Toda persona tiene un don. En muchos humanos es fácil de encontrar y en otros no tanto. Algunos son útiles y otros son simplemente dones de esos que se exiben para solaz y entrenenimiento de amigos o escarnio y burla de enemigos. Pero toda persona tiene un don. Incluso el Presidente Mariano lo tiene. Yo aún no se lo he encontrado -salvo el de la invisivilidad voluntaria, que no es poco-, pero estoy seguro que lo tiene.
Y Ahmadineyad, el teocrata iraní que se encuentra por Sudamérica de reunión con los colegas que tienen los pies tan sacados del tiesto de la razón y la cordura como él, tiene un don, sin duda, destinado a la segunda función enumerada, es decir, a poner el nervio a mil al enemigo. Y lo usa con fruición y con descaro.
Tiene el don de poder reflejar nuestra lo cura en la suya. De hacernos mirarnos al espejo.
El tipo, en pleno ir y venir de los brazos de Chávez a los de Ortega y uno y otro de los Castro, se descuelga en Managua con una de esas de las suyas que nos indignan, que nos mueven al insulto repentino y merecido contra este personaje, que ha hecho de su país el infierno por mor de tratar de buscar un paraíso que su dios nunca le pidió que buscara de esa forma. Una de esas que le dan a nuestro orgullo en todo lo alto -o en todo lo bajo, que nunca se sabe en dónde duele más-.
El hombre va y afrima que después de lo hecho a lo largo de la historia "al mundo occidental capitalista sólo le queda la decadencia".
Y no es que el poco sutil y creíble Ahmadineyad vaya a tener razón en muchas cosas pero en eso se nos antoja, vislumbramos, que da en el clavo.
No por la frasé en sí, utilizada hasta la saciedad por cientos, casi miles, de profetas políticos, visionarios históricos y otra suerte de gentes que perciben los síntomas con algo más de criterio que el jerarca iraní, de que nos desmoronamos a pedazos en lo económico y por tanto, dado el rumbo que ha tomado desde hace mucho tiempo nuestra ética y nuestra estética de lechera hipotecada, también en lo social y en lo personal y en lo ético.
En lo que da en el clavo es en el ejemplo, en el argumento explicativo que nos lanza a la cara, que nos arroja y al escapar del cual, o al intentar hacerlo, nos vemos enfrentados al espejo. El don que la versión retorcida del dios en el que cree le ha conocido a Ahmadineyad.
"Cuando ya le falta la lógica recurren a las armas para matar y destruir. Hoy en día lo único que le ha quedado al sistema occidental capitalista es matar" Y cuando escuchamos el argumento abrimos la boca para tomar aire y contestar y rebatirlo y la mantenemos abierta mucho tiempo porque no encontramos argumento alguno para desmontar esa frase, por no vemos velo alguno -y mira que Irán los hay por miles- que nos oculte el rostro en el espejo. Porque tiene razón.
Podemos apretar las comusiras y tirar de lo que tiramos siempre en estos casos. Listar las perversiones y las perversidades del régimen de Teherán. Hablar de terrorismo, de tiranía, de discriminación, de locura y fanatismo religioso medieval.
Y tendremos razón en todo ello. Pero ninguna de las cosas que digamos, de las bazas que juguemos, le quitara la suya al tirano iraní.
Porque cuando hemos exigido algo y no hemos encontrado argumentos lógicos para imponerlo, para explicarlo, para defenderlo, hemos puesto una bomba en la base del coche de un hombre inocente y la hemos hecho estallar.
Llevamos varios años intentando imponer a Corea -la mala, la del norte, claro- y a Irán que paren su programa nuclear, que no se hagan con armamento táctico -es curioso que a las armas que pueden destruir por miles de millones a los serés humanos se les denomine tácticas cuando no hace falta táctica ni estrategia alguna para apretar un botón y mandar una porción de planeta directamente hacia el infierno-. Y lo hacemos, como dice Ahmadineyad, en contra de toda lógica.
Sí, no se me indignen, no me achiquen los ojos con sorpresa, no hay ninguna lógica, formal o material, que nos pueda permitir exigirle a Irán que no haga su bomba.
Ahmadineyad, lo sabe, los líderes occidentales atlánticos lo saben, Kant, dueño y señor de la lógica, lo hubiera sabido si viviera en estos tiempos. Y nosotros lo sabemos, siempre lo hemos sabido, aunque nos escueza el tener que reconocerlo.
