Hay momentos en los que la obviedad resulta un insulto. Pero lo obvio no se vuelve insultante porque se recuerde, sino porque todos aquellos que deberían tenerlo en cuenta lo omiten como si no existiera, como si pudiera cuestionarse, como si estuviera sometido al arbítrio de su voluntad.
Y la obviedad que se obvia hoy, que se vuelve redundante en esta jornada, es mucho más trágica en cuanto a que su omisión afecta a la posibilidad de la desaparición como entes vivos de seres humanos:
Alguien ha olvidado o se empeña en olvidar que ningún Estado, país, entidad o persona debería disponer de armas de destrucción masiva de caracter termonuclear.
Las potencias, las siete potencias, es decir, los de siempre, se impacientan, se rasgan las vestiduras, se mesan las cabelleras y se golpean el pecho por que Iran, el de siempre, se niega, se demora o se piensa abandonar el proyecto de tener una bomba nuclear.
Y resulta lógico. Superado el antiamericanismo, el anticomunismo y todos los antis que se nos puedan venir a la cabeza como herencia de los procesos de pensamiento setenteros que aún afectan a muchos antisitema de rastas de Alain Aflelou y piercing, resulta lógico que Irán no deba tener una bomba atómica.
Resulta lógico porque no es de fiar para todos aquellos que, como diría la abuela de muchos, son gentes de bien.
No es de fiar un régimen que cuelga a los homosexuales de camiones grúa, no es de fiar un gobierno que reprime a las mismas universidades que les encumbraron hace una triintena de años, no es de fiar un régimen que se basa en una interpretación fanática y sectaria de una religión que, como todas las religiones, ya tiene demasiado de sectaria como para interpretarla al alza.
Pero Irán no es de fiar no por ninguno de esos motivos que le hacen rechazable y criticable. Irán no es de fiar, simplemente por el hecho de quiere tener una bomba nuclear.
Y entonces es cuando la obvidad explota delante de nuestros ojos y en lo profundo de nuestras mentes, dejando un hongo que nos trae a la memoria la lluvia negra y las lágrimas blancas de Hiroshima y Nagasaki: ningún Estado que quiera tener una bomba atómica es de fiar.
Y el recuerdo de que las siete potencias, las de siempre, tienen ingenios de destrucción masiva de caracter nuclear -¡qué bonitos han sido siempre los eufemismos!- nos hace preguntarnos si son de fiar.
Irán no puede hablar de desarme nuclear, no puede hablar de no proliferación, no puede hablar de destrucción de arsenales estratégicos -yo siempre creí que la estrategia se basaba en mover ejércitos, no en barrer poblaciones de la faz de La Tierra- por un simple motivo. Irán no tiene una bomba atómica, la quiere, la busca, la desea como el anillo del Señor Oscuro del relato fántastico, pero no la tiene.
Así que, si no debo fiarme de quien no la tiene porque la quiere, tampoco debería fiarme de quien la tiene y no quiere desharcese de ella.
Pero nos repiten que Rusia, Estados Unidos, Alemania, El Reino Unido, China y todos los que poseen de forma pública o secreta armamento nuclear, son de fiar y por eso tenemos que estár tranquilos.
Nos repiten que Israel es amiga, que la India es amiga, que Georgia, Ucrania o Japón son amigos y por eso no debemos preocuparnos. Porque nunca nos tiraran la bomba a nosotros, nunca utilizarán la estrategia primitiva de reducir la cuenta de enemigos a cero en nuestra parte del mapamundi.
Claro que eso nadie se lo asegura a Corea del Norte, a Siria, a Pakistán ni, por supuesto a Irán. Ellos cayeron en el lado equivocado del planifesrio bélico, político e ideológico con el que nos manejamos.
Así que, por supuesto, Irán no se fía y quiere su bomba. Pakistan no se fía y tiene su bomba, Corea del Norte no se fía y quiere su bomba. O todos o ninguno. O follamos 0todos o la puta al rio, que diría de nuevo la abuela de muchos.
Pero lo que nadie cambia es la forma de ver las cosas. Lo que nadie se empeña en mudar, lo que nadie pretende alterar es esa vieja política estrategica prusiana de "el enemigo de mi enemigo es mi amigo".
Y eso es lo que está llevándonos a donde estamos. Ni el uranio, ni el desmoronamiento de la URSS, ni la tecnología, ni los científicos mercenarios hindúes. Es ese absurdo razonamiento de andar por casa, de pan para hoy y hambre para mañana. Es esa estrategia de juego de mesa la que está obligando a unos a mantener su armamento y a otros a intentar lograrlo.
El enemigo de mi enemigo mañana puede ser mi enemigo. Así que todos nos quedamos sin armas nuecleares y todos tan contentos.
¿Por qué los Estados se empeñan en confiar cuando la desconfianza es una realidad obvia que nunca conviene omitir?
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