Nadie tiene la culpa.
Ese axioma que nos ha servido desde hace varias generaciones para preservar nuestra conciencia como individuos y eludir nuestra responsabilidad social como civilización en este Occidente Atlántico nuestro parece que es aplicable una vez más.
Un medicamento sale al mercado y resulta tremendamente efectivo contra la Hepatitis C. Pero la medicina en cuestión alcanza un precio de 80.000 dólares, 60.000 euros, vamos.Tenemos la cura para la Hepatitis C pero no podemos utilizarla y nadie tiene la culpa.
No tienen la culpa los científicos que la han desarrollado porque ellos se han limitado a hacer su trabajo y lo han hecho bien, rematadamente bien.
No la tiene la empresa farmacéutica que la comercializa porque los costes de investigación que ha supuesto su creación han sido exorbitantes y sus costes de elaboración no le van a la zaga.
No tienen la culpa los gobiernos porque pocos son los que están, dado el estado de la economía global, en condiciones de sufragar el coste de ese medicamento.
Así que, al parecer nadie tiene la culpa.
Novecientos mil enfermos de Hepatitis C en España no tienen acceso a esta medicina y nadie tiene la culpa. Ciento noventa millones de seres humanos que padecen esta enfermedad en el mundo no pueden costearse este tratamiento y nadie tiene la culpa.
Y como no hay culpables parece que no hay soluciones. Como no tenemos a nadie a quien responsabilizar del absurdo hecho de que una cura no sirva para nada porque no hay dinero suficiente en el sistema para que se pueda administrar a quien la necesita parece que nadie es responsable tampoco de hallar la solución.
Los profetas del estatalismo a ultranza llenan las redes de exigencias de que se arrebate la patente a la empresa farmacéutica y se fabrique libremente en un canto de cisne que confunde justicia con necesidad.
Otros, más comedidos adalides de las políticas sociales, claman por su incorporación inmediata a la lista de medicamentos financiados por la Seguridad Social sin importar el coste, los números rojos de la administración ni ningún otro baremo. Ignorando o pretendiendo ignorar el hecho matemático de primaria de que un millón de enfermos por 60.000 euros de tratamiento suponen 60.000 millones de euros en un presupuesto sanitario sumado de todas las administraciones que, en sus tiempos más expansivos, allá por el lejano 2010, alcanzaba con problemas los 100.000 millones.
Los garantes del liberalismo capitalista a ultranza también aportan su solución y hablan de mercados, de acceso, de ajuste de precios a medio plazo, negando la mayor del sistema que ellos mismos defienden.
Sin darse cuenta que no puede haber balanceo entre oferta y demanda que ajuste el precio del fármaco porque nadie va a infectar masivamente a la población de Hepatitis C para que la empresa pueda lograr las mismas ganancias a través de la venta de más producto.
Pasando por alto que por más que aumente el número de enfermos, este aumento se producirá mayoritariamente en países y zonas que no están en condiciones de pagar siquiera 10 euros por una medicina.
Y los que están intentando hacer equilibrios entre un sistema moribundo y otro que ya yace muerto hablan de créditos blandos, de préstamos a largo plazo a los enfermos para que sufraguen el coste del tratamiento y se empeñan en cerrar los ojos al hecho de que las familias en gran parte del Occidente Atlántico se encuentran ya ahogadas por un sistema financiero que ha usado y abusado de la deuda apalancada, por unas hipotecas a las que no pueden hacer frente, por una forma de vida basada en el crédito constante que nos ha llevado a la crisis continua y desastrosa.
Conclusión aparente. No hay solución. Conclusión real. No hay solución.
Porque con una medicina desarrollada dentro del actual sistema, en el que la investigación científica y médica está en manos de empresas privadas, en el que el gasto en investigación de las empresas es 350 veces mayor que el de los gobiernos, no hay forma de lograr que la medicación contra la Hepatitis C llegue a todos los que la necesitan de forma gratuita o al menos a un coste asumible por las maltrechas economías domésticas.
En nuestro actual sistema habría que establecer la Ley Marcial para arrancar a punta de cetme la patente de ese medicamento a la compañía y declarar el Estado de Sitio para arrebatar a los que tienen el dinero la financiación suficiente para elaborarla.
No hay solución porque nadie tiene la culpa o al menos nadie quiere reconocer que la tiene.
Se pueden poner todos los parches que se quieran, desde las subvenciones parciales a las donaciones de la empresa, desde las ayudas privadas a las centrales públicas de medicamentos. Pero no hay una solución definitiva.
Porque esa solución pasa por el cambio, por el cambio absoluto y radical de modelo.
Un modelo que sea un sistema global de investigación que trascendiera los intereses privados de las empresas y nacionales de los estados en el que la investigación médica y científica se hiciera para todos, pagada con el dinero de todos.
Y de que eso no sea posible hay demasiados culpables como para que lo reconozcan.
Porque los gobiernos deberían dejar de anteponer sus intereses nacionales y aportar esa financiación a organismos que escaparían a su control y que no podrían manipular en busca de rendimientos electorales y claro no están dispuestos a hacerlo.
Porque los defensores del mercado libre, sin regulación ninguna e incontrolado tendrían que asumir que la iniciativa privada vale para vender tecnología, patatas o entremetimiento pero no para comerciar con la salud ; porque los defensores del estatalismo controlado deberían renunciar a la rigidez de un sistema que iguala en la pobreza porque no se puede racionar el derecho a un tratamiento médico; porque los buscadores de beneficios tendrían que aceptar que les detrajeran parte de ellos para destinarlos a esos fines sin esperar a que ellos los donaran o su conciencia les hiciera regalarlos graciosamente a cambio de pingues desgravaciones impositivas, eso sí; porque deberían aceptar compartir otra parte de esos beneficios con aquellos que hacen que puedan conseguirlos y no guardarlos para ellos, sus accionistas, su lujo y sus cuentas bancarias secretas y ocultas. Y no están dispuestos a nada de todo eso.
Y porque nosotros, sí nosotros, tendríamos que experimentar un cambio radical.
Tendríamos que dejar de considerar que los impuestos son dinero nuestro que se nos lleva el Estado deforma artera y miserable, tendríamos que estar dispuestos -una vez que tuviéramos el salario adecuado a los beneficios que nuestros contratadores obtienen de nuestro trabajo, por supuesto- a que nos detrajeran una parte de los mismos sabiendo que no era para nosotros o para nuestro país sino para un bien global que puede nunca repercuta directamente en nosotros si nunca contraemos la Hepatitis C; tendríamos que estar dispuestos a no pensar que nuestros gastos y necesidades son más importantes que la salud del conjunto de la humanidad, mucha de la cual no está en condiciones de pagarse ni siquiera la cura para un resfriado. Y tampoco vamos a asumir todo eso ni de lejos.
Y así sí habría solución para el absurdo sinsentido de que se desarrolle un medicamento que quede fuera del alcance del 98,9% de la población afectada por la enfermedad que sana.
Vaya, pues parece que al final sí hay bastantes que tenemos la culpa de que cosas como esa ocurran y sigan ocurriendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario