Que el Cardenal Rouco Varela, sempiterno líder por lo que se ve de La Conferencia Episcopal Española, cambia de casulla según le da el aire es algo que la historia reciente ya nos ha demostrado con creces, que precisa de amplias multitudes para sus apologéticas es algo que la actualidad nos corrobora -no dice nada importante si no está en presencia -física o virtual- de al menos un millón de fieles -fieles de los suyos, claro, de los que le van a dar la razón-.
Pero que no es amigo de lecturas profanas es algo que solamente íntimos, que solamente atisbábamos al ver crecer constantemente la lista de lecturas no recomendadas -porque ya no puede prohibirlas, que si no...- que su club privado elabora de año en año y que ya incluyen A Harry Potter, al Señor de los Anillos y a la inefable Patrulla X -no me preguntéis por qué en ninguno de los tres casos-.
La última presencia multitudinaria del bueno de Rouco otra vez millonaria en asistencia, según él, y faraónica en sus dimensiones de altares y cruces nos ha mostrado que hay dos libros que claramente no figuran en su biblioteca arzobispal.
84-206- 5565-1 y 10-8471664569. Le pongo los ISBN al egregio purpurado para que los encuentre fácilmente. Y le coloco los que están compilados directamente de mi pírrica biblioteca para que no nos veamos abocados a correcciones en la traducción.
Pues bien se encontraba el adalid eclesial español por antonomasia en lo suyo. Es decir hablando contra el aborto. Y eso es algo que no es cuestionable. Si está en contra del aborto justo y necesario es que lo diga. Si la doctrina de la iglesia está en este periodo de la historia contra el aborto -que no lo estuvo siempre- y han decidido que su dios ahora dice eso pues está bien que se lo recuerde a aquellos que dicen seguir sus enseñanzas, que afirman querer salvarse y vivir eternamente en la siguiente vida por cumplir sus directrices en esta.
Pero entonces se le fue la mano, "se le fue la olla" -que dirían las chonis de polígono- , "se le piró mazo la pinza" -que dirían los poligoneros de afterhours etílicos- se convirtió en "un motivaó de la vida" -que diría mi hija mayor-.
De repente, por arte de inspiración del Espíritu Santo supongo -aunque toda paloma había huido del entorno horas antes ante la malgama de pies católicos que retumbaban contra el pavimento-, se acordó de que el Gobierno había cambiado, se le vino a la mente entre salmo y salmo y lectura y lectura que ahora mandaban los suyos, los que dicen creer en lo mismo que él, aquellos que le han hecho y a los que hecho el caldo gordo desde que la democracia es democracia en este país.
Así que engrandecido por tal fulgurante remordimiento el tipo se despachó con un “Es nuestra obligación exigir que se recuerde que el derecho a la vida de la persona es un derecho fundamental. Constituye la base ética primordial de todo ordenamiento jurídico que quiera considerarse justo, proporcionándole un fundamento pre político indispensable para el orden constitucional y, por ser anterior a él, ha de ser respetado, protegido y promovido por el derecho positivo en todas sus expresiones legislativas”.
Y no voy a ser yo el que le diga que no tiene razón en eso. Pero si voy a ser el que le recuerde que adquiera y lea el primero de los ISBN que le he colocado en este post.
Corresponde a un libro llamado Sobre el espíritu de las leyes, escrito por un tal Charles Louis de Secondat, miembro de los Estados Generales de Francia en virtud de su título de Señor de la Brède y universalmente conocido por su segundo y menos importante título de Barón de Montesquieu.
Ese señor se inventó de la nada -bueno de John Locke, entre otros- la separación de poderes.
Y escribió expresamente algo que paso a reproducir "son los poderes divididos y emanados de la decisión de los gobernados los que están capacitados, por la asunción de esa voluntad, para determinar los valores morales en los que se fundamentan las leyes que han de regir a los pueblos y a los que les gobiernan..."
Supongo que Rouco no ha leído eso porque, de ser así, sabría que él no tiene derecho a exigirle al gobierno español ninguna línea ética en sus acciones legales o en sus productos legislativos. Porque él será lo que el papa le ha nombrado, pero eso no le constituye como parte de uno de los poderes en los que se encuentra dividido el poder y el gobierno de la sociedad española.
Y no solo no tiene derecho formal a hacerlo por no ser parte de las instituciones que están destinadas a marcar la ética de nuestra política y nuestras leyes, sino que además no tiene derecho material a hacerlo.
No lo tiene porque ese derecho emana de una carta de Derechos Humanos que la Iglesia no aceptó en su momento y que El Vaticano, como país, es uno de los estados actuales que no ha ratificado completamente en la actualidad. Junto con Irán y China, entre otros -curiosas compañías para el rigor ético se ha buscado-.
Y tampoco dispone de la capacidad material para hacer esa afirmación -eso es kantiano, así que supongo que sí lo tendrá claro- porque sus regulaciones, en las que se basa su doctrina, en las que asienta todo el desarrollo de sus leyes no asumen ese principio de inviolabilidad de la vida humana.
Su catecismo, un libro naranja de dimensiones bíblicas -no podía ser de otro modo-, asume dos principios que dejan en suspenso ese supuesto principio ético que exige ahora al gobierno español como argumento para que haga lo que quiere, que no es otra cosa que prohíba el aborto, no que lo regule o lo controle, sino que lo prohíba.
El catecismo católico acepta el concepto de guerra y muerte justa, es decir que matar, ir contra la vida está permitido, si la causa por la que se hace es de justicia -no se especifica cual ese concepto de justicia con lo cual podría ser desde el mítico ¡Dios lo quiere! de las cruzadas a la actual legítima defensa pasando por innumerables motivos que pueden considerarse justos y se han considerado justos para hacer la guerra a lo largo de la historia-.
y para rematar la faena acepta en ocasiones la pena de muerte. Así por la tremenda.
