Los adioses son falsos.
Siempre lo han sido y siempre lo serán. Al menos en nuestro mundo.
No son verdad porque no los decidimos, no los esperamos y no los deseamos. No son verdad porque no los hemos elegido, aunque formen parte de la vida que elegimos vivir cuando eligimos el modo de ganarnos la vida.
Nuestros adioses nos hacen mirar con furia a los despachos, con miedo a las hipotecas, con incomprensión a los motivos y con indiferencia a las excusas. Nuestros adioses nos quitan parte de lo que somos. Pero no nos quitan y no pueden quitarnos aquello que hemos sido.
Porque, aunque los adustos rostros de cobarta amarilla y traje siempre recto puedan creer que saben lo que hacen, no merece la pena ni siquiera mirarles, ni darles un recuerdo, ni dedicarles un segundo de rencor o de furia el día del adios.
Ellos no saben aquello que nosotros sabemos.
No saben que no lo hemos hecho lo mejor que hemos podido, ni siquiera lo hemos hecho lo mejor que hemos sabido. No saben que lo hemos hecho lo mejor que era posible hacerlo y que, cuando era imposible, aún así, lo hemos hecho.
No saben que merece la pena alcanzar un estadio de mente colectiva donde todos sabemos lo que tiene que hacerse aunque ninguno de ellos, en sus inmensas mesas y sus altos despachos, se de cuenta de ello.
No saben que sabemos que un trabajo es el sitio donde cada día te levantas y te acuestas bajo la manta de la libertad que tus compañeros te proporcionan y que tú les das ellos. Y no pueden saberlo.
No saben que sabemos que un equipo es un lugar donde los problemas se resuelven por dentro, donde no es insultante pedir los favores, pero resulta imposible no querer devolverlos. Donde las ayudas se dan por sentadas, las manos se echan por inercia y las gracias se omiten por obvias.
No saben que sabemos que un equipo no se mata por dentro y no se vende por fuera. No saben que sabemos que el sudor del trabajo se seca con la risa, que el esfuerzo es hermoso si se hace de broma. Que somos lo que somos porque otros nos ayudan a serlo.
Mas nosotros, los de los tanatorios, las citas y los videos, todo eso lo sabiamos de antes. Ellos no pueden verlo. Ellos trabajan solos en sus tristes despachos ¿como iban a saberlo?
Pero sin quererlo, esos ejecutivos que juegan a la ruleta rusa con nuestras hipotecas y nuestras esperanzas, algo nos han mostrado. Algo que ellos nunca han estado ni estaran en condiciónes de poder aprender.
Gracias a ellos sabemos que hay personas con terrazas inmensas, otras que se comen las esquinas como si fueran panes, otras que cuentan los secretos con la voz de El Padrino, otras que cuelgan en sus cortinas chapas de los ochenta, otras que no saben acudir con chanclas a grabar una cita.
Sabemos que hay gente que tiene abierta sucursal afectiva en tierras mexicanas, que se relaja pelando chipirones, que se ha vuelto morena por no creerse rubia, que va a poner la carne, que ha hecho de olvidarse el movil un arte postmoderno.
Gente que se pone conoronas en entornos privados, que las lleva con garbo el día de su cumple, que rasca los tatoos, que se olvida las gafas, que es capaz de perder todos los papeles que ha escrito en una tarde, que olvida los horarios, que no se acuerda nunca de donde aparca el coche, que llega siempre antes, que se marcha más tarde, que olvida echarle azucar a los cafés de otros...
Sabemos que hay gente que lamenta la muerte de Mario Benedetti, que se encuentra La Conjura de los Necios escondida en su bolso, que intercambia pulseras por chapas para el baño, que despide a los topos, que roba sillas a vecinos ausentes en las casas de amigas o que enciende barbacoas con extraños artilugios para secar el pelo.
Que se devana el seso para saber a quien hace cosquillas y regala un baño de petalos de rosa, que dirige bajeles en medio de tormentas, que se viste de bruja, que se marcha a Córdoba en la fería, que se saca el carné a la decimocuarta, que se incorpora al facebook con la misma frecuencia que una monja a un streptease, que se empeña en hablar de política cuando a nadie le importa.
Puede que las plumas, los ritos y las firmas de aquellos que no saben que han sido los artífices de que ahora sepamos todo eso vuelvan a reunirnos. Pero, por más que cierren, que corten, que programen, que ganen o que pierdan, nunca podrán quitarnos aquello que hemos sido. Ni siquiera aunque puedan forzarnos a decirnos adios.
Fieles y leales hemos sido.
Ahora, alzad vuestras copas y no penseis en ellos. No quisieramos pensar en aquellos que temen seguir con nosotros.
Al cabo, que diría el poeta, nada les debo. Me deben cuanto escribo. Y sólo hay una cosa que ha quedado aclarada.
Nosotros somos las Mujeres y Hombres. Ellos, sólo son viceversa.
Y voy a dejar de escribir porque estoy empezando a sentir y como esto siga así no pararé hasta salir de aquí con vosotros de la mano.
¡Que yo no he venido a calentar la silla!
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