domingo, enero 29, 2012

Cuando se transforma el exterminio en Holocausto

Va a ser que no es la fecha más adecuada para decirlo, para hablar de estas cosas. Va a ser que el día después de la fecha elegida para conmemorar la matanza sistemática de judíos durante el imperio del terror que nacionalsocialismo alemán impuso en Europa, no es el día más adecuado para escribir un alegato contra el institucionalismo histórico.
O a lo mejor sí. A lo mejor no hay día mejor para hablar de estos asuntos sobre el uso y abuso de la historia, que este día después del recuerdo del pogromo más reciente -bueno, el pogromo más reciente acabado- da la historia de la humanidad para hablar de estas cosas.
A ver cómo lo digo para no convertirme en delincuente de opinión en un buen puñado de países de esos que dicen que respetan la libertad de expresión.
Los nazis mataron de manera sistemática y organizada a entre cuatro y seis millones de personas por su condición de pertenecer a la religión judía o al tronco racial hebreo durante La Segunda Guerra Mundial. Pero el Holocausto no existió.
¿Cómo se come esto? Muy sencillo. Recurramos al diccionario.
holocausto.
(Del lat. holocaustum, y este del gr. ὁλόκαυστος).

1. m. Gran matanza de seres humanos.

2. m. Acto de abnegación total que se lleva a cabo por amor.

3. m. Entre los israelitas especialmente, sacrificio religioso en que se quemaba toda la víctima.

