domingo, enero 29, 2012

Dilma Rousseff no acude a nuestro velatorio

Hay cosas que nacen muertas.
Desde hace unos años el foro de Davos se ha convertido en una cansina letanía, en un reiterado coro que entona sin demasiada afinación un réquiem por un sistema económico que está agotado y moribundo y que amenaza con quemarnos en su pira como a una viuda hindú.
Y ahora a ese monocorde mantra de propuestas ya superadas, de soluciones ya imposibles, de presencias gastadas e intentos baldíos, se una una nueva nota, un nuevo acorde disonante. Una protesta.
Los jerarcas y demás actores inscritos y presentes en el foro de Davos protestan porque Brasil no está presente. No es del todo exacto, protestan porque la presidenta de Brasil pasa de ir a Davos y envía u ministro que no tiene nada que ver con la economía.
Vamos, porque demuestra abiertamente que le importa un bledo lo que se debata y se decida en Davos. Que no está dispuesta a portar un cirio en este nuevo funeral de Estado del liberal capitalismo tal y como lo hemos entendido hasta ahora.
Y los abanderados de todas las casas nobiliarias del capitalismo liberal que se reúnen Davos, ¿protestan porque Rousseff no hace un favor a su país tomándose en serio Davos?, ¿se indignan porque la presidenta brasileña esté deando a su país lejos de los beneficios que supone encontrar una solución en Davos?
No, hombre no. Eso supondría un cambio. Eso significaría que los allí presentes han contraído un virus que les ha hecho dejar de ser Occidentales Atlánticos.
Y si hay algo a lo que nunca van a renunciar los dirigentes de esta civilización a ser como lo es su creación, como lo somos nosotros.
Se quejan de que Rousseff no vaya a Davos por único motivo, egoísta y egocéntrico, porque nosotros necesitamos a Brasil, no porque Brasil nos necesite a nosotros. Que, por cierto, no es el caso.
Necesitamos a Brasil y el gigante sudamericano nos ignora. Y eso nos molesta, nos acongoja, lleva a los sepultureros del sistema económico que nos está matando a la desesperación.
Podemos lidiar con la cortes descortesía de los chinos que escuchan, asienten, fingen entender cuando interesa y fingen no entender cuando conviene y luego hacen lo que quieren, podemos tolerar la hosca diplomacia rusa, heredado de ese periodo suyo furibundo y soviético, que alardea, amenaza y hace cuanto le viene en gana sin contar con nosotros, podemos soportar la inexistencia de La India a nivel diplomático en todos los sentidos.
Pero que nos ignoren es algo que nos saca de quicio.
Porque los occidentales atlánticos -y con nosotros nuestros gobiernos- somos como párvulos enrabietados que creemos que nuestras necesidades son ley y prioridad en todo nuestro entorno, como bebés que esperan que el mundo se detenga con su llanto y aclimate su órbita poniéndolos a ellos en el centro.
Como hacemos nosotros en muchas otras facetas, no estamos cuando se nos necesita. No acudimos en ayuda de nadie si eso nos perjudica, no defendemos los derechos de los otros contra nuestros propios privilegios, disfrazamos de caridad la indiferencia, vestimos de solidarios golpecitos en la espalda la desidia, atrezamos con convencidos asentimientos nuestra más absoluta indolencia.
Porque ¿acudimos nosotros cuando durante siglos los caciques y hacendados sangraron su tierra y a su pueblo?, ¿acudimos cuando la dictadura militar lo destrozaba por dentro y por fuera?, ¿corrimos raudos cuando las multinacionales occidentales colaboraban en la esclavitud que imponían los caucheros y los buscadores de esmeraldas y amatistas?, ¿hablamos por ellos cuando el ecologismo trasnochado pretendía negarle el desarrollo protegiendo una selva que era la única que quedaba porque nosotros mismos habíamos destruido todas las demás?
No, no lo hicimos.
Pero ahora que nosotros los necesitamos para salvar un sistema que a ellos les ha mantenido en la miseria durante generaciones, ahora que les precisamos para abaratar nuestros costes, para colocar nuestros productos, exigimos que corran en nuestro auxilio, que acudan raudos a ver que le pasa al pequeño que llora.
Y Brasil y Dilma Rousseff no nos escuchan, nos ignoran y ni siquiera tienen la cortesía que se gastaba Lula Da Silva de fingir que no lo hacen.
