jueves, junio 25, 2009

Prólogo

La sombra amaba. Yo no lo sabía, pero en mi defensa he de decir que entonces no sabía que las sombras pudieran amar.
Sabía que acechaban, que perseguían, que atisbaban entre las penumbras de los sueños y los claroscuros de los miedos. Y yo de esos tengo muchos. Tanto sueños como miedos. Pero ignoraba que amara. Claro, que tampoco sabía que una sombra podía morir.
Nunca pude ver a la sombra. La mire muchas veces pero nunca supe o quise verla. Ahora lo sé, entonces no sabía nada que no fuera yo misma.
Quizás fuera porque su baja figura y la curva que se su estómago me impedían contemplarla con agrado; quizás fuera porque el humo que constantemente la rodeaba me mostraba un rostro ajado que poco o nada tenía que ver con mi vida. O quizás fuera porque la sombra se empeñó en que yo no la viera.
Sí, fue por eso. La sombra nunca quiso que pudiera ver más allá de los retazos que de ella me mostraba. En eso era, al menos al principio, muy semejante a mí. En eso y en que yo tampoco me veía a mi misma. La sombra si me veía, me vio desde el principio, pero por entonces yo no había consentido en hacerlo.
Y por todo eso o quizás pese a todo eso, sabía que la sombra estaba, escuchaba su voz, percibía y recibía sus palabras. Pero nunca pude verla. O nunca lo intenté.
Creo que le di su nombre, la sombra, después de un sueño. Creo que ya he dicho que tengo muchos sueños, siempre los he tenido y cuando los tengo me fío de ellos. Un sueño no cambia una vez que te has despertado. La realidad sí. De esa nunca te despiertas.
Definitivamente, le di ese nombre tras un sueño.
Uno de esos que te encogen el alma y hacen que las piernas se te arruguen en torno al vientre. Que consiguen que la nuca se te erice de frío y la muerte te recuerde que dormir es lo más cerca que vas a estar de ella mientras vives.
Era un sueño en el que la sombra moría y yo podía verlo. Aunque era incapaz de atisbar los rasgos, las facciones, su último gesto, sabía que quien estaba muriendo era la sombra. Y desperté angustiada.
Lo que no vi en mi sueño, porque en aquellos días despertaba de golpe, a toda prisa, al igual que vivía, fue que era yo quien la había matado.

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