¿Qué hubiese pasado si en la II Guerra Mundial los aliados hubiesen bombardeado las cámaras de gas o las líneas de ferrocarril que llevaron a millones de inocentes a la muerte en Auschwitz y otros campos de exterminio? No se podía. No sabíamos. Hubiésemos distraído recursos de otros frentes. No era una prioridad estratégica. Estas son algunas de las respuestas que se le han dado a esta difícil pregunta. En Auschwitz fueron asesinados más de un millón de hombres, mujeres y niños.
Está pregunta, que más que retórica es algo extemporánea anacrónica e innecesaria, quizás no sirva para iniciar un debate sobre la intervención internacional en Libia, como quiere el autor, pero para lo que sí sirve es para demostrar algo que está comenzando a ser un elemento demasiado recurrente en nuestra forma de ver el mundo y la historia. Algo que me atrevería a bautizar como el síndrome del prisma visual.
Tanto nos han vendido eso de ver la realidad a través de un prisma determinado, el de la diversidad, el de la modernidad, el del género, el de lo que sea, que hemos terminado creyendo que con la historia, con cualquier hecho y con cualquier situación, eso es lo adecuado. Hemos olvidado que mirar a través de un prisma, por muy limpio que sea su cristal, distorsiona la imagen.
Y La pregunta de este articulista. Es el más claro ejemplo.
Su prisma -su nombre y su filiación, no me hace albergar duda alguna al respecto- le hace preguntarse algo que ya está contestado.
Toda la II Guerra Mundial, todas las acciones de los aliados, se fundamentaron, en su momento, en la necesidad de liberar a la población inocente de las garras de un régimen enloquecido y criminal. No hay necesidad de justificar ninguna intervención militar porque se está en mitad de una guerra que, supuestamente, está encaminada desde el principio a ese fin.
¿Por qué entonces tiene esa duda?
Pues muy sencillo, porque su prisma solamente le permite ver como necesaria la salvación de un colectivo determinado, solamente le permite sufrir por esa pérdida. Solamente le parece relevante la realidad que el prisma elegido para contemplar el mundo le presenta engrandecida.
¿Por qué entonces tiene esa duda?
Pues muy sencillo, porque su prisma solamente le permite ver como necesaria la salvación de un colectivo determinado, solamente le permite sufrir por esa pérdida. Solamente le parece relevante la realidad que el prisma elegido para contemplar el mundo le presenta engrandecida.
Pero hay muchas más preguntas que sirven de respuesta a la pregunta surgida del prisma elegido por el articulista.
¿Por qué había de bombardear el ejercito aliado los ferrocarriles o las cámaras de gas y no los ferrocarriles japoneses que conducían prisioneros chinos al exterminio?, ¿Hubiera sido éticamente aceptable para los aliados que los japoneses bombardearan los ferrocarriles estadounidenses para impedir que los norteamericanos de origen japones fueran encerrados en campos de concentración?
¿Por qué había de bombardear el ejercito aliado los ferrocarriles o las cámaras de gas y no los ferrocarriles japoneses que conducían prisioneros chinos al exterminio?, ¿Hubiera sido éticamente aceptable para los aliados que los japoneses bombardearan los ferrocarriles estadounidenses para impedir que los norteamericanos de origen japones fueran encerrados en campos de concentración?
La respuesta es bien sencilla. En los dos bandos la ética de la guerra era la misma -exacerbada y enloquecida en el bando alemán, pero la misma-.
Si no hubiera sido así los aliados no hubieran arrasado hasta los cimientos Frankfurt o Colonia, donde residían millones de personas tan inocentes como los asesinados en los campos de exterminio. Si se hubiera planteado ese dilema ético, los tanques de Montgomery no hubieran arrasado Tobruk -curiosamente Tobruk, Libia-, ciudad en la que residían civiles inocentes. Si hubiera existido esa dicotomía en la ética bélica entre las dos alianzas, El Enola Gai no hubiera borrado de la faz de La Tierra dos islas en las que residían unas cuantas docenas de miles de personas que no tuvieron la más mínima oportunidad de defenderse ni de alejarse de un conflicto que les vino desde el cielo cuando ya estaba concluido.
Si no hubiera sido así los aliados no hubieran arrasado hasta los cimientos Frankfurt o Colonia, donde residían millones de personas tan inocentes como los asesinados en los campos de exterminio. Si se hubiera planteado ese dilema ético, los tanques de Montgomery no hubieran arrasado Tobruk -curiosamente Tobruk, Libia-, ciudad en la que residían civiles inocentes. Si hubiera existido esa dicotomía en la ética bélica entre las dos alianzas, El Enola Gai no hubiera borrado de la faz de La Tierra dos islas en las que residían unas cuantas docenas de miles de personas que no tuvieron la más mínima oportunidad de defenderse ni de alejarse de un conflicto que les vino desde el cielo cuando ya estaba concluido.
Pero el prisma de la historia que nos hace colocarnos como los bondadosos aliados no no deja ver eso.
El prisma de la historia que nos engrandece el sufrimiento de unos y nos oculta el de todos los demás no nos deja ver el conjunto. El prisma distorsionado de la vergüenza y la culpabilidad de unos y la tradición y el victimismo de otros no nos permite ver otra cosa, no nos permite hacer otra pregunta que sonará demasiado demoledora pero nos arrojará directamente a la realidad de esa conflagración mundial.
El prisma de la historia que nos engrandece el sufrimiento de unos y nos oculta el de todos los demás no nos deja ver el conjunto. El prisma distorsionado de la vergüenza y la culpabilidad de unos y la tradición y el victimismo de otros no nos permite ver otra cosa, no nos permite hacer otra pregunta que sonará demasiado demoledora pero nos arrojará directamente a la realidad de esa conflagración mundial.
¿Por qué habrían los aliados de bombardear con especial atención esos elementos de la locura nazi?
La respuesta,en forma de grito indignado, llega sin demora: porque estaban contribuyendo a matar a un millón y medio de inocentes. Y la respuesta a esa pregunta es, lamentablemente, una cascada de preguntas casi infinita
¿Eran menos inocentes los 37 millones de muertos de la URSS, de los cuales solamente -fijémonos que digo solamente- millón y medio fueron combatientes?, ¿debían los cazas soviéticos y tanques del Ejército Rojo abandonar el frente del este dejando a esos inocentes al descubierto para salvar a otros inocentes?
¿Debían las tropas chinas considerar a su población menos inocente que a los exterminados en Auschwitz y abandonarla en manos de las fuerzas japonesas, que provocaron la muerte de 30 millones de personas tan inocentes que su país ni siquiera participaba en esa guerra?
¿No eran inocentes los seis millones de civiles alemanes que murieron en los combates, en los bombardeos y en los asedios de las principales poblaciones alemanas?
¿No eran inocentes los seis millones de polacos, de los cuales solamente dos millones eran judíos, que murieron atrapados en la ocupación alemana y el posterior contraataque soviético?
¿Eran menos inocentes que los asesinados en los campos de exterminio las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki o los tres millones de civiles que perdió Japón durante la contienda?
¿Era mas reducido el nivel de inocencia de los cuatro millones de indios que murieron de hambre en La India, cuando el frente llegó a Bengala y las potencias se dedicaron a destruir campos enteros para perseguirse unos a otros?
¿Qué es lo que hace que se considere más necesario salvar de la muerte a un millón y medio de personas que a los 100 millones que, pese a los esfuerzos bélicos de sus ejércitos, resistencias y partisanos, terminaron muriendo?, ¿qué es lo que nos convierte en los mandos del ya cinematográficamente mítico Soldado Ryan?
Está claro. El prisma que hemos elegido para interpretar la realidad en nuestra conveniencia.
