Todo lema, toda frase corta y sentenciosa, nace con una vocación de eternidad, de durar para siempre, pero los hay que acaban convirtiéndose en otra cosa, en una especie de dedo acusador que fustiga desde el pasado en el que se creó el presente que intenta mantenerlo para reconocerse.
Y algo más o menos de esta guisa está pasando con el lema que eligieran los asesores de la nunca retirada del todo Esperanza Aguirre para sus siempre presentes e inagotables campañas electorales extendidas en el tiempo.
Después de leer, escuchar, ver y sufrir por activa y por pasiva el continuo y machacón "Madrid, la suma de todos" ahora parece que se vuelve contra sus creadores que, acuciados por sus odios, por sus miedos y por sus intereses desvelados, no hacen otra cosa que ir en contra de él, que arrojar piedras contra el tejado cada vez mas ajado y quebradizo de su propio marketing social.
Porque su número dos, el excelso tuitero de mediodía, Salvador Victoria desata sus pasiones -muy propias de alguien incapaz de separar lo público de lo privado, lo ajeno de lo propio- y descuelga de esa suma a aquellos que se manifiestan en contra de los recortes que mantiene y acrecienta su gobierno.
Madrid ya es la suma de todos menos de los que no quieren su política.
Y eso después de que su jefe descolgara de esa marketiniana adición a los profesionales de la sanidad en sus huelgas, después de que su compañera, la siempre irreflexivamente pensativa Lucía Figar, restara a los estudiantes, profesores y padres y madres de alumnos en sus protestas y de que la sombra de Esperanza Aguirre alejara de la suma desde la sombra de su destierro auto impuesto en la frontera misma de la conspiración a los funcionarios, los empleados de las empresas públicas y todos esos "privilegiados" en general que protestan porque pierden lo que otros no tienen pero deberían tener.
La suma sigue decreciendo, el lema sigue alejándose en el tiempo y en el espacio cuando se tiene en cuenta que las oposiciones políticas de uno y otro signo nunca han contado para el Gobierno de Madrid en esa suma.
Ignacio González y sus voceros recuperados en las ruinas de lo que otrora fuera Telemadrid también han apartado de ella a los trabajadores despedidos de ese servicio público que ahora es servicio político; los empresarios madrileños -que sí permanecen dentro de la cuenta aditiva del gobierno madrileño- han sacado de esa suma a los parados, a los que protestan por los expedientes de regulación de empleo, la consejería de ese área ya apartó a los sindicatos madrileños de la "suma de todos" en la pasada huelga general, Educación ya declaró que no estaban en ella los universitarios, los catedráticos y los rectores de las universidades públicas madrileñas por negarse en redondo a asumir sus recortes arbitrarios e innecesarios e incluso se han escuchado comentarios pronunciados sottovoce que pretenden excluir de la misma a jueces, abogados y fiscales y a los jubilados que se encierran y protestan por el recorte de sus pensiones.
De modo que, sin nos detenemos a pensar, la suma ha dejado de tener esa tendencia al infinito que anunciaba como lema y ha empezado a acumular una extraña tendencia matemática a reducir la cuenta a cero.
Porque ya no cuenta con funcionarios, estudiantes, padres y madres de los mismos, profesionales sanitarios, parados, enseñantes, la comunidad universitaria, la oposición política, jueces, despedidos, fiscales, profesionales de los medios de comunicación públicos, jubilados, sindicatos y no se sabe cuántos colectivos más.
Así que la suma de todos se ha convertido en la suma de aquellos que llevan a sus hijos a un colegio privado -religioso a ser posible-, tienen un seguro médico privado y un plan de pensiones que no hayan tenido que sacrificar en esta reversión a la miseria que han montado los gobernantes del Partido Popular disfrazada de recortes necesario e imprescindibles.
La Suma de todos, el lema, por fin se transforma en la suma de todos, la realidad.
El último episodio sectario protagonizado por los dedos tuiteros de Salvador Victoria -por el que se exige ahora su dimisión por "decencia política" en una reclamación baladí, ya que no dimitirá porque si tuviera esa decencia política que se le exige simplemente no hubiera tuiteado esas acusaciones y comparaciones absurdas- demuestra lo que ya sabíamos por mera intuición.
Demuestra que lo único que está incluido en esa suma de todos son todos sus presupuestos ideológicos arcaicos, todos sus intereses personales, todos los manejos para beneficiar a sus empresarios amigos, todos sus tejemanejes para manipular la información y transformarla en propaganda que les garantice la permanencia en el poder.
Como una mujer infiel o un hombre celoso que ve, ocasión tras ocasión, como todas sus relaciones se destruyen, se van al garete, el Gobierno de la Comunidad de Madrid se niega a la más mínima gota de autocrítica.
Sigue buscando los motivos de sus fracasos continuos en los otros. Sigue recurriendo al "todas son unas putas" y "todos son unos cabrones", sin darse cuenta de que el único factor común en todas esas relaciones es él mismo, es su forma de hacer política, de concebir el gobierno y de anclarse al poder.
Sin querer reparar en el hecho de que es mucho más fácil que el error esté en lo que él hace o deja de hacer que en la confluencia planetaria conspirativa que le ha hecho coincidir por mala suerte con todos aquellos que están empeñados en hacerle fracasar.
Nunca el lema creado por alguien fue más cierto y nunca estuvo tan alejado de sus creadores.
Hoy, la Comunidad de Madrid es la suma de todos. De todos menos del Gobierno madrileño del Partido Popular.
Ellos solo se tienen a sí mismos. A sí mismos, sus negocios y sus tuits.
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