Determinadas voluntades y
personalidades no se resignan a la mediocridad, no se conforman con la
irrelevancia. Se empeñan en hacer de la relevancia mediática un epítome de su
autoestima, un sustituto del espejo en el que mirar su egolatría.
No es que tenga yo tumbado en el
diván del psicoanálisis a Juan Rosell, el presidente de la patronal española,
para hacer estas afirmaciones pero se antoja que algo de eso debe pasarle. Porque es lo único que puede explicar al menos parcialmente lo que está
haciendo y diciendo últimamente.
Debe ser que, incapaz de superar a
su predecesor en manejos fraudulentos y adelantado por su vicepresidente en
tejemanejes fiscales y laborales, solamente ha encontrado para restarle
portadas a las renuncias papales y a los sobrecogimientos genoveses el camino
de hacer declaraciones extemporáneas y absurdas.
Es de esperar que sea eso. Porque
cualquier otra explicación entraría dentro de lo patológico y sería mucho más
preocupante para los especialistas en psiquiatría.
Para empezar carga contra los
funcionarios. Afirma a bombo y platillo que habría que mandarlos a casa con un
subsidio y serían más provechosos porque ahorraría en papel y teléfono.
Más allá del novecentismo de Larra
-aunque es dudoso que Rosell sepa quién es Larra-, de la aversión patológica a
la ventanilla, más allá de lo primitivo que demuestra el Presidente de la CEOE
que es su concepto social, ignorando la existencia de los ordenadores y los
correos electrónicos, Rosell abre la boca solamente para demostrar que con tal
de salir en los papeles dice cualquier cosa.
Porque con los funcionarios
dedicándose a diletar tranquilamente en sus residencias mientras reciben su
subsidio mensual, ¿quién va a gestionar todas esas ayudas que el reclama
constantemente para las empresas?, ¿quién va a distribuir los dineros europeos,
a tramitarlos, a darles salida de las arcas públicas en dirección hacia las
empresas?
A lo mejor Rosell imagina un mundo
idílico en el que las administraciones públicas tengan una caja abierta en algún
edificio en la que él pueda meter la mano para sacar el dinero que necesita
para sus negocios sin necesidad de rellenar solicitud alguna, de dar explicación
ninguna, de dejar recibo siquiera.
Pero ahí no queda la cosa ¿quién va
a impedir que roben en sus empresas con los policías en casa?, ¿quién va a
impedir que le quiten las patentes -aunque dudo que sea capaz de haber generado
alguna-, le hagan competencia desleal o le levanten arteramente la empresa con
los jueces en su casa?, ¿quién va a diseñar las autopistas, los aeropuertos o
las infraestructuras que reclama constantemente para mejorar la competitividad
de las empresas que dice defender?
Porque, aquejado de su visión
antigua y primitiva de la función pública que la reduce a la ventanilla, la
póliza y el vuelva usted mañana, Rosell pretende olvidar que todas esas figuras
son funcionarios públicos, al igual que médicos, profesores y toda una serie de
colectivos sin los cuales le sería imposible mantener una empresa a nadie.
Pero quizás pese más el hecho de
que un funcionario público le ha paralizado los planes a Aguas de Barcelona
-empresa en la que Rosell tiene mucha querencia, como las buenas reses- que
todo lo demás.
Y para seguir poniendo los puntos
sobre las íes -según él, claro-. El tipo dice que la actividad empresarial
necesita que se reduzca aún más el sector público español.
Nadie se explica muy bien porque
una cosa afecta a la otra y desde luego él no lo hace.
Porque el Sector público español es
el tercero por la cola en porcentaje del PIB de la Unión Europea, porque el
sector público español hace tiempo que se desprendió de todo aquello que podía
significar una competencia para la empresa privada, desde la metalurgia hasta
las telecomunicaciones, desde la banca hasta el transporte aéreo.