No les importamos porque sean perversos o se hayan convertido en nuestros enemigos, no nos castigan con el látigo de su indiferencia porque se hayan transformado de repente en regímenes autárquicos o insolidarios. Lo hacen por un simple motivo.
De tanto repetírselo al final lo hemos conseguido. Les hemos convertido en nosotros.
Davos y la defensa del sistema económico que ese foro representa no les ofrece nada. Les ofrece una posición secundaria para que el corazón del Occidente Atlántico pueda seguir siendo la princesa del baile, les ofrece lo que les ha dado durante siglos aunque de una forma falsamente edulcorada. Les ofrece colaboración que en realidad en sometimiento a los intereses corporativos de las grandes empresas estadounidenses y europeas, les ofrece posición pero no decisión. Les ofrece beneficios pero no riqueza.
Y los países emergentes que ya son como nosotros -¿no es eso lo que queríamos?- ya no tragan.
Los adalides de Davos y del sistema moribundo niegan la mayor por esa incapacidad nuestra de percibir la realidad más allá de la nuestra, más allá de los parámetros que nos hacen sentir cómodos. Se niegan a ver algo que es tan evidente como el iceberg que hizo hundirse al Titanic, se niegan a reconocer que las llamadas economías emergentes no lo son por ser liberal capitalistas, lo son precisamente por no serlo.
Dos han optado por sistemas donde el control político es casi absoluto y les importa un bledo que nosotros lo veamos mal o nos indignemos o nos preocupemos.
Por un lado, Rusia ha puesto en marcha algo que solamente puede definirse como el capitalismo mafioso, algo parecido al capitalismo feudal de Japón, pero más descontrolado, más agresivo, más ruso.
Por el otro China ha optado por una suerte de comunismo estalinista capitalista en la que el control político es total y la economía, aunque capitalista, sigue controlada y dirigida de forma férrea en beneficio del Estado -o al menos de lo que sus mastodónticos próceres consideran el Estado-.
Y otros dos, La India y Brasil, han optado por fórmulas distintas pero ninguna de ellas es la que se está velando en Davos.
En La India todo es caos, no es desregulación, es falta absoluta de la misma, es indiferencia total a las normas que Occidente considera básicas para garantizar una actividad económica, no justa, sino que le beneficie.
Y Brasil se pasa el modelo occidental de economía por el forro del Cristo del Corcovado. No controla su déficit y crea millones de empleos cada año, no respeta los axiomas de contención del gasto público y genera riqueza que cubre ese gasto con impuestos, controla la iniciativa privada y consigue empresas competitivas, fuerza la redistribución de la riqueza y consigue que las empresas sigan obteniendo beneficios.
Así que las economías emergentes miran Davos por encima del hombro y Occidente tiene que reconocer que no son emergentes por hacer lo que nosotros sino precisamente por no hacerlo. Y eso escuece.
La India y China ignora la doctrina de patentes, la legislación de propiedad industrial, Brasil controla sus recursos, ignora los presupuestos de déficit, el evangelio de la actividad privada como generadora de riqueza. Y Rusia ignora prácticamente todo. Y si eso nos perjudica nos miran de través y se encogen de hombros.
Exactamente igual que nosotros hicimos con ellos durante siglos.
Así que cuando los organizadores del Foro de Davos elevan al cielo económico de la humanidad sus amargas protestas por la ausencia de Dilma Rousseff en la reunión que lleva años intentando salvar lo insalvable, intentando operar de urgencia un cuerpo económico que ya es un cadáver, lo único que están diciendo, lo único que están haciendo es ejercer de plañideras del Occidente Atlántico que descubre que, muy a su pesar, ya no cuenta para todo como antes.
E ira a peor.

1 comentario:

Tu economista de cabecera dijo...

Sólo te digo una cosa, el gomazo que se va a pegar Brasil dentro de unos años va a ser espectacular. Los síntomas son idénticos a los españoles, no te digo más...

Lo que les puede salvar es el diferente entorno...

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