Que hay gente que se está partiendo el pecho, el salario, el esfuerzo y el compromiso por defender lo que es de todos es algo que, a estas alturas del partido que nos han obligado a jugar con nuestro futuro, es incuestionable.
Mientras los políticos se debaten en cismas territoriales de una parte y en sobrecogimientos intestinos y salarios fingidos de otra; mientras "Cantós y Montalbanes" se enzarzan en la enésima diatriba sobre unas cifras que no admiten discusión en aplicación de la más pura lógica -y cada uno y una arrimará esta frase a la sardina que prefiera-, hay gentes que se centran en lo importante, en lo que deberíamos estar centrados todos.
Las distintas mareas defienden lo público a capa y espada a huelga y manifestación a descuento salarial y puesta en riesgo de lo propio en beneficio de lo ajeno de todos. Pero, tal como están las cosas, con la cerrazón política europea cabalgando a lomos de la austeridad extemporánea, no podemos fingir que creemos que eso es suficiente.
No lo es no porque lo hagan mal, no porque no tenga sentido. Lo hacen bien -de hecho magníficamente- y tiene sentido que lo hagan. Pero les falta algo.
Les faltamos nosotros. Les hemos dejado solos.
No es que no acudamos a sus manifestaciones, no es que no les apoyemos por activa y por pasiva, no es que no vayamos a parar los desahucios o secundemos sus iniciativas, que hay muchos de nosotros que lo hacemos.
Es que no hemos puesto en marcha nuestra marea, es que no hemos levantado la espuma de nuestras olas para sumarlas a las mareas que vienen y que van reclamando justicia, reclamando una sociedad que tenemos y que nos están robando.
Nos falta la marea laboral.
Porque si no emprendemos de una vez de forma continuada y contante la lucha por nuestros sueldos, por nuestra dignidad laboral, por la defensa a ultranza de los derechos que nos quieren arrebatar, la lucha de la marea verde, de la marea blanca, de la marea negra o de cualquier otra está abocada al fracaso.
Cada vez que bajamos la cabeza para evitar que nos toque un ERE, cada vez que aceptamos un recorte salarial, una extensión de jornada sin aumento de sueldo, un trabajo con una remuneración inferior a la acordada en convenio o cualquiera otra de esas medidas que se han inventado para precarizar el empleo y convertirnos en un elemento de oferta para aquellos que quieran generar beneficios sin repartirlos, no solamente estamos jugando a la ruleta rusa con el futuro de los nuestros sino que estamos clavando un clavo en el ataúd de los servicios públicos.
Rajoy, Báñez y toda la actual corte moncloita han iniciado el camino de la precarización laboral para hacer de España un país rentable, para hacer de España un país que pueda competir. Para convertir nuestro país en China, el gran gigante que niega a sus trabajadores lo esencial para demostrar que su capitalismo comunista puede derrotar al capitalismo neocon de toda la vida.
Y no son los profesores, los profesionales de la sanidad ni los funcionarios los que deben luchar contra eso. No son los padres de alumnos, las doctoras, los rectores, los estudiantes, los sanitarios, los bomberos, las fiscales, los maestros, las enfermeras, los jueces, los cirujanos o las funcionarias de la Consejería de Agricultura aquellos que deben parar eso.
Somos nosotros. Los que no trabajamos para la Administración, los que no somos empleados públicos.
Porque si los recortes son el ataque frontal contra la condición pública de los servicios, la precarización laboral es el torpedo sumergido que cañonea la linea de flotación de su existencia.
Si, por aguantar el tirón, por miedo o por desgana, preferimos escondernos a pelear, preferimos mantener un puesto, preferimos aceptar la precarización, terminaremos cobrando 4.388 yuanes al mes, como en China.
Y habremos dicho adiós definitivamente a todo lo público.
Porque, con 500 euros mensuales de sueldo, ¿cuánto cotizaremos a la Seguridad Social?, ¿cuánto se podrá detraer para nuestras pensiones o nuestras prestaciones por desempleo?, ¿cuánto pagaremos de impuestos?
Habremos dado la razón a Rajoy y Cospedal y los servicios públicos no podrán mantenerse: habremos dado argumentos a De Guindos, que podrá mantener que los impuestos de los españoles no serán suficientes para sostener el sistema de prestaciones públicas.
Si no abrimos el frente laboral en todas partes, si no emulamos el continuo negro de la huelga de Telemadrid, o la huelga indefinida de los mineros asturianos o el paso por el arco del triunfo de los servicios mínimos abusivos de los trabajadores del metro madrileño, si no les hacemos perder en el presente más de lo que pretenden ganar en el futuro con nuestra precarización, la lucha de las mareas por los servicio públicos no triunfará.
Su esfuerzo habrá sido en vano y nosotros seremos cómplices pasivos de su derrota.
Daremos la razón al ínclito Montoro que, por cierto, se queja de que los actores no pagan impuestos pero no dice ni una palabra cuando Apple, después de haber vendido en España millones de IPhone, IPad e IPod y todos los "I" que se nos vengan a la mente, declara pérdidas en nuestro país para no pagar impuestos y factura todas sus ventas desde la sucursal irlandesa de la marca.
Pero a lo que vamos. Con cotizaciones ínfimas debido a sueldos miserables, con recaudaciones paupérrimas originadas en rentas de subsistencia, no habrá salvación para los servicios públicos.
Así que los que luchan por la Sanidad Pública, por la Educación Pública y por todo lo público nos necesitan. Pero no nos necesitan solamente apoyándolos en sus trincheras.
Nos necesitan, les somos imprescindibles, luchando en la nuestra, arriesgándonos en la nuestra, jugándonosla en la nuestra.
Ellos ya están haciendo lo que deben. Quizás no podamos decir lo mismo de nosotros.
Y cómo hemos de hacerlo es tan obvio que no merece la pena siquiera comentarlo. El Occidente Atlántico tiene demasiada historia acumulada al respecto como para fingir que ignoramos el camino que tenemos que seguir.
Nosotros mismos.
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