Quizás sea porque hoy me
empiezan las vacaciones o porque me comienzan con la posibilidad de volver a
algo que dejé hace mucho tiempo y que siempre quise retomar, seguir viviendo.
Pero sea por lo que sea hoy no voy hablar de nosotros, no voy a dedicar estas
líneas a nuestros recortes, nuestros dolores, nuestra deuda y nuestra caída.
Hay veces que, en todo, los árboles no
nos dejan ver el bosque. Y en este caso voy a destinar este endemoniado espacio a los árboles de la
Pussy Riot y el bosque de Vladimir Putin -¿o debería decirlo al revés?-.
En fin, para quien no lo sepa, las
Pussy Riot son un grupo punk ruso que está detenido por organizar una
performance de protesta contra el incombustible espía que está ahora en su
ciclo de presidente de la Federación Rusa.
Nadie sabe muy bien si estas chicas y
sus pasamontañas de colores son feministas, anarquistas, antirreligiosas o
cualquier otra cosa. Lo que sí está claro es que están en contra del hombre que
hizo el breve paseo de Lubianka al Kremlin y que pretende, por lo que se ve,
quedarse en el para siempre de una u otra forma.
Y son precisamente los árboles de ese
disparar a diestro y siniestro de las Pussy Riot lo que hace que Putin pueda
ocultar su bosque, el denso bosque de lo que realmente está tras el juicio a
estas artistas que creyeron ser Madona enfrentadas a Reagan y se están dando
cuenta de que Putin no era en su vida pasada un malo de película, era un ser
criminal de carne y hueso, de los que superan a la ficción.
Porque, mientras unos dicen que el juicio
a las chicas punkis de los pasamontañas es un juicio a los que buscan una sociedad
laica y otras dicen que Putin quiere erradicar el feminismo en Rusia, cada una
de las raíces que creemos ver crecer a nuestros pies nos evitar ver la frondosa
foresta que envuelve al zar Vladimir se nos hace invisible.
Porque Putin está juzgando a las Pussy
Riot porque se oponen a él. Solamente por eso. Ese es el bosque con el que
pretende fijar las fronteras de la nueva Rusia.
Y le importa un bledo que hayan
protestado en una catedral, le importa un carajo que sean mujeres, le trae al
pairo que lo hicieran con pasamontañas o desnudas, la de por saco que ofendan
el sentimiento religioso o que cuestionen el sentimiento de superioridad del
hombre eslavo.
Putin juzga a las Pussy Riot porque
están en su contra. No quiere mandar un mensaje a Rusia de que quiere una
sociedad ortodoxa cristiana, ni de que desea una sumisión completa de la mujer.
Eso son excusas, cortinas de humo. Esas cuestiones son en todo caso el
continente del mensaje. El contenido es mucho más simple y sencillo
El que está en contra de Putin o es
encarcelado o muere en extrañas circunstancias. Punto final.
Como en los mejores tiempos. Como en
los tiempos de Le Carré, Karla y Smiley.
Porque el Komitet gosudárstvennoy
bezopásnosti nunca tuvo ni ha tenido ideología. Y alguien que ha sido
durante décadas el alma del KGB no deja de actuar como ha aprendido a hacerlo.
Putin aprovecha la excusa de la catedral
de Cristo Salvador como habría provechado la quema de una bandera rusa o la de
que las Pussy Riot desfilaran desnudas ante el mausoleo de Lenin. O como
hubiera inventado, creado o fabricado cualquier otra. El KGB siempre fue
experto en desinformación.
Los árboles de nuestra visión
occidental del mundo nos convierten en cómplices involuntarios de alguien que
está reconstruyendo el poder absoluto en Rusia porque mientras le acusemos de anti
laicista, de machista o de cualquier otra cosa no le estamos acusando de
dictador.
Si tiene que usar la tradicional
cobardía de las jerarquías religiosas de todo culto lo hará. Como lo hizo
Kruchev para que le ayudaran a elaborar las listas de judíos que luego fueron
deportados, antes de empezar contra la ortodoxia cristiana rusa una de las más
espeluznantes persecuciones religiosas que se recuerdan en la historia.
Y si tiene que recuperar la hoz y el
martillo, sacar a los viejos comunistas de sus descansos embalsamados y
deshacerse de los patriarcas coronados lo hará. Porque el único amigo de los
que perciben y hacer crecer el denso bosque del poder a la manera de Putin es
el miedo, es que su población siempre se sienta sospechosa de algo. Y da igual
hacer volar por los aires patriarcas, masacrar chechenos, detener cantantes
punk, llenar de plutonio a disidentes o disparar por la espalda a un
periodista.
Y no le va a temblar el pulso porque
el Comité de Protección del Estado no tiene amigos, nunca los tendrá
y nunca podrá tenerlos. Solamente acepta compañeros de viaje.
Si tenemos que apoyar a las Pussy Riot
en su desigual batalla contra el hombre que vino de Lubianka no podemos hacerlo
por ser mujeres, por ser feministas, por ser anticlericales o por ser laicas. Quizás así los árboles de nuestras
visiones particulares no nos impidan ver el denso bosque del peligro de hombres y de sombras
como Vladimir Putin.
Tenemos que apoyarlas por ser rusas, libres y
enfrentarse al actual zar de todas las rusias. Todo lo demás es sólo agitación
y propaganda. Y el Occidente Atlántico nunca pudo competir en Agit Pro con la
Gran Madre Rusia.
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