Puede que ya sea un efecto propio,
una recurrencia por defecto cada vez que estas endemoniadas líneas se acercan a
la actualidad de lo que se está haciendo e intentando hacer con la Educación en
España. Pero parece que cada vez que uno quiere desgranar la realidad de lo que
está ocurriendo en ese campo, acaba irremisiblemente arrojado a los más oscuros
años del medioevo o incluso de sus pretéritas eras de barbarie.
Y ahora le toca el turno a la
Universidad. José Ignacio Wert. el ministro que no lo es de cultura porque no
utiliza la que atesora en aras de la lógica y que no lo es de Educación por la
forma y el modo en el que se comporta, saca a relucir el informe encargado a su
comité de expertos sobre el futuro de la Universidad en el que se concluye
-¡Oh, sorpresa!- que hay que "desfuncionarilizar
los campus y la docencia e investigación universitaria".
Más allá del cierto tufillo arcaico y trasnochado a
Consejo Real de los de antaño -pero el antaño de los Austrias Mayores-, que
destila este comité nombrado para que el rey y monarca absoluto de la Educación
en España escuche de otros labios aquello que le dicen una y otra vez sus
pensamientos, este dictamen no retrotrae a una pelea medieval, nos vuelva a
arrojar a una campo de batalla que parecía superado hace ya siglos: la
autonomía de las universidades.
Porque Wert, atrincherado en su
defensa numantina de la competencia entre iguales como sinónimo de libertad,
mejora y evolución -algo que más que darwiniano es ya stajanovista-, pretende
vender la "desfuncionarilización"
como el espejo ideal de la libertad universitaria.
Y, claro, yerra de pleno porque de
repente la historia le pega una bofetada con la mano cóncava en medio de su
sonrisa de soberbio través.
Porque las universidades son
libres, son autónomas, precisamente porque dependen del Estado; porque allá en
los años oscuros de cruzadas, invasiones, guerras feudales y rafias por doquier
hubo monarcas que al parecer tenían las cosas más claras que Wert que las
hicieron depender directamente de ellos -o sea, por entonces del Estado, no
olvidemos aquello de El Estado Soy yo- para que no dependieran de nadie más.
Para que pudieran ser libres.
De modo que el hecho de que estén "funcionarilizadas", aunque
Wert y su Consejo Real de expertos lo utilicen como algo peyorativo, es
precisamente lo que les garantiza que sean autónomas y libres.
Porque si no es así, si pasan de su
autonomía, bajo el ala del Estado, a la dependencia del dinero, este las
hará esclavas, siervas como ya lo son las privadas, buscando matrículas de
alumnos acomodados para asegurarse los ingresos, repartiendo aprobados para que
los alumnos que pagan sigan pagando, recortando inversiones aquí y allá para
conseguir que sus acciones se sientan satisfecho al final de cada ejercicio
económico.
Y si pierden esa autonomía, esa
libertad, que su condición "funcionarial" les otorga a manos de los
gobiernos regionales, la cosa será algún peor.
Porque entonces estaremos, un
milenio después, en la situación que desde Alfonso X, El Sabio hasta El Príncipe
Negro de Gales, pasando por los Capetos franceses, quisieron evitar al
inventarse la autonomía universitaria.
Estarán a merced de cada señor
feudal, de cada reino de Taifas y de sus caudillos que podrán moldearlas y
remodelarlas a voluntad para conseguir sus objetivos políticos, para
utilizarlas en su provecho, para transformar la educación en propaganda. Como
ya pasa con los medios de comunicación autonómicos en las comunidades
gobernadas por le Partido Popular.
Pero a Wert eso no le preocupa
porque es lo que realmente quiere. Que el investigador investigue para el
bien del gobernante, no para el del Estado, que el docente estudie para el
presidente -o la presidenta- de la Comunidad Autónoma, no para el bien del
Estado.
Necesita y quiere que las
universidad está o bien bajo el peso aplastante de la competencia económica o
bien bajo el férreo yugo del poder político local, del señor feudal de turno.
Porque esa es la única manera en la
que el Bachillerato de Excelencia que se experimenta en Madrid tendrá una
oportunidad de fingir que es un éxito, porque así es la única manera en la que
la Universidad aceptará recortar materias que a Wert le molestan, que incomodan
a Moncloa, que no hacen perfectos técnicos serviles que no se preocupan de otra
cosa nada más que de generar riqueza a sus empresas, porque solamente de esa
forma la Universidad antepondrá el presente efímero del equilibrio en las
cuentas públicas del actual gobierno al futuro de todo un país, que depende en
gran medida de su sistema educativo.
Porque esa es la única forma en la
que evitará que la Universidad haga aquellos para lo que los reyes de hace diez
siete u ocho centurias la "funcionarializaron",
la hicieron depender directamente de ellos para garantizar así su autonomía de
todos los demás.
Porque, acuciada por la necesidad
de resultados económicos para su supervivencia o impelida a conseguir los
objetivos políticos de aquellos que cierren su puño feroz sobre su garganta,
dejará de hacer lo que siempre hizo, aquello que está diseñada para hacer.
Enseñar a los que cruzan sus
umbrales a pensar por su cuenta.
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