sábado, enero 21, 2012

La tarjeta de visita de Ana Mato nos enseña quién discrimina y considera inferiores a todas las mujeres


 Una y otra vez nos vemos abocados a lo mismo. A la misma explicación, a la misma intransigencia, a la misma incapacidad de revisar lo pensado y de enfrentarlo con aquello que la realidad pone ante nuestros ojos.
La ministra Ana Mato, a la que le ha caído el marrón, en este gobierno plagado de marrones hasta las trancas-si es que me dan hasta algo de pena-, de lidiar con  esto que se pretende imponer como el mal nacional de nuestro tiempo llamado -y mal llamado- violencia de género, hace un anuncio. Uno de esos que se hacen al principio de todo ministerio, uno de esos generales que se presupone que lo cubren todo sin decir nada. De esos que sirven de tarjeta de presentación con ribetes dorados de quién ostenta la cartera y sus intenciones.
Y todo lo que se ha encontrado en estos primeros días de brega y convivencia con una realidad con la que muchos de nosotros estamos ya restañados y curados de espanto de luchar se podría resumir en una metafórica única frase de esa presentación.
La buena de Mato comienza su anuncio, toma aire y dice "Estoy dispuesta a, para acabar con esta lacras del terrorismo doméstico...
Y la pobre ya no puede terminar. No la dejan. Las atribuladas exclamaciones de congoja llenan el aire, las furibundas miradas de indignada sorpresa con acompañamiento de cejas arqueadas hacia abajo la fulminan, los gritos de rabia no contenida la acallan.
¿Terrorismo doméstico? No ¿terrorismo de género, querrá decir?, ¡terrorismo contra la mujer tiene que decir!
Y se lanzan a la palestra en todas sus asociaciones y llenas sus páginas virtuales y sus espacios de éter en rosa -nunca he entendido ese gusto del radicalismo feminista por el rosa, ¿dónde quedó aquello de que el rosa estigmatizaba los arquetipos femeninos y el azul los masculinos? Otra batalla absurda que enviaron al limbo cuando les interesó, supongo- de arengas, de llamadas a la resistencia, de convocatorias para impedir perder un centímetro de lo logrado.
Y de paso tiran de móvil -¿quién no tira de móvil hoy en día cuando tiene un problema?-, seguramente a nombre de la asociación y cuya cuenta se paga con una subvención pública- y llaman a algunas de las periodistas de esos medios a los que consideran amigos, a los que consideran amanuenses sumisos de su relato del combate y les piden compromiso, ayuda, apoyo logístico y cobertura de los flancos en esa guerra que ellas han comenzado sin saber muy bien porque motivo psicológico interno.
Y ellos se lo dan.
"No podemos consentir que bajo el concepto de violencia doméstica se vuelva a esconder la verdadera lacra que es la violencia machista contra la mujer, la violencia de género", afirma una de sus más relevantes combatientes.
Porque claro. Los menores muertos por palizas, abandonos o negligencias en sus hogares, los ancianos humillados, los varones agredidos, maltratados y humillados por sus parejas femeninas, las mujeres golpeadas por sus parejas femeninas, los hombres molidos a golpes por sus parejas masculinas no existen.
Son solamente una cortina de humo, una serie de bombas lacrimógenas que pretende arrojar la pérfida nueva ministra para ocultar lo único que importa: el concepto inventado por ellas de violencia de género.
Y la señora Mato, que acaba de llegar a estos lares, que no está habituada a lidiar con la imposición ideológica que sus interlocutoras están acostumbradas a sentir como su derecho fundamental, deglute sorprendida, gana algo de tiempo ajustándose la melena tras la oreja -en un gesto muy propio- e intenta continuar matizando, "..., la violencia de género -apostilla entre comas provocando sonrisas complacidas y suspiros de alivio-, cambiando la legislación...".
Y entonces se desata el diluvio. El apocalipsis, el Armagedón.
Como en la sala común de un poblado vikingo comienza a sonar un sordo rumor, un eco de botas golpeando el suelo, de astas de lanza golpeando contra los bancos, de espadas percutiendo contra escudos, de pomos de dagas descargados rítmicamente contra la madera de las mesas"
Y el rumor crece: "guerra, guerra", y se acentúa: "guerra, guerra", y se vuelve sonoro y cadencioso "guerra, guerra". Y se transforma en un grito ensordecedor: "guerra, guerra".
Y las huestes radicales del feminismo malentendido se lanzan al combate. 
Se arrojan a la yihad más desmedida, más fanática porque alguien ha osado tocar su libro sagrado, mentar su evangelio, poner en duda sus santas palabras reflejadas en la malhadada Ley de Violencia de género.
Y tiran de todo lo que tienen a mano, de todo lo que siempre han usado en esa guerra santa por imponer su criterio a sangre y fuego, a discriminación e injusticia.
Vuelven a tremolar las denuncias, las famosas multitudinarias denuncias -que ya empezamos a tener claro a qué corresponden-.
