El acuerdo, la consecución de una
entente o un consenso es una de esas necesidades reversibles que pueden
volverse en contra de quien las maneja, que quien se aferra a ellas como forma más
elevada, sino única, de gestión de lo común.
Y ese doble filo de la necesidad de
consenso, de la bondad de llegar a acuerdos está sangrando y desangrando la
Comisión de Economía y Competitividad del Congreso. Y no lo está haciendo en
temas que puedan ser importantes pero de un interés relativo para el conjunto
de la población, no lo está haciendo en esas materias que rozan lo arcano para
casi todos por lo inextricables. Lo está haciendo con el cuerpo mismo de la
sociedad, con aquello que la está desgarrando desde abajo y que amenaza el
futuro de todos.
Lo está haciendo con los
desahucios, con la Ley Hipotecaria.
Porque en ese impulso de acuerdo y
de consenso, la Comisión no escuchará, no convocará, a aquellos que por primera
vez -por lo menos que se recuerde- en la historia de la democracia, han
descendido a la cada vez más macilenta trinchera desde la que tienen que luchar
la sociedad por sus derechos: los jueces.
En una comisión que aborda una ley novecentista
que está abocando al desastre vital a miles de familias españolas, José María
Fernández Seijo, el juez que recurrió ante el Tribunal de Justicia de la UE la
normativa española en esta materia no será escuchado; en una comisión que ha de
estudiar las reformas necesarias para evitar que desde el más arcaico de los
modelos históricos sigan llegando puñales que se claven en la espalda de
nuestro futuro, Manuel Almenar, vocal del Consejo General del Poder Judicial
que, con su informe, desató uno de los hitos de compromiso social de la
judicatura española que sin duda pasarán a la historia no estará entre los
escuchados.
Y no estarán porque el Partido
Popular no los quiere escuchar, no estarán porque el Gobierno no quiere que
gentes a las que no puede catalogar de antisistema, de perroflautas o de
radicales revolucionarios le argumenten su vergüenza con luz y taquígrafos,
porque Moncloa no quiere que aquellos que saben de la ley y de su aplicación le
espeten en la cara que tiene que cambiarla, que es solamente una excusa para
defender lo indefendible, para mantener los privilegios financieros del
estamento bancario que no quiere cambiar porque no le conviene.
No estarán porque el PP no quiere,
pero no estarán tampoco porque la portavoz del PSOE, Leire Iglesias, lo consiente.
Obligado a pasar el desierto de su
derrota electoral, arrastrado a atravesar el tumultuoso Rubicón de su
reconstrucción ideológica, el PSOE cree que necesita vitorias, que necesita
acuerdos, que necesita consensos para demostrar su utilidad en un mapa político
tan monocromático como aplastante en el que la mayoría absoluta es un hecho
incontestable.
Y es posible que en otras cosas eso
sea cierto, pero en esto no. En la Ley Hipotecaria no. En los desahucios no.
No se puede buscar el acuerdo por
un simple motivo. Se sabe de antemano que el acuerdo es imposible.
Porque todos y cada uno de los
actos del PP en esta materia han estado encaminadas a la protección de los
hipotecadores en detrimento de los hipotecados. Porque todos y cada uno de los
ámbitos de gobierno de Moncloa están salpicados, jalonados e impregnados de ese
deseo de defender los intereses bancarios a toda costa.
Porque se ha recortado de todos y
de todo para dárselo a ellos; porque se ha pedido dinero a Europa para dárselo a
ellos, porque se han subido los impuestos para entregarles la recaudación como
un diezmo sagrado medieval, porque se ha creado un banco estatal que perderá
dinero a espuertas para que ellos no tengan que cargar con sus pérdidas.
Todo acuerdo es imposible porque el
PP ya ha elegido en este asunto y no ha elegido a la sociedad.
Y persistir en intentar un acuerdo,
un consenso, una entente, cuando la otra parte no está dispuesta a ellos,
cuando el de enfrente ya ha comenzado las hostilidades y se arma para
continuarlas es arriesgado e incluso pueril. Dos no pueden entenderse si uno no
quiere.
