domingo, enero 15, 2012

El secreto de Manning y los marines miccionadores


Toda comparación es odiosa o al menos esos dicen. Supongo que es odiosa para quien sale perdiendo en ella o para aquel que no encuentra otra forma de reafirmarse en lo que es que comparándose con los demás. Pero, en cualquier caso, por una vez y sin que sirva sin precedente, estoy de acuerdo con el tópico. La comparación es odiosa.
Al menos la que hace que los tribunales militares estadounidenses, con sede en la Comandancia de Marina de los Estados Unidos en la verde y siempre respetable Virginia, estén en estos días ocupados y en un sinvivir y en una actividad frenética actividad que no se recordaba por aquellos lares desde el juicio de por la Matanza de May Lai -si es que acallo pudo llamarse juicio-.
Pues bien, la comparación nos coloca frente a frente a un individuo con cara de haber perdido su pareja rubia y de traje de predicación adventista los domingos por la mañana y a cuatro individuos que parecen el máximo exponente de los anuncios de gafas de sol para países en guerra.
El uno con un aspecto de pardillo que se equivocó de oficina y acabó reclutado por error por un sargento que cobraba un plus por cada enganche.
Los otros con la apariencia que se suelen gastar todos aquellos que se alejan de su casa y de su rutina para ir al otro extremo del mundo impedir, arma en mano, a otros que lleven a cabo su rutina en sus casas.
En fin, la comparación nos coloca frente a frente, en idéntico banquillo e idéntica situación, al soldado Bradley Manning y a cuatro integrantes del siempre glorioso Tercer Batallón del Segundo Regimiento del Marine Corps, con base en Camp Lejeune, Carolina del Norte -¡Semper Fi!-.
Aunque suene algo duro, algo intenso y quizás demasiado sonoro para lo que realmente es, dado el efecto pernicioso que las imágenes de fusilamientos sumarios han surtido en nuestra imaginación, todos ellos van a ser sometidos a un consejo de guerra.
Y ese es el primer elemento de comparación. EL primero y el único. Porque en todo lo demás podríamos decir que tienen, más allá de las tallas de uniforme, unas pequeñas y sutiles diferencias.
Manning va a ser juzgado por el caso de los famosos cables de Wikileaks. Es decir por haber filtrado -no me extraña que con esa cara de inocente se dejara engatusar por ese aspecto de canosos casi espía trasnochado que se gasta Asante-. Los otros por acciones realizadas durante su servicio en Afganistán.
El uno por ponerse el mundo por montera y poner en conocimiento del mundo entero hasta lo que pensaba Obama cuando se retiraba al excusado o lo que opinaba el embajador de Estados Unidos ante la Santa Sede sobre la ausencia de cine porno en la televisión por cable vaticana.
Resumiendo, por cagarse en su juramento de confidencialidad y de no revelar secretos.
Los actos de los otros son más simples y quizás nunca los hubiéramos sabido si con esto de Wikileaks no se hubiera puesto de moda eso de revelar cosas secretas del ejército estadounidense. Así que, a lo mejor, si se declara culpable a Manning a ellos se les tenga que declarar inocentes.
Los otros simplemente fueron a Afganistán y tras matar a algunos talibanes -única veda que queda abierta por aquellas tierras, en esta época del año- se mearon en ellos.. Simple i directo, así como suena. Se sacaron sus partes pudendas y se orinaron encima del rostro de unos cuantos talibanes a los cuales habían acelerado -probablemente con razón- el camino al paraíso.
El uno defecó en su reglamento de forma figurada y los otros miccionaron en su enemigo de forma literal.
Ambos comparten el recurso a la escatología más básica y primaria y el hecho de que ambos van a ser objeto del interés de un auditor militar. Ahí acaba todo parecido entre ambos.
Porque las diferencias comienzan a imponerse a las semejanzas. Uno es un traidor con todas las letras. O lo será si le declaran culpable, Ha mostrados las verdades de su nación al descubierto -que no eran mentiras, lo cual probablemente hubiera sido menos grave- y la ha traicionado. La ha colocado en una posición de gran riesgo y resulta lógico que todo su país se avergüence de él.
Cualquiera diría que le ha entregado las claves de acceso a todos los bastiones armados de los estados unidos allende sus fronteras a los Martiries de Al Aqsa o a Hamás o la siempre temida y temible Al Qaeda.
Cualquiera  diría que lo que ha entregado no han sido una colección de opiniones diplomáticas -que por diplomáticas no hubieran tenido que ser extemporáneas ni insultantes- y una colección de pruebas de hechos ya consumados de los que todos teníamos serias dudas sobre las versiones vertidas por el Gobierno de los Estados Unidos de América.
El uno es la quinta esencia de la perversión y ha traicionado la misión para la que le entrenaron, el trabajo que le encomendaron y la confianza que el pueblo americano -el pueblo americano siempre termina siendo sacado a colación en estos casos-.
