Que el fanatismo religioso es la base de las guerras pasadas, presentes y futuras en esas tierras aquejadas de la eterna parálisis del conflicto armado que llamamos Oriente Próximo es una mentira del tamaño del Templo de Salomón.
Y la mentira es tan grande que no nos cuesta creerla, que no tenemos el más mínimo problema en aceptarla sin pestañear porque nos viene bien, porque nos elimina de la ecuación, porque nos deja al margen.
Y decir esto, después de una invasión romana que dejó el susodicho templo para el arrastre, de una revolución en Masada que vio morir a sus protagonistas a sus propias manos cantando salmos, de trece cruzadas, dos contra cruzadas, una invasión otomana, una invasión sionista y una reacción yihadista, parece que es arriesgado.
Pero es palpablemente cierto.
Después de escuchar los panegíricos de los mafiosos de Hamas sobre sus falsos paraísos, después de soportar las églogas de los ultra ortodoxos sionistas sobre la Gran Israel y la Bella Sión pareciera que la religión es el motivo. Pero no lo es.
Desde siempre ha sido la excusa. Pero nunca ha sido el motivo. Y son los propios fanáticos que dicen defender a sus retorcidos dioses los que lo demuestran.
Hay un tipo en los territorios ocupados que se ha disfrazado de mesías, que se ha colocado el Inri sobre la cabeza y pretende que los palestinos carguen sobre su piel con las espinas de la corona que él se ha ceñido en la testa.
Se llama Arvi Ran y ha sido proclamado por la ultra ortodoxia judía como El Rey de Las Colonias. Ya tenemos Mesías. La excusa hebrea recurrente para la guerra a lo largo de los siglos.
Si Ran fuera realmente un ultra ortodoxo estaría tremolando la Tora en las calles de Tel Aviv, exigiendo que las israelíes abandonasen sus ajustados e insinuantes vaqueros, que se subieran en la parte de atrás de los autobuses, que los jóvenes cachorros de Israel no se cortaran el pelo en punta y dejarán crecer sus tirabuzones, que nadie saliera a la calle a la puesta de sol, que nadie diera más de 100 pasos los sábados por la noche, que los hombres de Sión arrastraran a su casa a las viudas de sus hermanos muertos y a su lecho en el caso de que estas no tuvieran descendencia.
Eso es lo que hacen los ultra ortodoxos de verdad, los locos furiosos de la religión al pie de la letra bíblica sin posibilidad de interpretación ni actualización. Esa es la guerra que han emprendido contra su propia policía y contra su propia sociedad aquellos que aún no han comprendido que Moisés solamente quería que los miembros de sus pastores permanecieran dentro de sus calzas y que se pudiera llevar una cuenta clara de las propiedades y las herencias cuando escribió, junto con su querido Aarón, ese compendio de leyes de hace tres mil años conocido como el Levítico.
Pero Arvi Ran no está en Tel Aviv escupiendo en los turgentes escotes de las jovencitas ni abofeteando a jovencitos de pantalones cagados y flequillo de punta. Está en los territorios ocupados hablando de Sión, de Yahvé, de los textos sagrados...
Y negándolos absolutamente todos con sus actos.
Porque su dios les dijo expresamente -ya sabemos que los judíos son los únicos que hablan con su dios directamente- que no pusieran el píe en Israel hasta que él se lo dijera.
Y se lo ha dicho la Sociedad de Naciones, se lo ha dicho el mundo Occidental, se lo ha dicho Estados Unidos pero, que sepamos, el bueno de Jehovah no se ha pronunciado aún al respecto.
Porque si el ex militar herido en combate Arvi Ran fuera realmente un fanático religioso y mantuviera su guerra por el control de Cisjordania por motivos religiosos como dice hacer, lo único que su dios le permitiría realizar sería mantenerse en la frontera exterior de los territorios ocupados, rezando a Yahvé, untándose el pelo de ceniza y rasgándose sus condecoradas vestiduras, mientras suplicaba a su divinidad que adelantara el día en el que literalmente -que para ser ultra ortodoxo hay que ser literal- hiciera descender el nuevo templo desde el cielo para anticipar la llegada de El Mesías y abrir las puertas de Sión a los judíos para una nueva alianza sagrada -no sé cuántas han roto ya-.
Pero Arvi Ran y sus supuestamente ortodoxos seguidores no hacen eso.
Invaden, pueblan y defienden a tiros y ataques nocturnos sus asentamientos ilegales y sus colonias condenadas por todos los países de La Tierra.
¿Por qué? Porque su dios se la pela, se lo pasan por el arco del triunfo, les importa un carajo. Le utilizan de excusa descontextualizada, le mantienen en primera línea para que les sirva de parapeto y de escudo de otras cosas.
Porque hacen lo que se ha hecho siempre allá por las afueras de Jerusalén. Sacar a Dios a pasear para que no se escuche el ronco retumbar de otros pasos que tienen más difícil justificación.
Y ese sordo retumbar, esos pasos se resumen en una sola frase. En la idea central del ideario de este nuevo mesías autoproclamado de Las Colonias. Un pensamiento que no está en ningún texto talmúdico, un versículo que no se haya en copia alguna de La Torá.
"Cuando un árabe ve a un judío, lo único que debe hacer es inclinar la cabeza".
Y eso es lo que mueve toda su acción, toda su supuesta guerra religiosa, toda su falsa ultraortodoxia.
Eso es lo que le permite torear las exigencias de su dios e insistir en la ocupación de una tierra que no es suya simplemente porque cree o sabe que su país la necesita para evitar que dentro de cincuenta años su población sea una mezcolanza de tal proporción que sea imposible dictaminar quien es judío puro, quien forma parte del pueblo elegido de su dios, quien debe inclinar la cabeza ante quien. Quien es superior. Vamos, un país como todos.
Eso es lo que hace que pase por alto las mezquitas en sus ataques nocturnos, conformándose con unas pírricas -para él, claro está- pintadas con insultos pero incinere hasta los cimientos tiendas y negocios.
Porque el dinero que los palestinos obtienen de esa tierra debería ser para los judíos, porque ellos deberían trabajar por un mendrugo y un techo, como supuestamente hizo Israel en Egipto, para mayor gloria y riqueza de sus superiores hebreos.
Porque lo único que le importa de su dios es su creencia de que le creó superior a los demás.
Creo que he leído parecido en alguna parte pero los excesos navideños me han embotado algo la memoria y la actividad neuronal.
¿Lo he leído en La Tora?, no, creo que no. En algún texto talmúdico, me parece que tampoco. ¿Lo he visto en el Catecismo católico naranja?, ¿en El Corán?, en El Libro de Mao o en El Camino de Escrivá de Balaguer?. No, eso no me suena.
¡Mierda lo tengo en la punta de la lengua!, ¿cómo se llamaba eso?
¡Ah ya me acuerdo!. Se llamaba nacional socialismo y estaba escrito en Mien Kampf.
Así que, de repente, el bueno del Mesías de Las Colonias se ha convertido en un líder ario y sus jóvenes colonos de tirabuzoncitos curiosos en los camisas pardas.
Sorpresas te da la vida.
Pero el defensor de la raza aria judía llamado Arvi Ran y sus fascistas seguidores -escuece merecer el nombre de tus propios verdugos, ¿verdad?- no es el único que ha usado a su dios como excusa para otras cosas, para otros modos, para otras necesidades.
Los locos furiosos de Hamas también lo han hecho. También se pasan por la piedra todas las recomendaciones de su dios invisible, todas las explicaciones de su profeta, todos los mandamientos de sus divinidades y sus santos y los tremolan cuando lo que en realidad están buscando es otra cosa.
Si lo hicieran por religión no enviarían niños a la guerra y a hacerse estallar cuando su dios especifica claramente que aquel que provoca la muerte de un niño nunca entrará en el paraíso.
Si realmente fueran ortodoxos islámicos se dedicarían a recorrer sus calles poniendo velos, prohibiendo usar el verde en cosas profanas y vistiendo de negro a todo aquel que no hubiese alcanzado el nivel de santidad necesario para vestir de blanco. SI realmente se aferraran al Corán distribuirían turbantes obligatorios entre sus hombres, prohibirían recortarse la barba -¡que obsesión esta de las religiones semíticas con el bello facial masculino, por cierto- o cortarse la melena, obligarían a las autoridades a abrir los manicomios y dejar a los locos sueltos por la calle o impedirían que sonase música alguna que estuviera realizada en honor de dios o de sus actos -eso vale para poder cantar en las bodas, creo-.
