viernes, diciembre 21, 2012

Madres de Montserrat, Fabra, JFK y el Conde-Duque

La mente de un político no funciona como la de los demás seres humanos. Ese es un hecho que debería asumir el estudio psicológico y psiquiátrico y crear una nueva categoría de especialización.
La relevancia mediática, el mantenimiento en el poder y los réditos electorales nublan su mente y ocupan su pensamiento con la misma insistencia con las que las realidades alternativas ocupan las mentes de los paranoicos y la necesidad de sangre invade la consciencia de los psicópatas. 
Pero claro, como en todo hay formas y formas.
Y toda la jerarquía gubernativa valenciana es un ejemplo de uno de los peores modos de canalizar esa obsesión política, de esa disfunción psiquiátrica que parecen padecer los cargos electos de la Civilización Occidental Atlántica. Empezando por su presidente, Alberto Fabra.
De nuevo nos sirve como ejemplo el caso de Las Madres de Montserrat a las que en estos días estas endemoniadas líneas tenían un poco apartadas -que no olvidadas- por mor de otros menesteres reivindicativos.
Las madres y los padres de Monserrat se han quedado por las decisiones de Educación de la Comunitat Valenciana sin transporte escolar y ellos y ellas no se han conformado. No solamente se quejan con marchas, con escritos, con manifestaciones, con encierros sino que, mientras reblandecen y devuelven a la realidad la mente disociada de sus políticos, hacen lo que tienen que hacer. Buscan una forma de financiar ese transporte escolar que haga que sus hijos no tengan que recorrer seis kilómetros para llegar a la escuela.
Hacen rifas, organizan partidos benéficos y ponen a la venta un calendario sensual.
Y como no se avergüenzan de lo que hacen -como quisieran los políticos que les obligan a hacerlo-  se van a vender su calendario a la puerta del Palau de la Generalitat Valenciana.
Dada la belleza interna y externa de estas mujeres, no es de extrañar que los medios de comunicación se vuelquen con ellas y de pronto el Presidente Fabra se asoma por la ventana y ve cámaras, micrófonos, flashes disparados y periodistas de todo tipo.
Y su mente se dispar, sus sueños de presencia mediática cubren toda su racionalidad, sus necesidades de mantenimiento en el poder nublen su visión con el color blanco y sepia de los sufragios. 
Y se presenta allí como por casualidad, como quien en la cosa nada tiene que perder, como el Rey Ricardo que, recién desembarcado de las cruzadas, se preguntara que está pasando en su reino, como el homérico Ulises que se encuentra su palacio sitiado por los pretendientes de su esposa.
Porque necesita salir en todas las fotos, porque necesita aparecer en todos los papeles, porque le hace falta ocupar todas las pantallas televisivas.
Y eso es normal, se da por sentado. Lo que no es normal es lo que hace. 
Tiene que elegir entre John FitzGerald Kennedy y el Conde Duque de Olivares y elije lo segundo. Les compra un calendario.
Recién llegado a la Casa Blanca, en 1961, el mítico JFK hizo un viaje a Nueva York. Allí se encontró con una manifestación de veteranos del ejército que se quejaban porque no recibían atención. Eran los años de las famosas “black ops” (las operaciones encubiertas) y a esos militares ni siquiera se les reconocía que hubieran estado en el extranjero quemando cosechas, matando líderes sindicales y todo lo que hacía Estados Unidos en la década de los cincuenta para "frenar con el comunismo".
Por supuesto que el ansia de relevancia mediática de Kennedy le hizo acercarse. Por supuesto que necesitaba salir en los papeles. Así que se acercó, preguntó, escuchó y sonrió mientras los veteranos le exigían un centro de atención y le decían que necesitaban 10.000 dólares (de los de entonces) para poner en marcha ese centro.
Hasta ahí Fabra le copia al dedillo.
Las cosas cambian cuando se recuerda que Kennedy hizo llamar a Kenneth O'Donnell, que ejercía de jefe de Gabinete sin serlo. Todos esperaban que le hiciera apuntar una cita con los veteranos o algo así, pero la atónita mirada del ayudante hizo temer otra cosa. Casi tembloroso el pobre hombre rebuscó en su portafolios y saco la chequera personal de Kennedy.
Apoyado en una pared, el presidente extendió un cheque por 11.318 dólares y se la dio a los manifestantes: "no puedo cambiar la ley en un día, pero mientras tanto vayan tirando con esto", dijo.
Cuando se le preguntó el porqué de la cifra el estadista respondió "los republicanos se pasarán meses buscando esa cifra en el presupuesto de Defensa hasta que se den cuenta de que no pienso cargarla al Tesoro Público". Y siguió estrechando manos. Seis semanas después una ley federal incluyó a los operativos encubiertos dentro de los beneficios sanitarios federales.
http://www.calendariosolidarioautobus.com
Fabra podría haber hecho eso. Podría haberse acercado acompañado de un bedel, recoger todos los calendarios y extender un cheque -conformado eso sí, que los dineros privados de los gobernantes valencianos tienen una tendencia exasperante a emigrar a Zúrich o Caiman Brac en cuanto se les exige aparecer- y decir "vayan tirando con estos 18.000 euros hasta que encuentre una solución a su problema".
Entonces hubiera aprovechado su presencia mediática, entonces hubiera conjugado de una forma positiva sus necesidades psicológicas de salir en la foto con la necesidad de sus administrados de que les dé soluciones.
Pero no. Él rebusca en su cartera, saca cinco euros y compra un calendario. 
Posiblemente más cercano por su ideología a los tiempos gloriosos del Imperio Español, él emula al personaje de Quevedo -basado, al parecer, el famoso valido real, el Conde Duque de Olivares, que tras contemplar mendigando en la calle al hombre tullido regresado de los Tercios de Flandes, le arroja un ducado y recomienda a todos los demás que cubran con "su cristiana misericordia" las necesidades de ese "valeroso soldado" al que sus decisiones y sus guerras habían dejado tullido.
Que en lugar de recurrir a su poder para solucionar una situación injusta, tira de la caridad para intentar ocultarla.
Fabra hace el ridículo más espantoso porque además añade que "volverá a estudiar su caso" y cree que con eso ha cumplido. Cree que las madres de Montserrat y los padres de Montserrat pensarán "lo hemos conseguido, va a revisar nuestro caso", desmontarán el chiringuito y se irán a casa a esperar una llamada que nunca llegará, a conformarse con su magnánima caridad.
Ni los entiende. Ni los respeta.
Ellas y ellos buscan la justicia de John FitzGerald, no la caridad de Gaspar de Guzmán y Pimentel. Y seguirán luchando porque saben que Fabra como mucho estudiará con atención el calendario, pero no su política de recortes educativos.
Ganarán su justicia, no se conformarán con la caridad de Alberto Fabra.

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