Hay ocasiones en que nuestra
incoherencia deja de ser ese telón de fondo con el que estamos acostumbrados a
vivir para justificación nuestra y desgracia ajena y se transforma en un fuego
de artificio tan explosivo que lo impregna todo y a todos.
Y eso pasa o está pasando con la nueva
Ley General de Contenidos Audiovisuales que se debatirá -debatir es cuajar un
eufemismo tal y como está el patio de las mayorías absolutas en este país- hoy
en el Senado.
Las organizaciones de padres, de
consumidores y no se sabe cuántos estamentos más han puesto el grito en el
cielo porque los senadores del PP -no sé qué le parecerá a los egregios
purpurados, ¡Quién lo iba a decir!- han incluido una enmienda que sustituye la
prohibición expresa de emitir porno y material violento en abierto por algo más
ambiguo, más poco específico, más como nosotros, que es la emisión de
"contenidos para adultos".
Más allá del absurdo que hace parecer
que ver porno y contemplar violencia gratuita es algo que te convierte en
adulto, algo que va dentro de la naturaleza de la madurez en sí misma -y, para
que conste y nadie me llame hipócrita, yo tengo "un amigo" que ve
ambas cosas de vez en cuando, más de lo segundo que de lo primero-, hay
una inmensa incoherencia tanto en los que modifican la ley, como en los que la
critican.
Para el PSOE -¡Vaya, para el porno sí
se ponen de acuerdo los dos partidos mayoritarios!- la enmienda es buena porque
incluirá también contenidos para adultos como el maltrato y la violencia de
género -¿existen géneros específicos de ficción sobre esos asuntos o es que
intentan crearlos?-. Y la estupidez no para de crecer y de expandirse como el
hidrógeno caliente cuando encima te enteras que esta prohibición incluye los
programas de juegos de azar y apuestas, el esoterismo, las paraciencias y los
anuncios que promuevan el culto al cuerpo.
La carcajada se hace prácticamente estentórea.
Para empezar el horario de protección
infantil que abarca de 6 de la mañana hasta las diez de la noche. Es de suponer
que ningún niño debería ver la televisión entre las seis de la madrugada y las
cuatro de la tarde.
¿Nos hemos olvidado que la
escolarización es obligatoria hasta los 16 años con la ESO? Parece que sí igual
que parece que hemos olvidado que es un delito parental no practicar esa
escolarización.
Pero podríamos justificar el horario
por aquello de las gripes, los dolores de cabeza, las gastroenteritis y toda
demás suerte de dolencias reales o imaginarias que desde el albor de los
tiempos han aquejado a los estudiantes en su continua lucha contra el principio
universal de "vas a clase porque es
tu obligación".
Y ahí es donde comienza la auténtica incoherencia.
Si empezamos por lo insustancial, podríamos
decir que no pueden ver nada relacionado con las apuestas y los juegos de azar
pero los concursos más vistos son aquellos que se basan en el azar de elegir
una caja o de dar la vuelta a un panel, o de ganar una pasta gansa por una
decisión complemente aleatoria y de azar ¿no es eso una apuesta? Parece que no.
Lo del esoterismo también mola. El
esoterismo perjudica moralmente a los infantes. Que alguien me lo explique.
¿Y lo del culto al cuerpo? El noventa
por ciento de la publicidad de productos de belleza está basada en ese
concepto. También de los de masculina, no se me ofendan.
Los de moda, las tele tiendas, los de
elementos gimnásticos, los de fajas, los de sujetadores mágicos, los de Especial
K, los de yogures, los de colonias masculinas y femeninas, los de Coca Cola
Light -¿nos acordamos del famoso mancebo de la Coca Cola Light?-, los de
productos de dieta, los de vaqueros, los de prendas deportivas con los plexos
solares perfectos del deportista de élite que toque, los de cualquier cosa que
lleve soja. ¡Por el amor de los hados, si hasta los de las compresas para las
pérdidas de orina se basan en lo atractiva que será una señora mayor que no
desprenda un cierto tufillo a ácido úrico!
Pero claro. Esos pagan, esos mantienen
el chiringuito.
Y luego la emprendemos con el sexo
explícito.
Nuestros pobres infantes están
incapacitados para contemplar a la inefable Elizabeth Beckley en Showgirls o a la neumática Demi Moore en
Striptease, pero pueden contemplar a
otras chicas reales que venden promesas de sexo de forma mucho más burda, con
modelos de tienda de chino muy bien ajustados y que apenas dejan nada a la
imaginación; no pueden contemplar una película pornográfica pero pueden
escuchar los relatos más escabrosos de bocas de colaboradores de programas de
sobremesa.
Tienen que mantenerse alejados de
Nacho Vidal o Rocco Sifreddi pero no de Dinio o Lequio, no deben posar sus ávidas
miradas en Lisa Ann o Asia Carrera -actrices porno, para los que no tengan un
"amigo" que les informe sobre ese tipo de cine- pero pueden seguir
perfectamente las andanzas sexuales de Indira de Gran Hermano o de cualquier Sex
Bomb venida a menos.
Pero claro. Los penes y las vaginas no
se ven. Solamente se habla de ellos.
Y luego llegamos a lo esencial. A lo
que verdaderamente debería avergonzarnos. A lo que nos debería hacer pensarnos
seriamente si realmente estamos construyendo una sociedad que merezca la pena
dar como herencia a esos que decimos que queremos proteger.
Un niño no puede ver a Glen Ford arreándole
un revés mitológico a la buena de Margarita Cansino en sus tiempos de Gilda pero puede seguir en directo la
cobertura con todo lujo de detalles e imágenes bajadas de Internet de como un Talibán
furioso de integrismo mal entendido dispara hasta matar a una mujer adúltera
jaleado por sus vecinos y vecinas. Una cosa es maltrato, la otra información.
No puede contemplar cómo los 300 la emprenden a lanzadas en ordenada
falange contra las hordas de Jerjes y sus inmortales Anusiyas pero puede
contemplar como los milicianos iraquíes o libios disparan a diestro y siniestro
en las calles de sus países, puede contemplar los cuerpos sin vida de los niños
sirios y los bombardeos de la aviación de El Asad arrasando su propio país. Lo
primero es violencia gratuita, lo segundo no debe ser gratuito, supongo. Es la
única diferencia que se me ocurre.
Sus pobres e inocentes ojos no están
capacitados para contemplar y su inocente mente en formación no puede entender
el maltrato infantil en una película pero pueden discernir completamente lo que
ocurre en una finca cordobesa mientras se busca los cadáveres de dos niños
supuestamente asesinados por su padre o escuchar de manos de expertos la
película de los hechos del confeso asesinato y violación de Marta del Castillo
o de los abusos y posterior inmolación de Sara Palo.
No pueden ver al hierático Horatio Caine perseguir a un padre de ficción
maltratando a su hijo hasta la locura en un capítulo de CSI Miami o a una madre guionizada encerrando a sus hijos y
sometiéndoles a todo tipo de torturas por hambre y privaciones en Flores en el Ático pero pueden
comprender perfectamente las noticias de madres que matan a sus hijos con su propio
cordón umbilical y los arrojan a un contenedor o un padre que apuñala a su
vástago hasta matarle para vengarse de su ex mujer puestos en primera plana y
en cabecera de arranque de los informativos que se emiten -los dos principales,
al menos- dentro del supuesto horario protegido.
No pueden ver a los mosqueteros
cepillándose guardias del Cardenal a diestro y siniestro pero sí batallas
campales entre Guardias Civiles y Mineros, no pueden ver a soldados de una
histórica Suráfrica cargando contra negros en Soweto pero pueden ver a los
nuestros cargando contra estudiantes en Valencia. No pueden ver a Amon matando
a judíos checos para desayunar pero pueden ver y escuchar las explicaciones de
como un yihadista francés hace lo mismo o de como un grupo alemán de neonazis
caza turcos en sus ratos libres.
Eso no importa que lo vean.
La violencia real, la que no tiene
justificación, la que está asolando nuestra civilización y nuestro mundo si es
perfectamente digerible, según parece, por las mentes infantiles. La de ficción
no. Contra la segunda por lo menos teníamos la defensa baladí de "hijo, eso no pasa en la vida real ¿no
ves que es una película?" o incluso el mítico "¡ves, hija, al final han cogido al malo porque nadie permite que
se hagan esas cosas!"
¿Qué defensa podemos esgrimir contra
la primera?
¿Explicar que los líderes del mundo
matan inocentes por el petróleo, por los recursos naturales, por la locura
mesiánica que se ampara en sus religiones, por un quítame allá ese trozo de
tierra?, ¿explicar que estamos tan desquiciados y que nuestro individualismo,
nuestro egoísmo y nuestra incapacidad para asumir los deseos de otros cuando nos
son contrarios nos llevan a la venganza y el odio?
Y para los que crean que la solución
está en enganchar al infante en cuestión por interface biológico a los canales
de dibujos animados: unas matizaciones. Series en los que los “protas” se
cargan a diestro y siniestro alienígenas, malos del mundo de Gor; series en las
que niños de cuatro años están obsesionados con el sexo y con las bragas de todas
las féminas que les rodean; series en las que de mazos de cartas del Tarot
salen toda suerte de protectores y guerreros místicos que dejan la ciudad como
la pesadilla febril de un operario municipal de limpieza en plena era de
recortes; series en las que colegialas de instituto interpretadas por actrices
de 23 años destilan sexo y atracción sexual por todos los poros de su cuerpo
con uniformes escolares que no se ven ni en los sueños eróticos más
descriptivos de las más atrevidas películas porno, películas en las que se
presenta el maltrato sistemático contra niños (Oliver Twist, Matilda), el esclavismo
(Charlie y la Fábrica de Chocolate) o series yanquis en el que el maltrato
entre adolescente es algo continuado.
O sea el mismo azar, la misma violencia
y la misma sensualidad sexual que se supone que no deben percibir en las
emisiones para adultos. Eso y Disney. Aunque, un aviso. Ultimamente las
princesas de la factoría ya no son lo que eran. A ver si un día se nos visten
de Showgirls y la liamos para siempre.
A lo mejor deberíamos renunciar por
fin a nuestra hipocresía y ponernos a cambiar nuestra sociedad y eliminar la
violencia -gratuita o remunerada- de la misma para que la de las películas y
las series se quede solamente en eso, ficción.
A lo mejor deberíamos ponernos a utilizar
el sexo como forma de expresión de otras cosas que no sean nuestras huidas,
nuestras carencias y nuestras necesidades y colocarlo en su justa medida, más
allá de la sobrevaloración que le damos como medida de nuestro disfrute que no
tiene en cuenta al otro y de nuestro éxito. Para que el porno solamente sea una
exageración ficticia del sexo.
A lo mejor deberíamos de hacer nuestro
trabajo y ponernos a pulir el parqué de nuestra sociedad y nuestras vidas para
que brille de verdad en lugar de buscar una ley que nos permita esconder el
polvo y la sangre debajo de la alfombra de nuestra televisión para que no se
vea.
A lo mejor tendríamos que empezar de
verdad a ser adultos y eliminar lo que nos sobra, no limitarnos a esconderlo. Y
entonces el porno y las películas de acción serían otra cosa. Serían ficción. Sólo ficción.
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