Las presentan a bombo y platillo diciendo que solo en un semestre, el último de 2011 han sido 35.000. Esconden el hecho de que solamente un 16 por ciento han sido puestas por actuaciones de la policía -el resto son de parte en los juzgados, ni siquiera en las comisarías-, ocultan la realidad de que un sesenta por ciento de las denunciantes siguen conviviendo con el denunciado sin solicitar siquiera una orden de alejamiento; pasan por alto el hecho de que un 78 por ciento han sido convertidas por los juzgados en juicios de faltas al ser por insultos o al llevar aparejadas otra denuncia en los mismos términos de la otra parte; pasan por alto el espinoso asunto de que un 35 por ciento de las denuncias competen a ciudadanos extranjeros tanto en la denunciante como en el denunciado; dejan en un segundo o tercer plano de que de todas ellas solamente se dictaron 4.700 sentencias y por supuesto de que 1.100 fueron absolutorias.
Pero utilizan el titular y el número de denuncias para decir que su yihad es verdadera, que poseen la razón absoluta en estos asuntos.
Y por si no hay suficientemente con ese ataque frontal, con ese bombardeo manipulado que cansa nuestros sentidos e insulta nuestra inteligencia y nuestra capacidad de análisis, convocan a sus campeonas, a sus paladines al campo de batalla.
Y una de ellas, una de la que en más ocasiones luce su brillante armadura sale a la palestra para decir que "el problema no se encuentra en la ley. Se encuentra en los juzgados. Hay que vigilar su buen funcionamiento y hay que poner en práctica la normativa, porque muchas veces se hacen interpretaciones que hacen que muchas mujeres se sientan inseguras a la hora de interponer una denuncia".
No tiene ningún problema la campeona del feminismo de enfrentamiento y superioridad -que para más inri se llama a sí misma jurista- en inmolar en el altar de su deidad cualquier institución, cualquier elemento con tal de que las tablas de la ley de su ideología no sean tocadas. De que la Ley de Violencia de Género no sea modificada ni en una coma.
Eso no puede consentirse.
Y en plena batalla contra nadie -porque nadie ha estado nunca en guerra contra ellas- pasan por alto que su santa alianza, su cruzada, su yihad, la nueva religión de la que se han declarado pontífices, acólitas, profetas y mesías todo en uno, las arroja al ridículo, las empuja al absurdo
Las lleva a convertirse en el principal problema que afrontan las mujeres en este país, en sus primeras discriminadoras. En sus más acérrimas enemigas.
Ellas que tanto claman por la igualdad son las primeras -y, a estas aturas, casi las únicas- en considerar a las mujeres radicalmente inferiores.
Porque su ideología se apoya en el hecho de que la mujer es débil, más débil que el hombre; se fundamenta en la presunción de que la mujer debe ser protegida como un menor de edad, como un ser incompleto que no tiene la madurez necesaria del cerebro y el pensamiento adulto, se asienta sobre el pilar del convencimiento de que la mujer necesita la tutela, el apoyo y la salvaguarda de alguien para enfrentarse a sus problemas y poder superarlos, de que sola no podrá hacerlo, de que nunca será lo suficientemente fuerte como para enfrentar a un capullo y dejarle compuesto y sin novia -y nunca mejor dicho-, de que precisa ser tutelada, sino ya por los hombres -eso nunca- si por el Estado y otras mujeres que han pasado el rubicón de su debilidad y la tienden la mano desde la otra orilla.
Porque cada vez que utilizan esos argumentos están insultando a las mujeres, porque cada vez que usan la debilidad psicológica de algunas que les impide salir de esas situaciones -debilidad que desarrollan hombres y mujeres por igual en determinadas circunstancias- para hacer una norma general de la situación están escupiéndolas su desprecio en el rostro, están afirmando que son seres débiles y cobardes que no pueden valerse por sí mismas.
Y lo peor no es solamente que para defender su guerra, sus batallas psicológicas contra sí mismas usando a los varones de saco de golpes, no tengan problema ideológico alguno en colocarlas por debajo del hombre en contra de todo lo que dicen y pregonan.
Lo peor es que consideran a toda mujer inferior a ellas mismas. Por eso ellas tienen que ayudarlas, que tutelarlas, que cuidarlas, que enseñarlas cómo ser una mujer de verdad. Porque si no es así, dejarían de ser necesarias. Y eso no puede ocurrir.
Así que, como en otras muchas cosas, ya poco queda que decir.
Nada salvo que va siendo hora de que las mujeres de este país tomen de verdad el rumbo de sus vidas y comiencen a decir que ellas no necesitan odiar a los hombres para sentirse mujeres plenas.
No para que lo sepan los varones -que siempre lo hemos sabido- sino para aquellas que se han otorgado el derecho de hablar por la mujer tengan claro que las mujeres no necesitan que ellas las tutelen. Que no aceptan la discriminación masculina ni la discriminación feminista.
Y todo eso es lo que Ana Mato, casi sin querer, ha desencadenado con sólo presentar su tarjeta de visita. No por algo que haya dicho sino por una realidad con la que el emporio ideológico del poder femenino no está acostumbrada a lidiar.
Ana Mato sabe que haga lo que haga las feministas no la van a votar, no van a pedir el voto para ella. Y eso resulta liberador. Eso hasta permite gobernar con cierta justicia. Eso es algo a lo que el  feminismo ideologizante y agresivo que hasta hace unos meses era poderoso no está acostumbrado, algo que no puede digerir.
Al menos no, sin una buena dosis de sal de frutas. Y la voz de las mujeres clamando contra ellas es el único bicarbonato que puede calmar sus ahora encendidas vísceras.