Es un traidor porque si su gobierno había decidido mentir y engañar, manipular y guardar en secreto acciones ilegales y éticamente dudosas era por el bien de la nación. Y aunque estaba mal hacerlo, él no era quien para sacarlas a la luz.
Por eso Bradley Manning será juzgado por traidor a la patria. No por revelar documentos secretos, no por incumplimiento del reglamento de Marines. Será juzgado por traición y el fiscal pedirá para él la reclusión a perpetuidad en el nada exótico pero siempre citado penal de Fort  Leavenworth.
Porque encima, para ahondar más en la vergüenza que ha originado a su nación, el soldado Manning es homosexual - o se lo parece a su sargento, que nunca se sabe, estos chicos del los Marines tiene bastante alto y agresivo el listón del a masculinidad-. Y allá en los felices años de su destino en Irak, eso estaba prohibido en el ejército de los gendarmes de la libertad planetaria.
Así que, si todo va como el auditor militar quiere, Nanning se pudrirá en prisión hasta la muerte.
Esa sentencia, dura en extremo pero ajustada a derecho, supongo que servirá de escarmiento a todo aquel que vuelva a sentir la tentación de filtrar o hacer públicos conocimientos que todos deberíamos tener -sobre todo los ciudadanos estadounidenses, ya se sabe, el pueblo americano ese que tanto se llevan a la boca, el que se avergüenza de Manning-.
Y eso me hace temer por la suerte de los otros, de los cuatro miembros del 3er Batallón del Segundo Regimiento de Corps de Marines -¡Uaaa!-, cuya identidad se preserva en estricto cumplimiento de las normas de enjuiciamiento hasta el momento del proceso -¡Anda, ¿cómo es que conozco el nombre de Bradley Manning?!-. En un país en el que existe la pena de muerte en su ordenamiento civil y militar temo que los coloquen atados a un poste en mitad de una pista fuera de uso de la Base Aérea de Andrews y dice tiradores de élite den cuenta de sus vidas para mayor gloria de la dignidad y el honor del ejército de Los Estados Unidos de América.
Pero me relajo y tranquilizo cuando me doy cuenta de que no va a ser así. El auditor -otro auditor militar- pediría para ellos entre uno y tres años de cárcel y la licencia con deshonor por conducta impropia de un Marine.
Ellos sí que cumplieron con su deber. Ellos son buenos chicos que combatían el mal y que por causa de la presión bajo el fuego hicieron algo que está mal, vale, pero que no puede ser considerado una traición a su patria.
Al fin y al cabo se mearon en el enemigo, no en la bandera estadounidense. Al fin y al cabo estaban allí arriesgando su vida para acabar con el terrorismo y para hacer de este mundo un lugar mejor bajo la vigilante y amorosa mirada del gobierno estadounidense.
Menos mal. Es un alivio.
Porque esos pobres chicos que orinaron encima de unos cadáveres no han traicionado la misión que les encomendó su gobierno de proteger a la población afgana y de tratarla con respeto y dignidad, no han traicionado las Reglas de Compromiso firmadas por su ejército que les obliga a tener una actitud decorosa para con los caídos de ambos bandos.
Ellos no han traicionado y avergonzado a su país -o por lo menos a todos los que tengan dos dedos de frente en su país- haciendo que el mundo les vea como bestias inhumanas incapaces de bromear junto a un cadáver y de encontrar placer en humillar a alguien que ni siquiera puede percibir esa humillación.
Ellos no han faltado a su juramento de respetar la dignidad del ejército americano al mostrárselo al mundo como una colección de bestias inhumanas con gafas de sol de temporada que hacen con sus enemigos vencidos lo que ni siquiera hacían los atrasados guerreros medievales. Ellos han cumplido con el deber de todo soldado de defender la dignidad y el honor de su ejército en la batalla y fuera de ella. Ellos no son traidores. Un poco maleducados para servir en el ejército quizás, pero no traidores.
¿Traidores a su país por dedicarse a hacer algo que pone en peligro su misión y que puede acarrear repercusiones y represalias de los locos furiosos del yihadismo?, ¿traidores a su ejército por dejarle por los suelos y comprometer sus actividades militares en otras partes?, ¿traidores a su pueblo por demostrar que el dinero que sale de sus impuestos se dedica a pagar a psicópatas que cometen atropellos por diversión y atrocidades por aburrimiento?
Traidores a la humanidad por orinar encima del rostro de un cadáver. Es que ¿es necesario decir más?
Pero mi indignación por la comparativa entre Manning y los anónimos miembros del Tercer Batallón del Segundo Regimiento de Corps de los Marines muere en sí misma, fenece en su inicio porque no encuentro culpable de esa atroz legislación, de esa cruel y absurda dicotomía. Miro a los Marines y no les hallo culpables, miro al ejército en general y tampoco le percibo culpable, miro al Gobierno de Estados Unidos y tampoco interpreto culpabilidad en sus acciones.
No veo un culpable de que Manning vaya a pudrirse en la cárcel por revelar la verdad a su propio país -no al enemigo- y estos tipos estén antes probablemente de que se enfríe el conflicto brindando hasta el coma etílico con los colegas en un pueblo de Kansas o de Carolina del Norte, recordando sus orgullosas acciones en la campaña de Afganistán.
No veo un culpable. Veo demasiados. Nos veo a todos. Por lo que se ve también un ejército es el reflejo de como es el pueblo que lo sustenta. Y así somos nosotros.
Somos capaces de condenar de por vida a cualquiera que nos diga lo que no queremos oír. Que airee los secretos a los que no tenemos derecho. Somos capaces de odiar y desear la peor de las suertes a cualquiera que diga la verdad si esta nos perjudica, si esta no nos deja seguir con nuestras mentiras, con nuestras ocultaciones, con nuestras venganzas.
Da igual que lo que diga o lo que muestra sea necesario, da igual lo que haya hecho o dejado de hacer. Condenamos sin pudor y sin vergüenza a todo aquel que saque a la luz nuestras miserias, nuestras delaciones, nuestras incompetencias, nuestras traiciones.
Por mucho que le hayamos querido, por mucho que la hayamos llamado amigo o compañero, en cuanto hace algo que nos deja en entredicho. En cuanto expone una verdad que demuestra que lo que hemos hecho no está bien, no es adecuado, le mandamos a Fort Leavenworth por la vía rápida.
En cuanto alguien cuestiona nuestra falsa percepción de que somos intachables y perfectos clamamos -y damos si podemos- por una sentencia ejemplar. No sentimos traicionados aunque en realidad seamos nosotros los que estábamos traicionando aquello que se suponía que teníamos que realizar, que teníamos que creer, que teníamos que amar. Olvidamos que la lealtad es recíproca, que en la verdad no hay traición. Olvidamos que la realidad no puede ocultarse por el simple hecho de que quedemos si se muestra.
Y, por supuesto también disponemos todos nosotros, habitantes occidentales atlánticos del orbe, de unos cuantos fusileros del Tercer Batallón del Segundo Regimiento de Corps de los Marines.
Esos a los que dejamos hacer cualquier cosa, a los que dejamos desmandarse, a los que dejamos atentar contra la dignidad, contra la tranquilidad, de otros simplemente porque son de los nuestros. A los que damos una pequeña reprimenda sonriente o ni siquiera eso porque son amigos. Porque son los que nos regalan el oído, los que nos hacen el trabajo sucio. Son aquellos que responden cuando queremos sentirnos en compañía y que nos dicen siempre que tenemos razón.
Son aquellos que, hagamos lo que hagamos, nos pasan la mano por el hombro y nos dicen lo que queremos oír. Y por eso, tendemos a explicar, a comprender, a perdonar, todos sus desmanes siempre que no sean con nosotros, claro está. En lugar de afearles su conducta se la escondemos, en lugar de recriminarles, asentimos asertivamente a sus explicaciones. les justificamos, les comprendemos porque no son mala gente. No pueden serlo si son mis camaradas y están de acuerdo conmigo ¿no?
Y por ese plausible motivo convertimos sus delitos en faltas, sus desmanes en errores, sus atropellos en deslices, sus irresponsabilidades en inocentes olvidos. Rebajamos sus condenas cuando llegamos a aceptar que las merecen e inventamos atenuantes y justificaciones para cada de una de sus acciones malintencionadas, para cada vez que se muestran al mundo como las personas que realmente son.
Porque, como le pasa a la neumática Demi Moore y el pueblo de los Estados Unidos con lsus marines de Corps. les necesitamos en el muro que nos protege. Porque queremos que sigan ahí junto a nosotros para asentir cuando hablamos, para obedecer cuando ordenamos. Para sujetarnos el espejo de nuestro egoísmo y nuestro miedo cada vez que queremos mirarnos en él.
Necesitamos que nos protejan de la necesidad de enfrentarnos a nosotros mismos.
Es ese vicio el que hará Manning se pase el resto de su vida entre rejas por decir la verdad y los chicos de las Corps de Marines se vayan de rositas.
Porque ni el ejército de los Estados Unidos, Ni Barak Obama, ni la OTAN, ni la Auditoría Militar, ni la población estadounidense, ni ninguno de nosotros estamos dispuestos a aceptar los verdaderos términos de los cargos, estamos dispuestos a asumir el doloroso trabajo de pensar en contra nuestra y de anteponer los hechos y la realidad a nuestras percepciones, nuestras necesidades, muestras camaraderías y nuestras amistades.
Porque tendríamos que aceptar muchos cambios en nuestras familias, en nuestros trabajos, en nuestras compañías y amistades, en nuestros amores, si aceptamos que revelar secretos al país propio diciendo la verdad solamente podría considerarse como una conducta impropia de un marine y orinar en el rostro de un enemigo es a todas luces y sin paliativo alguno una traición a la humanidad. Aúnque lo hagan los nuestros.
Y ahora no estamos para cambios. Ni ahora, ni nunca.

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