierra esos comedores para cuadrar cuentas en otras cosas.
Me lo creeré cuando se indignen porque casi cuatro millones de niños españoles dependen de la comida que les dan en el comedor de los colegios para alimentarse, cuando se alteren porque el Gobierno español les cierra esos comedores para cuadrar cuentas en otras cosas.
Podremos debatir sobre la dignidad de España cuando se muestren en contra de una ley educativa que roba la dignidad a las generaciones que están por venir, arrojándolas a un sistema de conocimientos mínimos que tan solo les permitirá arrastrarse de un salario miserable de 700 euros mensuales en otro.
Hablaremos de la dignidad de España cuando defiendan que nuestro Gobierno no se comporte como un señor feudal de la edad media, cerrando sus fronteras con cuchillas, dejando morir a inmigrantes de pulmonía por falta de atención, haciendo que las mujeres españolas tengan que pagarse las mamografías en algunas comunidades autónomas, haciendo que los enfermos crónicos tengan que gastar en el copago sanitario un 35% de sus pírricas pensiones, vendiendo la salud pública a sus amigos, cercenando prestaciones sanitarias y cerrando quirófanos, unidades del Dolor, centros de investigación médica y todo lo que permite que los enfermos mantengan su dignidad pese a estar enfermos.
España será digna cuando sus personas dependientes no tengan que echar mano de la caridad porque les recortan las ayudas, les eliminan los anclajes y se les niega toda dignidad por el mero echo de no poder valerse por sí mismos.
España será digna cuando sus personas dependientes no tengan que echar mano de la caridad porque les recortan las ayudas, les eliminan los anclajes y se les niega toda dignidad por el mero echo de no poder valerse por sí mismos.
España será digna cuando las pensiones de los que han trabajado y cotizado durante toda su vida no suban dos euros al año dejándoles solamente 200 céntimos más lejos de la miseria, cuando los salarios de los que aún trabajamos no se congelen mientras los beneficios empresariales de sus empleadores se mantengan en guarismos de al menos nueve cifras.
España será digna cuando los hijos cualificados de esta tierra no tengan que emigrar a Alemania a hacer de peones o camareros, cuando las hijas preparadas de este país no tengan que marcharse a Europa a limpiar culos, cuando los que se quedan no tengan que agachar la cabeza, viendo como se pisotean sus derechos, para mantener el puesto de trabajo o no tengan que ir pegados a la pared de su centro de trabajo para evitar que un compañero les clave un cuchillo metafórico en la espalda en una continua guerra de todos contra todos para no entrar en las listas negras de los ERE y los despidos.
Será creíble que todos los que tiran de patria, rey y bandera para defender la dignidad de España se preocupan por esa dignidad, cuando les preocupen las víctimas de la miseria, los despidos y la beligerancia económica de nuestro gobierno tanto como las del terrorismo, cuando reclamen la misma dignidad para las víctimas del incremento del 30% de suicidios durante la crisis como la que reclaman para las víctimas de los locos furiosos de ETA.
España tendrá a salvo su dignidad cuando no se cierren medios públicos porque no les son afectos, cuando no se pretenda transformar la información pública en propaganda gubernamental, cuando los profesionales de la información puedan informar sin necesidad de mirar por encima del hombro para mantener contento al comisario político de turno.
España tendrá a salvo su dignidad cuando no se cierren medios públicos porque no les son afectos, cuando no se pretenda transformar la información pública en propaganda gubernamental, cuando los profesionales de la información puedan informar sin necesidad de mirar por encima del hombro para mantener contento al comisario político de turno.
Será posible que se hable de la dignidad de España cuando incluyan en el concepto de dignidad de una nación la capacidad de los ciudadanos para manifestarse y protestar, cuando se planteen lo indigno que es para un país que su gobierno redacte proyectos de ley mordaza de la prensa, de leyes de restricción de derechos de los ciudadanos en aras de mejorar su imagen pública o de leyes que se pasan por el arco del triunfo la división de poderes, se arroban potestades de la judicatura o están destinadas exclusivamente a controlar poderes públicos que deberían ser los que controlaran al Gobierno.
Cuando haya visto a todos aquellos que hablan de la dignidad de España defiendo todas y cada una de las dignidades de los españoles, todas y cada una de las dignidades que este gobierno arrebata a los que más precisan de él para mantenerlas, entonces quizás tenga un rato para poder discutir si el soberanismo catalán afecta o no a la dignidad de España, si insultar al rey o izar la bandera de España boca abajo afecta a la dignidad de España o si pitar el himno nacional o hacer homenajes a excarcelados legalmente que han cumplido su condena amenaza la dignidad de España.
En tanto eso ocurra solo cabe pensar que aquellos que entran al trapo de esa nueva cortina de humo de la Dignidad de España cada vez que se habla de bandera, territorio, unidad nacional o pretérito terrorismo lo único que hacen es lo que han hecho siempre.
Protegidos tras sus buenos sueldos -que se los ganarán, seguro- o los ingresos de sus ilustres apellidos, pretenden ocultar que la dignidad de los españoles les importa un carajo mientras perjudique su posición económica y que lo único que tienen en la mente con su constante recurso a la dignidad patria es ocultar la única verdad que es innegable
Que ellos son la principal indignidad de España.
O, para decirlo en términos de orgullo nacional que puedan entender, nadie que se preocupa más por la dignidad ficticia de un símbolo o un territorio que por la dignidad real de todos y cada uno de los españoles que se supone que están tras ese símbolo merece ser llamado español. Y , de paso, apenas merece ser llamado humano. Aunque eso les importará menos que no ser españoles.
O, para decirlo en términos de orgullo nacional que puedan entender, nadie que se preocupa más por la dignidad ficticia de un símbolo o un territorio que por la dignidad real de todos y cada uno de los españoles que se supone que están tras ese símbolo merece ser llamado español. Y , de paso, apenas merece ser llamado humano. Aunque eso les importará menos que no ser españoles.
Y ahora, volved a por más. Con bandera, himno y escudo patrio, volved a por más.
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