Los romanos, esos chicos de lustrosos penachos en los cascos y túnicas albas fulgurantes, que, entre otras muchas cosas, inventaron y nos legaron el derecho tenían una máxima legal inquebrantable. Solamente la víctima directa de un delito puede ser acusación en el proceso.
Familiares de victima y acusadado ni siquiera podían acercarse al espacio en el que se estuviera desarrollando el proceso. Incluso aquellos familiares de uno u otro que habían visto, oído u obtenido información en cargo o descargo del acusado eran oídos por los magistrados, sus servidores o incluso los pontífices cuando actuaban como jueces, en su casa o en cualquier lugar ajeno a la sala en la que se dirimía el proceso.
¿Por qué los chicos de las orgías, las legiones y el imperio hacían esto?, ¿por qué se tomaban estas molestias?
La respuesta es muy sencilla.
Para evitar exponer la rabia, el dolor, la angustia y todos los demás sentimientos que partian de los seres queridos de una y otra parte a la plebe, a aquellos que,con morbo infinito como ha ocurrido siempre en toda sociedad humana, se agolpaban en las puertas y las ventanas de las magistraturas para contemplar la gracia y la desgracia de víctimas y reos.
Y ¿para qué querían preservar a las muchedumbres de ese espectaculo de sentimientos desatados, ellos tan de pasiones y de llantos?
Pues de nuevo es muy simple. Para evitar que el pueblo, que nada sabía del proceso, de las pruebas, de los móviles y de las declaraciones, tomara partida por el dolor de unos o de otros y presionaracon sus gritos y sus verduras podridas en el rostro -otra noble tradición heredada de Roma- en el sentido que sus vísceras le marcaran.
Para eso ya tenían El Circo. La justicia para Roma -al menos cuando era repúblicana- era otra cosa.
¿A que viene toda esta diatriba sobre las formas de juzgar de los primigenios hijos del Lacio? Pues muy sencillo, me la traen a la mente dos nombres: Ruth y José y me la recuerdan los actos que estamos haciendo, que estamos repitiendo y que estamos consintiendo que se repitan sobre la desparición de los dos pequeños cordobeses.
Quizás porque hemos olvidado las raices de nuestro derecho, quizás porque pesan más nuestras herencias judeo cristianas o simplemente quizás porque es más divertido y nos permite olvidarnos de otros problemas, nosotros nos convertimos a la norma jurídica que estaba muy de moda en Galilea allá por las fechas en que el cometa atravesó sus cielos llevando a una confunsión que aún pagamos.
Nosotros colocamos al reo delante de toda la población disponible y sin darles otra cosa que sus visceralidades y sus instintos les pedimos que decidan si es culpable o inocente.
Y no solo eso, como parece que eso no es suficientemente sentimental, trágico, impactante, colocamos un estrado en mitad de la calle y hacemossubiirse a él la familia de las víctimas para que nos dirijan en nuestra decisión. No solo no la mantenemos apartada sino que la convertimos en fiscal y juez.
Eso es lo que se ha hecho este fin de semana con Ruht Ortíz, la madre de los niños desaparecidos. La hemos subido a la palestra y la hemos investido de todos los poderes del fiscal y de parte de los del juez. La hemos dado el poder de decidir quién es culpable y quién no lo es. Aunque a ella solamente le importa quién ha sido. Quién ha decidido ella que ha sido.
Hemos cambiado la justicia por el espectáculo. Hemos cambiado el tribunal por el Circo.
Yo no sé si José Bretón es culpable o inocente.
Y tampoco lo sabe la policía, la judicatura, la fiscalía. Ni, por supuesto, por más que empaticemos con su desolación, los sabe Ruth Ortíz.
