sábado, enero 07, 2012

Viktor y Silvio muestran las caras del nuevo dictador

La Unión Europea, que ya no es casi unión y amenaza con dejar a la mitad o mas de Europa en el camino de una supervivencia que se antoja imposible mientras nos aferremos a un sistema ya muerto y enterrado, de repente se ha vuelto vigía de Occidente, garante impeninente de democracias y protectora contra desmanes y belidades dictatoriales y autocráticos.
Y digo de repente, porque hasta ahora no le había salido ese ramalazo, ese trasunto político del ucha por la libertad de los pueblos -de los mercados sí, eso es sagrado-, pero no de los pueblos y las gentes.
Pero ahora que Hungría se nos va por la puerta del autoritarismo neofascista, a Europa le alforan los recuerdos de que algo debe hacer, de que también está para defender libertades, de que también debería poner el ojo en esas cosas que se llaman derechos democráticos e intentar protegerlos.
No voy a ser yo quien diga que está mal que se aprieten las tuercas al gobierno Húngaro de Viktor Orban por esa repentina revisión a la baja de su Constitución, que afecta a todos y a todo lo que se mueve en las tierras magiares.
No es que me pregunte por qué ahora porque la respuesta a esa pregunta es evidente. Más bien, mi malhadado gusto por la relación de las cosas y ese vicio sutil molesto y necesario llamado coherencia, me hace preguntarme por qué no antes.
¿Por qué antes de que Orban pretendiera cercenar de raiz la independencia judicial, mandar a paseo el sistema electoral para transformarlo en un remedo de los que los dictadores, ahora depuestos o en proceso de ello, de las tierras arábigas usaban para dar patina democrática y justa a sus desmanes, destrozar la libertad de prensa y opinión, cargarse de un plumazo el derecho a ser socialista en Hungría, vinculando a todo al que esté a la izquierda de él al antiguo régimen prosovietico y dictatorial que gobernó el país en otros tiempos y algún que otro desmán más que se me escapa, la Unión Europea no amenazó, no sancionó no persiguio con fuerza las beleidades tiránicas de aquellos que confían solamente en si mismos como garantes del bien de la patria?
La respuesta sencilla sería y seguro que ha sido -y muchos la dirán de corrido y sin señas como la primera mano de una buena partida de mus- que porque no los ha habido.
¡Ay, a veces ese prisma que nos fuerza a ver la realidad con los ojos con los que hemos elegido verla es, de tan ingenuo, hasta enternecedor, de tan incocente e instintivo, hasta  preocupante!
Parémonos a pensarlo un momento. Tomemos el café y el perióidico -si es que gastamos una o ambas de esas cosas-  y reflexionemos:
¿No ha habido en la Europa reciente beleidades dictatoriales?, ¿no ha habido revisiones legales que atacaran la independencia judicial?, ¿no han existido derivas que han llevado a cercenar la división de poderes?, ¿a acaparar poder en solo un par de manos, restándolo de organismos colectivos elegidos por los ciudadanos?
¿No ha habido intentos y logros de controlar la prensa, la disidencia, la opinión contraria?, ¿no ha habido pretensiones de criminalizar legalmente a otros partidos para restarles base ética para la oposición?
Tomémonos un tiempo antes de contestar y, aparte de algún que otro desliz checo, alguna metedura de pata de El Elisio que fue urgente y convenientemente corregida y un par de locuras psicóticas de la pareja esa de gemelos que gobernó en Polonia, se nos irá formando poco a poco en la memoria una imagen, aún no diluida en el recuerdo, de calvas engominadas, de trajes perfectos y elegantes cortados a medida, de gestos zafios y comentarios soeces y extemporaneos, de sonrisa torcida y socarrona.

Démosle entonces un buen sorbo al café para despertar del todo la memoria y sabremos que sí, que si lo ha habido, que se hacia llamar Il Cavaliere y se llamaba Silvio Berlusconi.
Así que la pregunta pierde la gran inmensidad de su retórica y también de su tamaño y se convierte en algo más llevadero, más corto, más directo ¿Porque a Viktor Orban le sacan a relucir el artículo 7 cuando se vuelve dictatorial y déspota y a Sivio Berlusconi le estrechaban la mano, le sonría Europa en todas esas fotos familia y nunca la cantaron las cuarenta -estoy hoy yo de patrios juegos decartas, por lo visto-?
