lunes, marzo 07, 2011

Sortu o el interior del alma hipócrita

La esperanza es lo último que se gana y, por lo que se ve, aún no nos hemos ganado el derecho a tenerla.
Y, los hay que, hoy por hoy, han decidido que las tierras y las gentes de Euskadi, no han sangrado y han sufrido lo suficiente como para poder tenerla.
Y ahora, que ya sabemos que estamos hablando de Sortu y del desesperante enrrocamiento del gobierno español en impedir a esos abertzales en concreto que entren en el juego democrático, podríamos hablar de muchas cosas.
Podriamos hablar de manipulación legal, podriamos hablar de pervertir una normativa que ya era perversa en su aprobación inicial, podriamos referirnos a las necesidades electorales que hicieron que nadie cuestionara las intenciones de Aralar y sus dirigentes -en sus orígenes e ideología tan abertzales como ETA y Batasuna- cuando dijeron que rechazaban la violencia.
Podriamos seguir hablando de la simbiosis electoral entre el terror y el conservadurismo español, que hace que el segundo necesite del primero para sobrevivir en cada convocatoria electoral, podriamos hablar de la necesidad que tienen los partidos nacionalistas españoles, si no quieren verse apeados sine die del gobierno vasco, de que ningúna formación recupere los votos, ahora perdidos, de Batasuna para sumarlos al nacionalismo de Euskadi.
Podriamos hablar de muchas cosas, de múltiples circunstancias y de infinitas posibilidades. Pero, como la Ábogacía del Estado primero y la Fiscalía del Estado después, han decidido recurrir a lo indemostrable como argumento legal para atrichentarese en la ilegalización de Sortu, como han tirado de intenciones e interiores, sólo podemos hablar de un par de cosas.
De Corazones y de Almas.
Y los demonios tenemos una tendencia innata a sacar a la luz lo peor de esas dos indemostrables e intangibles partes del ser humano.
Hoy por hoy, sobre Sortu, sobre sus corazones y sus almas, sobre sus mentiras y sus verdades, sobre sus intenciones y sus deseos, sólo hay una cosa que se pueda decir, sólo se me antoja una actitud que se pueda expresar: Hipocresía.
Pero, no, no comienzen a apludir tan pronto, no asientan firmemente con tanta presteza. Es nuestra hipocresía, no la suya, a la que me refiero.
La hipocresía de todos aquellos que pensamos "¡que se joda!" cuando vimos en órbita, colgado de un balcón, el coche de la mano derecha y el futuro sucesor del dictador.
La hipocresía de aquellos que brindaron por la muerte de Carrero Blanco en sus exilios exteriores e interiores y definieron en sus panfletos clandestinos con el puño y la rosa, la hoz y el martillo o la estrella soviética a los autores del atentado como "valientes luchadores por la libertad".
La de aquellos que aceptaron en sus filas y en sus listas a individuos que habían quemado redacciones en Bilbao y partido cabezas en Madrid y Valladolid al grito de ¡Viva Cristo Rey!, la de aquellos que se congratularon de las sentencias de muerte del Proceso de Burgos, la de aquellos que no impusieron condición alguna a militantes de Falange para engrosar sus filas y sus organos directivos.
La hipocresía de aquellos que tarareaban en bajito, como un himno revindicativo, la canción dedicada por un grupo coral vasco a un niño muerto, que lo fue porque le tiraba piedras a la polícia en defensa de la independencia de Euskadi, aunque la policía vistiera de otro color.
La de aquellos que permitieron que formaran partidos ministros de Información e Interior de un régimen dictatorial, que miraron a otro lado cuando los brazos ensangrentados de la represión de un régimen de cuatro décadas se lavaran la manos de esa sangre y decían que habían decidido ser democratas.
Hoy el alma de España y  de los que dicen hablar en nombre de los españoles está rebosante de hipocresía. Y es así porque creemos que tenemos el derecho de exigirle a los vascos hacer lo que nosotros no hemos hecho en los últimos treinta años: renunciar a su futuro en aras de vindicar un pasado que no tiene vindicación posible porque todos lo hemos hecho, lo hemos construido, lo hemos permitido y lo hemos apoyado de una forma o de otra.
Y al que no le guste leer esto que estudie historia.
Que grite que no tiene porque aguantar que aquellos que defendieron y ejercieron la violencia se paseen públicamente por la calle  y entren en el juego democrático, pero que estudie historia.
