Hay cosas que nos superan, que nos sobrepasan por los bordes como la leche cuando cuece demasiado. Nos superan porque nuestras mentes son incapaces de hacer los procesos de adaptación necesarios -¿adaptación?, ¿esa palabra no la borraron de los diccionarios?- para los cuales los ciudadanos occidentales atlánticos no tenemos ni la versatilidad, el gusto por el cambio ni, sobre todo, la humildad imprescindibles para ponerlos en marcha.
Y África es una de esas realidades que nos está rebasando por la izquierda a velocidad de crucero -mientras los nuestros encallan en cuanto se alejan un poco de la costa ¡Qué trágica metáfora, por cierto!-.
África es una cincuentena de países, más de tres centenares de tribus, una docena de troncos étnicos, media docena larga de religiones y ni se sabe cuántas formas diferentes de concebir la vida y la muerte. Porque ellos todavía conciben la muerte. Todavía se encuentran en la absoluto obligación vital de integrarla en sus proyectos y sus esencias vitales. Algo que nosotros hemos dejado de hacer hace tanto tiempo que ya nos creemos inmortales. Y con derecho constitucional a serlo.
Pero para el Occidente Atlántico, para el común de los aún mortales que residimos en esa beneficiada y no beneficiosa parte del globo terráqueo África es un puñado de negros -tienen que ser un puñado porque si los consideramos un quinto largo de la población mundial los ojos se nos agrandan de sorpresa- que se mueren de hambre y se matan entre ellos porque aún no han evolucionado. La mayoría de los habitantes de esta civilización ni siquiera considera al Magreb musulmán o a Egipto como parte de África aunque sepa geográficamente que se encuentran en ella -y los estadounidenses ni siquiera eso-.
Pues bien, mientras nosotros languidecemos en nuestros sitiales de cristal viendo como el sistema que tenía que ser cíclicamente eterno y productivo como para mantenernos siempre en lo más alto de la cadena alimenticia de la humanidad se va a pique ellos, quizás porque no les queda otro remedio, quizás porque aún mantienen una esperanza de vida tan corta que se dan más prisa en poner las cosas en marcha, se han dedicado a evolucionar. ¿os acordáis cuando nosotros hacíamos eso? No, claro eso ya solamente puede leerse en los libros de historia. De historia antigua.
Pues bien. Ellos evolucionan. Unos lo intentan al modo más o menos occidental, más o menos contemporáneo, de la revolución. Desde Túnez hasta Egipto, pasando por Libia y poco le queda a Marruecos y Argelia, el África musulmana ha ardido o ardera con los vientos de la revolución. Una revolución que probablemente les lleva a estadios y gobiernos islamistas cuando salgan y se deshagan de los gobernantes puestos por occidente o por si mismos que estaban y siguen impidiendo su avance como sociedades y como pueblos.
¿Y eso es evolución? Pues sí, señores y señoras, eso es evolución. Antes de la ejemplar república que surgió de la Revolución Francesa hubo un imperio napoleónico, un periodo de terror, unos señores llamados jacobinos que la emprendieron a sangre y guillotina con todo bicho viviente. Así suelen evolucionar las revoluciones: a bandazos de ida y vuelta.
Pero eso es el África magrebí y musulmana de origen vagamente árabe, bereber o tuareg -fíjate si hay que matizar cuando nos ponemos exquisitos con África-.
Hay otra parte que ha optado por algo más directo, más de ir al meollo del asunto, más de lo necesario y lo imprescindible. Una forma de evolucionar más nuestra. Más de cómo lo hacíamos cuando aún nos molestábamos en intentar avanzar como civilización y nos limitábamos a sentarnos a morir plácidamente encima de nuestro mullido camastro de liberal capitalismo cubierto con el hermoso pero asfixiante doses de nuestras deudas soberanas varias.
Somalia y sus tierras circundantes han optado por la piratería como mecanismo evolutivo acelerado a gran escala.