9 comentarios:

Antonio Jesus Ruano Gomez dijo...

excelente articulo,y tan verdad por haberlo sufrido en carne propia,me siento identificado y agradecido a la autor/a del articulo.

devilwritter dijo...

Siento que hayas tenido que pasar por ello. Ningún hombre o mujer debería tener que pasar por ello.
Esa es mi lucha. Por eso trabajo y hago lo que puedo.

Desclasado dijo...

Lo que no entiendo, no quiero caer en teorías de la conspiración, es por qué no se va a la guerra también desde la otra parte. quiero decir: que las femicerdas se ponen chillonas, pues que se jodan: la violencia de género NO E-XIS-TE y de ese carro alguien racional no puede bajarse.
Pues no, empiezan a chillar y hala, a rectificar: "sí, señoras femicerdas, ha sido un lapsus, señoras femicerdas, como ustedes digan, señoras femicerdas..."
A ver si va a ser verdad que hay una agenda de género en la banca y el sistema en general, porque no se entienden estas concesiones al delirio.
Saludos.

devilwritter dijo...

Veamos.
Según yo lo veo es como sigue.
No se va a la guerra porque no se quiere la guerra.
Porque el enfrentamiento es lo que ellas buscan, es lo único que las permite medrar.
Tampoco es cuestión de caer en los mismos absolutismos que aquello que queremos combatir.
La violencia machista existe -es un porcentaje ínfimo de la violencia que reciben las mujeres, pero existe-.
¿Hay hombres que creen que tienen derecho de superioridad absoluta sobre sus parejas? Sí, muy pocos pero los hay.
¿Hay hombres que someten a las mujeres que conviven con ellos a malos tratos porque las consideran objetos de su propiedad? Sí los hay, muy pocos pero los hay.
Eso es una verdad incuestionable que tiene que ser mantenida en su justa medida, en su número real.
Es un problema que hay que solucionar, como otros muchos, y que se integra dentro de uno mayor que, según yo lo veo, es la violencia social y afectiva que nos está destrozando como civilización.
Así que, que la ministra matice que dentro de la violencia afectiva -o doméstica como la llama ella- se encuentra la violencia machista para que tengan claro que también se refiere a ella no me parece ninguna claudicación.
Es más, me parece bien. Que sepan que la violencia machista -como la hembrista, como la que se ejerce contra menores y todas las demás- está incluida.
Entrar al trapo del enfrentamiento solamente les dará argumentos para seguir en sus trece.
Y un consejo amistoso -de verdad-. No soy amigo de censura ninguna y no voy a ser yo quién la imponga en estos comentarios.
Tampoco te voy a decir que no he arremetido y mostrado mi desprecio hacia las radicales que intentan imponer de modos fascitas sus criterios.
Pero, hasta para mostrar desprecio, hay que ser educado. Hay determinados epítetos que no ayudan en nada a demostrar que lo que creemos que es verdad y que nuestra oposición a esas teorías se basa en la razón y no en la visceralidad.
Comprendo que hay muchos que estan especialmente indignados con esta situación porque la han sufrido en sus propias carnes.
Pero una forma de demostrar que están equivocadas es no recurrir a las mismas bajezas lingüísticas que ellas cuando se refieren a los hombres o a lo que creen que son los hombres.
Un afectuoso saludo, Desclasado.

