Juanjo el Castillo daba hace años sus Cursos de Redacción Periorística y resultaban divertidos. No me quiero imaginar la clase que hubiera dado al leer la noticia que publica hoy El País sobre la aparición de dos ancianos de 80 y 84 años muertos violentamente en su casa. Aunque quizás no dijera nada. No sería políticamente correcto.
"Un hombre de 84 años mató ayer a su mujer, de 80, y se quitó la vida ahorcándose en su domicilio de Parla (a 25 kilómetros de Madrid), según informaron a última hora de la noche de ayer fuentes de la Policía Nacional".
La cosa empieza mas o menos así. Y parece clara, contundente y sin posibilidad de replica. Pero luego se tuerce.
"Ricardo Gómez López, el padre (los encontraron sus hijos), se había ahorcado, subiéndose a una escalera pequeña, en una de las puertas de la vivienda tras matar a golpes en la cabeza (supuestamente contra una pared o el suelo) a su esposa, María Dulce Castillo Luque, según informó una portavoz de la Jefatura Superior de Policía de Madrid".
Y ahí comienzan los problemas. ¿Cómo saben los hijos -investigadores criminólogos avezados, supongo- que el padre se ahorcó y no le ahorcaron?, ¿como saben que fue él quien mató a golpes a su madre y no cualquier otra persona que ya no está presente en la escena del crimen?, ¿hay una nota, hay un video del que no haya informado la polícia?. Pero, dicho como esta dicho todo, parece que la única duda que alberga la polícia es si el arma homicida fue la pared o el suelo. Curioso ¿no?
Si eso es lo que informa la portavoz de la policía podría decirse de nuevo que debe estar confirmado, pero resulta que si seguimos leyendo nos llega a otra sorpresa.
"Según la Policía Nacional, no existen denuncias previas por parte de la mujer y la familia de los fallecidos no tenía constancia de existiese ningún problema en el matrimonio. Al cierre de esta edición, los investigadores estaban a la espera de que llegara el juez de guardia para levantar los cadáveres".
Y esta frase, que parece de relleno, que parece de esas que se ponen para cuadrar las columnas en las que deben encajar los textos periodísticos, es la que se transforma la noticia en una manipulación, a la portavoz de la policía en pitonisa y a la periodista en profeta.
Si los investigadores están a la espera de que el juez decrete el levantamiento de los cadáveres es que no han empezado a investigar, ni siquiera han tocado los cadáveres -y no lo digo yo, lo dice la Ley de Enjuciamiento Criminal-.
Entonces ¿de donde se infiere toda esta historia?, ¿de donde se deduce toda la secuencia lógica de los hechos que la portavoz relata y la periodista trascribe y recompone?
La respuesta es la de siempre. De ningún sitio o, para ser más exacto, de la mente de aquellas que han decidido medrar aún sin importales el daño que hacen.
No ya a los hombres -que somos los que menos importamos en esta historia. Y lo digo en serio-, sino a las propias mujeres.
La policía debía cambiar de portavoz y el periódico de redactora porque lo único que logran es que mujeres que han experimentado el verdadero maltrato, el verdadero acoso, el verdadero miedo producido por un invividuo loco y desmedido no puedan abandonar ese miedo, se muestren incapaces de superarlo y vean como sigue enseñoreándose de sus vidas.
Lo que han logrado -¡Enhorabuena por ello!- es que cada vez que una de esas víctimas se relaja, comienza a olvidar, comienza a darse una oportunidad a ella y al mundo para recuperarse como ser afectivo, una de estas noticias, magnificadas, manipuladas, llevadas a la tragedia y a las portadas para justificar una posción ideológica previa, en aras de las subvenciones y lo políticamente correcto, la vuelve arrojar a su terror, a su suspicacia.
La vuelve a obligar a colocar otro ladrillo en el muro que la separa del mundo y de su propia vida. La vuelve a recordar que hubo un tiempo en el que no estuvo a salvo. Seguro que todas les darán las gracias por hacerles recuperar esa maravillosa sensación.
Deben estar orgullosas de conseguir, con su magnificación, sus manipulaciones estádísticas y sus primeras páginas, que aquellas que han sufrido y han superado el dolor e intentan despedirse definitivamente del miedo, que un perturbado instaló en sus corazones y sus sentimientos, lean sus noticias de portada y vuelvan a mirar con temor a derecha e izquierda cada vez que un varon se las acerca.
Deberían recibir algún tipo de condecoración por contribuir a que esas mujeres, que saben que el maltrato, el acoso y la persecución no se mide por los números estádisticos, sino por los latidos que el miedo coloca en tu propio corazón, vuelvan a sentirse incapaces de escrutar sus corazones en busca de otro tipo de latidos, porque hay alguien que se empeña en recordarles constatemente una mentira ideológica.
Porque toda una línea de pensamiento ha decidido poner continuamente ante sus ojos la falsa realidad de que todo hombre es un potencial maltratador, de que todo hombre puede hacerle daño.
Eso, en lugar de dejarles que, tras la tragedia y el terror, descubran que la mayoría absoluta de los hombres que se cruzarán en su camino vital nunca tendrá ni la tendencia, ni el deseo de hacerles el más mínimo mal. E incluso algunos, todo lo contrario.
Y el enfado, la frustración, alcanzan límites que casi los transforman en ira -lo cual en mi persona no es habitual, pese a ser hombre-, cuando, como siempre, la información se cierra con un escueto y supuestamente aterrador dato.
"Con ésta son ya 19 las víctimas por violencia de género en lo que va de año".
Eso es todo lo que quieren, todo lo que buscan. Engordar las estadísticas a cualquier precio para lograr sus fines ideológicos y económicos.
Y si para ello, atoran la esperanza de aquellas que más la necesitan, provocan el bloqueo de las mujeres que aún están intentando escapar del calvario, avivan los miedos de aquellas que están muriendo por que su miedo ya no les deja salir de si mismas, pues lo hacen y punto. La que venga atrás que arree.
Terminarán logrando que se sepulten en vida por miedo a que los medios de comunicación digan la verdad y todo hombre al que conozcan vaya a acabar maltratándolas.
¿Es tán dificil decir: Dos ancianos aparecen muertos violentamente en su domicilio de Parla? Y luego esperar a lo que diga la investigación.
¡Enhorabuena!, están consiguiendo, a través del miedo que destilan y trasmiten estos productos periodísticos, que aquellos que provocaron ese dolor y ese terror en las mujeres que realmente fueron maltratadas y acosadas sigan siendo los dueños y señores de las vidas de sus víctimas. Estarán orgullosas.
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