viernes, marzo 11, 2011

Joseph Ratzinger se excomulga a sí mismo (¡ya estabamos tardando!)

Tenía que pasar. Al final el mítico chiste - que supongo que ahora se interpretará como una perversión laicista, aunque me lo contara un jesuíta- se ha hecho realidad. 
Ratzinger, el vicario inquisidor, se ha exomulgado a sí mismo, a sus antecesores en el solio pontificio y a la práctica totalidad de la jerarquía eclesial pasada y presente, sobre todo a la española. Ya solamente le resta excomulgar a Dios. Poco le queda.Todo se andará.
Como no tiene suficiente con los cuatro evangelios -más los otros seis o siete que han sido retirados de la visión oficial de la Iglesia Católica- El bueno de Joseph ha decidido escribir el suyo. No está mal. 
Un individuo que ha vivido y vive dos mil y pico años después de los supuestos hechos, que no ha tenido contacto con ellos, puede interpretar mejor a un personaje supuestamente histórico que dos de sus presuntos compañeros de andanzas -Los dos Judas- y que personas que escribieron sobre él a pocos años de su supuesta muerte -los autores de los apócrifos-.  Pero bueno, vamos a lo que vamos.
El Evangelio según Su Santidad afirma categoricamente que Jesús de Nazaret inventó la división entre la Iglesia y el Estado. Es de suponer que recoge lo famoso de "al César lo que es del César".
Mas allá de que esa diferenciación está reflejada en la Constitución de Solón, un griego, de esos antiguos de los que apenas nos hablan en el Bachillerato, en el derecho consuetudinario de la república romana e incluso en la organización política de parthos y asirios, muy anteriores al chico nazareno, eso coloca fuera de juego teológico a la inmensa mayoría de los papas de la historia. 
Excomulgados de un plumazo, todos los defensores del derecho divino de los reyes, papas y monarcas.
Los reyes de Francia,  defensores de la cristiandad,  y el papado de Avignon, excomulgados por herejes. La catedral de Reims cerrada para siempre y resantificada para eliminar los efluvios heréticos del oleo sagrado con el que su obispo -y algún que otro papa- ungía y coronaba a los monarcas galos.
Sus majestades católicas de España, la Santa Hermandad, el Tribunal de la Santa Inquisición, y otro puñado de organos e instuciones que se levantaron como brazos civiles  de la represión religiosa, excumulgados por ir en contra de las enseñanzas del fundador.
Todo titular de una sede obispal, arzobispal o de un cardenalato que haya cobrado un diezmo y que haya utilizado, comendadores, aguaciles, soldados o cualquier otro tipo de fuerza real para recolectar sus impuestos, de cabeza al infierno. Una lista que incluye absolutamente a todos los prelados católicos hasta mediados del siglo XVIII y en España hasta el siglo XIX bien entradito.
Bula de excomuniíon automática para León III por coronar a Carlomagno, extensible a todos los que participaron en las instituciones feudales del Sacro Imperio Romano Germánico -¿por qué sabemos lo que significa sacro e imperio, no?-. 
Identico tratamiento para Clemente VII por coronar al emperador Carlos V, para Pío VII por colocar sobre la cabeza de Bonaparte la corona imperial francesa, extensible por supuesto a buen número de obispos, arzobispos y cardenales, que hicieron lo mismo con otros emperadores menores y todo rey conocido o por conocer, incluso en nuestros días -La reina de Inglaterra y el Arzobispo de Canterbury no cuentan porque ya están excomulgados por anglicanos. Heregía, sobre heregía. Tanto da-. 
Julio II, el papa guerrero, de patitas al círculo infernal reservado a los más recalcitrantes herejes. Y ello por dirigir en varias ocasiones ejércitos -un poder terrenal más que sólido y demostrable- para defender intereses territoriales de la sede papal .
Y, con él, todos los obispos y cardenales que fueron señores feudales a lo largo de la historia, dirigieron sus ejércitos y se enfrentaron a sus enemigos terrenales por un quitame allá ese río, es bosque, ese condado y ese puñado de siervos. ¡Si ya sabía yo que Monseñor de Valois y el obispo Adam Orleton tenían que estar ardiendo en el infierno!
Pero la inmensa pila de documentos de excomunión que han de ser cursados por las oficinas vaticanas no se detienen en la Edad Media, ni siquiera en la Edad Moderna. Se adentrán en los tiempos más recientes de la Edad Contemporanea.
Excomunión automática y sin posibilidad de redención o perdón para el Nacional Catolicismo del General Franco y sus entradas bajo palio en la Catedral de Santiago de Compostela y, por supuesto, extendible a todo su nutrido grupo de imitadores dictatoriales en Iberoamérica como Batista, Pinochet, Los generales argentinos, Somoza, etc, etc.
¡Y San Gelasio y su doctrina de Las Dos Espadas se salvan por los pelos!, Al fin y al cabo el mantenía que  la Iglesia estaba por encima del Estado, pero mantenía que estaban separadas. Pero que se aprieten los machos San Agustín de hepona y santo Tomás de Aquino.
¡Cuanta mala gente se nos va a venir al infierno de repente!
Pero eso no es lo más sorprendente, Roma tiene muy institucionalizado aquello del cambiar el digo y el diego a voluntad. Lo más sorprendente es que al inquisidor blanco no le tiembla el pulso para excomulgarse a si mismo, declararse hereje y abocarse a las más tórridas calderas infernales.
Porque Joseph Ratzinger, aunque se le olvide por la edad o le convenga olvidarlo por inteligencia, es Jefe de Estado de un país y lo es en virtud de sucondición de autoridad religiosa.
Un Estado que tiene embajadas en multitud de países. Joseph Ratzinger recibe honores de Jefe de Estado allá donde viaja -y si no los recibe, se enfada y los reclama-, ejerce poder político -absoluto, por cierto- dentro de las fronteras terrenales de un territorio, dispone de policía propia, de servicios de intelgencia propios, de ministerio de finanzas, de asuntos exteriores..., goza de capacidad normativa y legal dentro de esos territorios.
Vamos, que es el ejemplo en estado puro de la falta más absoluta de separación entre la Iglesia y el Estado. Y el maestro, su maestro, inventó la separación entre la Iglesia y el Estado ¿No habiamos quedado en eso?
Ahora resulta que la iglesia romana ha ninguneado a su fundador desde el principio de sus tiempos. Ratzinger cree eso y no hace nada para evitarlo, no hace nada para cambiarlo. No hace absolutamente nada.
Puede que él crea que así desarma a los laicistas, pero realmente demuestra lo que muchos de los que leímos a Joshua sin pensar en su divinad y sin tener que creer en ella ya sabiamos. 
Que Roma, El Vaticano, el Papado y Ratzinger no tienen absolutamente nada que ver con lo que un visionario de hace dos mil años pensó que era lo mejor para la organización de la humanidad.
Puede que ellos se den cuenta ahora. Los demás hace tiempo que lo sabemos. Incluso los crisitanos.

Nota: por favor, si alguien piensa poner un comentario sobre el proceso de la excomunión -de los típicos que se leen por aquí cada vez que menciono la palabra-, que se lea el post llamado Elogio de la excomunión y sus comentarios. En este caso, lo de la excomunión es una metáfora cómica. A veces aburre responder mil veces a lo mismo.

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