Dos hermanas caminan
de la mano
hacía el sordo rumor
de su impostura,
apurando sus pasos
sin mesura, sin control.
Arrastradas la una
por la otra.
Dos hermanas que
ocultan sus esfuerzos
por separar sus vidas
de sus obras,
por disolver su
absurda compañía.
Por poder caminar a
su albedrío
sin temor de que un paso malhadado,
una torpe caída de la otra, arrastre
hasta el barro del suelo su esperanza,
su injusto caminar
hacia la nada.
Dos hermanas que no
han nacido juntas
se miran sin mirar a los ojos del mundo,
se avergüenzan
calladas la una de la otra
en su infinito afán
por separarse.
Y luchan contra un
tiempo casi eterno, antiguo,
contra el transcurso
largo de los años baldíos
de un esfuerzo por
siempre inacabado.
Se hacen sangrar las
manos y las almas,
tirando a trompicones
la una de la otra.
Porfiando, pugnando
por lograr arrastrar
a su bastarda y fría hermana
a su terreno
Dos hermanas caminan
de la mano
y no se sueltan por
miedo a sus reflejos
ocultos en el agua,
ocultos en el viento.
Y cuando la agonía de
ser la otra mitad
de una mitad que no
quiere ser tuya
se hace insoportable,
aciaga y duradera;
se transforma en un
sordo silencio de tus pasos,
en una muerte lenta
sin sepulcro;
entonces se separan
apenas un instante,
se transforman en
sombras de si mismas
sin saber el motivo
de su llanto.
Y el mundo se desliza
entre sus cuerpos,
pasando con presteza
entre sus formas, escapando,
sabiendo que el
momento en que ambas se separan
es el instante en el
que suspira de alivio el universo.
Y ellas lo ven pasar
como si nada, atónitas,
enfangadas en su
eterna disputa por el mando,
lo dejan escapar de
su presencia, lo pierden,
absortas en su mudo callado y su pecado.
Dos hermanas caminan
de la mano y el mundo,
que se esconde de
ellas sin demora, las apaga.
La tristeza, tan sólo ve sus lágrimas cansadas.
La soledad no ve, tan
sólo anda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario