miércoles, febrero 13, 2013

Rosell no se juega Suiza por ganarse una portada

Determinadas voluntades y personalidades no se resignan a la mediocridad, no se conforman con la irrelevancia. Se empeñan en hacer de la relevancia mediática un epítome de su autoestima, un sustituto del espejo en el que mirar su egolatría.
No es que tenga yo tumbado en el diván del psicoanálisis a Juan Rosell, el presidente de la patronal española, para hacer estas afirmaciones pero se antoja que algo de eso debe pasarle. Porque es lo único que puede explicar al menos parcialmente lo que está haciendo y diciendo últimamente.
Debe ser que, incapaz de superar a su predecesor en manejos fraudulentos y adelantado por su vicepresidente en tejemanejes fiscales y laborales, solamente ha encontrado para restarle portadas a las renuncias papales y a los sobrecogimientos genoveses el camino de hacer declaraciones extemporáneas y absurdas. 
Es de esperar que sea eso. Porque cualquier otra explicación entraría dentro de lo patológico y sería mucho más preocupante para los especialistas en psiquiatría.
Para empezar carga contra los funcionarios. Afirma a bombo y platillo que habría que mandarlos a casa con un subsidio y serían más provechosos porque ahorraría en papel y teléfono.
Más allá del novecentismo de Larra -aunque es dudoso que Rosell sepa quién es Larra-, de la aversión patológica a la ventanilla, más allá de lo primitivo que demuestra el Presidente de la CEOE que es su concepto social, ignorando la existencia de los ordenadores y los correos electrónicos, Rosell abre la boca solamente para demostrar que con tal de salir en los papeles dice cualquier cosa.
Porque con los funcionarios dedicándose a diletar tranquilamente en sus residencias mientras reciben su subsidio mensual, ¿quién va a gestionar todas esas ayudas que el reclama constantemente para las empresas?, ¿quién va a distribuir los dineros europeos, a tramitarlos, a darles salida de las arcas públicas en dirección hacia las empresas?
A lo mejor Rosell imagina un mundo idílico en el que las administraciones públicas tengan una caja abierta en algún edificio en la que él pueda meter la mano para sacar el dinero que necesita para sus negocios sin necesidad de rellenar solicitud alguna, de dar explicación ninguna, de dejar recibo siquiera.
Pero ahí no queda la cosa ¿quién va a impedir que roben en sus empresas con los policías en casa?, ¿quién va a impedir que le quiten las patentes -aunque dudo que sea capaz de haber generado alguna-, le hagan competencia desleal o le levanten arteramente la empresa con los jueces en su casa?, ¿quién va a diseñar las autopistas, los aeropuertos o las infraestructuras que reclama constantemente para mejorar la competitividad de las empresas que dice defender?
Porque, aquejado de su visión antigua y primitiva de la función pública que la reduce a la ventanilla, la póliza y el vuelva usted mañana, Rosell pretende olvidar que todas esas figuras son funcionarios públicos, al igual que médicos, profesores y toda una serie de colectivos sin los cuales le sería imposible mantener una empresa a nadie.
Pero quizás pese más el hecho de que un funcionario público le ha paralizado los planes a Aguas de Barcelona -empresa en la que Rosell tiene mucha querencia, como las buenas reses- que todo lo demás.
Y para seguir poniendo los puntos sobre las íes -según él, claro-. El tipo dice que la actividad empresarial necesita que se reduzca aún más el sector público español.
Nadie se explica muy bien porque una cosa afecta a la otra y desde luego él no lo hace.
Porque el Sector público español es el tercero por la cola en porcentaje del PIB de la Unión Europea, porque el sector público español hace tiempo que se desprendió de todo aquello que podía significar una competencia para la empresa privada, desde la metalurgia hasta las telecomunicaciones, desde la banca hasta el transporte aéreo.
A lo mejor lo que quiere decir Rosell es que el estado les regale empresas que han sido puestas en marcha con dinero público como Paradores Nacionales, Aena, El Canal de Isabel Segunda, Renfe, Adif o cualquier otra que se le pueda ocurrir, para que él y sus adláteres accedan a nuevas fuentes de ingresos sin necesidad de gastar un duro, de arriesgar un euro. 
A lo mejor pretende que así la empresa privada española siga siendo la última en inversión productiva de la Unión Europea y siga pudiendo guardar a buen recaudo helvético sus beneficios en lugar de arriesgarlos en nuevos sectores, limitándose a aprovecharse de lo que a lo largo de muchas décadas ha invertido el estado con el dinero de todos.
Muy liberal, muy empresarial. Parece que Rosell se ha equivocado de íes sobre lasque poner el punto. Porque en este caso las íes son griegas.
Y para completar la trilogía -hoy en día, todo lo que adquiere relevancia en el mundo de la ficción tiene que ser una trilogía, como mínimo- el tipo se descuelga con la propuesta de los mini puestos de trabajo.
El problema del paro se solventaría con que se pudiera contratar a los trabajadores durante una o dos o tres horas al día.
Y así por fin consigue superar la conjura veneciana - o romana, que para el caso..., que se ha cargado a Benedicto en las portadas y los arranques de los informativos televisivos.
Rosell olvida o pretende olvidar que la creación de empleo no es un valor límite, no es un axioma completo, no es una vedad completa.
La creación de empleo es una elipsis. 
Cuando se habla de creación de empleo se está haciendo una elipsis de más de la mitad de la frase, de los sintagmas que la convierten en una necesidad: La prioridad es la creación de empleo para que los que trabajan puedan mantenerse ellos y sus familias con los ingresos que obtengan de su trabajo.
Esa es la frase completa. Aunque le venga mal a Rosell, aunque él intente ignorarla porque como empresario de antiguo cuño, de los que pasan de invertir, de los que no quieren asumir riesgos, le viene bien hacerlo.
Da igual que dejes el paro en cero si todos esos puestos de trabajo de una, dos o tres horas, te aportan sueldos ínfimos que no te dan para alimentarte, que no te permiten, ya no vivir, sino ni siquiera subsistir..
No se trata de reducir las listas de parados -de las que Rosell también desconfía porque, al parecer, él ha ido casa por casa para saber más que los que hacen la EPA y descubrir que ne España no hay parados-, se trata de aumentar la lista de personas que salen de la miseria y que pueden vivir de los ingresos obtenidos de su trabajo.
Cualquier otra cosa, aunque Rosell y su visión feudal de las relaciones laborales lo disfrutarían sin pudor, no es de recibo para ninguna sociedad del Occidente Atlántica. Por desgracia para el bueno de Juan, ni ha nacido en la Francia de María Antonieta ni en la España de Delibes. Ha venido al mundo, para vergüenza de sus progenitores- en la Europa del siglo XXI y nadie va a desandar lo caminado para que él siga engordando sus ganancias.
Si de verdad Juan Rosell quiere ser L'enfant terrible algo crecidito de la patronal española, si quiere ser verdaderamente transgresor bien podría sentarse en esos desayunos de trabajo que monta la CEOE y decir a todos sus colegas que saquen sus dineros de Suiza y los dediquen a la inversión productiva, que dejen de estafar a Hacienda y a la Seguridad Social los impuestos y as cotizaciones, que dejen de gastar lo que no tienen en buscar concesiones públicas beneficiosas a través de oscuras contribuciones de dudosa legalidad a las campañas electorales y a los partidos y que asuman el descenso de sus márgenes de beneficios y compartan con los trabajadores de sus empresas los rigores de la crisis.
Pero eso no lo dirá, claro. Una portada informativa no es más importante que una cuenta cifrada lustrosa y bien provista entre hermosas montañas nevadas.

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