A lo mejor lo que quiere decir
Rosell es que el estado les regale empresas que han sido puestas en marcha con
dinero público como Paradores Nacionales, Aena, El Canal de Isabel Segunda,
Renfe, Adif o cualquier otra que se le pueda ocurrir, para que él y sus adláteres
accedan a nuevas fuentes de ingresos sin necesidad de gastar un duro, de
arriesgar un euro.
A lo mejor pretende que así la
empresa privada española siga siendo la última en inversión productiva de la
Unión Europea y siga pudiendo guardar a buen recaudo helvético sus beneficios
en lugar de arriesgarlos en nuevos sectores, limitándose a aprovecharse de lo
que a lo largo de muchas décadas ha invertido el estado con el dinero de todos.
Muy liberal, muy empresarial.
Parece que Rosell se ha equivocado de íes sobre lasque poner el punto. Porque
en este caso las íes son griegas.
Y para completar la trilogía -hoy
en día, todo lo que adquiere relevancia en el mundo de la ficción tiene que ser
una trilogía, como mínimo- el tipo se descuelga con la propuesta de los mini
puestos de trabajo.
El problema del paro se solventaría
con que se pudiera contratar a los trabajadores durante una o dos o tres horas
al día.
Y así por fin consigue superar la
conjura veneciana - o romana, que para el caso..., que se ha cargado a
Benedicto en las portadas y los arranques de los informativos televisivos.
Rosell olvida o pretende olvidar
que la creación de empleo no es un valor límite, no es un axioma completo, no
es una vedad completa.
La creación de empleo es una
elipsis.
Cuando se habla de creación de
empleo se está haciendo una elipsis de más de la mitad de la frase, de los
sintagmas que la convierten en una necesidad: La prioridad es la creación de
empleo para que los que trabajan puedan mantenerse ellos y sus familias con los
ingresos que obtengan de su trabajo.
Esa es la frase completa. Aunque le
venga mal a Rosell, aunque él intente ignorarla porque como empresario de
antiguo cuño, de los que pasan de invertir, de los que no quieren asumir
riesgos, le viene bien hacerlo.
Da igual que dejes el paro en cero
si todos esos puestos de trabajo de una, dos o tres horas, te aportan sueldos
ínfimos que no te dan para alimentarte, que no te permiten, ya no vivir, sino
ni siquiera subsistir..
No se trata de reducir las listas
de parados -de las que Rosell también desconfía porque, al parecer, él ha ido
casa por casa para saber más que los que hacen la EPA y descubrir que ne España
no hay parados-, se trata de aumentar la lista de personas que salen de la
miseria y que pueden vivir de los ingresos obtenidos de su trabajo.
Cualquier otra cosa, aunque Rosell y
su visión feudal de las relaciones laborales lo disfrutarían sin pudor, no es
de recibo para ninguna sociedad del Occidente Atlántica. Por desgracia para el
bueno de Juan, ni ha nacido en la Francia de María Antonieta ni en la España de
Delibes. Ha venido al mundo, para vergüenza de sus progenitores- en la Europa
del siglo XXI y nadie va a desandar lo caminado para que él siga engordando sus
ganancias.
Si de verdad Juan Rosell quiere ser
L'enfant terrible algo crecidito de la patronal española,
si quiere ser verdaderamente transgresor bien podría sentarse en esos desayunos
de trabajo que monta la CEOE y decir a todos sus colegas que saquen sus dineros
de Suiza y los dediquen a la inversión productiva, que dejen de estafar a
Hacienda y a la Seguridad Social los impuestos y as cotizaciones, que dejen de
gastar lo que no tienen en buscar concesiones públicas beneficiosas a través de
oscuras contribuciones de dudosa legalidad a las campañas electorales y a los
partidos y que asuman el descenso de sus márgenes de beneficios y compartan con
los trabajadores de sus empresas los rigores de la crisis.
Pero eso no lo dirá, claro. Una
portada informativa no es más importante que una cuenta cifrada lustrosa y bien
provista entre hermosas montañas nevadas.
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