No tiene uno ya mucho el cuerpo para
carreras, aunque sea la de San Gerónimo, y menos los domingos por la noche. No
tiene uno ya las piernas para velocidades de escape, ni las posaderas para
sentadas a ultranza. Pero, cuando llega el momento, hay que hacerlo y se hace.
Mientras los antidisturbios se quitan
los cascos y se ponen las gorras, se vuelven a mirar al Parlamento que les
traiciona por mentirles y no al manifestante que les apoya, mientras ya no
corremos y solamente nos manifestamos, ha llegado el momento de desgranar
algunos de los ritos y los mitos que sacuden nuestra sociedad de un extremo al
otro del arco ideológico.
Empecemos por los propios, que la
autocrítica siempre ha de ser el antecedente de la crítica a otros.
Resistir no es correr delante de la
policía. Ellos no son el enemigo, ni siquiera son el adversario, ni siquiera
están en contra de nosotros.
El perroflautismo trasnochado de
carrera policial, caída de sistema, falsa Kufiyya, palos y piedras no es el que
va a evitar el colapso social de este país.
No, mientras esa sea la manera de
ocultar otras vergüenzas, no mientras eso sea lo único que se arriesga.
No mientras eso se compagine o se
intente compaginar con recorrer el mundo mientras se cobra el paro, con vivir
de papá, con trabajar en negro, con buscar el máximo escaqueo, con querer que
les quiten a los ricos lo que tienen para que nos lo den a nosotros.
Oponerse al sistema o al Gobierno -o a
ambos- es un acto tan democrático como defenderlos y como toda oposición debe
suponer lo que debe suponer: debe hacer que queramos para todos lo mismo y que
eso sea justo. Incluso aunque salgamos perdiendo.
Así que primero hay que dejar de
trabajar en negro mientras se cobra el paro; hay que dejar de desgravar una
vivienda mientras se vive en otra; hay que dejar de cobrar ayudas a un alquiler
completo mientras se tiene subarrendada la mitad de la casa; hay que dejar de
utilizar los nombres y los datos de otros para acceder a ayudas por edad o por
sexo o por cualquier otra condición.
La insumisión fiscal no es ocultar al
fisco lo que se gana. Eso se llama fraude. La insumisión fiscal es que el fisco
sepa lo que ganas y luego decirle que no te parece justo que se lleve una
cuarta parte del precio de tu trabajo para cubrir las pérdidas millonarias de
los bancos. La insumisión fiscal es no pagar y atenerse a las consecuencias. Si
se quiere elegir esa forma de oposición, sea. Pero hay que dar la cara.
Oponerse exige hacer primero tú
trabajo como ciudadano y como persona justa y luego pedir a los políticos, los
administradores y los gobernantes que hagan el suyo. Exige dar antes de pedir
que te devuelvan. Exige hacer lo que tienes que hacer para tener la fuerza y la
capacidad ética de exigirle a los demás que también lo hagan.
Exigir cambios al sistema y al
gobierno no es pintar las calles con lemas más o menos ocurrentes contra la
corrupción, no es recurrir a eslóganes manidos que eran viejos cuando Mijaíl Bakunin
era joven -si es que Bakunin fue joven alguna vez-.
Oponerse es levantar la cabeza del
ordenador y el culo de la silla y arriesgar tu sueldo de 1.000, 2.000 o 6.000
euros por decirle a tu jefe que es un miserable por pagar 800 a alguien que
hace un trabajo que debe estar mucho mejor pagado; que es un corrupto por dejar
en la calle a un profesional competente para hacerle un lugar en la plantilla a
su primo, su amigo o su amante; que es un déspota enfermo de nepotismo por
reservar los mejores turnos y las mejores condiciones para aquellos que son sus
amigos, sus soguillas o sus pelotas de turno.
Aunque ni ese sueldo miserable ni ese
puesto fruto de la más ancestral simonía, ni esas condiciones emanadas del
nepotismo sean los tuyos ni te afecten.
Resistir no es alzar las manos y los
palos, taparse la cara y cargar con cócteles molotov contra aquellos que ni son
ni serán los artífices del sistema ni los ideólogos de aquello a lo que te
opones. La única forma de defender las libertades es ejercerlas.
Las redes sociales no nos van a
garantizar las libertades, Facebook, Twitter o Youtube no nos van a cambiar las
cosas. Podrán servirnos para mostrar lo que está mal, podrán darnos presencia mediática,
podrán hacernos relevantes y que tengamos muchos "me gusta", seamos trending
topic o seamos "meneados"
al límite del mareo.
Pero las redes sociales no nos van a
mantener las libertades. Las libertades y los derechos se mantienen
ejerciéndolos.
Podemos hartarnos de colgar videos
grabados con nuestro IPhone de última generación sobre cargas policiales o
cualquier otro desmán gubernativo que se nos ocurra, pero hasta que no tiremos
de procurador no servirán de nada.
Defender nuestros derechos y
libertades es exigirle a todo policía una identificación y un número de placa y
si no nos la dan denunciarles, es presentar una demanda por cada desmán que
cometan contra nosotros; es llenar los juzgados de demandas individuales
por cada una de las cargas, por cada uno
de los hechos que consideremos ilegales.
Y es hacer lo mismo cuando estamos
lejos de la vista delos medios y las redes. Es no resignarse a un cambio de
turno injusto o la pérdida de un día libre, a un ERE injustificado, a una
rebaja de sueldo arbitraria y llevarlo a los juzgados de lo social, aunque los
compañeros y los jefes no miren mal. Defender nuestros derechos, los de todos,
es exigir a la empresa que nos presenten las decisiones por escrito y con sello
y con firma.
No se trata de conseguir medio millón
de apoyos virtuales sin rostro y sin riesgo, se trata de conseguir miles de
apoyos con nombre y DNI en denuncias en los tribunales, en escritos ante el
Defensor del Pueblo. Nuestros derechos son reales, nuestras libertades son
físicas. Un clic de ratón no es suficiente. Ayuda, pero no es suficiente.
Nuestros derechos individuales y nuestras libertades ciudadanas no son Lady
Gaga o un festival musical. No viven de los clics, se alimentan de nosotros.
Un lema colgado en nuestro muro no es
lo que los defiende. Somos nosotros los que tenemos que hacerlo. Somos nosotros
los que tenemos que ejercer de lo que somos: de ciudadanos libres que conocen, defienden y utilizan sus derechos.
Si queremos que los que nos gritan "joderos" dejen de hacerlo
reunamos las firmas para presentar una propuesta popular en El Congreso
solicitando su dimisión y si no nos la tramitan, reunamos más, y si se niegan
vayamos al Constitucional -si es que todavía existe- y si no nos ampara vayamos
incluso a Estrasburgo.
Aunque eso nos cueste el esfuerzo y el
tiempo suficiente como para perdernos nuestras vacaciones en Australia o el
concierto de Green Day.
Defender los derechos ciudadanos es
defender los derechos de otros antes de exigir que defiendan los nuestros. Es
negarse a dejar de atender a los inmigrantes, es negarse a sellar reducciones
del paro, es negarse a cobrar el euro por receta, es negarse a incluir más
alumnos en el aula, es negarse a cobrar más tasas por la matrícula
universitaria. Es arriesgarse a expedientes, a procesos sancionadores e incluso
a expulsiones por defenderlos.
Si hay gente que puede hacer eso
-porque se está haciendo- ¿por qué los demás no podemos jugárnosla por lo que
creemos justo en nuestros trabajos?, ¿por qué los demás tenemos excusa para saltarnos
todo ese esfuerzo y todo ese riesgo e ir directamente a gritar a la calle para
eludir nuestra verdadera responsabilidad como ciudadanos que creen que algo es
injusto, se oponen a ello y quieren cambiarlo?
Y si todo eso falla, coge tu perro, tu
flauta y tu kufiyya de colores e inténtalo por las bravas. Que hay veces que es
el único camino que nos dejan.
Pero si no has pasado por lo anterior
ese salto a la adrenalina callejera sólo será una forma más de eludir tu
responsabilidad como ciudadano, no distinto de aquel que esconde la cabeza para
que no le llegue a él el temporal.Que la dirección de la huída, no elimina el egoísmo y la inutilidad de la misma. Ya sea hacia atrás o hacia adelante.
Así que manifestarnos, sentarnos,
cantar o colgar fotos y textos en Facebook no es oponernos. Es demostrar que
nos estamos oponiendo, es apoyar a los que se oponen, como mucho. Es decir que
queremos oponernos, pero no es oponernos.
Mientras manifestarse en una huelga
general solamente sirva para acallar nuestra conciencia social y no signifique
que somos de los que cada día están haciendo lo que pueden para impedir la
conducción a la miseria a la que nos lleva este gobierno, como último eslabón
de todos los anteriores que han asumido la salvación de un sistema que no se
puede salvar si no se cambia, no servirá de nada.
Mientras taparnos la cara, insultar y
retar a la policía solamente sea un entretenimiento más que nos llena el tiempo
entre el último concierto y nuestro viaje de vacaciones a donde coño sea y no
signifique que ya hemos cumplido todas nuestras exigencias de responsabilidad
como personas justas y hemos agotado nuestras vías de oposición y queja como
ciudadanos, no servirá de nada.
Mientras sustituyamos el verdadero
riesgo en nuestras vidas y nuestras haciendas para defender el futuro por el
falso riesgo adrenalínico de unas carreras y el dolor momentáneo de algún que
otro porrazo, ni nos estamos oponiendo, ni estamos resistiendo ni estamos
haciendo nuestro trabajo como ciudadanos.
Mientras cubramos el cupo de defensa
de nuestros derechos defendiéndolos en el seguro entorno de una manifestación
masiva y no en el inseguro territorio de nuestras oficinas, nuestras
redacciones, nuestras fábricas y nuestras vidas individuales, sólo estamos maquillándonos
de ciudadanos, sólo estamos escenificando nuestra oposición, no oponiéndonos.
Solamente estamos fingiendo que somos justos, no estamos siéndolo.
Y eso no significa que estas piernas y
estas posaderas cuarentonas no vayan a estar en la próxima manifestación o en
la siguiente sentada. Pero después de, al menos, intentar hacer sus deberes en
la vida allende las redes sociales y las calles. Cuando ni Internet ni la televisión
están mirando y nadie va a decir “me
gusta” con el pulgar alzado.
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