martes, julio 03, 2012

Abd a-Rahman o los niños robados que no importan

Abd a-Rahman Burqan es un niño así que, técnicamente yo no tendría ni siquiera que saber su nombre, no tendría ni siquiera que hablar de él, no tendría ni siquiera que utilizarle de ejemplo de nada que no fuera otra cosa que no fuera algo relacionado con cómo se comportan los niños.
Paro Abd a-Rahman Burqan no tiene la suerte que tenemos nosotros, con nuestras crisis, con nuestra destrucción económica, con nuestros cada vez más oscuros futuros, con nuestras lustrosa e inútil Eurocopa.
Abd a-Rahman Burqan es un niño robado, uno de los otros, de los que no despiertan nuestra sensibilidad maternal ni nuestra indignación paternal. Uno de esos niños robados que no nos importan.
Porque una mañana Abd a-Rahman Burqan caminaba o corría o saltaba por las calles de la vieja Hebrón, casi tan vieja como el mundo, casi tan vieja como el dios de la zarza y lo hacía con la indiferencia hacia la política internacional, hacia la política nacional y hacia la guerra que ha de tener un niño.
Y todo eso le fue robado en un segundo por un policía -que en realidad es un soldado- armado hasta los dientes de balas, de miedo y de odio que le interceptó en un callejón en una maniobra digna de un comando de intervención antiterrorista, la sujetó del brazo y le arrastró por el suelo.
Puede que Abd a-Rahman Burqan hubiera perdido ya pese a sus nueve años de edad la inocencia de, como diría la mítica canción del remedo de la coral donostiarra llamado en su día Mocedades, acudir muchas veces "al entierro de su compañero", pero la intercepción, la inmovilización y el arrastre, le robaron la posibilidad de ir tranquilamente por la calle, sabiendo que en el hogar nada malo suele pasarle a un niño. Le robaron la conciencia infantil de que el hogar se extiende más allá de las puertas de tu casa, de que es el sitio en el que todos velarán para que nada malo te pase.
Ahora Abd a-Rahman Burqan sólo podrá interpretar el hogar como lo hacen los adultos, como lo hacen los que deben defenderse, como lo hacen los que están en guerra. Ahora sólo podrá pensar que el hogar es aquel sitio donde sabes quienes son tus amigos y quienes tus enemigos. El lugar en el que sabes en que bando estás obligado a combatir.
Pero eso no es lo único que le han robado a un niño palestino dos guardias descerebrados por su propio terror insuperable.
Los gritos de “la Ahma fahei” (yo no hecho nada) le han robado su capacidad de comprensión,. Porque es cierto él no ha hecho que medio millar de colonos radicales israelíes se asienten en la vieja Hebrón, obligando a los policías fronterizos a estar en constante alerta en su defensa. Él no ha desparramado el odio que los halcones sionistas han sembrado y cosechado contra los legítimos habitantes de esas tierras, él no tiene que ver con el mesianismo fanático que los falsos seguidores del islam han distribuido en esas tierras y que hace a los policías fronterizos temer constantemente por sus vidas.
Abd a-Rahman Burqan está recibiendo lo que recibe, está obligado a gritar, a llorar y a mearse en los pantalones por haber nacido en donde ha nacido, en el tiempo que ha nacido y de quien ha nacido. Porque él no ha hecho nada salvo eso.
Pero el robo más flagrante, el latrocinio más salvaje de los que ha sufrido Abd a-Rahman lo ha protagonizado el guardia fronterizo que sin saber nada de lo que pasaba, nada de lo que había ocurrido se acercó a él y le pateo.
Esa patada en sus entrañas le ha robado a un país un niño, a la paz un defensor y a Abd a-Rahman Burqan la única posibilidad que le quedaba de no odiarles.
Hasta el más insensible de los miembros de las unidades antidisturbios de cualquier policía sabe que hay una línea que no se puede pasar. He visto a guardias civiles vestidos y armados para la carga charlando con infantes sobre futbol para alejarles de la carga porque saben que no hay nada que le dé más miedo a un niño que un hombre vestido para el combate. Pero el hombre que ha dejado que su odio se asiente en forma de patada en el vientre de un niño no entiende todo eso, no se lo plantea y no le importa.
Y todo mientras suena la llamada del Mullah de los locos fanáticos de Hamas a la oración que para ellos es sinónimo de guerra y de sangre.  Con su golpe a destiempo, con la bota de su miedo y de su odio mamado desde niño, el soldado fronterizo le ha robado a Abd a-Rahman la posibilidad de ignorar esa llamada a la guerra y a la sangre y le ha robado otro niño a Palestina para dárselo en medio de la noche a la muerte sin razón de una yihad falsa y furiosa.
Podemos seguir pensando que Israel es un estado moderno y democrático porque se vota; podemos seguir protestando y llamando antisemita a aquel que compare las formas de hacer de sus gobiernos y ejércitos con lo que les hicieron a ellos hace ochenta años.
Pero si nos indigna y nos sensibiliza que se robe a una madre o a una familia su niño negándoles su futuro real para darles otro ficticio, debería desatarnos la más desmedidas de las furias que a un pueblo se les roben sus niños con una simple patada para arrojarlos a una realidad siempre en guerra, a una vida siempre en el miedo y en el odio, a un mundo sin futuro.
Y así  Abd a-Rahman es victima y botín del mismo latrocinio cometido por dos guardias fronterizos isrelíes en la ciudad de Hebrón, que ya era vieja cuando Adonai aún pensaba en como vender al hombre que era una divinidad.
Señoras y señores, con ustedes Abd a-Rahman Burqan, el niño robado a su pueblo y a su vida de una patada en el vientre en Palestina

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