Porque no hay lógica en que el país más nuclearizado en armamento de La Tierra le exija a nadie que no haga una bomba nuclear. Porque no hay ninguna lógica en que nos pongamos del lado del único estado terrenal que ha usado a lo largo de los tiempos un arma de destrucción másiva nuclear cuando pretende imponer a otros dos que no la tengan.
Porque no hay proceso lógico que soporte la explicación de que Israel pueda tener armas nucleares que tienen en su radio de acción a todos los países del mundo árabe y algunos más y aquellos que se encuentran -aunque sea en secreto- amenazados por ellas no tengan el derecho a contrarrestar esa amenaza con otra de semejantes proporciones -¿por eso se las denomina armas tácticas, no?-.
Porque no tiene sosten lógico formal ninguno que un país como Francia, que puso hace unos años un atolón del revés con sus pruebas de ingenios nucleares, exija en la ONU que se paralicen las pruebas de misiles balísticos iraníes arguyendo, entre otras cosas igual de peregrinas, la puesta en peligro del equilibrio ecológico de la zona que, por cierto, es un desierto donde el equilibrio ecológico se perdió hace varias eras geológicas, por eso es un desierto. Hasta ese punto hemos perdido la lógica en este asunto.
Porque todos sabemos que la lógica impondría que nosostros, los occidentales antlánticos, nos desnuclerizaramos -en lo militar, nadie me malinterprente- antes de exigir a los demás que no desarrollen ingenios nucleares de destrucción.
Porque todos sabemos que no existe apoyo lógico ninguno en defender que solamente nosotros tenemos derecho a poseer armemento nuclear porque somos gente responsable que nunca lo untilizaría y que solamente lo mantiene como elemento disuasorio.
¡Qué le digan eso a Norube y a otras 380.000 personas de ojos rasgados!
Y el teocratá iraní lo sabe también y por eso nos desmonta esa lógica cogida por los pelos con una sola frase que afirma que es tan de fiar como nosotros, que hará el mismo uso táctico y disuasorio de la bomba. Y como sabemos que mentimos, que hemos manipulado el argumento, nos entra el panico más cerval y más profundo . Si hace lo que nosotros hicimos con la bomba estamos apañados.
Y como ese recurso a la lógica formal se nos deshace, no nos aguanta un suspiro del tirano de Teherán, recurrimos a la parte material del razonamiento. Imponemos sanciones para mostrar nuestro firme convencimiento, nuestra razón.
Amenazamos con bloquear su crudo, su fuente de riqueza -y de la nuestra, en parte, no lo olvidemos-. Nos falla que Chavéz, y con él petroleo venezolano nacionalizado, no están por la labor, nos falla que a China -que por cierto es tán tiránica o más como lo es Irán pero nadie se queja de que tenga cantidades ingentes de armas nucleares. No creo que sea porque le está salvando lo poco que le queda de culo a nuestra econmía, ¿verdad?- se la trae más bien al pairo y nos falla también que Rusia -poseedora de cantidades similares de tan aciago armamento- se encoge de hombros como siempre lo ha hecho ante las necesidades de Occidente. Pero nosotros usamos la lógica material de la amenaza cuando se nos han ido a pique los argumentos formales por los cuales defendiamos que nosotros teniamos derecho a las armas nucleares y el papado islámico de Teherán no.
Pero Ahmadineyad, que se ha vuelto un maestro en eso de sacarnos los colores devolviéndonos una y otra vez -como ya hizo con la pena de muerte- la moneda de los retos éticos y estéticos que le lanzamos desde el Occidente Atlántico, no se indigna, no llama a la Yihad contra el diablo cristiano -eso lo hace en otros foros-, no se lanza a toda suerte de improperios sin cuento como se espera de un desaforado tirano.
No. Simplemente se ajusta a nuestro juego, aplica nuestros procesos lógicos viciados y decide hacer maniobras militares en el Estrecho de Ormuz y amenazar con cerrar el tráfico marítimo a los petroleros si se le bloquean las exportaciones de petroleo.
Y de nuevo nos deja sin habla. De nuevo nos deja sin argumentos lógicos -en este caso materiales- para contrarrestarle.
