miércoles, marzo 23, 2011

La religión complutense entra en capilla

Uno mira un par de días hacia fuera, hacia lo que cambia, y en cuanto vuelve la cara a casa se topa con una nueva forma de descubrir que nosotros no lo hacemos, no cambiamos.
Y esta nueva guerra nuestra de las capillas universitarias -como si no hubiera ya suficiente con las conflagraciones de verdad- es un ejemplo inmejorable de nuestra tendencia al inmovilismo ideológico.
Veamos a ver si me entero. Resulta que un grupo de estudiantes de la Universidad Complutense están en contra de  la capilla de la universidad.
¿Por qué? Porque ellos, que se hacen llamar Contrapoder, afirman que es un centro religioso mantenido por el Estado, lo que no debería ser asumible en un estado que sostiene en su Constitución su propia aconfesionalidad -no laicismo, que parece mentira que algunas de las cabezas visibles de Contrapoder tengan matrículas de honor en Ciencias Políticas-. Hasta ahí, el argumento es sustentable, incluso es estable.
Pero de repente se lían, se pierden, se ofuscan, como si les hubieran cambiado los apuntes, como si se les hubieran mezclado las fotocopias de varias asignaturas, como si, en el cambio de clase, se hubieran confundido de aula y hubieran entrado en el Master  de Intransigencia Religiosa -segunda puerta a la derecha, gracias-.
No piden que sean los estudiantes católicos de la Complutense -que haberlos, haílos, como las meigas- quienes sufraguen de su bolsillo esa capilla, lo que es lo lógico en un estado aconfesional que no es ni laico ni ateo. No exigen que se abran espacios en los que los estudiantes que tienen otros sentires y pensares religiosos puedan celebrarlos, debatirlos o vivirlos -no olvidemos que el ateísmo y el laicismo son un postura religiosa porque son una postura sobre la religión-.
No hacen nada de lo que se supone que deberían hacer aquellos que defienden la aconfesionalidad de un Estado, que debería ser asegurarse -o al menos intentarlo- de que cada palo aguante su vela en materia religiosa.
Nuevamente se confunden de aula y de manual y tiran de su curso de postgrado en militancia revolucionaria para solucionar algo que ni precisa, ni necesita, ni exige, una revolución. Sólo pide un compromiso, como no pagar la matricula mientras la Universidad siga sufragando la capilla. Sólo exige un riesgo personal, una anteposición de los principios a la necesidad, como jugarte los estudios por algo que se considera justo. 
Pero eso es demasiado pedir. Estamos en primero de nuestro Máster de Militancia en Contrapoder, pedirnos un riesgo personal es demasiado. Aún tenemos mucho que aprender.
Los transgresores cogen sus palestinos -¡ay, si supieran lo que significa un Kufiyya!, las feministas se ponen sus pañuelos morados -¡Anda que si supieran lo que significa el púrpura en la cultura occidental!- y se disfrazan de sí mismos, de lo que hemos sido siempre. De organización religiosa intransigente.
Pintan los muros de una estancia que no les pertenece, que no quieren suya, que ni siquiera piensan que debería existir, con lemas religiosos, sí religiosos.Todo insulto por motivaciones religiosas es un lema religioso. Blanco y botella, leche -también puede ser otras cosas, pero Ocam nos indica que es leche-.
Como se pintara el Nou Camp con el tristemente famoso "catalán no ladres, habla la lengua del imperio"; como se escribiera en los centenarios muros de la Sinagoga del Tránsito "judíos, asesinos de nuestro señor", como se pinta en las mezquitas de Villajoyosa "moros, fuera".
Porque la principal forma que las organizaciones religiosas intransigentes han tenido de poner en claro e imponer su forma de ver las cosas es negarles a los demás el derecho a disponer de lugares en los que hacer y pensar algo diferente a lo que ellos hacen y piensan. 
Es identificar esos lugares, es marcar con sangre o tinta la jamba de sus puertas como remedo de aviso, de amenaza del Ángel Exterminador, con el fin de estigmatizar -concepto que también proviene del ideario religioso, dicho sea de paso- a todo aquel que decida atravesar el umbral que se ha ungido con la tinta o el spray de la intransigencia y la lucha.
Un "cerdos" escrito a tiempo puede no parecer lo mismo que un "asesinos de Nuestro Señor", pero lo es. 
Así que, ¡aprobado en Fenomenológica de la Presión Religiosa! No está muy currado, eso sí. Se puede mejorar. Necesitamos un trabajo de clase para subir nota.
Y como nos hemos quedado cortos, como nuestras notas en el Máster de Imposición Política todavía tiritan en las actas por falta de definición -qué no de interés-; como nuestras calificaciones en materia de Manipulación Social y de Arbitrariedad Ideológica aún son exiguas y no superan el aprobado raspado con un simple "cerdos" y algunos cuantos gritos por megáfono, tiramos de biblioteca religiosa y sacamos a relucir el temario completo.
