Ya resulta difícil discutir que pasamos nuestras vidas como sociedad y como individuos en islotes quejumbrosos rodeados del océano de nuestro propio egoísmo, el que tenemos, así de natural, como humanos y el que añadimos por la vía de nuestra condición de occidentales atlánticos.
Pero hay hechos, circunstancias comparativas si se quiere, que nos lo demuestran aunque en principio parezca que nada tengan que ver con ello.
Y una de esas casualidades, una de esas coincidencias es la que forman un triángulo de vértices difusos que forman un vuelo derribado, una revuelta secesionista y una operación de castigo que se desarrolla en el otro lado del mundo.
Holanda, Donetsk y Gaza son el nuevo Triángulo de las Bermudas donde es absorbida la realidad por el maelstrom imparable de nuestro egoísmo.
Europa está indignada porque alguien ha hecho descender por la tremenda de los cielos de Ucrania un avión de una línea aérea malaya. Desde los bares a los pasillos, desde los despachos hasta los hemiciclos, se piden responsabilidades, se exigen culpables, se buscan responsabilidades.
Hace unos meses la misma situación, de la misma compañía, de casi idéntico número de pasajeros, era saludada con chistes en las redes sociales, con despegada frialdad en los medios de comunicación y con indiferencia entre los comentaristas de café y barra de bar.
Pero ahora han caído holandeses, no desconocidos habitantes de lejanos países superpoblados, son holandeses, los tenemos aquí al lado y eso es diferente.
Y es que a lo peor a los ucranianos o a los secesionistas pro rusos les da por hacer bajar otro avión del cielo cuando nosotros volemos hacia Vietnam, China o Camboya en nuestras próximas vacaciones o en nuestra programada luna de miel veraniega.
Y hasta ahí el egoísmo propio del ser humano. Hasta ahí ese vicio que reproducen nuestros genes de Homo Sapiens de preocuparnos por lo nuestro, de solamente dar importancia a lo cercano.
Ahora llega el otro, el egoísmo occidental atlántico.
Ucrania está en guerra. Pro y contra rusos se están disparando y matándose a tiros cada día. Donetsk está prácticamente bajo asedio, los milicianos de la auto proclamada república se despiden de sus familias y las envían al campo ante la batalla que se avecina y nosotros, nuestras instituciones europeas, nuestras autoridades comunes, tienen la desfachatez de exigirles que paren su guerra, no porque se están matando sino porque nosotros queremos saber qué ha pasado con un avión cargado de holandeses que pasada por allí.
De repente nos vemos con que la guerra ucrania es importante porque unos cuantos centenares de cadáveres holandeses -y perdón por la frialdad del sintagma, pero está colocado adrede- yacen en un tren y sus familiares tienen derecho a saber, nuestros camaradas occidentales atlánticos tienen prioridad sobre cualquier otro horror, tragedia o drama que se esté produciendo a diario en las llanuras ucranias abocadas a la guerra.
Los medios de comunicación hablan del horror que es para los familiares no saber nada de sus muertos, de la incertidumbre; los organismos europeos exigen una tregua para que se pueda investigar, para que los expertos determinen qué es lo que ocurrió, para que nosotros tengamos claro que es lo que pasó.
Y un Occidente Atlántico que ha jugado a no decir nada sobre una guerra que se gestó y se desarrolla ante sus ojos, se atreve ahora a cambiar la mano y exigir una parada técnica para que se pueda aclarar lo sucedido.
Mientras los ucranios se matan no importa, nuestro gas es más importante, nuestra reserva energética es más relevante, ¡que siga la guerra mientras nosotros miramos a otro lado!
Pero cuando caen occidentales atlánticos la guerra debe parar, debe detenerse. Luego que sigan con lo suyo pero nosotros queremos saber quién es el culpable.
Hasta hay medios de comunicación que exigen la intervención en Ucrania no para que la guerra se detenga sino para que "este tipo de ataques no vuelvan a producirse". Para que no nos salpique, por resumir.
Pues bien ha sido la guerra. Da igual que hayan sido los pro rusos o los ucranios, da igual si ha sido un misil tierra aire lanzado desde un camión o un misil interceptor lanzado desde un MiG 29 en pleno vuelo. Ha sido la guerra a la que nosotros no hicimos caso porque no tenía nada que ver con nosotros, porque eran rusos pegándose con rusos, porque nuestro gas llega desde Argelia y no desde el Cáucaso.
Nuestra indiferencia ha derribado ese avión, ha matado a esos holandeses y nos ha hecho estallar la guerra de Ucrania en las narices por más que nos rasguemos las vestiduras y nos mesemos los cabellos para negarlo.
Y ahora no tenemos derecho a exigir que pare para sentirnos tranquilos. No, si no lo hemos hecho antes para intentar conseguir que los ucranios vivan tranquilos.
Y habrá quien dirá que la diferencia es que esos holandeses eran inocentes, no tenían porque morir por una guerra que no tenía nada que ver con ellos -con su gas y el nuestro sí, pero no con ellos directamente- y aquí es donde se dibuja la otra linea que cierra el Triángulo de las Bermudas de nuestro egocentrismo completa su vértice en Gaza.
La UE, la OSCE y no se sabe cuantas organizaciones más acuden a verificar lo ocurrido, a comprobar cual ha sido el motivo de la muerte de inocentes mientras miles mueren en Gaza sin que nadie destaque un solo experto para verificar nada, para comprobar nada, para hacer un informe de nada, para intervenir en nada.
Donetsk, Moscú y Kiev deben detener su guerra tripartita porque nosotros tenemos derecho a saber el cómo, el cuándo y el porqué de nuestros muertos, pero los locos de Hamás y los cada vez más enloquecidos gobernantes del Likud israelí pueden proseguir la suya porque ninguno de los inocentes de unos y otros que mueren en ella son de los nuestros.
O sea que la guerra no debe detenerse si los que caen son los niños de Donetsk o de Gaza, si los que están en riesgo son los no combatientes de Ucrania, de Tel Aviv o de Rafah. La guerra debe detenerse si nuestros turistas corren peligro de ser bajados del cielo a golpe de misil.
Todo sabemos la respuesta pero conviene de vez en cuando volver a hacer la pregunta en modo retórico para que lo recordemos
¿Cómo hemos llegado a esto?
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