Porque, si nosotros pudimos cerrar el tráfico maritimo de petróleo irakí en la Primera Guerra del Golfo, ¿qué argumento podemos utilizar para restarle lógica a lo que él está amenazando con hacer?; si nosotros podemos presionarle con quitarle los beneficios de su petróleo ¿qué argumento nos puede defender cuando él amenaza con quitarnos el nuestro?; si nosotros hemos podido mantener bloqueado el Mar Caribe y la isla de Cuba cincuenta años, pudimos mantener bloqueado el comercio de la mitad de Europa -el antiguo bloque soviético- hasta asfixiarlo durante treinta años sin tener derecho ninguno a hacerlo, ¿qué argumento podemos utilizar para evitar que él haga lo mismo en Ormuz?, si nosotros consentimos que otra teocracia, forjada y fundamentada en la concesión por la gracia de un dios de su territorio, mantenga bloqueado económicamente y en la miseria a todo un pueblo para que nadie cuestione sus colonias y asentamientos ilegales, ¿con qué proceso de razonamiento podemos enfrentarnos a alguien que quiere hacer lo mismo en un trozo de mar donde ni siquiera vive gente?
De nuevo nuestra ilógica y devastadora incapacidad de ajustarnos a aquello que demandamos de otros, que exigimos de otros, nos resta la posibilidad de considerarnos lógicos en nuestras pretensiones.
Si nunca hubieramos bloqueado o amenazado con bloquear a una nación en su economía para conseguir nuestros fines en contra de los deseos de esa nación, ahora sería lógico que exigieramos que Irán no lo hiciera. Pero eso no ha ocurrido.
Si nunca hubieramos utilizado la bomba atómica o incluso si después de utilizarla nos hubieramos desecho de todas ellas para evitar el riesgo que suponían, ahora tendríamos una base sólida -e incluso ética- en nuestra lógica para exigirle a la teocracia iraní que no se armara de uranio hasta las cejas. Pero tampoco hicimos eso.
Así que Ahmadineyad tiene razón no estamos siendo lógicos. Porque la lógica se nos acabó hace tiempo con la insistencia en nuestros propios errores y en creer a ciegas en nuestro inalienable derecho a mantenerlos.
Y cuando todo eso nos ha fallado, nos empeñamos en seguir dando la razón al portavoz de los Ayatolas iraníes, ¿qué hacemos -aparte claro está del clásico de poner en alerta a la V Flota, que siempre está misteriosamente por casualidad anclada en Barhein-?
Pues matamos a un hombre.
Matamos a Mustafa Ahmadi Roshan sin juicio y sin jurado, sin pruebas ni descargos por enriquecer uranio para el gobierno iraní.
Nos desprendemos del único argumento que podía diferenciarnos del régimen de Teherán, del único pilar en el que podía fundamentarse alguna respuesta lógica y ética a las acciones de Ahmadineyad y nos convertimos en la tristemente famosa OLP de antaño, en el furibundo IRA de los años setenta, en la mafiosa ETA de hace, como quien dice, un par de días: cogemos un puñado de explosivos, unos relés, un sistema de temporizadores, los pegamos a los bajos de un coche y los hacemos estallar en mitad de la calle para cazar a una persona que es a todas luces inocente.
Cuando nos llevan la contraria nos volvemos terroristas.
Y da igual que lo hayan hecho los servicios secretos estadounidenses, que lo haya llevado a cabo el Mossad o que lo hayan perpetrado cualquiera de las antiguas y respetadas instituciones que tienen los gobiernos occidentales -y sus incomprensibles aliados- para tan honorables fines. Lo hemos hecho nosotros.
Hemos enviado el mismo mensaje que envían los suicidas en Tel Aviv o en Bagdad, lanzado la misma señal que lanzaban al aire los pistoleros en Andoain o en Belfast, utilizado el mismo argumento que utilizan los milicianos encapuchados en Gaza o los muyajedines embozados en Kabul.
Si no haces lo que yo quiero te mato, simplemente te mato. Nos hemos incluido de forma pública y notoria en la internacional terrorista ¡Bienvenidos seamos a esta nueva compañía!
No está en mi intención darle la razon a Ahmadineyad en otras cosas pero de nuevo, para lo que nos afecta, ha dado en el blanco.
En el Occidente Atlántico ya somos oficialmente y sin pudor una organización terrorista. Si eso no forma parte del comienzo de la decadencia de una civilización que venga dios -el suyo o el vuestro- y lo vea.
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