Pero se dedican a mandar misiles Kasan a tierra israelí, se dedican a dinamitar procesos de paz, a matar a palestinos que defienden los puntos de vista de Fatah, a purgar sus filas, a traficar con armas en Estados Unidos, a dividir la tierra que dicen defender en dos, a utilizar población civil de escudos humanos.
Su dios les arrancaría la yugular con los dientes si los tuviera y su profeta -más pronto a la ira- no sería ni mucho menos tan piadoso con ellos.
Pero a ellos no les importa. Porque sus constantes rezos, sus perpetuas bendiciones y promesas de salvación para los suicidas y sus madrassas solamente sirven para ocultar su verdadera creencia, la única religión en la que creen.
De nuevo en Tierra Santa la religión oculta algo más bajo, más prosaico, más repugnantemente humano.
Como hicieran los cruzados con las rutas de los peregrinos y los Santos Lugares, como hiciera Tito con la estatua del divino cesar de turno, como hiciera Saladino con la mezquita del Profeta. La religión y la santidad son la excusa que oculta de los ojos la ambición y el dinero.
"El pueblo palestino debe saber que sin Hamas no hay posibilidad de progresar, no hay posibilidad de supervivencia, ni de resistencia ante el enemigo sionista de dios", puede leerse en uno de sus panfletos estratégicos internos.
Y esa sola frase nos explica porque hace tantos años que Ala no sale de la meca para poner el pie en Jerusalén -o ya puestos en Nablus o Jericó-.
Al igual que la aria reflexión de Arvi Ran, esta frase se me antoja conocida, se me antoja demasiado similar a otra que rezaba más o menos "los esclavos deben saber que sus señores son los únicos que les pueden proteger del hambre y del salvajismo que tienen en su propia naturaleza, deben comprender que solamente ellos pueden llevarles la auténtica fe y por tanto garantizar la salvación de sus paganas almas".
Pero una vez las libaciones etílicas navideñas me embotan la memoria y no puedo recordar donde he leído esa frase, donde he escuchado esas palabras ¿Son un versículo del Corán?, ¿Forman parte del libro de las Revelaciones?, ¿están recogidas en la titanomaquia o en las metamorfosis de Ovidio?, ¿forman parte de la estructura de las memorias de Saladino o de las sunnas del suegro del profeta?
¡Ah, ya caigo! Era la carta que su majestad la reina niña Isabel II de España envió a los cimarrones sublevados en Cuba, allá por el año de Gracia de Nuestro Señor Jesucristo de 1840, conminándoles a la rendición.
Así que los supuestos hijos predilectos del Islam se han convertido de repente en esclavistas y sus armados muyahidines en simples capataces de plantación.
La vida te da sorpresas.
Porque, según las cifras de la propia autoridad palestina, sin la ocupación acabara el producto interior bruto de palestina se multiplicaría por siente, si no hubiera guerra la renta per cápita de los palestinos se multiplicaría por tres, si Hamas no utilizase todos los recursos que gasta para su mantenimiento y armamento la situación económica de Palestina la haría subir trece puestos en la lista de recursos propios.
Y si todo eso ocurría los palestinos ya no tendrían que ser esclavos para sobrevivir.
Cierto es que ni israelíes, ni palestinos son culpables, sino más bien víctimas de todo ello. Y cierto es que los gobiernos de uno y otro país no son responsables -o al menos solamente lo son en parte- de que estos individuos utilicen de parapeto y excusa a sus respectivos dioses.
Pero quizás deberían hacer algo definitivo.
Quizás unos deberían utilizar el tristemente mítico Mosad para sacar a Arvi Ran de su cama y de su asentamiento y llevarle con los ojos tapados ante el monumento a los caídos del Holocausto, juzgarle sumariamente como a otros destacados arios a lo largo de la historia y condenarle a morir gaseado -sí, gaseado- por nazi.
Y los otros deberían enterrar hasta el cuello a algunos de los barbudos falsos profetas del islam que se esconden en Hamás y lanzar al galope a sus caballos alazanes entre ellas hasta que alguno les arrancara la cabeza de los hombros.
Puede que no sea una solución muy pacífica y civilizada. Pero empezaríamos a creernos que de verdad quieren la paz y no van a consentir que use la religión de excusa para demorarla o evitarla.
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