Iran arde y arde con un fuego muy distinto al que destilan las feromonas ministeriales en los aviones cargados de Velinas que surcan los cielos italianos en busca de las mansiones en las que papi juega a ser el nuevo Nerón -si no el nuevo Calígula-.
America -la America de los americanos- arde con los militares hondureños en las calles, el gobierno peruano al borde del abismo y los políticos argentinos jugando a lo mismo de siempre machándose sus trajes impolutos en los suburbios para buscar el voto que les permita dejar seguir ardiendo esos suburbios desde La Casa Rosada.
Todo el mundo arde de una u otra forma, pero la única llama de la que hablamos hoy, de la que hablaremos mañana y de la que seguiremos hablando es una que se apaga: Michael Jackson ha muerto.
Eso no es importante, pero ha muerto un hombre, un cantante, una estrella. Y siempre hay algo que decir al respecto.
En realidad, Michael Jackson murió hace tiempo. Murio cuando sus extraños ritos purificadores, sus incomprensibles impulsos mitomaníacos, sus transformaciones epidérmicas y sus inconfesables complejos infantiles le mataron. Cuando mataron su música, le mataron a él.
Murió con cada paliza de su padre, murió con cada borrachera de su madre, con cada pelea y cada recfonciliación con sus hermanos y hermanas, con cada operación, con cada mutación, con cada excentricidad, con cada número uno en las listas y con cada concierto multitudinario en Madid o Los Angeles.
Michael Jackson murió con cada compra millonaria de los derechos de la musica de otros, con cada juicio perdido, con cada matrimonio baldío, con cada hijo aireado en las ventanas, con cada prueba de paternidad obligada y cada acuerdo extrajudicial firmado al borde del delito.
Michael murió cuando no le dejaron crecer, cuando lo que hacía bien le impidió hacer todo aquello que los demás hemos hecho mal durante algún tiempo que suele llamarse infancia.
Murió cuando su voz de niño arrasó en los setenta, cuando su baile de giros imposibles y caderas sexuales abarcó los ochenta, cuando sus puestas en escena y sus vídeos cinéfilos marcaron los noventa.
Jackson murió cuando el éxito y su genio alejaron a Michael de su vida.
Así que, aunque nos quede un gusto de algo repentino, de algo inesperado, de algo incomprensible, no hay cronica más esperada de una muerte más anunciada que la de Michael Jackson.
Y nosotros, los que lo hacemos, no lo sentimos por él, nunca sentimos nada por él, nunca se siente nada por aquellos a los que no se conoce. Nosotros lo sentimos por su música, por perder la esperanza de que vuelva a crearla.
Así que hoy no lloramos por Michael. Lloramos por su música. Parafraseando lo que el mismo diría, rodeado de niños y tambores brasileños
We dont really care about him. No podiamos hacerlo. Nadie quiso hacerlo nunca.
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