Acordar con el PP que esos jueces,
que esos magistrados expertos y críticos, no tengan voz en esa comisión, es un
acuerdo baladí y no hay victoria pírrica que pueda consolarnos porque cualquier
victoria se llevará por delante a demasiada gente, a demasiadas vidas, a
demasiados futuros.
Acordar unos expertos bancarios en
esa comisión es tan inútil como los intentos de acuerdo y de dialogo de
tiempos pretéritos, como discutir la canción que toca la orquesta mientras se hunde el Titanic.
Suicida como el intento de consenso de
Inglaterra y Francia con la Alemania de los años cuarenta se llevó por delante
a Austria y Checoslovaquia antes de que se dieran cuenta en Polonia de que todo
acuerdo era imposible; absurdo e inútil como los sucesivos acuerdos de Escipión con sus
sucesivos homólogos cartagineses fueron cambiando las líneas fronterizas en
Hispania hasta que ambos se dieron cuenta de que la necesidad de uno y otro de controlar
el Mar Mediterráneo los hacía inútiles y solamente el enfrentamiento podía
dirimir esas diferencias.
Porque cualquier cosa que pueda
conseguir el PSOE a cambio de aceptar el silencio de esas voces en la Comisión
es una derrota no para el partido socialista sino para todos nosotros
Porque escuchar a los afectados
solamente aportará el testimonio del sufrimiento y de la desesperación ya
conocidas, ya reflejadas en los medios, ya vividas por todos aquellos que día
tras día nos colocamos en un portal para intentar evitar lo que el Gobierno ha
convertido en inevitable; será impactante, será sentido, pero será reiterativo;
porque escuchar a los expertos hipotecarios que hablen en nombre de la banca no
dirá nada nuevo que su hipócrita teoría de que a ellos hay que ayudarles pero
ellos tienen patente de corso para mirar solamente por sus intereses. Solamente
reforzara la posición que el Gobierno ha decidido ya mantener.
Lo único que serviría de algo es
que dos individuos togados atravesaran la sala y les señalaran con el dedo, que
dos individuos que saben de ley y de justicia y que son autoridades en la
materia les dejaran muy claro que esa ley es injusta y que es su obligación
como legisladores cambiarla si no quieren que los magistrados se vean obligados
a no aplicarla, colocándose por ética en el mismo limite interno de la
prevaricación formal.
Y eso no ocurrirá. No ocurrirá
porque no lo quiere el PP y porque el Partido Socialista, en un error de bulto,
que confunde la bondad del consenso con su necesidad, lo ha permitido.
Todos sabemos lo inútil y vagamente
mediático que es abordar este asunto en una comisión que está controlada por el
PP gracias a su mayoría absoluta, como lo está toda la actividad parlamentaria.
Todos sabemos que solamente se hablara unos días para terminar concluyendo que
la reforma que necesita la Ley Hipotecaria es la que necesitan los bancos, que
son a fin de cuentas los que dictarán palabra por palabra el texto de esa ley.
Pero si Almenas y Fernández Seijo
hubieran sido convocados por los que iban a perderlos, habrían dejado claro que
el PP no quiere escuchar lo que tienen que decir y el PSOE sí, que el Gobierno no está dispuesto a oír otra
voz que la de los susurros financieros que dirigen sus acciones, que los
expertos de esa comisión no son los mejores expertos posibles, son los expertos
que el Gobierno quiere porque le dicen lo que quiere escuchar.
La batalla se habrá perdido igual
porque ya estaba perdida en los pasillos del Congreso y en la urnas de los
pasados comicios, La Ley Hipotecaria seguiría como está o con modificaciones
que apenas afecten a su fondo y seguirá tocarnos levantar cada día más
trincheras, más cadenas de protección delante de las puertas y portales de
aquellos cuyos futuros esa ley se pretende llevar por delante.
Por eso cualquier intento de
acuerdo o de consenso en esta materia se hace imposible. No se puede llegar
a nada intermedio, no hay entente posible, hay miles de vidas y miserias en
juego que se quedan en el camino. Hay, como siempre, que elegir y hacerlo
claramente.
Así, al menos, sabríamos quién está
en cada bando de esta guerra de todos contra unos pocos que van ganando por
goleada esos pocos. Y saber quién está dispuesto a pelear contigo en una
derrota cierta siempre es importante. No solo cada cuatro años. Lo es siempre.
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