Dejando a un lado, si es posible, todo
lo que se nos viene encima con la nueva andanada de recortes que las baterías
de babor de la nave insignia de Moncloa han lanzado contra la debilitada línea
de flotación de nuestras cuentas corrientes y economías, hay algo que llama la
atención que, como siempre, puede ser importante pero corremos el riesgo de no
ver entre tanta ida y venida a nuestras calculadoras para hacer cuentas.
La subida del IVA, el recorte de pagas
a los funcionarios, la guadaña que cercenará la hierba bajo los pies de la
supervivencia de los parados cuando lleguen al séptimo mes de desempleo y todo
el resto de las medidas que Rajoy anuncio en el Congreso -a este paso casi va a
ser mejor que no vaya como se le reclamaba-, no sólo ocultan la cerrazón e
incapacidad de aquellos que las imponen desde Europa, no solamente demuestran
la poca convicción que nuestro Gobierno tiene en su propio criterio y en sus
ideas particulares, no sólo dejan claro que se toman medidas que se sabe que no
van a funcionar simplemente porque alguien ha dicho que hay que tomarlas.
Anuncian algo más.
Ponen de manifiesto que Rajoy y su
Gobierno, Merkel y el suyo, Durao Barroso y el entramado gubernativo europeo no
han entendido ni piensan ponerse a entender el concepto de crisis.
Crisis no significa otra cosa que
cambio y ellos no están en ello.
Ni Rajoy, ni Merkel, ni Barroso ni
Europa ni nadie en esta civilización occidental atlántica nuestra quiere
cambiar, está dispuesto a ello.
Y por eso se siguen usando las mismas
formas, las mismas armas, las mismas estrategias para librar una batalla que
ese armamento y esa táctica ya nos han hecho perder media docena de veces.
La única crítica que ha recibido Rajoy
en toda su colección de recortes pretéritos y presentes por parte del
empresariado ha sido la subida del IVA.
No ha tocado el impuesto indirecto de
los productos básicos -supongo que hasta Rajoy aprendió lo que ocurrió en París
hace unos cuantos siglos cuando se subió el precio del pan. En la Bastilla hay unas
cuantas placas para rememorarlo- pero aun así las críticas han sido unánimes.
Rajoy trabaja en esto del IVA con algo
que somos y que queremos seguir siendo, con algo que consideramos nuestro
derecho inalienable y que se considera el motor de una economía que ya no se
mueve porque su motor le falla desde hace mucho tiempo: el consumo.
Porque el consumo es para nosotros el
epítome de la felicidad, de las posibilidades de demostrar y demostrarnos que
estamos bien, que podemos acceder a las porciones de felicidad que estimamos
oportunas en cada momento.
El consumo es el quid de la cuestión
para nosotros que estamos acostumbrados a comprar felicidad o sus más refinados
simuladores. Hay que reactivarlo, hay que protegerlo, hay que custodiarlo como
si estuviera inscrito en letras de pan de oro en la Declaración Universal de
Derechos -en realidad, me extraña que no esté-.
Porque el consumo nos salvará, si
volvemos a consumir saldremos de la crisis, creceremos, seremos felices.
Queremos usar para arreglar las cosas
aquello que nos ha conducido a donde estamos. No nos creemos que estemos en
crisis. No nos creemos que tengamos que cambiar.
Que nuestra felicidad no está en
nuestro nivel de gasto, que las vacaciones se disfrutan por la compañía, por el
descanso o por cualquier otra sensación que parta de nosotros y no por lo
exótico, recóndito o caro de nuestro destino turístico.
Que nuestras alegrías no dependen de
cuantas copas podamos sufragarnos antes de empezar a perder el sentido de las
cosas y sustituir toda nuestra realidad por el vapor etílico que nos corta la
esencia; que nuestras penas, nuestras pasiones y nuestros amores no dependen de
lo abultado de nuestras carteras, lo estable de nuestros trabajos, lo ajustado
de nuestras hipotecas ni lo coqueto y bien amueblado de nuestros salones.
Dependen de nosotros y nuestros corazones y de cómo tratemos y nos traten
aquellos con los que compartimos nuestros afectos a cualquier nivel.
Que el consumo no es síntoma ni
remedio de nada ni nos demuestra nada. Que todo está en nosotros y todo está en
los otros.
Pero nosotros no queremos cambiar y
nuestros gobernantes siguen aferrándose al consumo para salir del pozo en el
que nuestro gusto por el consumo como referente del bienestar y la felicidad
nos metió. Así nos que no tengamos que cambiar.
