Me encontraba yo dispuesto a gastar un nuevo torrente de tinta sobre la eterna e irresuble lucha de poder entre los que no tienen poder y quieren tenerlo -o sea el PP-, cuando me he desayunado con la noticia de que parece ser que los jueces de este santo país -menos santo de lo que la Conferencia Episcopal desearía, por fortuna- han comenzado a recordar que la justicia es ciega y que, aunque mire de vez en cuando por una rendijilla de su venda, no es, ni mucho menos positivamente discriminatoria.
O sea que sus señorías -incluidas sus señorías femeninas, lo cual las honrra más allá de mis pesimistas expectativas- se han dado cuenta de que divorciarse de alguien no implica tener que quedar en la inopia; se han dado cuenta de que el ladrillo y la genética no van de la mano.
O sea que sus señorías -incluidas sus señorías femeninas, lo cual las honrra más allá de mis pesimistas expectativas- se han dado cuenta de que divorciarse de alguien no implica tener que quedar en la inopia; se han dado cuenta de que el ladrillo y la genética no van de la mano.
Se han dado cuenta de que vivienda y custodia no son, como diría el inclito señor bajito del bigote y las botas de montar, antes conocido como Franco, una unidad de destino en lo universal.
Una jueza de Pamplona decreta que, tras una separación, la mujer que, como viene siendo habitual desde el albor de las separaciones y divorcios, se queda con la casa y con la custodia, tiene un plazo de dos años para liquidar los ganaciales y darle a su ya ex pareja la parte que le corresponda de la vivienda -que, por cierto era una vivienda social propiedad anterior del varón en cuestión- si no quiere perder el uso y disfrute de la misma.
La jueza no vincula la custodia al disfrute de la vivienda. Vincula la vivienda al disfrute de los hijos y por tanto -haciendo una proyección jurídica lógica- si pierde el disfrute de la vivienda y los hijos permanecen en ella, perderá la custodia.
De un plumazo legal ha obligado a la honorable señora a tomarse la pastilla roja que la ha sacado de matrix y le ha dado la bienvenida a un mundo horrible en el que el disfrute de las propiedades corresponde a aquellos que las adquieren, independientemente del estado civil en el que se hallen.
El lobby feminista ha tardado apenas una fracción de segundo en rasgarse las vestiduras, la audiencia provincial de Pamplona ha tardado diez días en revocar la sentencia: El Tribunal Supremo ha tardado 48 horas en aceptar el recurso contra la revocación dictada por la Audiencia Provincial.
La maquinaria legal sigue en marcha y seguirá, pero lo importante es que por fin alguien -una jueza- dentro del aparato del Estado reconoce que separarse de alguien no da derecho a una mujer a disfrutar los bienes de otra persona parapetada bajo el escudo de carne y crecimiento que suponen los hijos.
Ahora son sólo unas pocas sentencias, pero por fin, aunque el ministerio que se supone que se encarga de esas cosas siga mudo al respecto, alguien ha recordado que la igualdad es bidireccional.
Se ha atrevido a decir en papel oficial y timbrado que yacer oficialmente - por no utilizar otro término más sonoro- con un hombre no obliga al sistema a garantizarte que ese hombre siga manteniendote el resto de tu existencia; que aportar la mitad del material genético de una criatura no te gatrantiza poder utilizarle para obtener beneficios económicos de aquellos sin cuyo 50 por ciento toda concepción es físicamente imposible -salvo de Inmaculada Concepción de María, se entiende-; que asumir el cuidado y la custodia de alguien de quien, por obligación ética y legal, tienes que hacerte cargo en cualquier circunstancia no te da patente de corso para expoliar y ocupar ad eternum los bienes de otro.
Que, cuando alguien vive y disfruta la vivienda de otra persona, no es una víctima de la sociedad machista y el abandono de un hombre sin escrúpulos: es, simple y llanamente, una Okupa -con la "k" y todo-.
Queda tiempo para que el sistema judicial y político se retire la venda rosa y radical tras la que todavía se esconden las pensiones compesatorias en un divorcio en el que objetivamente el más perjudicado economicamente es el hombre.
Queda tiempo para que la pildora de salida de Matrix se extienda como el frío cromo hace por la piel de Neo por la sociedad para que se llegue a la obligatoriedad de liquidar los gananciales de forma inmmediata al divorcio -como en el resto de Europa-; para que se tenga en cuenta a la hora de asignar custodias quién es el conyuge que se encuentra en mejores condiciones económicas y no el mito arcaico de "madre no hay más que una"; para que los problemas psicológicos para los hijos que puede acarrear una separación se aborden desde la custodia compartida y no desde los gastos extras en psicólogo que las divorciadas cargan sobre sus ex parejas.
Restan probablemente algunos años para que hombres y mujeres -sobre todo mujeres- salgan de la hermosa vida virtual que les proporciona esa Matrix Divorcista que las protege y las ampara como si fueran sus abuelas en lugar de las mujeres independientes, activas y autosuficientes que dicen ser.
Quedan años para que los lobbies que viven del victimismo femenino pongan como ejemplo a mujeres que han sabido ser autosuficientes -que haberlas las hay y muchas- en lugar de a las plañideras que piden y piden constantemente a gobiernos y Estados que les garanticen una buena vida a costa de sus ex maridos sin tener que mover un dedo y poniendo como excusa a hijos a los que dejan al cuidado de cualquiera.
Pero la pildora ha sido ingerida. Aunque no sea negra y no vista un imponente gabán de cuero, la justicia ha obligado a tragar al somnoliento lobby feminista la pastilla y, cuando han entreabierto los ojos para protestar, ha citado a Morfeo ante todas las divorciadas que creen que nueve meses de embarazo confieren derechos inalienables sobre el trabajo y la vida de aquellos que las eligieron para tener un hijo:
Bienvenidas al mundo real
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