Porque llevamos aguantando eso, exactamente eso, mucho tiempo.
Hemos aguantado que un asesino frío y sistemático hablé en el parlamento, se pasee por la calle, escriba libros y se permita el lujo de amenazar públicamente y con cámaras de televisión presentes a cualquiera que le recuerde el nombre Paracuellos del Jarama; hemos aguantado que un represor sistemático, un censor y un torturador comande el principal partido de la oposición durante años y gobierne, de cacicada en cacicada, en una comunidad autónoma; hemos aguantado homenajes y nombramientos honoríficos a una mujer que conducia a sus "compañera milicianas" a aplaudir y gritar mientras se fusilaba a sus opositores en las checas madrileñas.
Hemos aguantado que un jefe de la falanje estuviera en el parlamento aún cuando se sabía que había participado en las depuraciones de Salamanca, que un asesino confeso,  fundara, comicio tras comicio, nuevos partidos políticos para concurrir con ellos a las elecciones, que uno de los que brindó en Francia cuando voló Carrero Blanco fuera casi tres lustros Presidente del Gobierno, que un fundador de los Guerrilleros de Cristo Rey fuera el llamado a encabezar las listas del Partido Popular, que el ideologo de un grupo violento del independentismo catalán formara parte de su gobierno autonómico, que militantes de los Grapo se integraran en las listas municipales de partidos comunistas nada más abandonar la cárcel, que terroristas excarcelados del Batallón Vasco Español formaran parte de las agrupaciones provinciales de partidos conservadores legales, que activistas violentos del independentismo canario -que lo hubo- concurrieran a las elecciones al Cabildo Insular.
Hemos aguantado que un gobierno venda armas a un dictador que ahora sirven para exterminar a su pueblo, que otro gobierno permita que aterricen en nuestro suelo aviones cargados de personas retenidas ilegalmente camino de la tortura, que otro gobierno más mate a personas en secreto en Argel y en El Caribe y que otro anterior permita la tortura y el asesinato de dos detenidos.
Así que no podemos decirle a Euskadi, exigirle a Euskadi, que deje de vivir y de mirar al futuro porque dudamos de la verdad de las intenciones de aquellos que ahora dicen que quieren ser demócratas. Nosotros no lo hicimos cuando teniamos que haberlo hecho.
Nosotros hemos aceptado sin rechistar todas las promesas de hacerse demócratas de los que habían demostrado con creces no serlo. Hemos querido creer que sus palabras eran ciertas, que sus intenciones eran buenas. Que sus almas estaban limpias.
Así que, sea de izquierdas o de derechas -si es que todavía existen-, sea conservador o progresista -si es que esa división tiene sentido-, sea de Euskadi o de cualquier otra parte de España, sea abogado o fiscal del Estado, sea del Gobierno o de la Oposición, aquel que defienda que Sortu no puede ser legalizado porque estuvo vinculado a ETA, porque Antxon fue parte de ETA y ahora lo es de Sortu, es un hipócrita.
Antxon no es diferente de Blas Piñar, Felipe González, Jorge Vestrynge, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, Fernando Suarez, Dolores Ibarruri, Ladislao Zabala, Saenz de Ynestrillas, Cubillo, Eloy Rúiz Cortadi, José María Aznar y otros muchos que afirmaron ser democrátas después de haber demostrado que no lo eran.
Pero a ellos les creimos y no estamos dispuestos a creer a Antxon ni a los abertzales de Sortu. A ellos no les exigimos que nos mostraran su limpio corazón y su alma pura. La Abogacía del Estado no pidió la ilegalización de sus partidos cuando entró en vigor la malhadada Ley de Partido Políticos.
Puede que Antxon sea un asesino y eso le diferencie de todos los que he citado. De unos porque ellos, aunque apoyaban la violencia, nunca la ejercieron, de otros porque Antxon ha cumplido su condena por esos crímenes y ellos no. Y el que tenga oídos para oir que oiga.
Podemos decir lo que queramos y utilizar toda suerte de argumentos. Y hasta puede que tengamos razón. Pero cuanta más razón tengamos más letras se irán sumando a la palabra que hoy, en lo que a Sortu se refiere, nos define.
Si miramos en el corazón de Sortu podemos ver mentira o verdad, convicción o necesidad. Pero si miramos en el interior de nuestras almas solamente veremos hipocresía.
También tendremos que acostumbrarnos a aguantar eso ¿o no?

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