La respuesta al nuevo reproche velado que hay en esa pregunta, en ese intento de comparación de la intervención en Libia con la aparente no intervención en beneficio de otra población inocente durante la Segunda Guerra Mundial es muy simple.
Durante todo ese tiempo todos los ejércitos implicados estaba intentando salvar inocentes -sus inocentes, los que les interesaban- cada día. Y estaba intentando matar a otros inocentes -los que no les importaban-. No fue una cuestión de desidia, ni de objetivos militares, ni de despreocupación.
Pese a ello podrían encontrase muchas sutiles y no tan sutiles diferencias entre una situación y otra.
En Libia hay una guerra civil con dos bandos definidos, en la Segunda Guerra Mundial el pueblo judío ni pidió apoyo, ni se adscribió a ningún bando -quizás no tenía la posibilidad de hacerlo, pero el hecho fue que no lo hizo-.
Los rebeldes libios entablan batalla y luchan con lo cual resulta evidente que esos enfrentamientos pueden atrapar a población civil -afecta a un bando o a otro, no lo olvidemos-, los judíos fueron conducidos al matadero sin resistencia ninguna -salvo en el gueto de Varsovia, y en otros casos aislados-.
Resulta difícil apoyar en la lucha a alguien que no está luchando. La resistencia francesa la recibió, los partisanos balcánicos la recibieron -escasa e intermitente, eso es cierto, pero la recibieron-, pero ellos luchaban.
Podrá decirse que no era lo mismo. Que no había una decisión de exterminio contra otros grupos - o por lo menos llevada hasta sus últimas consecuencias, como el pogromo nazi del pueblo judío-.
Podrá decirse eso pero, cuando Japón envía tropas con el único objetivo de matar a los hombres de una región concreta de China y de violar a sus mujeres, a mí me parece que hay una voluntad de exterminio; cuando la aviación estadounidense toma la decisión de borrar de la faz de la tierra todas las ciudades industriales de Alemania con bombardeos masivos de fortalezas volantes, independientemente de las bajas civiles que pueda causar, me parece que existe una voluntad de exterminio. Cuando se lanza una bomba que mata a 145.000 personas de un sólo pestañeo. A mi me parece que hay voluntad de exterminio.
Puede que me equivoque, pero, para mi, eso se parece mucho a un exterminio sistemático de la población civil. Lo hicieran los enloquecidos nazis o los voluntariosos aliados.
Pero en realidad, todas esas respuestas estarían dentro de una épica que en realidad no funciona a la hora de tomar las decisiones de intervención para proteger a la población civil. La no intervención en la matanza de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, se parece mucho más a las no intervenciones que cita el autor de ese artículo en la segunda parte del mismo.
No se evitó la matanza de judíos de la misma manera que no se evitó la de ruandeses o que no se evitó la de bosnios, serbios, croatas y demás pueblos implicados en el conflicto de Los Balcanes.
Y la respuesta es demoledoramente simple. No se evitó porque no había nada que nos interesase lo suficiente a este Occidente Atlántico como para utilizar la seguridad de los civiles como excusa para intervenir en el país. De hecho, ni siquiera había un país.
¿Eran menos inocentes los 37 millones de muertos de la URSS, de los cuales solamente -fijémonos que digo solamente- millón y medio fueron combatientes?, ¿debían los cazas soviéticos y tanques del Ejército Rojo abandonar el frente del este dejando a esos inocentes al descubierto para salvar a otros inocentes?
¿Debían las tropas chinas considerar a su población menos inocente que a los exterminados en Auschwitz y abandonarla en manos de las fuerzas japonesas, que provocaron la muerte de 30 millones de personas tan inocentes que su país ni siquiera participaba en esa guerra?
¿No eran inocentes los seis millones de civiles alemanes que murieron en los combates, en los bombardeos y en los asedios de las principales poblaciones alemanas?
¿No eran inocentes los seis millones de polacos, de los cuales solamente dos millones eran judíos, que murieron atrapados en la ocupación alemana y el posterior contraataque soviético?
