Hay gente que siempre lo pondrá en duda. Los hay que no saben reconocer un movimiento aunque se repita hasta la extenuación, hasta el método a lo largo de los siglos, a lo largo de la historia.
Pero eso no hace que no suceda, que no ocurra. Y en esa porción del mundo que llamamos Próximo Oriente pero quien está tan próximo a nosotros, en interés y preocupación, como podrían estarlo las ruinas sumergidas de la Atlántida, está volviendo a pasar.
Como siempre, cuando hablan los pueblos, callan las armas. A menos que sean los pueblos los que empuñan esas armas.
Y ese no es el caso de Palestina. En Palestina el pueblo no empuña armas, las han tomado un grupo de individuos que utilizan la estupidez congénita de los dirigentes de Israel y su sionismo trasnochado e inútil, para lanzar una cruzada que solo tiene dos objetivos: la uniformidad de pensamiento que ponga su malentendida religión en las almas de todos y su poder. Pero sobre todo su poder.
Pero hay algo que nos no cuadra. Hay algo que nos llega desde esa parte de Palestina que muere por partida doble en manos de Hamas y su locura mesiánica y bajo las garras de Israel y su recurrente incapacidad para el cambio.
De repente, cuando se encuentran en la mejor situación que han tenido desde que hace casi cuatro décadas comenzaran a confundir a dios con su poder y la libertad con su locura, cuando controlan Gaza y ejercen un gobierno que no lo es salvo por el nombre, que no por su legitimidad -ganada en las urnas, pero perdida un instante después en los humeantes tubos de sus Al Kasad y sus kalashnikov, su líder en el exilio, Jaled Meshal, anuncia su intención de dejar su cargo al frente del movimiento islámico palestino que impide moverse a Palestina.
¿Por qué? Meshal intentará convencer a propios y extraños -sobre todo a propios que son, en este y en otros muchos casos, los más peligrosos, que es por motivos personales, que es por cansancio o por motivos familiares. Incluso es posible que anuncie a bombo y platillo que se retira a la vida contemplativa.
Pero no convencerá a nadie. Aunque le compremos la excusa, aunque se la aceptemos, sabemos que Meshal se retira por un simple motivo. El motivo que mueve a todos aquellos que hacen de la imposición de sus ideas un arma arrojadiza contra aquellos a los que dicen defender, el motivo que les hace persistir en el esfuerzo baldío de matar cuando la muerte no soluciona nada. Meshal se retira por miedo.
Pero el terror que le aqueja no tiene nada que ver con su guerra. El hombre que ha llevado a Hamas al poder incontrolado e incontrolable en Gaza no teme los disparos, los misiles o los tanques de aquel que es su enemigo y que actúa como él, matando para imponer un criterio político al que no tiene derecho.
Eso lo tiene superado. Por eso vive en el exilio. Por eso vive en Siria donde los ataques selectivos no pueden alcanzarle, donde los misiles aire - tierra de los helicópteros israelíes no pueden hacerle volar por los aires a él y a su lustrosa escolta.
También tiene o parece tener controlado el miedo a sus propios hermanos de lucha y de fanatismo. Aunque, quizás el exilio en Damasco contribuye a ello en gran medida. A lo mejor estar lejos de aquellos que pueden rebanarte el gaznate en mitad de la noche por deseos de poder o por puro fanatismo religioso traicionado ayuda a sentirte tranquilo.
Entonces, si no son sus amigos, ni sus enemigos los que motivan el terror que lleva a Jaled Meshal a la renuncia ¿qué es lo que desata el pánico que aqueja al líder de la secta que controla con mano de hierro desde 1996?, ¿qué es lo que le amedrenta de tal manera que le hace escapar de su poder?
La respuesta es una sola palabra que da nombre a todo aquello que Meshal y los suyos dicen defender y que tan sólo quieren controlar: Palestina. Jaled Meshal tiene un pánico cerval a Palestina.
