miércoles, marzo 16, 2011

Bahréin y el problema de las lentes bifocales

Parece lógico que cuando el mundo estalla en tragedías imposibles e inevitables se releguen las nuestras, las que son evitables, las que entrán dentro de la conocida y tristemente cotidiana estupidez humana.
Como Japón agoniza dejamos de hablar de Libia. Como una central nuclear está a punto de estallar, dejan de cobrar trascendencia diaria otros estallidos más humanos. 
Gadaffi está a punto de dar al traste con la Revolución de Bengasi, pero Occidente ha dejado de mirar en esa dirección para hacerlo hacia la tierra del sol naciente. Se juega mucho más en Japón, en el índice nikkei, en la detención de las cadenas productivas de Toyota o Sony, que en el petróleo del desierto libio.
Lo de Libia y su loco mesiánico dictador -al que de repente se le vuelve a llamar dirigente, nadie sabe muy bien por qué motivo- puede ser un problema de haber cambiado el campo de visión. pero lo de Bahreín, Arabia Saudí y sus revueltas es un problema diferente.
En Bahréin se utilizan unas gafas diferentes.
Los rebeldes libios solicitaron ayuda y se les negó. Mucho antes de Fukushima se les negó, mucho antes del Tsunami japonés se reunió el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, se votó y se negó una zona de exclusión aérea, Estados Unidos movió su sexta flota, China utilizó por primera vez en aguas mediterráneas su armada de guerra. Se habló de evitar la intervención armada, de diplomacia multilateral.
Todo lo que ha ocurrido y está ocurriendo en Libia se está mirando con las gafas de lejos, con las lentes que hacen que las potencias occidentales -y la nueva potencia oriental- se mantengan alejadas, atentas en ocasiones y distraidas otras, siempre reticentes. 
Pero las revueltas en Bahréin se están mirando con otras gafas, con esas antiparras de cerca con las que se miran las cosas que son importantes para nosotros. Con las gafas con las que se leen las facturas.
Occidente se ha planteado y replanteado mil veces la intervención en defensa de una rebelión, de una revindicación que todo el mundo considera justa, que hasta sus líderes han calificado de necesaria. Y al final no ha movido un dedo, no ha desplazado un carro de combate, no ha hecho, en definitiva, nada.
Pero la revuelta en Behréin se hace fuerte, se hace incontrolable -como lo fue en Egipto y en Túnez- y no hay una sola reunión internacional al más alto nivel, no hay una sola recomendación internacional, no hay un solo debate. Alguien plantea la intervención armada y el mundo occidental atlántico y China siguen mirando a Japón y su crisis nuclear.
Tropas y vehículos blindados procedentes de Arabia Saudí  y Kuwait -ese mismo Kuwait que consideró una invasión el ataque del Irak de Sadam Husein- atraviesan el puente fronterizo con la isla de Bahréin y nadie dice nada. Arabia Saudí interviene militarmente y la comunidad internacional lo aprueba aplicando el antiguo silencio administrativo, el que concedía, no el que deniega.
Y nuestras nuevas gafas con las que vemos la situación en Bahréin nos hace mirar tan de cerca, tan según nuestros intereses, la situación que incluso nos impide ver lo evidente: Arabia Saudí está interviniendo, no en apoyo de los revoltosos, está interviniendo en apoyo del Rey de Bahréin.
El foco de nuestras lentes está tan fijado en la necesidad que tiene la flota estadounidense de un puerto seguro desde el que operar en la zona que nos impide ver que, pese a todas las reformas que ha prometido el rey de esa pequeña isla árabe, sigue siendo un monarca absoluto, que no acepta la constitucionalidad de su corona ni el derecho de su pueblo a alegir a sus gobernantes de forma plena.
Tanto acercamos nuestra mirada a la letra pequeña de nuestra factura petrolífera que sólo podemos ver que la mayoría de la población Chií de Bahréin puede poner en el poder, a través de las urnas, a un gobierno yihadista que nos dificulte seguir drenando de la península arábiga los 89 millones de barriles de petróleo que necesitamos al día. Sólo nos deja ver eso y no el hecho de que el rey de Bahréin los tiene sometidos a un régimen de semiesclavitud, con la mayoría de sus derechos recortados y sin posibilidad de participar en un gobierno del que son la inmesa mayoria de los administrados.
Tan vizcos nos volvemos con nuestras gafas de cerca que criticamos las declaraciones de iIrán, afirmando que intervendrá en apoyo de la población chií de ese país, y le acusamos de ingerencia, de sabotaje y de terrorismo, mientras saludamos distraidamente con la mano a las tanquetas saudíes que llegan a la capital, destruyendo la revuelta que pedía exactamente lo mismo que la de Túnez, la de Egipto y la de Libia. Todas ellas consideradas justas y razonables por nuestro occidente atlántico.
Tanto se centra nuestra mirada en nuestras necesidades que hasta el sonotone incorporado a nuestras gafas de cerca nos falla y oímos con absoluta claridad las declaraciones de los ayatolas de teherán afrimando que "no consentirán que se tiranice a la población civil de hermanos chiíes" y nos asustan y apenas somos capaces de escuchar las del gobierno saudí que afirma claramente que "no podemos consentir que caiga el rey de Bahréin". Sin dar más explicaciones, sin provocarnos aversión en absoluto.
Y Estados Unidos no las critica, y China no se opone y Europa las ignora, simplemente, las ignora. Nuestras gafas de cerca nos hacen ver de nuevo más la estabilidad que la justicia, más la necesidad que los principios. Más lo nuestro que lo de los demás.
Bahréin demuestra lo que ya sabíamos y queriamos disimular. No hemos cambiado, la continua y constante convulsión cambiante en el mundo árabe no nos ha hecho ver la realidad de la necesidad de criterios universales y posiciones aplicables para todos, incluso en contra de nuestros intereses.
Seguimos utilizando cristales bifocales para ver el mundo. Y lo hacemos porque no sabemos ver la realidad de otra manera. No hasta que los de lejos se empapan de sangre y los de cerca se empañan con el vaho de las lágrimas. pero cuando eso ocurre, siempre suele ser demasiado tarde para cambiar el foco de nuestras miradas occidentales, civilizadas y atlánticas.
Por eso seguimos condenados a mirar con el foco cambiado a la realidad que nos rodea, por usar los cristales de cerca cuando son necesarios los lejanos y por usar el foco más alejado cuando tendríamos que acercarlo a nuestro ojos. por eso seguimos condenados a la ceguera.

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