Y ahora llega el momento en el que nos toca hacer de nosotros mismos e indignarnos. Argumentar que eso es un delito, que viola todas las normas internacionales, que pone en peligro las vidas de los marineros y las tripulaciones que surcan esos ya embravecidos mares. Ahora es cuando nos toca hacer miniseries televisivas sobre el Alakrana, llamar a La Armada -la de verdad, no la invencible- y decir que ningún estado, ningún país puede recurrir a esa forma de hacer las cosas porque no es justo, no es legal y no es democrático.
Ahora es cuando nos toca cerrar el libro de historia -si es que alguna vez lo abrimos- para impedir que nuestros carnosos y rubicundos carrillos enrojezcan de vergüenza cuando los piratas africanos y aquellos que les organizan y protegen nos muestren dos de sus huesudos dedos -ahora quizás no ten huesudos por los pingues beneficios que reporta la actividad bucanera- y nos pregunten:
¿Por qué no? Ustedes, occidentales atlánticos de la democracia infinita, ya lo hicieron. Dos veces. Y además funciona.
Un informe de esos grupos británicos que se dedican principalmente a pensar -una actividad bastante en desuso en nuestros días, es lo que hacen los think tanks- Ha llegado a la conclusión de que la piratería es buena para Somalia. Está beneficiando al país y sacándole en parte de la miseria.
Los bucaneros del África negra - a lo mejor podríamos llamarles berberiscos. Al fin y al cabo son africanos como los míticos piratas mediterráneos de antaño- haciendo de su capa un sayo en las aguas internacionales que rodean sus costas, hah reducido la inflación, han dado empleo y subido los salarios de los somalíes y han fortalecido su moneda.
Y nosotros podemos escandalizarnos, podemos rasgarnos las vestiduras, podemos mesarnos los cabellos o acudir corriendo a la biblioteca para rebuscar en la sección de textos legales un manual de leyes antifilibusterimo sacado de los lodosos tiempos de los grandes imperios europeos. Pero eso no hará que se una verdad como un templo basada en la más común de las lógicas.
Los piratas aportan estabilidad, algo que no han logrado los gobiernos títeres de unos y de otros ni las guerrillas, títeres de sí mismas y de su propia avaricia. Algo que no han logrado los negociadores ni las tropas de las Naciones Unidas en sus sucesivas misiones, desembarcos y derribos. Algo que no han logrado los varios intentos de Estados Unidos de invadir y controlar el reparto de alimentos que concluyeron con su mítico Blackhawk derribado y unos cuantos de sus chicos de Iowa literalmente en el interior del estómago de la población de Mogadiscio.
Aportan estabilidad porque necesitan un país tranquilo y seguro en el que refugiarse de unas aguas a las que han conducido la inestabilidad y la guerra. Y la aportan porque pueden aportarla. Porque aquellos que se enfrentan a ellos saben que tienen la fuerza de imponer su ley. Una ley que es justa con la población porque la necesitan. Porque tienen que tenerla de su parte, porque tienen que darles cobertura, que dejarles disfrazarse de braceros en sus casas cuando acudan a por ellos.
Es una lógica que no soporta discusión alguna. Es una lógica que ya ha funcionado. Que nosotros inventamos.
"Sorprende contemplar que, cuando cabía esperar toda suerte de desmanes, la isla parece sometida a una autoridad y a un control que ni siquiera he podido contemplar en las calles de Londres. Hay trifulcas cada tarde y cada noche en todas las mugrientas tabernas, en todas las hosterías y la sangre corre por las calles sin trabas morales. Pero cuando lo observas detenidamente siempre los implicados son miembros de una u otra tripulación bucanera o incluso todas ellas al completo. No he tenido en estos meses referencia alguna de doncella forzada, de deuda impagada o de ataque alguno a cualquiera de los artesanos y comerciantes que proveen a los bajeles o las tripulaciones". .(Views of Tortuge).
Esto lo escribió un capitán de la Armada de Su graciosa Majestad Británica allá por el año de gracia de Nuestro señor Jesucristo de 1658. No habla de las colonias, no habla de París o de Cuba. Habla de Isla Tortuga. La mítica sede caribeña del filibusterismo de antaño.