Porque por más que Israel, o al menos sus absurdos líderes del sionismo de la estrategia Masada, griten y peroren sobre lo que les perjudican las revoluciones democráticas en Egipto, Túnez, Siria y todo el entorno árabe, magrebí y musulmán. Se equivocan.
Ellos no son los principales perjudicados con la democracia árabe -es curioso que el gobierno de un país que grita a los cuatro vientos su democracia, se sienta aterrorizado ante la democracia de los demás-. La principal víctima mortal de la Primavera Árabe en Tierra Santa y alrededores es Hamas.
Porque El líder de la secta terrorista y su Consejo de la Shura -un remedo mezclado de Tribunal de La Santa Inquisición y Consejo Político de ETA- miran a su alrededor y ven que lo que pasa no es lo que ellos soñaron que pasaría.
Miran a Egipto y ven que los Hermanos Musulmanes -tan islamistas como ellos, pero mucho menos yihadistas, que son dos cosas, como diría aquel, distintas y distantes- tienen una base de poder legítima que ellos nunca podrán tener porque ellos siguen matando mientras los Hermanos Musulmanes siguen muriendo sin matar a nadie.
Y lo ven en Egipto y les molesta. Y Meshal se asoma al balcón de su cómodo escondite damasceno y contempla como el islamismo es la excusa que el enloquecido Al Asad mantiene la represión más dura que se recuerda desde los tiempos del Califato de Damasco, pero ellos no matan, no toman los subfusiles, las bombas y la locura y matan.
Hamas, que soñaba con un mundo islámico, está empezando a tenerlo. Lo tiene en Marruecos, lo tiene en Turquía, lo tiene en Túnez, en Egipto y lo tendrá sin duda en Yemen, en Siria, en Jordania, en Libia, en Argelia y en Bahréin. Pero no lo tiene impuesto por la sangre que tiñe el filo de sus alfanjes, no lo tiene por la balas que sesgas las vidas de aquellos que se oponen. Lo tiene por el simple hecho de que aquellos que deciden su gobierno han decidido que ese es el gobierno que quieren.
Y eso no le gusta a Hamas. Eso no le sirve. Tampoco nos sirve a nosotros. Pero nosotros no podemos protestar como Hamas.
Jared Meshal se marcha o se quiere marchar porque tiene miedo de que Palestina se vuelva a cualquiera de todos esos países. Porque teme que Palestina mire a Egipto y le utilice para algo más que para cavar túneles por los que se trasportan los explosivos y las armas que hacen posible su reinado mesiánico del terror.
Hasta ahora no podía hacerlo.
Hamas e Israel son aliados en la guerra contra Palestina. La mantenían ciega, bloqueada, incapaz de escapar de unos y de otros. Se enfrentaban por el poder, por eso son enemigos. Pero su objetivo es el mismo: que Palestina no sea libre, no sea de sí misma. En eso son aliados.
Pero si los palestinos miran a Egipto y sus Hermanos Musulmanes, a Turquía y su presidente Erdogan –que, de repente, parece El Gran Turco de antaño, pero sin jenízaros- entonces verán otra forma de hacerlo. Ya lo están viendo y ya comienzan a sospechar que tienen que librarse de Israel, sí, pero también tienen que librarse de Hamas.
Así que Meshal coge a sus guardaespaldas, su mesianismo furioso, su liderazgo y se va con la música a otra parte. Antes de que Palestina comience a mirarle con la misma mirada atravesada y furiosa con la que Libia miró a Gadafi, con la que Egipto miro a Mubarak o con la que Yemen escruta a Al Shaled o Siria contempla a El Asad.
Se va antes de que Palestina termine de atar cabos y se dé cuenta de que él es uno de sus enemigos más acérrimos.
Cuando los pueblos hablan y se consiguen las cosas con los votos, no tiene sentido usar las armas para lograrlo. Nosotros, nuestros gobiernos sucesivos, tardaron treinta años en aprender esa lección con ETA y con Bildu.
Los palestinos tienen más experiencia en morir y sufrir que nosotros. Tardarán mucho menos.
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