Y no es en lo único.
Cada medida de nuestro gobierno es una
estrategia ya usada, ya gastada, ya quemada, que nos ha llevado al desastre
pero que los líderes occidentales atlánticos nos ofrecen como solución para
poder seguir siendo como somos.
Carga contra los funcionarios, les
recorta pagas, les quita días libres, les aumenta las horas de trabajo
solamente porque no ha entendido el cambio que tiene que suponer toda crisis y
usa la táctica que nosotros queremos seguir utilizando en nuestras vidas: echar
la culpa al otro.
Nos permite que no nos sintamos
culpables de ser arte y parte con nuestras indolencias, irresponsabilidades y
egoísmos del mal que nos aqueja.
Convierte lo que tenía que ser una
asunción social de la responsabilidad de nuestros errores, de nuestras
carencias, en un mercadeo persa de cabezas de turco en el que nosotros le
pedimos como culpables a los políticos y él nos ofrece a los funcionarios, en
el que le exigimos a los diputados y él nos da a los concejales, en el que
pedimos la cabeza de los banqueros y él no nos da nada. En el que todos son
culpables de cualquier cosa menos nosotros. Nosotros, que en realidad somos
total o parcialmente culpables de casi todo.
Porque es nuestra desidia social la
que nos ha llevado a esto, porque es nuestra falta de compromiso para con los
demás lo que nos ha llevado a esto, porque es nuestro egoísmo e individualismo,
nuestro ir a nuestra bola, lo que ha originado una cultura en el que eso es lo
que hay que hacer y no importa quien caiga en el camino.
Pero en cuanto nos dan a los
funcionarios, los políticos, los inmigrantes o cualquier otro posible culpable
de todo nuestro infortunio nos agarramos a ellos como a un clavo ardiendo en
nuestra reclamación de responsabilidades porque no aceptamos que tenemos que
cambiar para que deje de ocurrir lo que está ocurriendo y lo que va a seguir
ocurriendo.
Otro clásico de la sociedad occidental
atlántica.
Hasta lo de reducirles el desempleo a
los parados de larga duración es otra de esas premisas con la que Rajoy quiere
capear la crisis para que sus votantes -y sus no votantes, ya puestos- no se
vean obligados a cambiar.
Es aquello de que hay que estimular la
búsqueda de empleo. Es el individualismo que hemos elevado a los altares de
nuestros lares domésticos. Que cada palo aguante su vela. Que se esfuercen, que
busquen curro.
Que yo no tengo porque hacerme responsable
de los demás, que no tengo porque hacer nada para ayudar a levantarse a los que
están caídos, que si yo mantengo mi trabajo y otro no puede hacerlo no es mi
problema. Yo soluciono mis problemas, que los otros solucionen los suyos.
Soy un ciudadano occidental atlántico.
No tengo ninguna obligación de introducir "nuestro" en mi
vocabulario.
Así que lo que está haciendo Rajoy con
sus recortes es posibilitarnos seguir siendo nosotros mismos hasta que toque
poner nuestras barbas en remojo. Está permitiéndonos tener una excusa para no
cambiar.
Pero como suele ocurrir la realidad se
corrige a sí misma para forzarnos a contemplarla.
Muchos titulares de los juzgados de lo
social se niegan veladamente a aplicar la reforma laboral en sus sentencias,
los médicos de familia se niegan a dejar de atender a los sin papeles, los farmacéuticos
se la juegan con el euro por receta, los rectores universitarios eluden cobrar
el aumento en las tasas...
A lo mejor los funcionarios del INEM
se niegan a tramitar los recortes en las prestaciones o los de inmigración a
tramitar las deportaciones, quien sabe lo mismo hasta los políticos renuncian a
sus sueldos (eso ya entraría en el rango de milagro evangélico)
Y entonces ¿qué haremos nosotros?,
¿qué excusa, cabeza de turco, enemigo a las puertas o bestia negra utilizaremos
para seguir negándonos a dejar de ser como somos?
Quizás tengamos que demostrar que
podemos ser felices sin consumo, que podemos sacrificar algo nuestro sin que
nos lo exijan por el bien de otros, que podemos poner en riesgo nuestro puesto
para defender el de otro, que puede partir de nosotros renunciar a nuestras
pagas extras privadas para garantizar las pagas regulares de otros mientras amaina
el vendaval.
Quizás tengamos por fin que entrar en
crisis y cambiar.
Mientras tanto, no hay ni puede haber nada
nuevo bajo el sol.
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