Muchas cosas se podrían decir sobre este nuevo capítulo de lo que el Occidente Antlántico considera como acitvismo, solidaridad o justicia. Muchas palabras que no expresarían el límite que ha sobrepasado todo lo que ocurre en torno al asesinato de Khashoggi.
Pero tres me bastan: Hipocresía, egocentrismo y repugnancia.
Los que se manifiestan con las pancartas que piden justicia para el periodista muerto, los gobiernos que reaccionan indignados y todos aquellos que claman al cielo y se rasgan las vestiduras son unos hipócritas. Hipócritas porque exigen el fin de la venta de armas a Arabia Saudi, pero se libran mucho de exigir el final de la compra de su petróleo.
Hipócritas porque su boicot supone no vender unas armas con las que no se ha matado al turco y sí a otro puñado de miles de personas, pero no impide seguir llenando las arcas de ese régimen medieval y absolutista para que otros, que seguirán sin tener escrúpulo alguno en hacerlo, puedan continuar aumentando sine die sus arsenales. Pero claro, si no compramos el petróleo a lo mejor nos sube la gasolina, se nos inflael coste de los plásticos o de cualquier otro derivado del petróleo y eso no, eso no lo pedimos en bien de la justicia.
Un egocentismo que bordea la arcada porque tan solo sabemos mirarnos el ómbligo, ¿la muerte de un solo hombre origina todo eso? Mientras las armas mataban a miles en Yemen, ningún gobierno ha pedido embargo alguno, claro los muertos no eran de los suyos. No alteran su visión "democrática" del mundo.
Mientras los tribunales saudies ejecutan a homosexuales, adulteros y adúlteras e infieles de distintos niveles al ritmo de varios por semana nadie ha salido con sus fotos a la calle reclamando justicia para ellos, ningún gobernante europeo ha exigido a sus socios que hagan algo, que dejen de comprar, vender o intercambiar cualquier mercancia con los señores feudales del Golfo.
Pero que no toquen a un periodista -una de esas profesiones que creemos que han de ser intocables por necesarias para la libertad y la democracia- en nuestros aledaños, que no tengan la osadía de hacernos ver que nuestro ombligo no es seguro y sagrado, que entonces hay que dejarles claro que la linea que nos preocupa que pasen no es la del asesinato, la tortura, los crímenes de Estado o la brutal represión, sino que todo eso eso se ejerza con alguien de los nuestros y cerca de nosotros.
Y repugnancia.
Repugnancia hacia quienes demuestran que la vida de miles de personas es menos importante que la de un periodista; ante los que exigen seguridad y libertad para ellos ahora y cambian la de pueblos, comunidades y colectivos enteros por un contrato que lleve el AVE hasta La Meca o los ingresos que producen las ventas de armamento.
Tres palabras que para mi encierran una sola verdad. Que un país entero, miles de personas sometidas a la Sharia y cientos de homosexuales no valen menos que Khashoggi.
Y que Occidente actúe como si fuera así solo lleva a la nausea.
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