Ya no nos conformamos con disfrazarnos de religión intransigente. Nos vestimos directamente de inquisición intolerante.
Sin saberlo -no somos lo suficientemente cautos como para haber, ya no digo estudiado, digo simplemente hojeado, un libro de fenomenología de la religión. ¡Ay, el bueno de Mircea Eliade!- nos convertimos en aquello que no queremos que sean los demás, nos transformamos en aquello que decimos aborrecer. Nos volvemos una religión militantemente fanática.
Para empezar cambiamos el paso, lo cambiamos de medio a medio, sin inmutarnos, sin preocuparnos de explicar el motivo de ese cambio.
De repente, la capilla de la Universidad Complutense ya no es un espacio que atenta contra la aconfesionalidad del Estado -quizás por que nunca lo fue. Sólo el hecho de quien la sufraga va contra eso-, ya no es un atentado contra la libertad religiosa -quizás porque eso lo es el hecho de que no se sufraguen mezquitas, sinagogas, pagodas, templos budistas, salones del reino o centros de estudio ateo-, ya olvidamos lo que dijimos para decir otra cosa.
Ya no perseguimos a los judíos por "matar al redentor", sino por usureros; ya no rechazamos a los negros por "ser intrínsecamente inferiores", sino por salvajes; ya no matamos a los musulmanes por "ser sarracenos infieles" sino por poner en peligro las rutas de peregrinación a los Santos Lugares. Ya no abominamos de la capilla por confesional y antilaica sino porque es un símbolo del machismo de la Iglesia Católica.
Si nos paramos a pensarlo, no hay por donde cogerlo. 
Pero ninguna de las asignaturas que hemos elegido para completar el módulo de Creación de una Religión Ideológica como forma de cumplimentar los créditos necesarios para nuestro aprobado en Imposición Política, exige pensar demasiado.
La capilla es católica y la Iglesia Católica es machista, luego y por definición, la capilla es machista. Un silogismo perfecto que sumiría en el quebranto los intestinos del maestro Aristóteles. Pero es sencillo. Todo es sencillo en la mente de un fanático religioso. Todo es sencillo en la mente de una turba. Aunque sean una docena,  vistan vaqueros, lleven velos morados y sean feministas.
Y tiramos de símbolos y personas, que no tienen nada que ver con lo que supuestamente estamos reclamando, para seguir exigiendo lo que no tenemos derecho a exigir.
Tiramos de velo como si la Iglesia Católica lo exigiera, tiramos de esvástica como si Ratzinger la hubiera impuesto como nuevo elemento del escudo de armas vaticano. Tiramos de cosas que no tienen nada que ver con lo que estamos denunciando en la esperanza de que la aparente vinculación de nuestros recientemente estrenados enemigos ideológicos con hechos y pensamientos que son universalmente rechazados nos haga ganar puntos ante la opinión pública. 
Nuestra nota en Manipulación Social se va acercando al notable.
La capilla de la Complutense tiene que cerrarse porque Ratzinger militó en las juventudes hitlerianas. Quizás el inquisidor blanco tenga que abandonar su cargo por ese motivo, quizás los católicos tengan derecho a exigirle que se explique, quizás el Tribunal Penal Internacional -y esto es una hipótesis especialmente magnificada de forma voluntaria- tenga derecho a juzgarle por esa militancia.
Pero eso no hace que la capilla de la Complutense tenga que cerrarse. Como el hecho de que el ideólogo de Contrapoder se dedicara durante dos años a prepararse para ser un publicista, una herramienta del poder, no hace que tenga que prohibirse la organización por incoherencia directiva; como que Mackinon afirmara que había que matar a todos los hombres, aunque eso eliminara la especie humana, no hace que hayan que clausurarse las sedes de todas las organizaciones feministas que usan sus libros como fuente ideológica.
La capilla de la Complutense tiene que cerrarse porque la Iglesia impone a la mujer una posición sumisa y servil. Puede que las católicas tengan que enmendarle la plana a su jerarquía por tal plausible motivo o puede que sean completamente felices con esa situación que, aquellas que no son católicas, consideran servil y sumisa. Pero, en cualquier caso, eso no hace que las puertas de la capilla complutense tengan que cerrarse.
Como no es defendible la abolición del Ejército del Aire porque no permita a las mujeres ser pilotos de caza; como no tienen que cerrarse los parques de prevención de incendios porque las mujeres tengan vedadas, por capacidad física, el acceso a determinadas tareas de extinción.
Y como, aún así, parece que no conseguimos lo que pretendemos. Que no logramos que lo nuestro sea lo aceptable sin ninguna discusión y que lo de los otros sea rechazable sin ninguna duda, sin posibilidad ninguna de redención, tiramos del último rocambole que la intransigencia religiosa ha inventado para imponer una doctrina sobre otra, un credo sobre otro, una deidad sobre otra: El proselitismo, el pacífico y respetable proselitismo.
