Que en este país hay cada vez más gente cambiada de tiempo y de espacio es algo que ya prácticamente apenas acepta discusión.
Nos ha cambiado lo espacios vitales por los de la mera supervivencia, no están cambiando los tiempos por venir por aquellos que ya pasaron o creíamos que habíamos hecho pasar a golpe de historia.
Pero si esa enfermedad tan nuestra, tan occidental atlántica, de enredar los tiempos y confundir los espacios aqueja a alguien de forma furibunda, con un intensidad vírica que llega a la patología crónica e irreversible es a esos que son nuestros políticos más por coincidencia geográfica que por compromiso e implicación real.
Y el reciente debate sobre el Estado de la nación lo confirma con una claridad tan meridiana que llama ya más a la rabia que a la tristeza, a la furia que al rechazo.
Porque esos que dicen hablar por nosotros, esos que se han acostumbrado a que un puñado de sufragios cada cuatro años les de patente de corso para hacer y deshacer a su antojo, se han cambiado de tiempo y se han cambiado de espacio.
Mariano Rajoy, el ínclito inquilino de Moncloa que ejerce solo de Presidente del Gobierno allende nuestras fronteras, que habla a los europeos pero no a los españoles, nos quiere cambiar el tiempo, nos lo quiere congelar.
Considera que retrotraerse al pretérito cada vez más remoto, lo explica todo, lo demuestra todo, le evita todo compromiso, toda respuesta.
Se pretende disfrazar de Zeus Olímpico -tanto por su cada vez más rala barba como por su creciente indiferencia por el mundo mortal- y ataca al tiempo, pretende volver a encerrar a cronos en el Tártaro para que el tiempo no llegue nunca hasta él, no le obligue a responder.
Se le habla de corrupción y tierra de tiempos pasados para echar en cara a quien le habla lo que hace dos o tres décadas es hizo y se deshizo. Como si la desmadrada voracidad pasada de las pirañas de Filesa en Ferráz compensara el sobrecogedor trasiego actual de Génova.
Como si en esto de la corrupción y el mamoneo bastara con el empate para pasar la eliminatoria. Como si el uno a uno de Filesa y Gürtel permitiera que nadie hiciera nada al respecto y que el tiempo de partido siguiera fluyendo hacia una prorroga en la que otras cosas, otras causas y otras historias deshicieran el empate a corrupción que registra ahora el marcador.
Y cuando no tiene nada en cara que echarle del pasado a quien le habla, también recurre a secuestrarnos el tiempo y decir que eso era antes, que ya no queda nadie de esos a los que no quiere nombrar en su partido.
Nos cambia el presente por un pasado remoto.
Nos secuestra al titan del tiempo para evitar que le alcance, que le haga envejecer en sus propias miserias. Para tratar de ser políticamente inmortal, como fueron en la mitología aquellos que encerraron al tiempo para evitar enfrentarse con él.
Y lo de Rubalcaba, el egregio líder de la oposición, tampoco es desdeñable.
También togado, también olímpico, pero sin la posibilidad de ser en estos momentos Zeus imperante, toma el papel de Hades y mientras se ve obligado a residir en el submundo de la derrota electoral tira de metafórico complejo edípico y la emprende contra su titánica madre.
Yace con su madre Rea para derrotarla y lograr cambiarnos el espacio.
Y no los reduce, nos intenta hacer creer que el mundo es Génova. Pero ni siquiera la ciudad, sino el número 13 de una calle madrileña.
Clama y reclama la dimisión de Rajoy por el traspaso de sobrecitos en esa dirección, por la llegada oscura y en metálico de dineros inexplicables para financiar mítines, carteles y pancartas.
Pretende reducirnos a los pasillos y despachos de Génova, 13 el espacio de todo un país, de toda una sociedad, devastados por la arrogancia de unos recortes innecesarios en Educación, arrasada por el nepotismo ni siquiera disimulado de los recortes en la Sanidad, al borde del colapso en la miseria por los ideológicos recortes en servicios sociales y en derechos ganados hace tiempo.
Como si lo que solamente es un síntoma, una prueba, un indicio, la punta del iceberg de la verdadera corrupción que supone vender el Estado por partes a socios y compinches fuera realmente lo importante; como si los sobres y las financiaciones de Génova superaran en importancia a los actos de verdadera corrupción que suponen las privatizaciones de gestión de la sanidad para generar negocio a los privados, como si los apuntes de Bárcenas superaran como acto corrupto al intento de menoscabar la educación de todo un país para convertir a sus habitantes en meros peones casi analfabetos que llenen por tres monedas los puestos de trabajo precarios que ofrecerán aquellos a los que sí les está permitido prosperar y tener futuro.
En este debate, Rubalcaba se ha vuelto menottista y nos ha mostrado el achique de espacios en estado puro. Porque ese espacio reducido de Génova, 13 y su corruptelas e indicios delictivos podría permitirle salir del Hades sin necesidad de hacer el cambio que se le exige, sin renunciar a las actitudes y los modos y maneras que el han llevado electoralmente a donde está.
Nos achica el espacio en la esperanza de que mirando solamente a Génova no veamos el resto, no tengamos en cuenta sus responsabilidades en esa situación, no le obliguemos a demostrar que es de otra manera a como ha sido antes de volver a pensar siquiera en confiar en él y en su partido.
Y no solo Mariano y Rubalcaba los que juegan a ser dioses olímpicos, a encerrarnos el tiempo y el espacio en el Tártaro para su beneficio. En mayor o menor medida todos los miembros de este nuevo olimpo parlamentario hacen lo mismo en función de su importancia en el panteón.
Unos tiran de independencia, otros de refundaciones del Estado, otros de federalismo, otros de glorias pasadas, otros de horrores pretéritos.
Todos pretenden cambiarnos el tiempo o el espacio para que no lo veamos, para que no nos fijemos que sigue invadido por el verde de la pelea por la educación, por el negro del combata de la función pública, por el blanco de la lucha sanidad, por la gama cromática completa de la resistencia a los desahucios.
Pretenden que vivamos en el tiempo que a ellos les conviene y que residamos en el espacio que a ellos les viene bien. Pretenden que seamos como aqueos y troyanos meros peones en sus luchas de ajedrez por el poder, por la representación, por la imposición ideológica.
¿Y nosotros?, ¿en que nos transforma a nosotros este debate sobre el Estado del Olimpo -¡Uy, perdón!, de la Nación-?
Pues no somos otras otra cosa que titanes.
Encerrados, derrotados y privados de nuestro derecho al tiempo y al espacio que realmente importa -nuestra sociedad y nuestro futuro-, por aquellos que han culminado el golpe palaciego contra Cronos y Rea, contra el tiempo y el espacio en el que tenemos derecho a vivir.
Somos los titanes castigados.
Somos Atlas, condenados a llevar el peso del mundo en el que otros medran y se enriquecen sobre nuestras espaldas, somos Sísifo, condenados a arrastrar nuestra miseria y nuestra falta de expectativas por empinadas laderas para volver a ellas una y otra vez; somos Prometeo, castigados por intentar encender el fuego del progreso conjunto a que el águila de la corrupción, el nepotismo y el interés privado nos devoren las entrañas para siempre.
Por parafrasear a Oliver Stone y su ya cinematográficamente mítico Jim Garrison.
Hoy, en este país, somos todos ya titanes, hijos de dos padres asesinados-nuestro futuro y nuestra sociedad- por los que, con su desdén olímpico por bandera, aún se sientan en el trono.
Esté este trono en Zarzuela, en Moncloa o en Ferráz.
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