De nuevo, si no nos hemos hecho fuerte el café o nuestro prisma europeo sigue lo suficientemente sucio por los restos de lo nuestro como apra deformarnos del todo lo ocurrido, se nos ocurrirán varias respuestas fáciles.
Lo primero será decir que no es lo mismo. Y en parte sería cierto.
Pero Berlusconi se cargó de hecho y de derecho la división de poderes utilizando los propios tribunales.
Cierto es que no cambió la Constitución pero promulgó leyes que le blindaban como poder ejecutivo contra las acciones judiciales, inició procesos administrativos -es decir, emanados del ejecutivo- contra jueces que le habían procesado, contra fiscales que le habían acusado e impidió con ellos que el poder judicial fuera en modo alguno independiente.
Il Condottiero -siempre pensé que ese apelativo le cuadraba mucho más que Cavaliere- se dedicó a cercenar la libertad de prensa, permitiendo y permitiéndose un monopolio total de la televisión, arbitrando los medios públicos a su antojo, desmantelando los medios de comunicación públicos para luego comprarlos por partes con su grupo privado, ahogando económicamente a los medios escritos que eran oposición y controlando políticamente, sentado en su sillón de El Quirinal, no solamente qué era lo que se decía sino a qué hora y en qué rango de audiencia se escuchaba.
Vale, no era una Ley de Prensa directa -y estupidmanete inocente, que todo hay que decirlo-, con la censura previa y todo eso como lo ha hecho Orban en HUngría, pero que derogó por la tremenda la libertad de prensa y de opinión es un hecho tan demostrable y demostrado que se obvia la necesidad de hacerlo.
Pero, mientras hacía eso, Europa podía fruncir el ceño, criticarle, negarle lo afectuoso del saludo -que nunca el saludo en sí mismo- o incluso hacerle ascos, pero nunca la tremolaron el árticulo siete de marras, ese que hace que pierdas los derechos de socio de la Unión si incumples los principios en los que se asienta la fundación de la misma.
Los socios movían la cabeza con cierto desagrado y los miembros electos del Parlamento y la Comsión Europea la recriminaban cordialmente en las reuniones privadas pero siempre, publicamente y en sus atriles de rueda de prensa, decían que Italia era un país soberano y que esos problemas tenían que resolverlos los propios italianos.
Para todos era evidente que el principio democrático era tan importante para Berlusconi como preguntar la edad de las chicas a las que invitaba a sus placeres de Villa Certosa, tan intocable como la parte interna de los muslos de las modelos a las que ascendía a ministras y tan defendible como la fidelidad en su matrimonio. O sea, algo secundario, baladí, carente de importancia cuando cosas más importantes, como su poder y su fortuna, estaban en juego.
Entonces ¿por qué?. Me disfrazo de frustrado Mourihno y pregunto ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?
Se me viene otra respuesta fácil, otra de esas que aunque tienen una parte de verdad no son del todo la verdad completa, con matices, con explicaciones amplias y sin demasiadas dudas.
Le dajaban hacer de la capa de sus elección el sayo de su poder dictatorial porque fue más listo que el repentino dictador en ciernes Viktor Orban.
Y eso es cierto, al menos parcialmente.
Que lo que había en Italia era una dictadura era evidente. Pero el magante transalpino creó una dictadura nueva, una dictadura mediática -algo que acuñó Umberto Ecco, que por inteligencia y lugar de residencia algo debe saber de estos asuntos- mientras Orban opta por la más tradicional que todos reconocemos a la legua.
Il Condottiero milanés fue lo suficientemente listo para jugar con las fantasías, los deseos y las envidias. Logró que gran parte de los italianos -y no sólo de los italianos- le envidiaran y les cayera simpático en sus desafueros. Se soñaran a sí mismos capaces de hacer como él aquello que se les cantase en la gónadas, rodeados de bellezas en Certosa y haciendo chistes soeces para escándalo de gobiernos feministas.
Berlusconi logró sacar la sonrisa de muchos que secretamente -y no tan secretamente- querían ser él o al menos serlo en parte.
Nadie quiere ser un tipo oscuro y entristecido como Orban. Pero un magnate poderoso y rico como lo es y lo era Berlusconi es un sueño que nuestro egoísmo occidental atlántico nos hace tener, cuando menos en alguna parte de nuestro más profundo subconsciente.
Y también fue capaz de vender y de que muchos compraran que como ya tenía dinero no quería más, que como ya tenía poder no necesitaba más. Orban no puede hacer eso.
Todo el poder que tiene lo tendrá por sus querencias dictatoriales, todo lo que acumule será producto de lo que consiga sentado en el sillón de Primer MInistro magiar. No puede fingir que no quiere lo que realmente ha venido a buscar como supo hacer Berlusconi.
Y también fue más listo que el incipiente líder autonombrado del autoritarismo húngaro en una cosa. En la esencial. En la que nos arroja al motivo real y nunca explicado de por qué nadie le toco, por qué la Unión Europea nunca le puso la mano ni la espada de Damocles del arículo siete del Tratado de la Unión sobre su cabeza.
El dictador mediático italiano nunca tocó al banco central transalpino, nunco puso la mano sobre los principios organizativos de la economía europea. Lo controlaba por amigos y familiares -en el concepto medieval de la palabra, quiero decir- pero no hizo una ley que le permitiera controlarlo. Orban no ha tenido tanta vista.
Y eso y solamente eso es lo que distingue a Viktor de Silvio a los ojos de la Unión Europea. Eso y solamente eso es lo que le permitió a Silvio pasar junto a los supuestos garantes de los principios democráticos europeos con presteza y arrogancia e impide a Viktor Orban hacer exactamente lo mismo.
Porque eso nos da el motivo real de la diferencia.
Europa, las instituciones europeas, no tocaron a Berlusconi porque sus gobernantes no les dejaron, porque sus gobernantes sacaban provecho de todo lo que hacía el maganate piamontés en perjucio de Italia. Europa arremete contra el gobierno Húngaro a sangre y fuego, le lanza lo que tiene, le arroja el artículo siete como el lobo que viene a por sus nuevas ovejas nazifascistas porque sus gobernantes saldrían perdiendo si Orban triunfara, porque sus gobernantes no ven como sacar provecho de eso. Esa es la diferencia.
He escrito gobernantes. No he escrito gobiernos, instituciones, Parlamento Europeo, Comisión Europea ni siquiera José Manuel Durão Barroso, el presidente de la Comisión, o Angela Merkel, rígida comisaria de la polícia económica liberal capitalista del continente. He escrito gobernantes. Y no creo equivocarme.
Porque los autenticos gobernantes de Europa no son ninguna de esas personas o instituciones. Son otra dictadura que permite dictaduras cuando le son propicias y rentables y que permite que se las ataque cuando pueden resultarle perjudiciales.
Son los mercados.
Berlusconi nunca amenazó con salirse de la Unión, con salirse del Euro y eso le permitió que Europa mirara hacia otro lado. Lo permitió porque cada una de sus derivas autocráticas generaba pingües bebeficios a los inversores.
Porque cada ley que le protegía, protegía a sus empresas y le generaba tales beneficios que los mercados coocaban su corporación en la cúspide de la rentabilidad. Con cada ataque a la división de poderes, con cada triunfo de la dictrura mediatica de Silvio el valor de las acciones de sus grupos se disparaba, los mercados reaccionaban favorablemente.
Il Condottiero llevaba a su país a la ruína y emitía deuda a la misma velocidad que una máquina tragaperras suelta las monedas de un euro del premio especial, pero los mercados la asumían.
Reaccionaban positivamente porque sabían que Silvio era y siempre había sido uno de ellos.
Que Berlusconi era de los que no tenía problemas en hundir una empresa -aunque esa empresa fuera un país completo- con tal de asegurar sus beneficios.
Porque Silvio siempre había sido un inversor. Y esos inversores, que componen la entidad supuestamente neutra llamada los mercados, sabían que funcionaba según los criterios que ellos entienden, que ellos representan: el benficio económico personal por encima de todo, los réditos y los dividendos por encima de todo. Yo por encima de la sociedad, mi dinero por encima de la justicia. Mis beneficios por encima del mundo.
Así que, como sus jefes sin rostro, sin nombre y sin cabeza, reaccionaban bien con Berlusconi, las instituciones del gobierno europeo le toleraban, le pasaban por alto todo intento de transformarse en el remedo con traje de 1.000 euros del nuevo César, no sólo por lo de Baco en Certosa, sino por lo de Júpiter en El Quirinal.