¿Eran menos inocentes que los asesinados en los campos de exterminio las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki o los tres millones de civiles que perdió Japón durante la contienda?
¿Era mas reducido el nivel de inocencia de los cuatro millones de indios que murieron de hambre en La India, cuando el frente llegó a Bengala y las potencias se dedicaron a destruir campos enteros para perseguirse unos a otros?
¿Qué es lo que hace que se considere más necesario salvar de la muerte a un millón y medio de personas que a los 100 millones que, pese a los esfuerzos bélicos de sus ejércitos, resistencias y partisanos, terminaron muriendo?, ¿qué es lo que nos convierte en los mandos del ya cinematográficamente mítico Soldado Ryan?
Está claro. El prisma que hemos elegido para interpretar la realidad en nuestra conveniencia.
La respuesta al nuevo reproche velado que hay en esa pregunta, en ese intento de comparación de la intervención en Libia con la aparente no intervención en beneficio de otra población inocente durante la Segunda Guerra Mundial es muy simple.
Durante todo ese tiempo todos los ejércitos implicados estaba intentando salvar inocentes -sus inocentes, los que les interesaban- cada día. Y estaba intentando matar a otros inocentes -los que no les importaban-. No fue una cuestión de desidia, ni de objetivos militares, ni de despreocupación.
Pese a ello podrían encontrase muchas sutiles y no tan sutiles diferencias entre una situación y otra.
En Libia hay una guerra civil con dos bandos definidos, en la Segunda Guerra Mundial el pueblo judío ni pidió apoyo, ni se adscribió a ningún bando -quizás no tenía la posibilidad de hacerlo, pero el hecho fue que no lo hizo-.
Los rebeldes libios entablan batalla y luchan con lo cual resulta evidente que esos enfrentamientos pueden atrapar a población civil -afecta a un bando o a otro, no lo olvidemos-, los judíos fueron conducidos al matadero sin resistencia ninguna -salvo en el gueto de Varsovia, y en otros casos aislados-.
Resulta difícil apoyar en la lucha a alguien que no está luchando. La resistencia francesa la recibió, los partisanos balcánicos la recibieron -escasa e intermitente, eso es cierto, pero la recibieron-, pero ellos luchaban.
Podrá decirse que no era lo mismo. Que no había una decisión de exterminio contra otros grupos - o por lo menos llevada hasta sus últimas consecuencias, como el pogromo nazi del pueblo judío-.
Podrá decirse eso pero, cuando Japón envía tropas con el único objetivo de matar a los hombres de una región concreta de China y de violar a sus mujeres, a mí me parece que hay una voluntad de exterminio; cuando la aviación estadounidense toma la decisión de borrar de la faz de la tierra todas las ciudades industriales de Alemania con bombardeos masivos de fortalezas volantes, independientemente de las bajas civiles que pueda causar, me parece que existe una voluntad de exterminio. Cuando se lanza una bomba que mata a 145.000 personas de un sólo pestañeo. A mi me parece que hay voluntad de exterminio.
Puede que me equivoque, pero, para mi, eso se parece mucho a un exterminio sistemático de la población civil. Lo hicieran los enloquecidos nazis o los voluntariosos aliados.
Pero en realidad, todas esas respuestas estarían dentro de una épica que en realidad no funciona a la hora de tomar las decisiones de intervención para proteger a la población civil. La no intervención en la matanza de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, se parece mucho más a las no intervenciones que cita el autor de ese artículo en la segunda parte del mismo.
No se evitó la matanza de judíos de la misma manera que no se evitó la de ruandeses o que no se evitó la de bosnios, serbios, croatas y demás pueblos implicados en el conflicto de Los Balcanes.
Y la respuesta es demoledoramente simple. No se evitó porque no había nada que nos interesase lo suficiente a este Occidente Atlántico como para utilizar la seguridad de los civiles como excusa para intervenir en el país. De hecho, ni siquiera había un país.
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