Pero nosotros presionamos para que ella hable, nuestras instituciones permiten que ella hable y nuestros poderes públicos no hacen nada cuando ella habla, ante cientos, quizás miles de personas, y se arroba los derechos que en teoría solamente tiene los jueces de dictaminar quién es el culpable:
“Todo el que conozca a José Bretón sabe que él no perdió a los niños y, a los que no lo conocen, se lo digo yo. Tiene que decir la verdad. Es el responsable de la desaparición de mis hijos y tiene que hablar”. “En su familia también saben que él es el responsable, lo que pasa es que es más fácil aferrarse a que los perdió que aceptar una cruda realidad”.
¿Tiene Ruth pruebas que haya facilitado a los investigadores para decir eso? No, no las tiene. ¿Tiene el testimonio directo de alguien que viera a su ex martido hacer desaparecer a los niños?, ¿tiene incluso el suyo propio como testigo directo de los hechos? Todos sabemos que no.
Solamente tiene su odio y su desesperación. Solamente tiene la necesidad deenciontrar un culpable al que achacar su desgracia y nosostros la conminamos y la permitimos que utilice eso como único argumento para declarar culpable a José Bretón.
Y nosotros permitimos que lo haga, queremos que lo haga y nos agarramos a que lo ha hecho para tener nuestro culpable, para tener alguien a quien arrojarle la verdura podrida que hemos recopilado para pasar el día.
Porque nosotros también queremos un culpable. Tambien queremos ser arte y parte del castigo del que ha hecho desaparecer a los pequeños y, como no tenemos a nadie más a mano, seguimos a pies juntillas las ordenes de Ruth, del odio de Ruth, de la desesperación de Ruth.
Y que nadie se me altere con todo esto. Yo no estoy diciendo que José Bretón sea inocente igual que no estoy diciendo que es culpable. No le defiendo y ni siquiera ataco a Ruth por lo que ha dicho.
Lo único que digo es que un sistema legal que seprecie no debería haberle permitido que lo dijera en público, que un sistema responsable de medios de comunicación no le hubiera dado repercusión. Porque lo único que busca Ruth en su dolor es que alguien le dé un culpable y como nadie se lo da porque no hay pruebas ni aun indicios lo elige a través de su odio y su desesperación. Lo único que busca es que el culpable que ella ha elegido sea refrendado por las masas, por el pueblo.
"A los que no lo conocen, se lo digo yo". Esa es la clave del discurso de Ruth Ortíz. No todo lo demás en lo que nos fijamos. No los llanos, no el desgarro, no las gafas oscuras, no el dolor. Esa única frase es el mensaje que quiere mandar Ruth.
Mi palabra es ley. Yo lo sé y vosotros teneisque creerme porque soy la víctima doliente que sufre y estoy convencida -no segura, no probada, no más allá de toda duda razonable, sino convencida y autoconvencida- de que él es el culpable.
Ella quiere influir en la gente para que secunde su teoría, para que presione al fiscal en esa línea, para que el fiscal le acuse ante un juez y el magistrado se vea obligado a condenarle.
Y así quedarse tranquila, triste pero tranquila, sabiendo que el culpable que ella se ha convencido que lo es está en prisión. Aunque sus hijos estén siendo vendidos como esclavos sexuales en Tailandia.
Ruth quiere lo que siempre se ha considerado en todas partes como manipular un juicio. Espero y creo que es de forma inconsciente y por eso ni siquiera la critico por hacerlo.
Pero nosotros deberíamos estar por encima detodo eso. Nosotros no somos víctimas. Nosotros no hemos perdido a nuestros hijos desaparecidos en la nada. Nosotros podemos pensar. Y tenemos la obligación de hacerlo.
Y si nosotros somos incapaces de hacerlo, la justicia, el sistema legal y judicial tendría que imponerlo. Nosotros tenemosque hacer nuestro trabajo de exigir y pelear por la justicia social. El trabajo de la justicia legal y criminal esde los jueces.
Puede que hace dos mil años el pueblo acertara al librar a Barrabás. Puede que hace sólo uno meses el enjuiciamiento popular acertara al culpar a Carcaño y su cohorte. Pero no siempre vamos a tener tanta suerte.
Y el dia que fallemos tendremos que vivir con ello para siempre.
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