Nos volvemos misioneras -sí, en este caso misioneras-. Y nos ganamos la Matrícula de Honor en Presión Ideológica Intransigente.
E invadimos pacíficamente los espacios, los mundos y las vidas de otros para demostrarles pacíficamente que están equivocados. Como diría un muy poco convencional y nada políticamente correcto amigo mío: ¡Por el forro, pacíficamente!
Tan pacíficamente como los misioneros invadieron a los guaraníes para decirles que todo aquello en lo que creían y todo aquello que pensaban era incierto, tan pacíficamente como los puritanos impusieron entre los indígenas estadounidenses su religión, sus cuentas de colores y su whisky, tan pacíficamente como los fascios de Musolini convencieron a la población italiana de la llegada de un nuevo orden, tan pacíficamente como La Santa Hermandad entró en las juderías aragonesas, granadinas o toledanas para conminar a sus habitantes a abandonar el país. Tan pacíficamente como los obispos santificaron mezquitas y sinagogas por toda la geografía española.
La performance feminista en la capilla complutense es tan pacífica como lo es cualquier invasión. Porque señoras y señores, niñas y niños, laicos y confesionales, ateos y religiosos: Toda invasión es, por definición, agresiva. Ninguna puede ser pacífica.
Y mucho menos cuando llevamos la palabra violenta escrita en el brazo, y mucho menos cuando imponemos a otros la observación de algo que consideran ofensivo -y están en su derecho de considerarlo, aunque no en el de imponérnoslo a nosotros-. Ninguna invasión es pacifica cuando se entra en un sitio al que no se ha sido invitado, sin solicitar permiso para ello con la intención de hacer a los demás pensar como nosotros. 
Eso es un acto de guerra. Es el intento de iniciar un conflicto religioso. Es pura y simplemente una encíclica gritando desde Roma ¡Dios lo quiere!. 
Es una puñetera cruzada.
Si hubieran entrado de esa guisa en El Vaticano no hubieran dado dos pasos, porque el rango de Estado de la sede papal hubiera permitido a sus servicios de seguridad detenerlas; si hubieran invadido sin ser invitadas la embajada de Irán por ser machista o la de Israel por reprimir a las mujeres, probablemente les hubieran disparado sin contemplaciones. Porque ninguna invasión puede considerarse pacífica.
Igual que estas veladas y púrpuras mujeres no considerarían una invasión pacífica que un montón de hombres semidesnudos invadieran su sede con la palabra agresión dibujada en los brazos y gritando eslóganes contra el feminismo y la Ley de Violencia de Género o leyendo frases de la doctrina feminista clasista -convenientemente descontextualizadas- en las que se demuestra que su única obsesión es la venganza, la sumisión del varón y la obtención del poder -y, aunque no lo crean, hay una buena colección de ellas-.
Como estas mujeres no considerarían una protesta pacífica que cuatro cardenales de la curia romana, escoltados por una cohorte de la Guardia Suiza, entraran en el local de Contrapoder o en la sede de cualquier asociación feminista para airear un hisopo de hinojo y bendecir el local, recuperándolo para la causa de dios.
Contrapoder y las veladas feministas de la Complutense sólo han demostrado que tienen que aprender hacer las cosas bien para no cambiar una religión por otra, una intransigencia por otra, una inquisición por otra.
Solamente han demostrado que han aprobado con sobresaliente la asignatura de Intolerancia Ideológica y con Matrícula de Honor la de Incapacidad para la Gestión del Cambio. Sólo han demostrado que son exactamente igual que lo fuera la jerarquía eclesial cuando tenía poder y capacidad de influencia.
Si de verdad queremos libertad, matriculémonos en Fenomenología de la Libertad y  no en Fenomenología del Acoso y la Inquisición Ideológica. Mientras no lo hagamos seremos descendientes de los cruzados, de los pastorcillos franceses, de  Isabel y Fernando, de Torquemada, de Jovellanos, de Robespierre, de Napoleón, de Hitler, de Stalin, de Sharon, de Hommeimi ...
Llevo tanto tiempo luchando contra el concepto de dios que ya le considero como de la familia. Y a la familia, cuando menos,  se le debe un respeto. 
No sirve de nada que se sustituya una religión por otra, que se sustituya el credo en la divinidad por el credo fanático en la ausencia de ella. No sirve de nada cambiar un mesías de dos mil y pico años por otro -u otra- por muy estudiante universitario y feminista que sea. 
No vamos a cambiar el púrpura de los capelos cardenalicios por el púrpura de los pañuelos feministas. O los símbolos y los espacios de todos o los de  ninguno -como dicen algunos de los que creen apoyarles-. Incluido el kufiyya descontextualizado y el pañuelo púrpura.
¡Hasta ahí podíamos llegar! 

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