Pero los verdaderos jefes del gobierno europeo, los dictadores del dividendo y el resultado, los tiranos de la prima de riesgo y los bonos basura, no ven en Viktor Orban el mismo beneficio.
No sabén quién es este oscuro hombre que de repente se ha nos ha vuelto poderoso en Hungría y que quiere aún más poder. Mirán en Forbes, en Fortune y no tienen ficha alguna sobre él. No tiene grandes empresas que coticen en Lóndres, en Frankfurt, en Milán o en Madrid.
No tienen ninguna seguridad de que sus nuevos ritmos de gobierno, cada ´vez menos democráticos, les vayan a reportar beneficio alguno.
No saben si es uno de los suyos, si les respetará, si les permitirá seguir sumando dinero que extraer de los pueblos y las naciones para ingresarlo en sus cuentas corrientes de cualquier paraíso fiscal que aún les quede.
Y por eso le lanzan los perros con denuedo infinito a los tobillos, con extrema fiereza. No quiera Jano, viejo dios del dinero y la fortuna y actual dictador del Occidente Átlantico miedoso y egoista que vivimos, que le de por quitarle los negocios a las enormes inversiones que Alemania ha hecho en su tierra para abrirse mercados, que le de por usar su poder contra ellos y no en su favor.
Porque Orban y su fascismo de recuerdo nacional mitificado, de autarquía nacional engrandecida, pone en riesgo que fluya el dinero desde loa mercados en los que Europa -principalmente Alemanía- ha invertido a través de las ayudas estructurales y de los fondos de compensación para lograr que Hungría fuera un lugar del que los mercados e inversores sacaran beneficios. No existe una sola empresa húngara en la que merezca la pena invertir, que se vaya a beneficiar del ataque autocrático de Orban.
Viktor Orban y Hungría no tienen Mediaset, así que lo más probable es que los señores absolutos de los mercados no puedn sacar beneficio alguno mercantilista y liberal de que Viktor muede el gobierno y la Constiución magiar en su favor.
Porque del nacionalimo repentino magiar de mano alza y desfile marcial a la nacionalización va un paso y no muy grande. Porque entonces sus deudas, sus primas de riesgo y sus reducciones de calificaciones de los bonos de deuda nacional se quedarían en nada porque Viktor Orban sacaría del juego del mercado a Hungría. Le sacaría de la peor manera posible para el mundo y sobretodo para los húngaros. Pero le sacaría.
Porque corren el riego de que Orban en pleno ataque de ansias de poder deje de reconocer el poder oscuro de los mercados sobre el y el paísque pretende controlar. Al fin y al cabo no le resultará dificil. Hace sesenta años ya lo hicieron dejando anexionar por el nazifascismo y hasta hace poco lo seguían haciendo bajo el ferreo control económico, político y social del imperio soviético. Ninguna vez les salió bien pero no es algo desconocido en esas parte de las riberas del Danubio ignorar lo que dicen los mercados e intentar una política económica radicalmente opuesta a esos principios que son las tablas de la ley para los mercados. A lo mejor Viktor Orban piensa que a la tercera va la vencida.
Así que permiten y conminan a sus administradores -esos a los que nosotros creímos gobernantes de Europa- a que hagan lo que se supone que siempre han tenido que hacer. A que protejan los derechos democráticos de los hungaros, a que recuerden que la libertad debería ser un frincipio fundamental de la fundación de Europa y hubo un tiempo, antes del gobierno arbitrario de los mercados,en el que lo fue.
Por un momento, mientras nos tomabamos el café y recibíamos las noticias, hemos vivido el espejismo con el caso de Orban y de Húngría de que Europa defendía la democracia, la libertad y sería capaz de ponerse en contra de aquello que va en contra delas gentes, de los derechos y de los pueblos.
Pero luego hemos recordado a Berlusconi y hemos salido del sueño ensimismado en que las postreras fases de nuestro sueño nocturno nos había arrojado.
Europa ataca una dictadura injusta para defender otra más injusta todavía. Nuestro sistema es incapaz de anteponer la justicia a los beneficios. Por eso sobrevivió Berlusconi, por eso lo de Hungría y lo de Orban no nos sirve del todo.
Europa y sus instituciones de gobierno sólo atacan aquello que le es perjudicial al dictador que ordena sus acciones y dejan pasar aquello que le es beneficioso por injusto que sea. Más o menos lo que viene siendo lo habitual entre todos nosotros.

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