Hay decisiones que por el momento en
el que se producen y por la forma en la que se proponen se convierten en un
error aunque su concepto inicial no sea criticable.
En eso se encuentra la idea, que
aunque bien intencionada no es otra cosa que peregrina, presentada por la Junta
de Extremadura que propone pagar 1.000 euros a los jóvenes que han abandonado
la educación secundaria para que la retomen.
Convencer a aquellos que prefieren los
rápidos beneficios o perjuicios de la vida sin estudios a los largos años de
aprendizaje es ciertamente una labor de las instituciones educativas, pero
recurrir al dinero y a la "paga" -de un millar de euros, nada menos-
es tan contraproducente como pagar a un esclavo paraque compre su libertad.
La solución no es que ese esclavo se
pueda liberar. La solución es que no exista la esclavitud.
Por no hablar del agravio que supone
para aquellos que no han abandonado los estudios. ¿Cuánto se ha de pagar a
aquel que nunca se alejó de las aulas? ¿Cuánto habrá que pagar al que obtenga
buenas notas?, ¿cuánto habrá que pagar a quien, pese a los resultados pobres,
siga insistiendo y esforzándose en ir como mínimo aprobando?
Pero claro, no es de extrañar que el
Gobierno Extremeño de José Antonio Monago tire del único incentivo que conoce y
puede conocer el sistema que defiende a ultranza, ese sistema económico que
pretenden salvar a fuerza de tijera y que está llevando a la civilización
occidental atlántica a un agujero sin fondo: el dinero.
Como para ellos las personas son dinero,
solamente se miden y se mueven por los capitales y las rentas, el dinero debe
ser un incentivo imposible de eludir, una oferta muy difícil de rechazar.
No hay otra cosa salvo dinero y el
dinero mueve el mundo.
Puede haber una cierta justicia en
recompensar económicamente a los estudiantes -al fin y al cabo padres y
educadores siempre estamos repitiéndoles de forma machacona que estudiar y
aprobar es su obligación, su trabajo- pero captar estudiantes a fuerza de
talonario no solamente es absurdo y raya la falta de ética educativa más
absoluta, sino que es más inútil que ofrecer una paga vitalicia a quien se suba
a bordo del Titanic cuando este ya escora de estribor tras su fortuito
encuentro con el iceberg.
Es absurdo porque nadie garantiza que
el chaval ponga la mano, coja los 1.000 euros y luego acuda a las aulas sin
prestar demasiada atención, controlando al límite sus ausencias para no ser
expulsado, utilizando los libros de texto para calzar la mesa en la que se
apoya su videoconsola y no aproveche en absoluto algo a lo que acude solo
porque es una forma de ingresar un dinero que ni sus padres ni sus actividades
extraescolares le reportan pero para lo que no tiene ninguna vocación.
Bordea el extremo de lo ético porque
esas "pagas" llegan cuando
se está negando dinero en todos los frentes a los que sí quieren estudiar y lo
están haciendo. Recortando becas de comedor y de libros, negando inversiones en
equipamiento, suprimiendo arbitrariamente becas de transporte, cerrando
laboratorios, congelando fondos de investigación y un sinfín de gastos
necesarios que redundarían en beneficio de los que sí han demostrado que
quieren estudiar y aprender.
O sea, que se les quita a los que lo
aprovecharían para dárselo a los que ya han decidido de antemano que no quiere aprovecharlo
cuando lo más lógico sería que, si se detecta que hay algún joven que queriendo
estudiar se ha visto obligado por la situación económica de su familia a
abandonar los estudios, se le ayude de forma individual con una beca salario
que permita a esa familia no solo compensar los gastos de estudio sino además
la pérdida de ingresos que supone que no trabaje.
Pero eso no puede hacerse, claro. Eso
sería dar becas y las becas son el anatema de los sacrosantos recortes
educativos.
Y finalmente la medida es inútil
porque, aunque los adalides neocon del Estado Recortado, crean que el dinero
todo lo puede y todo lo consigue, ni todos los cheques de 1.000 euros del mundo
pueden conseguir que alguien que no quiere, no está capacitado o no tiene
voluntad para el estudio pueda aprovecharlo.
A menos, claro está, que el cheque
lleve aparejado el aprobado para engordar las estadísticas, reducir el ratio de
fracaso escolar y poder presentar una imagen de España plenamente escolarizada
ante esos inversores que han de venir de allende el espacio sideral a crear
empleo y fortuna en nuestras tierras una vez que los recortes hayan cumplido su
benéfico fin de convertirnos en la sociedad semi esclava adecuada para cuadrar
sus cuentas de beneficios y dividendos.
Así que Morago y su departamento de
Educación extremeño, en su impulso neocon del incentivo económico, terminan
confundiendo todos los verbos copulativos entre sí. Ser estudiante con
parecerlo, ser parte de la comunidad educativa con estar en la comunidad
educativa, aunque sea de paso y a cambio de dinero, estar comprometido con tu
futuro con parecer comprometido con tu futuro para que te suelte 1.000 pavos
para tus gastos.
Ser actor de la película de tu propia
educación con ser figurante sin frase en la escenografía educativa cara a la
galería que ha diseñado el Gobierno Extremeño.
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