Así que no tenemos nada que decir al respecto. Nosotros hemos hecho lo mismo. Cuando nuestros gobiernos, nuestros soberanos nos imponían condiciones de vida imposibles de soportar para que una élite pudiera acumular riquezas y honores imposibles de contar, cuando todos nuestros intentos fracasaban, cuando la miseria y la falta de horizontes hacía imposible la supervivencia, nos lanzábamos a los bajeles que encontraban la riqueza por la fuerza en las aguas y tomábamos aquello que nos era negado por las leyes, los sistemas y los gobiernos
Y los monarcas les concedían honores, les otorgaban títulos e impunidad porque reconocían que hacían por el país cosas que ellos no podían hacer. Que eliminaban parte de esa miseria, que mantenían los mares volcados en el beneficio de sus arcas y tesoros reales o imperiales. Por eso siempre tenían un puerto seguro al que arribar.
Los piratas somalíes pagan bien y han hecho subir los sueldos porque ellos no son una multinacional europea que pretende obtener un beneficio neto del cien por cien de sus negocios en África y permite que una guerrilla de tres al cuarto trate a los trabajadores como esclavos -si no los esclaviza directamente- para minimizar sus costes y luego mira a otro lado cuando alguien se lo reprocha.
Los bucaneros le dan un AR 15 o un Kalasnikoff a cada uno de sus empleados y eso claro hace mucho por convertirles en patronos comprensivos y espléndidos. No queremos que en mitad de un asalto alguien empiece a disparar a quien no debe reclamando un aumento de sueldo o unas mejores condiciones laborales.
Según el informe del Think Tank británico -que para eso sirven. No para cantar las excelencias de un líder u otro, como los nuestros-, "los sueldos de los somalíes son más altos en las regiones donde se ha instalado la industria pirata. En cada secuestro intervienen una media de 100 personas. Los directamente involucrados en el asalto en el mar son unos 50. El resto trabaja en tierra. Son cuidadores (cuando, para evitar que otros clanes o fuerzas navales les arrebaten los rehenes, los ocultan en poblaciones locales), agricultores, cocineros y comerciantes que facilitan todo lo necesario para la alimentación de piratas y secuestrados".
Mucha gente trabajando en un país en el que el trabajo es un bien escaso y mal remunerado.
No es de extrañar que la moneda somalí haya subido de cotización. Ahora hay una actividad rentable y un poder fuerte que la respalda. Ya sólo queda que Standard & Poors le otorgue catalogación Triple A Plus a los activos relacionados con las artes corsarias en el Golfo de Adén. No desesperemos, todo llegará.
Pero todo eso sigue siendo ilegal. Todo eso va en contra de las leyes y la justicia. Todo eso no es de recibo en un sistema civilizado, no puede tolerarse porque es un incumplimiento flagrante de las leyes internacionales.
Y todo eso es válido al norte del Golfo de Adén pero, cuando los argumentos se exponen más al sur -o en el mismo Golfo, si se da el caso- la respuesta nos lleva al segundo dedo de los piratas somalíes levantado para contrarrestar nuestros argumentos. Para darnos una involuntaria lección de historia.
Sus leyes, sus normativas, sus regulaciones, su democracia y su civilización nunca nos tuvieron en cuenta cuando fueron creadas y redactadas ¿por qué habría de sentirnos nosotros obligados a respetarlas, a cumplirlas? ¿Por qué vamos a respetar un sistema que nos mantiene en la más absoluta miseria para que ustedes puedan considerar un servicio básico tomarse un café barato o disponer de un vehículo a motor?
Y eso nos arroja a nuestro segundo ejercicio histórico de piratería. Este más organizado, más a alto nivel, más sistemático: el colonialismo.
