Allá por el año de gracia de
vuestro señor Jesucristo del 1300, las mujeres de Winchester, Dorchester o
Swindon recorrían millas a pie con los vientres maduros como cerezos
primaverales con un solo objetivo, los hombres de Londres se desgarraban los bíceps
remando entre la niebla por el canal que unía la capital del reino con una
pequeña ciudad con un solo objetivo.
Llegar a Oxford y que sus vástagos
nacieran en el hospital del caridad de esa milenaria ciudad o, si las
contracciones y el tiempo corrían en su contra, abandonar la vástago recién
parido en cualquier curva o recodo del camino en la puerta de ese hospital o
cualquier centro caritativo de la ciudad centro y alimento del condado de Oxfordshire.
¿Por qué lo hacían? Por un simple
motivo.
Porque si la suerte genética quería
que su niño -entonces eso solo valía para los niños- les viniera al mundo con
un brillo apreciable en su inteligencia y la fortuna social quería que no
pasara la vida anclado a la miseria, Oxford, no la ciudad sino la universidad,
le acogería en su seno, le daría cobijo y posibilidades de estudio a cambio de
su duro trabajo. Los clérigos y nobles que por allí pasaban se reirían de él,
tendría que servirles, debería trabajar para ellos y para sí mientras cursaba sus
estudios. Pero tendría una oportunidad. Solo una y remota oportunidad. Pero tendría una.
Pues parece que ahora, en estos
tiempos de globalidad, de movilidad, de aldea colectiva en nuestro Occidente
Atlántico que hoy se desmorona poco a poco dentro y fuera de nuestras
fronteras, habrá que retomar esas peregrinaciones parturientas salidas de
cuentas, esos esfuerzos remeros de padres primerizos para poder tener una
oportunidad.
Porque José Ignacio Wert, el
ministro de Educación que confunde enseñanza con entrenamiento y empleo con
servidumbre ha hecho y está haciendo con sus recortes no solo que las
posibilidades universitarias dependan de lo abultado de la bolsa dineraria de
los progenitores, sino que además dependa de lugar de nacimiento.
Porque eso es lo que consigue con
borrar de un plumazo con su furia recortadora que detrae de lo científico para
darle dinero a lo taurino, al borrar de un plumazo la convocatoria de las Becas
Séneca para la movilidad universitaria.
Porque con esa decisión consigue
que ahora dependa de donde nazcas, de donde residas, lo que puedas o no puedas
estudiar. Por muy preparado que estés para ello, por muy fuerte e intensa que
sea tu vocación, por muy lustroso que sea tu historial académico, si no resides
en el lugar adecuado, es posible y hasta probable que no puedas dedicarte a lo
que quieres.
Si estás en plena meseta castellana
y quiere especializarte en deportes de alta montaña en tu título de educación
física, la has fastidiado. Tendrás que pagarte alquiler, desplazamientos y todo
lo demás para poder hacer tú último curso cerca de Los Pirineos, en un centro
especializado en esas disciplinas.
Y lo mismo si quieres
especializarte en biología marina y vives en Madrid.
Mientras destina millones a
sufragar revistas de contenido político -su contenido político, claro está- a
los toros o a asociaciones que no son otra cosa que un clubes de lo más rancio
de sociedades cerradas y elitistas alrededor del belle canto, se ahorra diez
millones de euros en darle la oportunidad de estudiar en el mejor sitio
posible, en el campus más preparado, en la universidad que más puede
prepararles a aquellos que han tenido la mala fortuna geográfica de nacer en la
proximidad de una universidad que no imparte las enseñanzas que se quieren
estudiar o que las imparte de una forma menos completa de lo que hacen otras.
Si quieres ir a Salamanca a
estudiar derecho a pagártelo, si quieres ir a Barcelona a estudiar Comunicación
a pagártelo. No importa lo que se pierda por ello, no importa que la genética y
la geografía no crucen sus datos y no siempre el mejor biólogo marino nazca
cerca de una universidad que imparte esa especialidad o el más apto para
desarrollar la ingeniería minera venga al mundo en las cercanías de una cuenca
del carbón y la universidad que tiene enseñanzas específicas sobre esa materia.
A Wert no le importa nada con tal
de poder destinar ese dinero a otras aportaciones más espurias e inútiles pero
más del gusto propio, de su ideología y de sus más rancios votantes.
Le da igual el ejemplo que el propio
sabio clásico que da nombre a las becas supone en este asunto. Nacido en la
periferia más recóndita del imperio -no nos engañemos, aunque nos pese,
Hispania era el penúltimo arrabal del imperio romano, el bueno de Lucio Acneo
se fue a Roma donde aprendió retórica, a Alejandría donde estudió en su
biblioteca y donde aprendió finanzas, volvió de nuevo a Roma a formarse en
gramática y comenzó a bucear en la filosofía y como vio que los romanos andaban
un poco peces en eso de la filosofía, mucho más pragmáticos, más directos, pues
cogió sus bártulos y se marchó a Atenas a profundizar en la materia.
¿Resultado?, que el hombre termino
siendo uno de los grandes filósofos de la historia, preceptor de Césares
-aunque le saliera rana el bueno de Nerón, sobre todo- y ahora, muchos siglos
después, había en España unas becas que llevaban su nombre.
Pero todo eso no le importa a Wert,
como no le importa el futuro de la universidad española a la hora de tomar su
decisión Y con esa decisión completa su propósito de mandarnos de golpe a la
España inmediatamente posterior a la de los tiempos de Séneca, la de los reinos
cristianos, de los reyes Sanchos y Alfonsos.
Con los recortes salvajes en la
Enseñanza Pública primaria y secundaria y en el bachillerato, con el vaciado sistemático
de contenidos, de profesorado y de recursos al que somete a esos ciclos
formativos buscando solamente el paso masivo a una Formación Profesional de
mínimos en la que solamente se busca aportar unos conocimientos básicos que te
constituyan en mano de obra productiva, nos transforma en semi siervos que
solamente pueden aspirar a un trabajo de subsistencia sin ninguna posibilidad
de mejora intelectual ni social en beneficio de aquellos que, como los antiguos
señores, son los propietarios de todo y sobre los que revierte toda la riqueza
producida.
Y con esta última decisión completa
esa regresión y nos liga a la tierra sin posibilidad de abandonarla. Nos
convierte en siervos de la gleba completos.
No se sabe cómo andará don José
Ignacio de conocimientos de historia más allá, claro está, de sus continuas
revisiones del Glorioso Alzamiento Nacional, pero ya que nos ha hecho siervos
quizás haya llegado el tiempo de hacer lo que los siervos hicieron la Francia
de 1358 o en la Inglaterra de las parturientas de Oxford, allá por 1381 o
incluso, varios siglos más tarde, en pleno XIX, en las frías tierras de la
Madre Rusia.
Más le vale que Wert ya vaya
consultando los anales si se empeña en transformarnos en siervos. Porque en
España aún falta una de esas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario