viernes, febrero 01, 2013

Wert versus Séneca o mudarse a parir a Salmanca

Allá por el año de gracia de vuestro señor Jesucristo del 1300, las mujeres de Winchester, Dorchester o Swindon recorrían millas a pie con los vientres maduros como cerezos primaverales con un solo objetivo, los hombres de Londres se desgarraban los bíceps remando entre la niebla por el canal que unía la capital del reino con una pequeña ciudad con un solo objetivo.
Llegar a Oxford y que sus vástagos nacieran en el hospital del caridad de esa milenaria ciudad o, si las contracciones y el tiempo corrían en su contra, abandonar la vástago recién parido en cualquier curva o recodo del camino en la puerta de ese hospital o cualquier centro caritativo de la ciudad centro y alimento del condado de Oxfordshire.
¿Por qué lo hacían? Por un simple motivo.
Porque si la suerte genética quería que su niño -entonces eso solo valía para los niños- les viniera al mundo con un brillo apreciable en su inteligencia y la fortuna social quería que no pasara la vida anclado a la miseria, Oxford, no la ciudad sino la universidad, le acogería en su seno, le daría cobijo y posibilidades de estudio a cambio de su duro trabajo. Los clérigos y nobles que por allí pasaban se reirían de él, tendría que servirles, debería trabajar para ellos y para sí mientras cursaba sus estudios. Pero tendría una oportunidad. Solo una y remota oportunidad. Pero tendría una.
Pues parece que ahora, en estos tiempos de globalidad, de movilidad, de aldea colectiva en nuestro Occidente Atlántico que hoy se desmorona poco a poco dentro y fuera de nuestras fronteras, habrá que retomar esas peregrinaciones parturientas salidas de cuentas, esos esfuerzos remeros de padres primerizos para poder tener una oportunidad.
Porque José Ignacio Wert, el ministro de Educación que confunde enseñanza con entrenamiento y empleo con servidumbre ha hecho y está haciendo con sus recortes no solo que las posibilidades universitarias dependan de lo abultado de la bolsa dineraria de los progenitores, sino que además dependa de lugar de nacimiento.
Porque eso es lo que consigue con borrar de un plumazo con su furia recortadora que detrae de lo científico para darle dinero a lo taurino, al borrar de un plumazo la convocatoria de las Becas Séneca para la movilidad universitaria.
Porque con esa decisión consigue que ahora dependa de donde nazcas, de donde residas, lo que puedas o no puedas estudiar. Por muy preparado que estés para ello, por muy fuerte e intensa que sea tu vocación, por muy lustroso que sea tu historial académico, si no resides en el lugar adecuado, es posible y hasta probable que no puedas dedicarte a lo que quieres.
Si estás en plena meseta castellana y quiere especializarte en deportes de alta montaña en tu título de educación física, la has fastidiado. Tendrás que pagarte alquiler, desplazamientos y todo lo demás para poder hacer tú último curso cerca de Los Pirineos, en un centro especializado en esas disciplinas.
Y lo mismo si quieres especializarte en biología marina y vives en Madrid.
Mientras destina millones a sufragar revistas de contenido político -su contenido político, claro está- a los toros o a asociaciones que no son otra cosa que un clubes de lo más rancio de sociedades cerradas y elitistas alrededor del belle canto, se ahorra diez millones de euros en darle la oportunidad de estudiar en el mejor sitio posible, en el campus más preparado, en la universidad que más puede prepararles a aquellos que han tenido la mala fortuna geográfica de nacer en la proximidad de una universidad que no imparte las enseñanzas que se quieren estudiar o que las imparte de una forma menos completa de lo que hacen otras.
Si quieres ir a Salamanca a estudiar derecho a pagártelo, si quieres ir a Barcelona a estudiar Comunicación a pagártelo. No importa lo que se pierda por ello, no importa que la genética y la geografía no crucen sus datos y no siempre el mejor biólogo marino nazca cerca de una universidad que imparte esa especialidad o el más apto para  desarrollar la ingeniería minera venga al mundo en las cercanías de una cuenca del carbón y la universidad que tiene enseñanzas específicas sobre esa materia.
A Wert no le importa nada con tal de poder destinar ese dinero a otras aportaciones más espurias e inútiles pero más del gusto propio, de su ideología y de sus más rancios votantes.
Le da igual el ejemplo que el propio sabio clásico que da nombre a las becas supone en este asunto. Nacido en la periferia más recóndita del imperio -no nos engañemos, aunque nos pese, Hispania era el penúltimo arrabal del imperio romano, el bueno de Lucio Acneo se fue a Roma donde aprendió retórica, a Alejandría donde estudió en su biblioteca y donde aprendió finanzas, volvió de nuevo a Roma a formarse en gramática y comenzó a bucear en la filosofía y como vio que los romanos andaban un poco peces en eso de la filosofía, mucho más pragmáticos, más directos, pues cogió sus bártulos y se marchó a Atenas a profundizar en la materia.
¿Resultado?, que el hombre termino siendo uno de los grandes filósofos de la historia, preceptor de Césares -aunque le saliera rana el bueno de Nerón, sobre todo- y ahora, muchos siglos después, había en España unas becas que llevaban su nombre.
Pero todo eso no le importa a Wert, como no le importa el futuro de la universidad española a la hora de tomar su decisión Y con esa decisión completa su propósito de mandarnos de golpe a la España inmediatamente posterior a la de los tiempos de Séneca, la de los reinos cristianos, de los reyes Sanchos y Alfonsos.
Con los recortes salvajes en la Enseñanza Pública primaria y secundaria y en el bachillerato, con el vaciado sistemático de contenidos, de profesorado y de recursos al que somete a esos ciclos formativos buscando solamente el paso masivo a una Formación Profesional de mínimos en la que solamente se busca aportar unos conocimientos básicos que te constituyan en mano de obra productiva, nos transforma en semi siervos que solamente pueden aspirar a un trabajo de subsistencia sin ninguna posibilidad de mejora intelectual ni social en beneficio de aquellos que, como los antiguos señores, son los propietarios de todo y sobre los que revierte toda la riqueza producida.
Y con esta última decisión completa esa regresión y nos liga a la tierra sin posibilidad de abandonarla. Nos convierte en siervos de la gleba completos.
No se sabe cómo andará don José Ignacio de conocimientos de historia más allá, claro está, de sus continuas revisiones del Glorioso Alzamiento Nacional, pero ya que nos ha hecho siervos quizás haya llegado el tiempo de hacer lo que los siervos hicieron la Francia de 1358 o en la Inglaterra de las parturientas de Oxford, allá por 1381 o incluso, varios siglos más tarde, en pleno XIX, en las frías tierras de la Madre Rusia.
Más le vale que Wert ya vaya consultando los anales si se empeña en transformarnos en siervos. Porque en España aún falta una de esas.
O eso, o mudarse a parir a Salamanca.

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