Tampoco era justo que arribáramos a las costas africanas y tomáramos hombres y mujeres para trabajar como esclavos solamente porque los necesitábamos para nuestra economía -e incluso en muchos países ni siquiera era legal-; tampoco era justo que arrambláramos con todos sus recursos simplemente porque nuestra economía industrial disparada, multicéfala e hidropésica en su consumo había agotado los nuestros, tampoco era justo que nos repartiéramos sus tierras separando familias, tribus, naciones enteras solamente para establecer nuestras colonias económicas y enviar allá a aquellos que nuestro sistema no podía mantener; tampoco se ajustaba al derecho internacional que pusiéramos nuestros ejércitos coloniales en esas tierras para limpiar de ellas toda oposición armada o no que pudieran encontrar.
Pero lo hicimos. Creamos un sistema en el que la ley y la justicia solamente imperaba en una parte del mundo. En el que solamente tenían derechos, propiedades y respeto aquellos que formaban parte de nuestro núcleo de civilización. Y los desarrollaban a costa de la carencia absoluta de ese reconocimiento a todos los demás.
Los piratas somalíes -aunque es mucho más que probable que lo hayan hecho por instinto de supervivencia y no por deducción razonada o impulso filosófico. Lo mismo que lo hicimos nosotros-, no han cambiado el sistema, no han modificado en nada nuestra forma de actuar. Simplemente se lo aplican a sí mismos.
Hacen lo mismo que hicimos nosotros. Pero ahora son ellos los que evolucionan, los que se desarrollan a nuestra costa, mientras antes fuimos nosotros los que nos desarrollamos a la suya.
Y también es comprensible y lógico que queramos pararlos. Como el Imperio Español quiso frenar a los corsarios británicos y a los filibusteros corsos y franceses; como el imperio romano quiso impedir que los bárbaros hicieran exactamente lo mismo que habían hecho ellos antes; como los persas intentaron impedir a cualquier precio que los griegos se unieran y engrandecieran como habían hecho ellos para crear su imperio.
Pero lo que no es lógico, lo que resulta casi ridículo, es que pretendamos que ellos nos den la razón. Este sistema les está matando cada mañana y cada noche. No podemos ser tan estúpidamente inocentes o ciegos que pretendamos que ellos aceptan lo legal, justo y lógico de esa situación.
Pero lo somos porque no podemos adaptarnos, porque hemos perdido la capacidad de cambio porque nos hemos acostumbrado a ver realidades deformadas por mirar siempre a través del prisma que hemos creado para el mundo. A través de los cristales de nuestro egoísmo, nuestra egolatría y nuestra molicie.
Lo hacemos porque olvidamos y pretendemos olvidar que somos nosotros los que inventamos -ó por lo menos los primeros que llevaron a cabo- esa forma de evolución.
Como olvidamos El Tribunal de La Santa Inquisición, las persecuciones de moriscos, La Noche de San Bartolomé o La Santa Alianza cuando hablamos del integrismo religioso de los yihadistas; como olvidamos la invasión inglesa de Irlanda y Escocia, española de los Países bajos, francesa de La Fronda, cuando hablamos de Rusia y sus tempestuosas relaciones con Osetia o Chechenia; como olvidamos La postguerra de Las Dos Rosas cuando en Inglaterra moría todo aquel que hubiera estado en territorio de Lancaster por rebelde, La Década Ominosa cuando era fusilado cualquiera que hubiera estado en la calle durante las manifestaciones anarquistas, La restauración borbónica en Francia cuando caían como moscas todos aquellos que habían tenido algo tricolor en su entorno, cuando hablamos de la represión de El Asad en Siria; como olvidamos el Periodo del Terror de La revolución Francesa, Los gulags de La Revolución Rusa, La caza del inglés - y de sus tribus indígenas aliadas- de La Revolución Americana, la persecución de curas y monjas de la fallida revolución española de la Segunda República y la caza del afrancesado de nuestra gloriosa Guerra de Independencia, cuando hablamos de los desmanes de los revolucionarios libios tras la caída de Gadafi.
Como olvidamos a Francis Drake y de Bertrand D´Oregón cuando hablamos de piratería.
El mundo avanza como nosotros lo hicimos hace siglos. La única diferencia, que nosotros percibimos como un problema, es que ahora avanza en contra nuestra.
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