Desclasado dijo...

Voy a matizar.
Atendiendo a tu requerimiento, en tu casa estoy, no usaré términos como "femicerda"(para distinguirlo de aquello que fue el feminismo). Hablaré, en su caso, de feminismo de género, aunque acople bastante más feminazi.
Soy consciente de que lo que se busca es la guerra, el enfrentamiento. Es el divide et impera perfecto: mitad de la Humanidad contra la otra mitad.
Así que lo lógico es no caer en la guerra de sexos.
Pero yo no odio a las mujeres, en la guerra de sexos no voy a caer. Ni yo ni nadie sano. Pero al tiempo que puedo odiar el nazismo y no odiar a los alemanes, puedo odiar el feminismo de género y no odiar a las mujeres.
La concesión constante nos ha llevado a donde estamos, esto no puede seguir así.
Y lo mejor de todo es que ni siquiera la inmensa mayoría de las mujeres siguen sus deliradas pautas.
El concepto de violencia machista es muy discutible, lo que desde luego no existe es el engendro ese de la violencia de género.
Nadie mata a su mujer por "ser mujer", eso lo sabes tan bien como yo. Y el tarado que mate a su mujer por su condición de mujer, entra en la excepción que confirma la regla.
Si matar a una persona porque te pertenece, esto es: porque puedes, se llama violencia machista, entonces cuando las madres matan a sus hijos ejercen violencia machista. Es absurdo.Prefiero términos mucho más correctos como "situación de dominio" que no tiene nada que ver con el sexo de víctima y victimario/a.
Sigo en otro comentario que no quiero que se me corte o vaya a spam.

Desclasado dijo...

Sigo:
Por supuesto que en ningún momento niego que haya hombres que maten mujeres porque las sientan su posesión, ni mujeres que maten hombres, hijos o al abuelo que cuidan, porque los sienten su posesión, porque el maromo se quiere largar con una jovencita, o por heredar. Negar la realidad es igualmente absurdo.
Así que mis términos de guerra consisten en un "NO, NO y NO", no trago con sus delirios por mucho que los medios de comunicación ysus accionistas, Banco Mundial y FMI hayan decidido que cuatro desequilibradas son unas magníficas tontas útiles (en concepto marxista) para tener a la humanidad enfrentada, desorientada, perdida, temerosa de las naturales relaciones.
Desde luego, amigo Devil, no hablaba de ir y partirles la cara, jua jua jua, aunque apetece muchas veces, vive Dios si apetece.
Espero haberte aclarado mi abstracta postura inicial y de nuevo perdona por entrar en tu casa con el "femicerdas" en la boca. Es algo que digo sin tapujos en mi propio blog, no es aquello de en mi casa voy con precaución y en otras las enmarrono.
Saludos.

devilwritter dijo...

Muchas gracias por tu comprensión.
Y estoy de acuerdo en que la excepción confirma la regla.
Pero yo soy más partidario de no ceder en la lay que en la palabra.
Ambas cosas son necesarias pero si hay que poner interés en algo lo pongo en la ley.
Prefiero quedarme con que Mato "acometrá reformas legales", aunque les conceda el término violencia de género a las ideologas de la supremacia femenina.
Un saludo.

Desclasado dijo...

Bueno, en eso ya me has convencido: no importa el continente si el contenido es justo, es un mal menor un mal nombre.
Bueno, pues hasta otra, encantado de charlar.

Plataforma Ciudadana por la Igualdad Pais Vasco dijo...

El articulo es realmente bueno.
Como mujer, me avergüenzo de todas aquellas que viven de la mal llamada violencia de género. Como dices tú, devilwriter, la violencia de género no existe, es, simplemente violencia, puesto que la sufren por igual mujeres, niños, ancianos, hombres....
Yo también lucho como puedo contra esta lacra social tan injusta.
La ley de violencia de género no tendría razón de existir si en los procesos de divorcio, que es cuando realmente salen a la luz los malos tratos, no existiesen hijos de por medio. Es una ley hecha a la medida de las mujeres para de un plumazo echar al marido de casa, dejarlo en la ruina, quitarle a los hijos y, de paso, si encima no tienen escrúpulos (como hay muchas), meterlo en la cárcel.
Espero que Ana Mato sepa distinguir todo esto, aunque las feminazis ya se le han echado encima........

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