Hay acciones que consiguen lo
impensable. Hay seres humanos capaces de obtener los resultados deseados cuando
parece que todo les está saliendo mal.
Hay que reconocer que Wert, el
ministro artero y demagogo que el Gobierno de Rajoy le ha dado a la Cultura y a
la Educación, es una de esas gentes. Mala gente que, como diría el viejo poeta
en el exilio, "camina y va apestando
la tierra".
El bueno de José Ignacio ha logrado
parcialmente su objetivo, que se hable menos de los 6.500 millones que ha
arrancado a tirones y recortes de la educación pública para poder recaudar la
parte del diezmo que el inquilinato de Moncloa debe ofrecer a la banca que le
ha alzado y le mantiene en el poder.
Lo ha hecho "españolizando a los catalanes", afirmando que "la educación tiene que ser
ideológica", colocando de nuevo en primera plana el debate manido y
agotador -por estéril y absurdo- sobre la religión en las escuelas e inventando
o reavivando todo tipo de polémicas versallescas, que lo único que pretenden
ocultar es que tiene a los rectores e investigadores en pie de guerra porque
les quita dinero necesario, que tiene bastiones de resistencia en colegios,
institutos y centros educativos a lo largo de toda la geografía española,
arrojándole a la cara, como renovadas Numancias, barracones desvencijados,
comedores congelados, calendarios eróticos y todo tipo de armas contra el sitio
al que somete a la financiación de la educación pública y profesores alzados en
guerra permanente contra él.
Vamos, lo importante.
Pero en esa cortina de humo, en ese
constante recurso a las batallas florales para evitar la percepción de la
guerra real, ha cometido un error.
Ha introducido en el temario de la
Educación Pública -en connivencia con sus compañeros de Gobierno- una
asignatura inesperada, cierto es que se considerará una extraescolar, pero es
una de esas asignaturas que no le vienen bien.
Pese a que ha seguido el camino del
Gobierno de Aznar, que nos cambió la historia para hacer de un puñado de tribus
celtibéricas en constante lucha fratricida, una nación germen de la grandiosa
España, pese a que amenaza con sesgar otra parte de la historia, convirtiendo
La Marca Hispánica, los almogávares, los reinos de taifas valencianos e incluso
el siempre malentendido Al Ándalus, en algo irrelevante por autonómico frente
al glorioso imperio católico de Isabel y Fernando y su nieto alemán, pese a que
se niega a hablar de la historia reciente, ha conseguido, con sus continuos
ataques, que una materia se infiltre en el temario que deben impartir
profesores y padres.
Algo que solo podría definirse como
"Introducción a la historia y praxis de la lucha".
Porque los padres, directores,
profesores y educadores en general, han cambiado el chip o al menos lo están
cambiando y están impartiendo esa materia allá donde se mire.
Donde antes había madres que
recomendaban insistentemente que te llevaras bien con el profe para que no te
cogiera "manía", hoy hay
madres que te enseñan con todas las armas disponibles a su alcance -incluso sus
curvas sensuales exhibidas- a pelear contra aquellos que les quitan lo que es
derecho de sus hijos.
Donde los niños veían padres que
languidecían contemplando la exhibición de gimnasia rítmica o que se atoraban
cantando el gol postrero de su vástago en claro fuera de juego, ahora
contemplan progenitores que se encierran, se manifiestan o se pasan el tiempo
dando martillazos aquí y allá para que el colegio no se caiga sobre las cabezas
de sus hijos como el mítico cielo de los galos de Asterix.
Y esta nueva asignatura es tan
trasversal, tan troncal, tan impuesta y obligatoria por los actos de Wert y las
tijeras del Partido Popular que ya puede enseñarla cualquiera.
Donde antes había hermanos mayores que
te desvelaban los trucos de la PlayStation ahora los hay que se arman de
palestino y rabia y salen a la calle, donde había tías solteronas y tíos
estirados que te achuchaban y te compraban todo lo que tus padres te negaban,
hoy las hay que te dan dos besos y corren, camiseta negra, bata blanca o polo
verde en ristre, a defender sus derechos en la calle.
Donde antes había primos mayores de
botellón y jarana por doquier, hoy los niños los tienen que van a no sé qué de
rodear no sé qué cosa, para conseguir que no sé quién deje de hacer no sé qué
salvajada.
Donde antes había abuelos besucones
que perseguían con todo su reuma las carreras constantes del niño por el
parque, hoy hay jubilados que se encierran en las sedes de La Seguridad Social
defendiendo pensiones y pagas compensatorias.
Donde había directores y rectores que,
en su ancianidad de la cincuentena, reprendían las ausencias, ahora los
encuentran dando clase en la calle e impartiendo conceptos de derechos y lucha;
donde había cuidadoras que les recriminaban mancharse el sempiterno babi del
colegio con el bollo de cacao saturado, hoy les esperan vigilantes de comedor y
profesoras de educación de infantil que les dan de comer de su propia comida
porque saben que sus padres ya no pueden hacerlo.
Donde había padres y profesores que aburrían
con sus consejos y lecciones, hoy hay enseñantes y progenitores que encienden con su ejemplo y
abruman con su lucha.
Y claro, siempre podemos desaprovechar
este regalo que sin querer nos ha hecho José Ignacio Wert. Siempre podemos fingir
que podemos seguir sobreviviendo sin vivir, que podemos seguir yendo a lo
nuestro y así pasaremos el mal trago. Siempre podemos darles el ejemplo de que
lo que importa es que nadie se fije en nosotros, que podamos vivir agusto, que
tengamos dinero para nuestros caprichos, nuestros polvos y nuestras copas y
todo lo demás que lo hagan otros.
Tenemos ejemplos y material de estudio
suficiente desde Montserrat hasta Moos, desde Jerez hasta Alpedrete, Desde Sant
Jordi hasta Neptuno como para que nos resulte sencillo estudiar la nueva
materia obligatoria que Wert ha impuesto en la enseñanza pública con sus
recortes.
Pero claro, siempre podemos obviarlo y
ser como el ministro, ser como la gente mala de Machado: " pedantones al paño / que miran, callan, y piensan / que saben,
porque no beben / el vino de las tabernas”.
Siempre podemos enseñarles que lo
importante es intentar asegurar, bajando la cabeza, que el ángel exterminador
de la injusticia se cebe con otros y pase de nuestra puerta porque la hemos
señalado con la marca de nuestro servilismo, nuestra resignación, nuestro
egoísmo y nuestra aquiescencia con la injusticia ajena, como un hebreo marca su
puerta con sangre en Yon Kippur.
Pero si ahora, como está el patio, les
enseñamos eso no será culpa de Wert, ni de los recortes, ni del Gobierno. Será
tan culpa nuestra como lo fue hasta ahora.
Que la próxima excusa sea: “Lo siento hija, no puedo ayudarte mañana
con el trabajo de filosofía, tengo que parar un desahucio ¿puede ser pasado
mañana?”
Entonces les estaremos enseñando algo.
Yo la di ayer. Y ella lo entendió.
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