Hay personas y organizaciones que son
juzgadas precipitadamente, que a causa de sus acciones, de sus palabras y de
sus elusiones, crean una imagen que hace que los demás las perciban de una
manera errónea y saquen conclusiones inciertas de sus actos.
Hoy me hinco de hinojos, rasgo mis
vestiduras, unto mis cabellos de ceniza y me golpeo el pecho para acusarme públicamente
de ser partícipe de esa injusticia irresponsable y desmedida cometida en las trémulas
carnes y magras células cerebrales del ministro de Educación, José Ignacio Wert
y en las sólidas columnas, cimentadas tanto en sus ministerios como en las múltiples
consejerías de Educación autonómicas sobre las que se asienta su política
educativa.
Porque temo que hemos juzgado erróneamente
a José Ignacio Wert.
El hecho de que pretendiera una
educación pública en la que solamente se aprendiera por los pelos a leer y
escribir, la realidad de que su ley recorte los contenidos de historia, de
filosofía y de arte; la circunstancia de que elimine prácticamente los contenidos
de latín y casi completamente los de griego, nos han llevado precipitadamente a
pensar que Wert desprecia la cultura clásica, que no la tiene en estima, que no
la considera necesaria.
Pero nos equivocamos. Wert y todo el
aparato genovés tienen la cultura clásica siempre presente y quieren
conducirnos hacia a ella con paso firme y decidido.
Y ¿Quién sino la sagrada profetisa del
recorte María Dolores de Cospedal para abrirnos los ojos y mostrarnos la luz al
respecto?, ¿quién mejor que la santa patrona de la sociedad sin servicios
públicos para ponernos un ejemplo de ese compromiso irrenunciable con lo
clásico?
Porque nada salvo su deseo de volver
al más puro clasicismo grecorromano posible a que, después de despedir a 5.000
profesores interinos en un año, les plantee que prácticamente se reintegren a
sus puestos haciendo prácticas gratuitas.
¿No es un compromiso desmedido y
loable con la cultura clásica más pura recuperar esa figura del magister,
esclavo sin salario de la casa, en cuyas manos se depositaba la responsabilidad
de la educación de los hijos?
Será de hecho hermoso recuperar esa
costumbre de que los encargados de la educación de nuestros vástagos no cobren
por ello y se conformen con el alimento y ocasional cobijo que las familias
puedan facilitarles a cambio de sus servicios. Llevado siempre en tuperwares sin derecho a microondas que
los calienten, claro está. ¡Que no está la Polis Patria para excesos!
Para completar el cuadro que nos retrotrajera
a esos añorados tiempos de Pericles, a esas perdidas centurias de Cicerón, se
les podría vestir con una túnica corta de tela más o menos vasta, dependiendo
de los posibles de los padres de los alumnos de cada clase -que, por supuesto,
serían los encargados de costearla- y adornar sus tobillos o muñecas con
sólidos grilletes que contribuyeran a trasportar nuestra mente a esos maravillosos
tiempos clásicos que recuerdan Wert, Cospedal y todos los demás defensores del
modo clásico de enseñanza, según se colige de sus propuestas.
Y eso no es todo. Desde la nueva
perspectiva de defensor de lo clásico del emporio educativo que ha creado Wert
a su alrededor, hay otras muchas cosas que se explican
¿No es una bella forma de recuperar el
modo de enseñar peripatético que los alumnos de determinados colegios deban
andar hasta sus centros de enseñanza por falta de transporte escolar, siempre y
cuando lo hagan acompañados de sus magister esclavos como lo hicieran los
discípulos de Teofrasto, Aristóxeno, Eudemo de Rodas o el mismísimo Sátiro?
¿No contribuye sobremanera a que desde
los párvulos más pequeños a los bachilleres más avanzados se empapen del
espíritu y la imagen de lo clásico, recortar los gastos de limpieza y no pagar
a las contratas para que, además de recordar al bueno de Diógenes y su síndrome
de forma cotidiana, puedan observar como magister esclavos se ocupan también de
la limpieza?
¿No son las aulas congeladas por falta
de pago en las facturas de gasóleo o iluminadas a medias por deudas con la
electricidad la mejor forma de hacer entrar en los cuerpos y las mentes de los
educandos los más sólidos conceptos del estoicismo de Seneca y su escuela?
¡Y qué decir de la mejora en la
disciplina de los maestros y educadores, ahora tan influidos por ese error
histórico llamado Revolución Francesa que les lleva a la constante queja y la
reclamación permanente de derechos!
Recuperar la disciplina clásica de la
vara de avellano en las corvas o el latigazo a espalda descubierta amarrados al
pilar de la casa a la mínima queja o protesta sería sin duda un paso acertado
en recuperar lo más positivo de los tiempos grecorromanos.
Y para demostrar que la cultura
clásica no está reñida en absoluto con el evangelio neocon de obligado
cumplimiento, lo mejor sería organizar mercados sabatinos de magister esclavos
en las principales plazas de las localidades donde, después de comprobar su
dentadura, fortaleza, recia estructura ósea y muscular, dotación genital y
encantos erógenos, pudieran ser adquiridos, no solamente como preceptores de
los infantes, sino para cualquier otro uso que se les ocurriera a los
compradores ¡Que no está la economía para desperdiciar un esclavo o una sierva
en un solo menester!
Ciertamente hay miles de argumentos
para entender esta propuesta de la santa Cospedal como una apuesta por lo
clásico. Tantos como hay para catalogarla de absurda, totalitaria, vergonzosa y
denigrante para profesionales que ya han demostrado con creces que saben
enseñar y se merecen su sueldo por ello antes de que otros intereses hayan
acabado con sus necesarios puestos para dedicar el dinero de sus emolumentos a
otros intereses que nada tienen que ver con los ciudadanos y su futuro.
Pero contra el ridículo hay veces que,
lamentándolo mucho, solo queda el sarcasmo.
Algo muy griego también, por cierto.
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