Como los mercados andan en situación de soponcio permanente y parece que las autoridades económicas no son capaces de apartarlos de los sobresaltos constantes que están a punto de llevarnos a nosotros a urgencias -por desnutrición, claro está- parece que las autoridades militares estadounidenses han decidido tomar cartas en el asunto.
No es algo normal en un país en el que los militares son listos y no dejan ver que están por encima del poder, más allá de la ley y en el centro mismo de la economía, pero parece que la situación es tan grave que han decidido intervenir.
Y su idea ha sido abrir un nuevo mercado. Uno que permanezca estable y que contribuya a tranquilizar a los otros. Uno que no dispare la inflación y en el que la especulación, aunque inevitable, se mantenga dentro de los límites razonables.
La Auditoría Militar de Los Estados Unidos de América, con sede en Maryland, Virginia, ha inaugurado con éxito el mercado de vidas civiles. Un mercado por supuesto internacional en el que todos están invitados a participar.
Y para demostrar que es un mercado diferente, un mercado estable, han permitido que abra a la baja. La vida humana se cotiza a cero y bajando con un vencimiento aproximado de tres días.
¿De dónde sale esta cifra? Muy sencillo. Es el resultado de dividir las 25 personas que murieron en un ataque de furia de las Corps de Marines en Irak por entre los días de condena que le han impuesto al único encausado por tal masacre. Tres meses de condena por 25 personas muertas. Aproximadamente tres días y pico por cada una.
Ciertamente el mercado de vidas ha abierto a la baja.
Ya se barruntaba algo así con los experimentos anteriores. La Compañía de Marines miccionadores, primera entidad militar en cotizar en este nuevo mercado, anticipaba algo por el estilo. Que les acusaran de conducta impropia y simplemente se les condene a un par de meses de reclusión y a la licenciatura con deshonor por orinarse en el rostro de unos afganos muertos no era una señal muy halagüeña para la apertura del mercado de vidas militar en Estados Unidos.
Pero lo de la sentencia al sargento del Marine Corps Frank Wuterich ha hecho desmoronarse la cotización a límites que no se veían desde la Gran Depresión. 25 muertos, tres meses es una correlación que pocas civilizaciones pueden ni siquiera entender.
Pero no es que los auditores militares estadunidenses no hayan encontrado pruebas de lo ocurrido, no es que solamente se le pueda acusar de negación de auxilio o de no impedir la matanza que otros perpetraron. Es que han hecho un trato. Así de sencillo.
Ellos saben que al chaval, de 31 años, 24 cuando ocurrieron los hechos -¿alguien me puede explicar cómo es posible que un sargento tenga 24 años y se le envía a liderar hombres a la guerra?-, ordenó que se matara sistemáticamente a toda persona que se encontrara en la aldea iraquí de Thaer Thabet al-Hadithi después de que una bomba colocada en la carretera hiciera saltar por los aires el primer coche del convoy que comandaba y matara al conductor.
Ellos saben que el mismo sacó a un taxista a dos adolescentes de un coche y les descerrajó dos tiros a cada uno en la cabeza mientras sus hombres, siguiendo sus órdenes, entraban en las casas y ametrallaban a todo el que se encontraban por delante.
No es que ignoren que entre ellos diez mujeres y niños. No es que importen más que los hombres, pero en estos casos parece que es más grave, que son más civiles. Como si a un varón no se le concediera nunca del todo la condición de no combatiente. Como si no se la hubieran ganado con creces a lo largo de los siglos.
No es que no hayan visto la cinta que grabó un habitante de la aldea escondido en una azotea que logró escapar de la carnicería en la que se ve al sargento de marras animar a sus hombres a que, así, sin preguntar, sin ninguna demora, arrojaran granadas de fragmentación por las ventanas y las puertas de las casas antes de entrar en ellas.
No es que desconozcan que hasta los propios soldados que acabaron con esas vidas supieran que estaba mal lo que estaban haciendo hasta el punto de que se inventaron un ataque de insurgentes posterior a la explosión para justificar los cadáveres que fue reflejado en la prensa de entonces y en el parte militar de bajas, más o menos así.
"Un soldado del Marine Corps de EE UU y 15 civiles perdieron la vida ayer por la explosión de una bomba en una carretera en Haditha. Inmediatamente después de la explosión, hombres armados atacaron el convoy con armas de fuego. Soldados del ejército iraquí y los marines respondieron a los disparos, matando a ocho insurgentes e hiriendo a otro".
Los auditores militares saben que ocurrió todo eso y no se preocupan por negarlo pero como no se le puede joder la vida al chaval, han decidido que todo eso no constituye un delito de homicidio. Ni siquiera sacar de un taxi a un ser humano -a tres en este caso- y dispararle en la cabeza es un homicidio.
Es algo vagamente llamado negligencia en el deber, pero no es homicidio. Ni por supuesto asesinato, masacre, matanza o ejecución ilegal. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
No sé si es que se ha inventado una nueva figura penal que se debería bautizar como iraquicidio o islamicidido o civilicidio o xenocidio -¡anda, esa ya existe, de nuevo el mítico Orsond Scott Card nos lleva la delantera!- que no deba penarse porque esas muertes no importan a nadie, pero el caso es que si matar a 25 personas no es un homicidio porque se produce en Irak, si hacer saltar un coche por los aires con su ocupante dentro no es un acto de terrorismo porque ocurre en una avenida de Teherán, entonces el nuevo mercado financiero de las vidas humanas va a seguir a la baja.
Y no vamos a poder pararlo. No vamos a poder hacerlo repuntar.
Los locos fanáticos de la yihad se encogerán de hombres cuando una de sus bombas haga saltar por los aires a otros diez, veinte, cien, o tres mil estadounidenses, españoles, ingleses o franceses y dirán que el occidentalicidio no es homicidio, los que utilizan la fuerza y la violencia para defender cualquier punto de vista -razonable o no- impondrán el mismo criterio cuando hagan volar un autobús y dirán que el civilicidio no es homicidio, cuando ametrallen un cuartel de una fuerza de ocupación y dirán que el xenocidio no es homicidio.
La Auditoria Militar estadounidense ha abierto un mercado con su arreglo con el sargento Wuterich por el cual no podemos echarle nada en cara a las lapidaciones iraníes, a los asesinatos represivos sirios, a los escuadrones cívicos y sus acuchillamientos en la noche de Chávez en Venezuela, a las ejecuciones sumaria iraquíes, a los asesinatos nada selectivos israelíes -bueno, a esos poco les echamos ya en cara-, a las limpiezas étnicas birmanas, a los asesinatos religiosos en Nigeria, a las ejecuciones sumarias en China, a las muertes de disidentes en Cuba, a las matanzas secretas y públicas de los cárteles en México.
Porque en este nuevo mercado de vidas que cotizan a tres días y pico de vencimiento el "otrocidio" no se pena, no se castiga. Y nosotros, aunque nos creamos el centro del universo en expansión, siempre seremos "los otros" para aquellos a los que nosotros tratamos de igual forma..
Alguien me dijo ayer sin ir más lejos que ya no hay ética en el mundo y yo le dije que se equivocaba de medio a medio. Se lo dije y lo mantengo.
La ética está ahí y es solamente nuestra renuncia a ella lo que hace que no se aplique. No podemos esperar que la ética se personalice en una bella figura de corte heleno con túnica, como la justicia, la victoria o la venganza clásicas, y nos obligue a respetar su imperio.
Ya está ahí. Ha estado siempre. Por eso los heroicos componentes del Primer Batallón de Marines destinado en Irak -¡Semper Fi!- fingió un ataque insurgente, porque sabían que lo que acaban de hacer atentaba contra cualquier ética conocida o por conocer; por eso la Auditoria Militar de Los Estados Unidos de América se ha inventado un rocambole judicial para no fusilar al sargento de marras, porque sabe que lo que hizo es una locura, es una falla ética de las dimensiones de la de San Andrés, por eso los locos furiosos se inventan explicaciones divinas e interpretaciones proféticas, porque saben que lo que hacen no responde a ética ninguna.
La ética está ahí. Pero nosotros la dejamos descansar.
Ella no se ha esfumado. Somos nosotros los que hemos desaparecido. Es el Género Humano el que se difumina sin prisa pero sin pausa. Somos nosotros, todos nosotros, los que hemos encerrado a la ética en lo más profundo de nuestros endurecidos y cada vez más inservibles corazones, custodiada por un regimiento de nuestros egoísmos y una brigada especial de nuestros miedos, y hemos tirado la llave a la más profunda de las simas marinas que hemos encontrado.
Porque todo parte y surge de nosotros. De la decisión que tomamos cuando decidimos que todo valía. Esto no viene del complejo militar industrial estadounidenses, de la furiosa regresión a la barbarie que supone toda guerra, del imperialismo yanqui, ni de la insensibilidad militar. Viene de una sola cosa, de una sola decisión que nos caracteriza como civilización: la objetivación del otro.
Este mercado se abrió cuando decidimos que se puede entender y tratar al "otro" como un objeto. Y eso fue hace mucho tiempo.
Empezó cuando decidimos que se podía utilizar un embazado y un bebé como una herramienta de curación para nosotros mismos, cuando decidimos que nuestros vástagos tenían que ser usadas como extensiones de nuestros sueños y curaciones de nuestras frustraciones, cuando aceptamos usar a otros y otras, encontrados en la barra de un bar en la pista de una discoteca, como un objeto para cubrir nuestras necesidades de placer, cuando decidimos usar a otros, en nuestra oficina, en nuestro despacho o en nuestro centro de trabajo, para afirmar nuestras necesidades de poder o de relevancia, cuando decidimos, en definitiva, que como nosotros éramos el centro del universo, nosotros éramos la única persona que importaba y por tanto los otros no eran considerados ni siquiera personas. Eran simplemente "los otros".
Y ahora ese mercado ha puesto a cotizar a la muerte.
Y eso nos asusta, nos contrae. Pero no hay ni una sola diferencia entre lo que llevó al ya soldado -porque le han degradado, eso sí- Wuterich a descerrajar dos tiros en la cabeza de un taxista iraquí que pasaba por ahí para intentar apagar la ira que la muerte de su compañero le había causado y cada una de las cosas que nosotros hacemos para lograr apagar nuestros miedos, nuestras frustraciones, nuestros calentones o nuestras pasiones.
Los otros son objetos. Por eso usarlos no es delito -ya sea en Irak o en La Posada de Las Ánimas -algún día os hablaré de ese peculiar garito-, Por eso ignorarlos no es pecado -ya sea en África o a la vuelta de la esquina-. Por eso matarlos no es un homicidio.
Una vez más el espejo del horror nos devuelve nuestro propio rostro mientras la ética sigue llamando insistente y no escuchada a nuestra puerta. Si no se la abrimos para lo pequeño, para lo cotidiano, ya nunca podremos exigir a nadie que se la abra para lo esencial.
Aunque nos joda, la responsabilidad de contener el desplome del mercado de la vida humana vuelve a ser nuestra.
PD
Un matiz: He podido escribir todo el post si llamar asesino ni homicida a Wuterich porque legalmente no lo es. Y el que tenga oídos para oír que oiga.
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