Desechada la primera acepción, incluida en 1983, bastante después de que se produjeran los hechos a los que nos referimos y que está incluida ahí precisamente para dar carta de naturaleza lingüística al holocausto al que nos referimos, nos quedan las otras dos. Pero, claro está, tratándose de algo que tiene que ver con aquellos que profesan la religión judía, creo que no hace falta decir cuál es la definición de referencia a la que tendríamos que atenernos.
Precisamente por esa definición es por la que me obligado a decir que no hubo Holocausto.
Y se me dirá que es una forma de hablar, que es una metáfora, pero me veo en la necesidad de disentir. Detrás de esa definición hay muchas cosas, hay muchos matices que la convierten en algo tan pernicioso que impide que se tenga en toda su extensión.
Si la matanza sistemática de judíos por el régimen nazi de Adolf Hitler fue un holocausto significa que fue algo diferente, algo distinto de todas las demás cosas que hizo Hitler durante su régimen del terror y la locura.
Un holocausto es un sacrificio en aras de un dios. Así que fue dios el que envió a Hitler como castigo sobre su pueblo elegido, solamente sobre él porque a dios solamente le importa su pueblo. No los gentiles, no los paganos. Solamente su pueblo.
Y eso significa dos cosas.
La primera que la población judía tenía que aceptar ese sacrificio porque venía de dios. En otras palabras, que está justificado que no hubiera un mínimo rasgo de resistencia, de combate, que fueran, y nunca esta frase ha sido más literal  "como corderos al matadero". Porque dios quería ese sacrificio como el dios de la Zarza había impuesto otros muchos como el diluvio, Sodoma y Gomorra y todas las expiaciones relatadas en el Talmud -el Antiguo Testamento de los cristianos-.
Supone que estamos rememorando el día en el que los judíos aceptaron su destino por temor y fidelidad a su dios y se dejaron conducir a la muerte porque era algo impuesto, inevitable, contra lo que nada podían hacer.
La primera vez que mi hija tuvo acceso al dato de este lúgubre y trágico periodo de nuestra historia me pregunto ¿cómo es posible que Hitler matara a tantos? y yo me vi obligado a contestarle: Porque no lucharon, hija, porque no lucharon.
Cuando años después vio La Lista Schindler repitió la pregunta de otra forma ¿por qué no pelearon? Y a eso no quise contestarle. 
No lucharon porque era un Holocausto, porque habían decidido que lo era. Porque su religión les imponía que lo era -salvo en gloriosas excepciones como Cracovia, por ejemplo-.Puede que hubieran muerto igual, como otros muchos que lucharon y murieron, pero si te enfrentas a tu enemigo, si te llevas a unos cuantos por delante antes de morir, puede que a ti no sirva para nada pero al que queda en pie le sirve de mucho.
Aunque, claro, eso ya no sería un holocausto.
Así que si conmemoramos el Holocausto estamos conmemorando que los que huyeron a Estados Unidos, Argentina o cualquier otro lugar del mundo hicieron lo correcto, dejando a sus hermanos, vecinos y correligionarios al arbitrio de un loco furioso en lugar de quedarse con ellos e intentar advertirles hasta el último aliento del peligro que se avecinaba, en lugar de luchar por su libertad y luchar por ellos mismos y su dignidad.
Si conmemoramos el Holocausto y no el pogromo, la matanza, el exterminio o como queramos llamando, estamos justificando la pasividad de aquellos que teniendo claro lo que estaba pasando se negaron a contribuir con su esfuerzo y su lucha a contener al enemigo de todos en la esperanza de que ellos no se vieran atrapados en la vorágine destructiva y racista de Adolf Hitler.
Cuando el enemigo llama a la puerta de tu vecino tienes dos opciones, siempre las mismas, por más que las decores de otra forma: o coges las armas de que dispongas y corres a socorrerle o coges las riquezas que atesores y huyes y te escondes hasta que el enemigo desaparezca.
Respeto que hagas lo segundo, pero no voy a rendirte honores por ello.
Con la conmemoración del Holocausto estamos conmemorando la visión religiosa y fatalista de esa matanza indiscriminada, estamos aceptando la inevitabilidad de la misma que en la visión de la religión judía tiene ese momento. Estamos permitiendo que se eludan las responsabilidades históricas, los fallos de actuación y de concepción que la sociedad judía de esos años cometió y que contribuyeron involuntariamente a que eso sucediera.
No es un concepto elegido al azar, no es una metáfora sonora. Es una descripción de un hecho con la que no puedo estar de acuerdo.
Y que nadie enarbole en este momento su pluma acusándome de antisemitismo -como es habitual, llegados a este punto, cada vez que se exige revisión de algo relacionado con la matanza nazi de personas judías-. Hemos revisado en cientos de libros la posición de los gobiernos y sociedades europeas con respecto al nazismo y nadie se ha rasgado las vestiduras llamándonos antibritánicos, anti galos o anti italianos. Hemos llenado líneas y líneas de ensayos políticos e históricos sobre la posición y la reacción de los Estados Unidos de América y de su sociedad civil ante el auge del nazismo y nadie nos ha llamado antiamericanos e incluso hemos escrito y revisado hasta la saciedad los errores políticos y sociales que llevaron a Alemania a permitir, tolerar y apoyar el auge del nazismo y nadie nos ha llamado anti alemanes.
Revisar la postura de la sociedad judía ante el nazismo no es antisemitismo es el mínimo que exige el análisis histórico de cualquier hecho. Respeto su visión determinista cargada de religiosidad del asunto pero no tengo porque tolerar que se me imponga.
El mundo tiene muchos ojos y no todos ven las cosas a través de las palabras del dios de la zarza.
Y el segundo motivo por el que he decir, a despecho de los que quieren fijar, una visión concreta del pogromo nazi de judíos y convertirlo en El Holocausto, es que eso le convierte en algo diferente, en algo distinto. Eso da rango de naturaleza a un principio por el cual, ya sea por los motivos y por las formas, hay muertes más importantes que otras.
Y es de nuevo un matiz, es de nuevo algo que a lo mejor otros piensan que debería dejar pasar. Pero que no dejaré pasar.
Hitler y su régimen de locura no buscó el exterminio de los judíos porque fueran judíos. Se dedicó al exterminio sistemático de esa población porque no eran arios.
Puede parecer lo mismo, pero no lo es.
Porque eso significa que están en el mismo rango que la población gitana, casi completamente extinguida a manos del loco del nacionalsocialismo alemán, que están en el mismo rango que los eslavos sacrificados en Hungría o en Polonia por el hecho de ser eslavos. Eso significa que las muertes de entre cuatro y seis millones de judíos están en el mismo rango que todos el resto de los muertos de esa guerra, en el mismo rango de todos aquellos cuyo exterminio se buscaba por no ser arios.
Nadie duda de la escabechina que hubiera organizado Hitler en África si hubiera llegado a controlar el África negra. Nadie que haya leído a Hitler -que al enemigo hay que estudiarle por repugnante que sea- puede dudar de que no pretendía dejar nadie que no fuera ario sobre la tierra, de que la única manera de sobrevivir en el mundo si no pertenecías a su adorada etnia inventada era como esclavo.
Hitler empezó por el pueblo judío porque les tenía más a mano y porque probablemente albergaba contra él por sus propias desviaciones personales una inquina especial, pero su objetivo no era exterminar a los judíos, era hacer del mundo un mundo ario. Y eso incluye a todos los demás a los otros 100 millones de personas que murieron a sus manos o por su culpa en ese aciago periodo.
Conmemorar el exterminio sistemático de judíos de una forma especial, como si fuera algo distinto del resto de la locura asesina y exterminadora de un régimen que quería rehacer la faz de la tierra a imagen y semejanza de su raza soñada, otorga más valor a la muerte de una persona judía que a la del resto, como si hubiera sido más grave.
No tengo problema en valorar la importancia del sufrimiento de eso pueblo en concreto. Tengo muchos problemas a que no se valore el sufrimiento del resto. De todos los pueblos e ideologías que sufrieron ante ese irracional enemigo.
Porque rusos, ingleses, franceses, católicos, comunistas, serbios, anarquistas, magrebíes, caucásicos, negros, latinos, gitanos y hasta arios, fueron barridos de la faz de la tierra por ese enemigo y la única diferencia que hay entre su exterminio y el llamado Holocausto es que no se puede considerar una matanza sistemática porque ellos lucharon.
Y, aunque no tenga relevancia ni poder para evitarlo, no estoy dispuesto a consentir que el recuerdo de los que realmente hicieron algo para evitar el nazismo, de los que dieron su vida para combatirlo, se subsuma bajo el de unas víctimas especificas gracias a la sabia política de comunicación de ese colectivo en concreto.
Así que el Holocausto no existió porque la matanza organizada de  entre cuatro y seis millones de judíos en la Europa controlada por Hitler no fue un designio religioso y no fue diferente del resto de las muertes que originó el régimen enloquecido y  aterrador de Adolf Hitler.
Y no es que no lo conmemore. Es que lo hago cuando conmemoro, para no olvidar nunca, el resto de las muertes generadas en el conflicto.
Cuando las conmemoro para recordar siempre a donde nos conduce la locura egocéntrica y que hay que luchar contra ella cuando aparece. No esconderse y huir.
Y si ahora quieren procesarme por revisionista, que lo hagan.

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