Hay celebraciones tradicionales que no parecen tener mucho sentido al unir el fondo con la forma. Y si hay una que es prueba de ello es la que nos lleva en el día de hoy a celebrar con bromas pesadas de las que hay que exculparnos la mitológica muerte de numerosos infantes -de edad, no de realengo- a manos de un rey loco que quiso de esa forma eliminar de un plumazo cualquier amenaza posible o plausible a su trono Galileo.
Pero no se sabe si por ese afán
revisionista de todo lo hecho hasta el momento o por su incombustible apego por
la tradición más rancia en todas sus formas y expresiones, este nuestro
Gobierno, parece que ha decidido cambiar también esta festividad de Los Santos
Inocentes de contexto y significado.
Hoy tocaría hablar de los nuevos
Herodes, de aquellos que cercenan la inocencia y sus edades. Hoy tendríamos que
llevarnos a los labios, con el regusto amargo y asqueado de su existencia entre
nosotros, a padres cordobeses presuntos asesinos, a madres asesinas confesas, a acosadores canadienses que
guiaron la mano de Amanda Tood hasta su propia muerte, de francotiradores
alcarreños que matan de un disparo lejano aquello que en su complejo y su
enfermedad mental aseguran amar.
Hoy habría que recordar con el ceño
fruncido y los puños crispados a quien quiera que sea que haya matado un bebé
en Almería y haya dejado su cuerpo en una balsa de agua.
Los Santos Inocentes, como epítome trágico
de la inocencia interrumpida con la sangre y la muerte, habrían de llevar
nuestro recuerdo a los niños bombardeados en Siria o Palestina, o los
tiroteados en Westboro o los muertos de hambre cada día en Mogadiscio o Addis
Abeba.
Y no es que esos Herodes no hagan su
perverso trabajo cortando la inocencia, pero aquí, en nuestras tierras nos han
surgido otros, que lo hacen distinto, que lo extienden en el tiempo, que lo
cambian de libro.
Hoy, 28 de diciembre del año del
recorte de Mariano Rajoy, nos cambian los Santos Inocentes de Herodes a
Delibes.
Porque como el tetrarca galileo
hiciera en el mito cristiano, el líder genovita y actual inquilino de Moncloa
nos saca a sus centurias para matarnos niños.
Les mata su futuro con una educación
sesgada en lo social que pretende condenar a quien no tiene fondos propios a
aprender solo las cuatro reglas y aquello del lenguaje necesario para saludar con
decoro y respeto infinito a quien les de trabajo y, como el señorito de la
novela de Miguel Delibes, se presente ante ellos con el orgullo y el poder de
ser su empleador.
Les mata expectativas, cerrándoles el
paso, poniéndoles barreras de transporte, de carencia de libros, de ausencia de
becas para su futuro universitario para que ya no sean niños, ni jóvenes, sino
siervos en ciernes que se humillen en agradecimiento de aquello que reciben por
su trabajo cuasi esclavo en aras de la mayor fortuna del que tiene el dinero
Les asesina el tiempo y el espacio al
quitar a sus padres derechos laborales, ingresos ganados con su trabajo y
tratar de transformarlos en esos Régula y Paco de la obra de Delibes que ya
solo pueden soñar con que sus hijos estudien para salir del círculo de miseria
y humillada dependencia que otros han dibujado para ellos.
Nos los mata en el tiempo porque
ya no es la daga o el gladio del legionario el que corta su inocencia al tiempo
que cercena su garganta, sino que es el decreto, la ley y a reforma del
sistema, que les garantizaba una oportunidad si querían y tenían la capacidad y
la voluntad para aprovecharla, lo que les impedirá seguir viviendo como deben
vivir y les obligará a hacerlo como aquellos que han cambiado las reglas han
decidido que sea la vida para ellos.
Los Santos Inocentes han cambiado de
libro porque, mientras se pretende defender a los que no nacieron, se les corta
la vida a los que sí lo hicieron. Con menos sanidad, con salarios más bajos, con
impuestos crecientes, con pensiones menguantes y con todas las armas que hagan
que su vida ya no sea la de un niño inocente, la de un adulto libre o la de un
anciano tranquilo, sino la de un ser humillado en cualquiera de sus tiempos y
edades que haga exactamente aquello que otros necesitan que haga para seguir
engordando ad eternum sus amplios patrimonios.
Así que hoy es quizá el primer día de
los Santos Inocentes en España en que el asesino de inocencias no recorre las
polvorientas calles de un pueblo galileo exigiendo el tratamiento mayestático
para con su persona, sino que transita por las cañadas valencianas, las calles
madrileñas o las plazas catalanas, pavoneándose con su cartera y rango de
ministro, exigiendo que nadie le aguante la mirada y todos le llamen señorito,
como al inolvidable Iván de la película de Mario Camus sobre la obra de Delibes
encarnado en Juan Diego.
Hoy, en nuestro país los Santos
Inocentes que hemos de tener presentes no son los del relato mitológico y
trágico de la pluma evangélica sino los que surgen del dramático cuadro de la
Arcadia de la obra realista.
Pero, ya sea siguiendo el relato de Mateo o de Miguel Delibes,
el juego al que juegan estos nuevos matadores de la inocencia que antaño fuera
santa e intocable aún sigue siendo el mismo. El monarca evangélico los cercanos
los cuellos por miedo a perder su corona y los actuales ocupantes del Gobierno
en España les cortan la educación el futuro y, a la larga, la vida por miedo a
perder su poder y riqueza si no los hacen siervos obedientes y sin expectativas.
Y por ello ya no toca coger nuestros
pertrechos, hacernos con un asno y marcharnos a Egipto, sino coger la antorcha
y quemarnos la Arcadia para reconstruirla sin señorito Iván ni majestad
Herodes.
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