Así que ni formalmente, porque no es un poder que tenga la capacidad concedida por el pueblo para elaborar las bases éticas de las leyes, ni materialmente porque literalmente no se cree ni él el principio que dice defender, Rouco no tiene derecho a instar al gobierno de este país a hacer nada. Por mucho que religiosamente se encuentren supuestamente en su cercanía.
Pero, claro, la primera división de poderes que no se cree Rouco Varela es la división entre Iglesia y Estado -algo que, por cierto, también figura en Sobre el espíritu de las leyes-. Y por eso creo que le hace falta ese título en su biblioteca.
Y pasado ese inicial momento en el que el desconocimiento de la obra del barón francés le induce al error, Rouco cae en otra profunda sima que de nuevo me hace mirar a su colección de lecturas y descubrir un profundo hueco en la misma.
“La vida es un bien sagrado que el ser humano recibe de Dios. (...) Ninguna instancia humana puede disponer de la vida de un ser humano inocente”.
Aquí se columpia hasta salir disparado del columpio y estrellarse de bruces contra el hueco en el que debería lucir el segundo ISBN recomendado por este humilde bloguero.
Se trata de una obra de un mediocre músico, pobre escritor y gran filósofo de origen suizo llamado Jean Jacques Rousseau que escribió algo llamado El contrato social.
Porque el ideólogo de la Revolución Francesa escribió: "es ese contrato el que permite determinar las normas éticas y de comportamiento que los que lo suscriben están dispuestos a cumplir y les serán exigidas a partir de ese momento".
Puede que la omisión de esa lectura le haya inducido al bueno de monseñor Rouco Varela a caer en el error de creer que lo que determina quién tiene y quién no tiene derecho a la vida sean los deseos de su dios -los que él dice ahora que tiene. Porque hasta, más o menos, el siglo XVIII a su dios se la traía completamente al pairo el aborto, porque el alma del niño era depositada en él en el momento del nacimiento, sino del bautismo, con lo cual lo anterior no contaba-.
Pero de nuevo el cardenal ignora o finge ignorar que su dios no ha firmado contrato social alguno con la sociedad española y por tanto no es el que tiene que dirimir ese problema ético y no se le puede utilizar como argumento para que el gobierno, por muy del PP que sea, adopte decisión alguna sobre el aborto.
Y no se me malinterprete.
Que yo crea que los argumentos son erróneos, que la iglesia no tiene derecho a intentar influir con esos argumentos en la decisión de un gobierno sobre cosa alguna, que yo esté seguro que los pilares en los que se basa nuestra sociedad hacen que ningún dios ni sus supuestos deseos deben estar presentes en las decisiones éticas que deben abordar nuestras legislaciones, no me acerca ni un ápice, ni un milímetro a la defensa del aborto en España ni en ningún otro lado del Occidente Atlántico.
Para mí, el aborto en este país es una de las formas más bellamente camufladas de irresponsabilidad que se presentan ante nuestros ojos.
En nuestro país, donde hay acceso a una miriada de métodos anticonceptivos físicos y farmacológicos y a media docena de fármacos contraconceptivos postcoitales, recurrir al aborto es una irresponsabilidad y va en contra de lo que sí hemos asumido como estado con nuestra división de poderes montesquiniana y nuestra ética como sociedad.
Va en contra de aquello de que todo derecho lleva aparejada un deber -el derecho a decir sobre tu propio cuerpo lleva aparejado el deber de hacerlo sin perjudicar a terceros- y de que nuestra libertad acaba cuando empieza la de los demás -la libertad de elegir el momento de la concepción acaba cuando empieza el derecho del concebido a mantener su propia vida-.
Y eso sí es ética emanada de los poderes que tienen derecho a generar ética legal en nuestro país.
Porque nuestro contrato social sí ha definido el derecho a la vida como un elemento ético al asumir con su firma nuestro país íntegramente La Declaración Universal de Derechos y en ella se especifica que la vida de cada individuo le pertenece solamente a él.
Así que la vida del nasciturus no pertenece a su madre, como la de la esposa no le pertenece al esposo, como la del bebé no le pertenece al padre, como la del ciudadano no le pertenece al gobierno, como la del ser humano no le pertenece a dios.
Por eso creo que el aborto es un dilema ético que nuestra sociedad debe dirimir y hacerlo cuanto antes no como un derecho individual de las mujeres –que, para mí, no lo es- sino como una definición ética de nuestro contrato social.
Una definición que deje claro de una vez por todas -y para todos los ámbitos de la vida- cuando empezamos a considerar a un humano -no juguemos a cerrar la definición, porque en el fondo sabemos que todo lo que nazca del cruce genético entre dos humanos es humano por definición, sea cual sea su estado de desarrollo- como sujeto de derechos y por tanto del derecho a la preservación de su vida.
Y eso solamente podemos hacerlo a través de la única manera en la que se firman los contratos sociales: un referendo. Aunque en ese referendo utilicemos nuestras creencias, nuestras ideas políticas o nuestros impulsos filosóficos para decidir como individuos.
Y a partir de ahí, tanto los que pensamos de una manera como los que piensan de otra, solamente tendremos dos opciones.
O asumimos el resultado del contrato social y lo suscribimos sin impedimento alguno o nos buscamos otra sociedad donde vivir que se ajuste más a nuestros juicios éticos personales.
Y en todo eso, aunque estén en contra del aborto, Rouco, su iglesia y su dios no tienen nada que decir.
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