Vaya, Vaya. Si es que hay veces que vale más la pena dejar reposar las falanges -las anatómicas, se entiende-, tomar aire y tomarse un tiempo para hacer a la red social de turno echar humo. Porque si no se hace pasa lo que pasa.
Mientras el número dos de la Comunidad de Madrid, no elegido por nadie, no votado por nadie y simplemente puesto a dedo como en todos sus cargos políticos anteriores, se arriesga a la artritis traumática denunciando la presencia de turbas -tsunamis los llama él- de golpistas antisistema en la manifestación de ayer de las mareas, van y le crecen los enanos. Le sale un antisistema confeso y convicto justo delante de los ojos.
Mientras sus reflexiones en contra del engaño y la infiltración nos hacen recordar a esas otras que hiciera la Delegada del Gobierno en Madrid, en su pose de grupi con despacho, intentando vender a un manifestante como la quintaesencia del golpismo radical de izquierdas en base a unos petardos, unas botellas transparentes sin hulla alguna y unas fotos que no tenía derecho a publicar, va y se le cuela un criminal, de los de verdad, de los de condena a casi nueve lustros.
Porque hoy nos hemos desayunado con la noticia de que un antisistema, un miembro de Fuerza Nueva, de esa que quería prorrogar sine die el estado de excepción perpetuo y la dictadura militar, trabaja para su gobierno; hoy nos hemos tomado el café con la noticia de que un individuo condenado a 43 años de prisión por asesinar de la forma más cruel y rastrera a una joven en plena transición como y se mantiene gracias a los dineros públicos.
Y no es que trabaje de barrendero o se haya colado por oposición en la función pública -algo que tendría derecho a hacer, una vez redimida su falta y cumplida su condena, si es que lo hubiera hecho-. No es nada de eso.
Emilio Hellín, alias Luis Enrique Hellín, alias Enrique Helling, trabaja ni más ni menos que de asesor para la Guardia Civil. De asesor elegido a dedo, voluntariamente.
Debe ser que los antisistema que defienden y han defendido la dictadura, que mataron para mantenerla, que asesinaron para imponerla si tienen un nicho en las instituciones que controla el Gobierno, en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.
Más allá de sus irrisorias excusas que van desde una muerte -la de Emilio- de la que no hay constancia documental hasta una unión de apellidos familiares que le hace asumir el apellido de un hombre que no es su padre, que quedan desmentida por su cambio de nombre en el registro civil de un pueblo perdido en Badajoz, la presencia de este hombre en las cercanías del aparato policial al que Cifuentes califica de heroico por cargar en las manifestaciones y en el que Victoria debe poner su confianza para detectar, detener y castigar todos esos infiltrados que quieren derribar el sistema deja al descubierto muchas cosas, deja claras muchas mentiras.
Deja con su trasero azul al aire a los twitts "demócratas" del bueno de Victoria.
Porque de repente, por arte de la magia de la edición dominical de un periódico, el muy humano vicio de la comparación entra en escena.
Y, súbitamente, la protesta contra el sistema económico de algunos de los grupos que se oponen a estos recortes continuos no tiene cabida en democracia pero alguien que recurre al asesinato para intentar imponer su forma de concebir el Gobierno puede asesorar a las fuerzas del orden de un sistema democrático.
De pronto hay que aplicar el aislamiento carcelario y el tratamiento de terrorista contra el Estado a un joven vallecano que tenía previsto arrojar unos cuantos petardos para protestar contra aquellos que pervierten la democracia pero se tiene que conceder pase y autorización de acceso a alguien que fue detenido con 50 kilos de goma 2, dos granadas de mano, mechas para explosivos, cebos electrónicos, detonadores, scanner VHF y un receptor de las emisoras policiales y de la Guardia Civil.
Repentinamente hay que hacer causa de fuerza mayor en el aparato judicial -que afortunadamente no está por la labor-, que algunos exaltados tiren piedras o quemen contenedores pero hay que hacer la vista gorda con tranquilidad supina a la inmersión en el sistema de alguien que secuestró. golpeó aterrorizó y disparó a bocajarro en la cabeza a una joven por el delito de pertenecer al Partido Socialista de los Trabajadores o de participar en la Huelga General de la Enseñanza o de vivir en la calle Tembleque de Aluche, que nunca se sabe ni se sabrá de qué delito la consideraban culpable a sus 19 años.
De un día para otro hay que gritar, que exigir, que pidan perdón por sus asesinatos pasados aquellos que, abandonada la violencia, han sido refrendados por las urnas pero ni siquiera hay que exigir que pague por sus crímenes alguien que nunca ha pedido perdón por la atrocidad cometida, que nunca se ha arrepentido de ella y que aun así trabaja para una institución que dispone de infinitos recursos de fuerza y de violencia.
De pronto hay que endurecer las penas contra los que aprovechan las manifestaciones para hacer desbandada, tratándoles como terroristas, como criminales peligrosos, pero no hay que hacer siquiera que cumpla su condena íntegra un asesino que se fugó en 1987 de la cárcel aprovechando un permiso carcelario después de que quedara demostrado que se desmandó hasta el asesinato para intentar mantener un régimen totalitario, dictatorial y antidemocrático, aunque algunos de los que ahora se llenan la boca de libertades y democracia, lo miren con añoranza al recordarlo.
En el visto y no visto de una portada y una noticia dominguera, los twitts de aquellos que dicen defender la democracia y temer que los antisistema nos roben la libertad se demuestran tan falsos como si tuvieran pintado un pajarito malva.
Nos demuestra que los antisistema no les preocupan mientras estén de su parte, que los ataques a la democracia no les inquietan mientras no pongan en riesgo su poder, su gobierno o sus necesidades y beneficios personales.
La misteriosa resurrección del asesino Emilio Hellín en el seno de la Guardia Civil y su comparación con todo lo que dicen y hacen en las redes nos permite demostrar que para ellos la democracia nunca ha sido un fin y defenderla nunca ha sido un valor.
Tan solo ha sido un medio que han asumido a regañadientes porque no les quedaba más remedio. Y un medio muy molesto para ellos, por cierto.
Y para eso no hacen falta ni siquiera las redes sociales. Con la portada de un periódico de hace 33 años, más vieja que el otro 23F, es suficiente.
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