Hay gente, hay hombres y mujeres, que parecen estar destinados a pasar a la historia. Y todos creeríamos que se pasa a la historia, que se alcanza un hueco en la inmortalidad de la memoria humana, por lo que se hace o incluso por lo que se deja de hacer -y si no que se lo pregunten a Felipe II y su Armada Invencible-.
Pero hay un camino, una vía secundaria -de servicio, si se quiere- que también da acceso a los papeles mortecinos e inmortales de la historia. Son los modos y maneras. No es aquello que se raliza sino el modo elegido para realizarlo.
Y ese es el camino hacia la posteridad que ha elegido Barack Obama, el presidente que parecía que por negro iba a ser distinto, el hombre que defraudó mutitud de esperanzas -al fin y al cabo las esperanzas nunca están de acuerdo con la realidad, sino no serían esperanzas- con lo que hizo y no hizo, con lo que está haciendo y está dejando de hacer, pero que no defrauda nunca con la forma en la que lo hace.
Instalado en ese ejercicio de encumbramiento infinito del ego que es y será hasta la caída del imperio la presidencia de los Estados Unidos, encumbrado en el trono de supuesta omnipotencia del trono del líder mundo libre, Barack Obama ha mirado de frente a su nación y al mundo y ha dicho algo que ningún presidente de los Estados Unidos de América había dicho hasta ahora -al menos a nosotros, que no somos su pueblo bienamado-.
"Hago lo que hago porque me obligan a hacerlo, no porque quiera, no porque sea necesario, sino porque me obligan a ello. No soy todopoderoso".
Y ese modo de hacer las cosas es lo que probablemente le abra el camino hacia la historia. Eso y ser el primer presidente negro de Estados Unidos, que la primatura en la estadística también ayuda.
El hombre ha firmado la ley más facista que se recuerda en Estados Unidos desde la famosa Caza de Brujas del paranoico macathismo anticomunista. Una ley que permite la detención y custodia militar de personas sospechosas de terrorismo.
Es decir que un sargento de marines puede presentarse en tu casa y llevarte a la base militar de Bahía de Guantánamo, Cuba, División de Barlovento, porque hayas dicho en pleno ataque de cabreo contra tu jefe "voy a poner una bomba y lo voy a hacer saltar todo" o en pleno ataque revolucionario de cuarto Jack Daniels "lo que le hace falta a este país es que hagan volar a ese marica de la Casa Blanca" o incluso -que será lo más común- porque reces sumnas del corán mientras caminas por un parque hacia la universidad con tu mochila a la espalda.
Y Obama ha firmado y autorizado esa ley. Esa y la que prorroga un año más el centro de detención de Guantánamo y la retención de sus prisioneros sin juicio ni condena, que también tiene su aquel la susodicha. El chico se ha lucido. Menos mal que por lo menos ha sacado a las torpas norteamericanas de Irak.
Pero Obama ha mirado a la cara a Estados Unidos y les ha dicho claramente: "Esto es lo que queréis vosotros y por eso os lo doy. A mí, me parece fatal".
Porque esa ley es una imposición del Senado. De una cámara alta que aprovechó la necesidad de sacar adelante unos presupuestos de Obama para no dejar sin paga a todos sus funcionarios y sin servicios a todos sus ciudadanos -porque en Estados Unidos habría sido así por ley- para imponerle todo aquello que no quería hacer, para forzarle a un acuerdo que no estaba ni mucho menos en sus planes de gobierno. Paraconvertir la Casa Blanca en un Tea Party.
Y ese acuerdo incluía, como siempre por mor de la seguridad nacional, está ley de lucha contra el terrorismo que es en sí misma la mayor forma de terrorismo que ha conocido Estados Unidos desde que hace diez años la furia yihadista echara abajo las Torres Gemelas parademostrarle al complaciente pueblo américano lo distinta, aterradora e inquietante que es la guerra cuando llega a casa y no se ve a través de una pantalla de plasma de 43 pulgadas.
Obama podía haber hecho esto de muchas maneras. Podía haber empezado en discrusos y arengas a demostrar un falseado endurecimiento de su actitud hasta que resultara creíble que estaba de acuerdo con esta lay y por eso la firmaba.
Podía haberse manteneido en silencio y utilizar para firmarla ese espacio multifunción del Ala Oeste de la Casa Blanca llamado Despacho Oval que lo mismo nos sirva para una invasión que para un atoramiento etílico con galletitas saladas, que igual nos vale para un espionaje ilegal de los adversarios políticos, para una guerra sin sentido o para una felación relajante.
Podía haberse centrado en el salón del trono y fingir que esa firma partía desu poder y de su convicción sin decir esta boca es mía y amparándose en la justa necesidad.
E incluso podría haberla vetado -si mis clases de política internacional y mi recuerdo de los capítulos del Ala Oeste de La Casa Blanca no están oxidados, tiene esa potestad- y hubiera originado sesenta días de desasosiegos y carreras por los pasillos del Capitolio en busca de apoyos para el desbloqueo, de llamadas intempestivas a los senadores en mitad de sus barbacoas navideñas en Texas o de sus burdeles de Nochevieja en Iowa para que corrieran a Washington a votar el desbloqueo republicano de la legislación.
¡"Si estos carcamales republicanos amigos de las armas y de la guerra quieren su ley que se la curren"! -habría sido un pensamiento muy, como dicen los yankies, presidenciable. Un recurso al pataleo digno del líder del mundo libre.
Pero Obama no ha hecho eso.
Ha esperado al último día para dejar claro que no quería hacerlo, que no quería poner su país en brazos de la paranoía antiterrorista. Se ha marchado a Hawaii, abandonando su salón oval de ltrono, para dejar claro que esta ley nada tiene que ver con el ejercicio de su poder ejecutivo ni de su fortaleza presidencial.
La ha firmado para demostrar que cumple su palabra se la de a quien se la de -salvo quizás la dad a los votantes, pero eso es algo que ningún político hace, no nos engañemos- y luego la ha arrojado a la cara de los americanos diciéndoles: "ahí la teneis. Es una basura. Es un riesgo. Es éticamente cuestionable en la mitad de sus puntos y amí me parece una mierda. Pero es la ley que me han exigido vuestros representantes".
Como un padre entrega en reyes un regalo a su hijo diciéndole: "yo creo que el ordenador sería mucho mejor regalo porque te serviría para los estudios pero aquí tienes la consola. Al fin y al cabo son reyes y tienes derecho a elegir tus regalos".
Todo ello muy diplomaticamente, claro está.
Y así, de un plumazo, no solamente ha dicho que no es todopoderoso, que no es un líder inquebrantabla que tiene el poder omnimodo -como diría Gabino Diego en la inolvidable Amanece que no es poco-, sino que ha devuelto a los estadounidenses la responsabilidad sobre su país, su vida y su futuro.
Algo ciertamente arriesgado cuando se tiene que pensar en la reelección.
Porque ahora los estadounidenses no tienen la Ámerica -su Ámerica- que Obama les prometió. Tienen la que sus representantes en El Senado quieren. La que ellos quieren.
El hombre del Yes, we can les prometio un país sin terrorismo, sin guerras y sin miedo. Le prometió un país en el que las libertades civiles fueran algo másque papel mojado cada vez que se tremolaba el peligroso concepto de Seguridad Nacional y ellos le pusieron en la Avenida Pensilvania aparentemente para eso.
Pero en cuanto llegaron los esfuerzos, en cuanto no pudieron conseguir ese nuevo país en los saldos navideños, en cuanto la economía arreció y él les dijo que había que pasar por eso si se quería otro país distinto, otro país mejor, claudicaron.
Se volvieron a sus odios y a sus mitos de siempre, se volvieron a sus traumas y miedos de siempre y colocaron a los Tea Party en la cúspide de su fuerza y pusieron a los que hacen lascosas como siempre pero les prometieron bajar los impuestos al frente de la nación. Y eso es lo que tienen.
Así que son los estadounidenses los que dijeron "No, we can not" mucho antes de que, con la firma de esta ley, Obama les diga "No, I can´t. Así que ahora, si quereis otro tipo de país vais a tener que volver a tomar la responsabilidad y colocar en los puestos de representación a aquellos que estén de acuerdo con ese proyecto de país".
Puede ser que eso le asegure un lugar en la historia pero me temo que no le mantendrá en su puesto en La Casa Blanca. Los estadounidenses, como todos los pueblos, como nosotros, suelen reaccionar mal cuando alguien les dice que hacen las cosas mal. Y más si es su presidente.
Aunque sea un hecho flagrante que lo están haciendo mal.
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